martes, 17 de enero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (3)

Teodoro Van Babel

3.
El collar.


Teodoro no quiso nunca ir a vivir con su hermana al otro lado del canal, de esa manga estrecha que separa, como ya hemos dicho, el Continente de la Gran Bretaña. Ella se lo pidió, se lo suplicó y ofreció en numerosas ocasiones, pero él continuamente se negaba, acostumbrado como se acostumbró a llevar una vida solitaria, desordenada y sin amos que no fueran la pobreza y el hambre que casi siempre lo mal acompañaban. Decía Teodoro de sí mismo que era un árbol, un ciprés o un alcornoque, fino y tozudo, y que el viaje lo debían realizar sus dibujos y no sus pies que, más que patas, eran raíces con suelas y calzas llenas de parches, pegotes y descosidos, agujeros por donde se colaban el viento, el frío y la lluvia. Y a veces, sin duda, también la soledad.

Entre ambos, Silvia y Teodoro, se estableció así una relación epistolar singular, dos seres que siendo hermanos, hombre y mujer, fueron más que menos, y que nosotros no diremos ni a qué llegaron ni qué pudieron ser, entre otras cosas porque tanto da y tanto tampoco sabemos ni mucho menos nos incumbe opinar sobre lo que ignoramos.

Como perlas de un collar, y al final del presente preámbulo, expondremos a la vista sus cartas como si fueran sus dibujos para el que lo quiera, y sea capaz, pueda en ellas encontrar las palabras, esos árboles raros también, que nacen, crecen y sueñan bajo nuestro sol inclemente y efímero, mucho menos caliente y más indiferente que la luz de la medianoche o de la luna nueva.  

Fantasmas, troncos, simple madera que humilde celebra alguna Navidad y sus muertos, aquellos que ya apenas casi nadie recuerda y que alguno, medio loco, se atrevió a pintar.

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“La primera obra de este tipo (plástica) la hizo en arcilla el alfarero Butades de Sición, en Corinto, sobre una idea de su hija; enamorada de un joven que iba a dejar la ciudad: la muchacha fijó con líneas los contornos del perfil de su amante sobre la pared a la luz de una vela. Su padre aplicó después arcilla sobre el dibujo al que dotó de relieve, e hizo endurecer al fuego esta arcilla con otras piezas de alfarería. [...]". (Plinio El Viejo (Cayo Plinio Cecilio Segundo). Naturalis Historiae, Liber XXXV. Libro XXXV. En: Lacus Curtius.)