viernes, 30 de abril de 2010

El peletero/Tres/Una


1 Febrero 2010

Una.

Te llamabas Paulina López y vivías debajo de un cielo bañado de luna. Eras guapa, eras ancha y atesorabas mares y valles en apenas un solo trazo.

Como si fueran zarpas no pude defenderme de tus cuatro rayas, líneas y tildes, en ellas escondías más de seis mil volcanes en menos de tres mil runas.

Eras un mar de letras en un solo perfil, siete círculos, diez triángulos, y unas cuantas paralelas y paréntesis rojos en tus dos mil pliegues, en tus ochocientas bocas y en tus incontables fuentes ferruginosas.

Estabas hecha de paredes, de bóvedas y de puentes, de túneles, de estrías y de arrugas invisibles o inexistentes. Eras un castillo y una Catedral, fuiste un desafío pintado en mil banderas clavadas a lo largo de un río.

Brillabas como una antorcha en pleno día, no tenías noche o tal vez la ocultabas, y tras la lluvia solamente hallaba en ti una niebla clara, una calma extraña, una sombra extendida en una estepa ancha y leve, era entonces cuando el arcoballeno desaparecía y algo negro se liberaba.

Si permitimos que un rayo solar atraviese un prisma, la luz se descompondrá en sus distintos colores, en un espectro. Sobre su fondo continuo multicolor hallaremos también líneas oscuras y claras que nos indicarán los elementos básicos de su composición íntima, tal vez gases nobles, o bien elementos ligeros o quizás transuránicos, tan pesados como quebradizos, inestables y frágiles.

Lima, ámbar y oro, rojo, naranja y amarillo, también verde, azul y violeta, y con un poco de suerte el añil entre la marina, la fresa y la mora.

Entre el vuelo del azor, del águila y del halcón.