domingo, 14 de julio de 2013

El Peletero/Inés González (y 2)




Barcelona, 14 de julio de 2013

Querida Inés,

Me alegra mucho que te haya gustado el post, en él, como puedes comprobar, no hay nada mío excepto el orden de las imágenes y las palabras dispuestas.

Todos sabemos que es difícil hablar de los amigos y de la obra de los amigos tratando de ser justos sin esconder los defectos ni recrearse en el elogio protocolario o desmesurado, procurando solamente explicar y describir con palabras exactas y fieles lo que vemos.

Tampoco con ánimo botánico ni entomológico, ni mucho menos con la asepsia del agrimensor, pero sí con el coraje del naturalista que dibuja con afición y curiosidad en su cuaderno de campo el mundo que ve, igual que tú, aunando dos actitudes aparentemente opuestas y contradictorias, la precisión y el candor.

He querido por ello, en el post que te he dedicado, usar más tus propias palabras que las mías porque tú eres una artista gráfica que las usa bien, no las teme ni se equivoca con ellas otorgándoles significados desmedidos, sofísticos o erróneos.

Así pues, la famosa y antigua técnica estudiantil del cortar y pegar me ha sido útil, el reto, por así decir, se ha limitado al orden que le daba al mosaico, al “trencadís gaudiniano” con sus formas también vegetales, abstractas y vivas.

Por esa razón he creído necesario enmarcar los textos con dos referencias personales y privadas porque definen y delimitan con claridad unas circunstancias y un carácter, una actitud, pero, sobre todo, también una mirada, la tuya. Palabras con diafragma, iris y retina. Una mirada que mirando hacia fuera nos indica, como un dedo que señala, un interior: tú y tus dibujos, igual que si fueran radiografías de otra arquitectura primordial y biológica, la de los huesos y las vísceras, la de los cartílagos y los lóbulos cerebrales con sus neuronas en forma de arañas y luciérnagas como esas noches estrelladas o esas fotografías nocturnas de ciudades iluminadas.

Las ideas y las emociones que provocan tus dibujos son, querida Inés, una red de carreteras, un sistema nervioso, un torrente sanguíneo, que ni desbocado ni salido de madre como un río rebosante, nos enseña la filigrana de la que están hechas las cosas, las grandes y las pequeñas.

Desde que mi padre me enseñó y me educó las manos y los dedos para usar con precisión quirúrgica las cuchillas de cortar pieles, desde que observaba a Albert escribir cursiva para textos impresos, desde que contemplaba a mi abuela Rosita haciendo encajes para sábanas y manteles, no he podido dejar de ver en el detalle, y en la técnica del detalle, el sentido del mundo.

Al principio decía que usas bien la palabra, es cierto, la usas y necesitas usarla como si fuera un componente lejano y cercano a tus dibujos. La Historia del Arte muestra de una manera reiterada un dilema antiguo que estos días pasados he querido expresar en algunos de mis textos y que es la relación entre poesía y pintura, la relación entre imagen y texto, entre abstracción y relato.

En tu obra no existe el uno sin el otro y viceversa, al mismo tiempo que las citas de poetas iraníes nos retrotraen a un mundo delicado y tierno, a un mundo ancestral que en buena parte se ha perdido para no regresar jamás, a una sensualidad que está a medio camino en la ruta diaria del sol alrededor del planeta, en ese que llaman Oriente medio que ni es medio ni es Oriente, a ese latido del corazón como la más vieja letanía que las personas oímos desde antes de nacer. Quizás, el pecado original de Adán y Eva no fuera más que la consecuencia de un fallo de fábrica al haberlos hecho Dios sin madre. ¿Cómo es posible dormir si antes no hemos escuchado sus latidos desde su vientre?

En este sentido, me perdonarás que traiga a colación a Borges en una de las conferencias que realizó en la Universidad de Harvard, “Credo de poeta”, del año 1968 y que cito en uno los post más recientes de mi blog.

“Borges nos habla de la metáfora y a cuento de ella cita y analiza un poema de Robert Frost. Lo hace para poner un ejemplo de metáfora que supere la simple comparación entre dos cosas, “la luna es como…”,

For I have promises to keep,
And miles to go before I sleep,
And miles to go before I sleep.

“Si tomamos los dos últimos versos, el primero –“y millas por hacer antes de dormir”- es una afirmación: el poeta piensa en las millas y el sueño. Pero, cuando lo repite, “y millas por hacer antes de dormir”, el verso se convierte en una metáfora; pues “millas” significa ‘días’, mientras “dormir” presumiblemente signifique ‘morir’. Quizás yo no debería señalarles esto. Quizá el placer no radique en que traduzcamos “millas” por ‘años’ y “sueño” por ‘muerte’, sino, más bien, en intuir la implicación”.

Por ello, el poema de Frost me recuerda a la Gran Elegía a John Donne en la que también aparece la mención a la muerte y al sueño y lo hace usando, aunque de manera diferente a Frost, la reiteración, la letanía. Para ser precisos debemos señalar que en el poema de Joseph Brodsky se habla de dormir y no de soñar, pero la licencia es tan válida, creo, como acertada:

John Donne se ha dormido, como todo el lugar.
Paredes, suelo, cuadros, la cama se han dormido;
se han dormido mesa, ganchos, pestillos, alfombras,
ropero, aparador, la vela y las cortinas.
Todo se ha dormido. Vaso, botellón, jofainas,
el pan y su cuchillo, platos cristal y loza,
armarios, quinqué, vidrios, lencería, el reloj,
escalones y puertas, La noche alrededor.
Alrededor la noche: en rincones, ojos y ropa,
en la mesa, entre el papel, en el texto del discurso,
en sus palabras en la leña, en las pinzas y el carbón
del apagado hogar, en cada objeto.”

Hago mención de ello porque creo sinceramente que tu obra es también una letanía y un sueño, igual que la de Blomsfeld, tus piezas seriadas, con el motivo repetido aunque no igual, es un gran acierto gráfico, una pulsación en el que las adormideras cumplen el papel de guardianas de ese raro jardín en el que viven parte de nuestros recuerdos y en el que sepultamos parte de nuestro futuro. Perfectos iconos de la muerte.

Has sido muy valiente, querida Inés, muy valiente como artista, al no esconder y manifestar abiertamente, con naturalidad, la fuente de la que has bebido: Karl Blossfedt y sus fotografías en blanco y negro, el verdadero color de los sueños y de las sombras, de su rara obsesión, de su tentación por la mirada fotográfica y la memoria inteligente del dibujante que trata de dar un pasó más allá, ¿más allá de dónde?, más allá de la línea que marca el coto cerrado que delimita el mundo.

Los jardines, los nidos, el boscaje, las ramas, los laberintos de la soledad, de la compañía y de la lejanía, de la distancia de todo con todo, del hogar, y de la intemperie, de las sepulturas por cerrar, de los duelos inconclusos, y de los pozos negros del mal y de las enfermedades que todo lo anegan con sus aguas putrefactas.

Ambos lo sabemos bien.

Dormir y soñar, deambular y alegrarse porque ha llovido, dibujar una línea mil veces y mil veces más porque, parafraseando a Félix de Azúa, la poesía es la verdad del arte y la verdad del arte es la capacidad de soportar el dolor que causa la experiencia del tiempo. Y en el tiempo está la muerte y la lejanía, ¿la lejanía de qué o de quién?, de los otros y con la suya la nuestra, la de nosotros con nosotros mismos.

Porque no podemos levantar el lápiz del papel ni dejar de contar historias.

Las cortinas están llenas de un oculto sofoco
y las inocentes palomas
desde lo alto de su blanca torre
miran la tierra.

Forugh Farrojzad 

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Ayer llovieron cuatro gotas que no refrescaron y el verde de las hojas de mi árbol han perdido ya su brillo, pero él tiene paciencia y me la ofrece como ejemplo. Cerca, a una manzana de mi tienda, hay una iglesia que repica las horas y los cuartos, es como una brújula y un corazón.

Besos.