miércoles, 15 de diciembre de 2010

El peletero/La aguja del pajar (69)



Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

69. Del todo a la nada.

El camino del todo a la nada ha sido arduo y largo, hay que reconocer que no es fácil usar tanta goma de borrar. 

Sin embargo, la última etapa de tan complicada carrera se ha desarrollado a toda velocidad como en una película a la que se le hubiera terminado el presupuesto antes de hora y de acabar el rodaje.

En un par de escenas el guionista ha debido matar a los protagonistas sobrantes y dar a la boda final un inesperado desenlace: el amor ha desembocado en un desencuentro y en un divorcio un poco triste aunque nadie sabe exactamente por qué. Es el famoso vacío del estómago, la consabida soledad y abandono, eso que los filósofos han llamado nihilismo. La nada se ha convertido en la verdadera razón para pintar, filosofar, copular, o convertirse en un terrorista suicida. 

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69H
-“Querida Verónica, hoy he tenido un día duro, pero provechoso, he vendido algunas pieles a uno sobre el que algún día escribiré algo, un griego. Es un hombre simple y solitario y me ha dicho que tiempo atrás fue feliz. ¿Lo fue con una mujer guapa?, no. ¿Con otra dentro de su cama?, tampoco.

¿Lo fue cuando fue rico?, ¿Cuándo fue un Rey?, ni mucho menos. Entonces, ¿cuándo fue feliz?
Algún día escribiré algo sobre cuándo fue feliz él, no sé qué diré, pero sospecho que fue feliz de la misma manera en que yo lo fui también. 

Siempre te escribo tarde, pero es que antes no puedo, hay demasiada luz y demasiado hoy”. (El hilo. Cartas a una amiga.)

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69M
-“Querido Víctor, al igual que el antropólogo, como fotógrafa, no debo de hacerme presente. Como el etólogo y el naturalista, el periodista tampoco debe dejarse ver, ha de permanecer impasible haciendo fotografías mientras ve las personas morirse. 

A. hace buenas capturas escondido tras una sombra mientras el bullicio pasa por delante de sus ojos.

Dios tampoco está, no se le ve, no interviene, quizás espera su momento, el instante decisivo. Dios nos aguarda en su casa y deja que nosotros nos las compongamos en la nuestra.

Morir siempre ha sido el mayor espectáculo del mundo, no tiene parangón ni tampoco igual. Ni siquiera el sexo llega a ser un buen rival de la muerte en directo aunque yo me esfuerzo en que lo parezca. ¿Se dan cuenta de ello mis amantes, o sólo ven, como tu mismo afirmabas, una variante del “estar” banal, de la distracción y de la diversión, del entretenimiento y del juego? No lo sé, sin embargo, tú fuiste el único que al que no engañó el capote rojo que te tendí, me corneaste en pleno vientre, me levantaste por los aires, me dejaste caer mil veces y no te dignaste ni siquiera a rematarme. Todavía estoy tendida en mi cama.” (La madeja. Cartas a un amigo.)