domingo, 29 de junio de 2008

El peletero arquitecto



26 de junio de 2006

Decir que la peletería no tiene nada que ver con la arquitectura es un mal comienzo porque parece obvio. Manifestar lo contrario también porque no lo parece en absoluto.

El comienzo correcto es descubrir el nombre y los apellidos del peletero arquitecto.
Esa es la buena manera de iniciar el relato, con un nombre, un lugar y una fecha.

El 1 de junio de 1950 Albert Cardigan terminó con excelentes notas su licenciatura en arquitectura. Originario de la costera ciudad de Ostende donde su padre tenía un pequeño taller de peletería en el que se pasaba media vida ayudándole en todo lo que podía, mientras, al mismo tiempo, estudiaba para ser arquitecto. Iba y venía constantemente de Bruselas a Ostende y viceversa.

Bélgica es un país pequeño, y estar, lo que se dice estar, no está en ninguna parte, circunstancia que no deja de ser una ventaja para desplazarse por él. En realidad Bélgica, y que me perdonen los belgas, es un No lugar muy bien situado en el mapa.

El padre de Albert no era un peletero reputado, aunque sí extraordinariamente valorado. Trabajaba para otros. Eran estos otros y no él los que se llevaban los honores. Alquilaba sus manos a un precio razonable y realizaba a la perfección lo que los otros le pedían. A él no le importaba no tener renombre aparte de su propio nombre. Era un hombre humilde, trabajador infatigable y ganaba el suficiente dinero para permitirle a su hijo estudiar arquitectura.

Una vez obtenido el título, Albert también tuvo que empezar a trabajar en su nueva profesión aportando soluciones técnicas a brillantes ideas estéticas de otros y de difícil solución práctica. Eso le pedían, soluciones inverosímiles a deseos impensables. Los trabajos los firmaban otros y el aplauso era para ellos.

La ley de la gravedad, naturalmente, no admite componendas, y aunque su pericia, talento técnico y los nuevos materiales eran ya una ayuda importante, no siempre le solucionaban retos casi imposibles.

Ahora es el momento de volver al principio del relato y tratar de empezar otra vez, pero sin nombres, lugares, ni fechas.

Las prendas de vestir en general están pensadas para ser transportadas. Se sostienen en algo que es móvil y que además camina, las personas. Y todas y cada una de las piezas de un vestido cuelgan. Incluso los sombreros se cuelgan de nosotros, al igual también que los mismísimos zapatos. A veces hasta pueden llegar ser rémoras y lastres pesados e incómodos.

La arquitectura también es un arte colgante y a veces incluso móvil, como los molinos, plataformas o atalayas giratorias, y las cubiertas corredizas, así como también las humildes persianas, ventanas y puertas. Incluso hay casas con ruedas que se trasladan a voluntad de sus habitantes. También hay tiendas que caben en un saquito para los que transportan poco peso y se echan a dormir en cualquier sitio.
Tanto la arquitectura como la vestimenta necesitan de planos para ser realizados y construidos y ambos están pensados para albergar personas en su interior. Cubrirlas, envolverlas, protegerlas, adornarlas.

La arquitectura como el vestido pueden ser también un emblema, como las catedrales y los uniformes, como los rascacielos y también como la técnica del desnudo, sea strip tease o nudismo.





Albert, siempre que podía llevaba a sus hijos al circo donde se maravillaba con la aparente inestabilidad de la carpa, de sus inclinados postes y de sus cuerdas tensadas, pero donde su corazón latía con más fuerza era con la doma de fieras y, como no, en el momento cumbre del funambulista.