viernes, 17 de octubre de 2008

El peletero/La promesa



10 Marzo 2007

“Sabía que lo que tenía que hacer era desagradable, nunca me ha gustado matar a nadie, pero había dado mi palabra, lo había prometido. Se lo había prometido.

Con amenazas y chantajes, con súplicas y llantos, la desdichada había conseguido que aceptase el encargo. Maldita sea, no pude negarme. Yo no soy un profesional, no tengo escrúpulos, es cierto, he matado a más de uno, pero no me gano la vida con ello. No me gusta hacerlo, así de sencillo. No soy un asesino, ni un psicópata. Sé lo que sucede, te insensibilizas, te acostumbras, te idiotizas, y al final te da igual hacerlo o no, el cerebro se te pudre y acabas convertido en un imbécil de mirada perdida. Algunos piensan que es una mirada de hielo, pero no, miran el horizonte por que no pueden mirar nada más.
Pero lo tenía que hacer, a mi pesar lo tenía que hacer, sería desagradable pero también sería fácil. Matar es fácil, con lo que cuesta a veces morir, matar es muy fácil, siempre me ha sorprendido lo sencillo y rápido que es, ¡zas! y ya está, terminado.

Se lo había prometido, en un momento de debilidad le dije que sí, no pude evitarlo. El futuro muerto se lo merecía, sin duda. Era un usurero dispuesto a cosas peores que matar para hacer prosperar su negocio de vampiro. Individuos así merecen que alguien les corte las manos antes de cortarles la cabeza. Yo no llegaría tan lejos, sólo le atravesaría el cráneo con una simple bala de plomo. Una de esas que explotan y lo dejan todo perdido de sangre y restos de cerebro y pelos pegados por las paredes. Necesitarían unos cuantos días para limpiar el estropicio.

Me lo había rogado con lágrimas en los ojos, gritos y balbuceos. No juegues más le contesté yo, deja las cartas, los dados, lo que sea, pero no juegues más le insistí. Las deudas hay que pagarlas, las de juego con más razón y los préstamos del prestamista más te conviene devolverlos con todos los intereses. Me amenazó con hacerme chantaje, me insultó y casi me abre la cabeza de un golpe con un plato. Mátalo, mátalo, chillaba mientras me besaba. No podía soportarlos, ya no podía soportar esos besos, los más tiernos del mundo, los mejores que nunca me han dado. No podía, ya no podía con ella, lo más hermoso que jamás he tenido y que nunca tendré. Mátalo, cobarde, si me quieres, mátalo, tú sabes hacerlo, compórtate como un hombre, no seas un niño, no será ni la primera, ni la última vez, me gritaba. De acuerdo, lo haré, te lo prometo amor mío. No te creo, insistía ella, júralo, me pedía. No hace falta, te doy mi palabra, lo mataré. Si no lo haces te…. No dejé que terminase la frase, el disparo sonó limpio y la bala que le atravesó el corazón también. Ya en el suelo, me miró sorprendida con la poca sangre que aun le llegaba al cerebro. No te preocupes cariño, le dije, te doy mi palabra, lo mataré.

Así pues sabía que lo que tenía que hacer era desagradable, nunca me ha gustado matar a nadie, pero había dado mi palabra, lo había prometido. Se lo había prometido”.

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Éste es un relato simbólico, donde las muertes ejecutadas y prometidas son alegorías de otra cosa. Él y ella también lo son, y por supuesto las deudas y el usurero. Todo significa algo que está fuera del relato.

Esas muertes son la obligada medicina a un problema. Son una salida intempestiva, una “solución final” en la que es imperativo terminar con el enfermo para curar la enfermedad.

Las deudas son los lastres y las rémoras que las personas arrastran y cargan. Algunas de ellas se convierten en jorobas que terminan por deformar su físico y su alma. Desprenderse de ellas a veces sólo es posible aplicando ésa “solución final”.

¿La mujer es tan culpable cómo lo es el usurero que la vampiriza?

¿Cuándo él la mata se libera de ella o la libera a ella?, ¿o ambas cosas?

Según parece él ya lo ha hecho otras veces, aunque no le gusta. ¿Hacer eso que le pide ella lo convertiría en todo un hombre?, ¿no hacerlo significaría continuar siendo un niño? La sorprendente resolución del dilema por el que opta nuestro protagonista, matándola a ella primero, ¿qué significa?, ¿es un sacrificio?, ¿es un acto de amor?, ¿es una huida?

¿Ella es una mujer o es una niña? ¿Él es un niño?

Freud arguye que la condición adulta significa saber que ni el mundo ni la naturaleza han previsto la felicidad humana.

Las mujeres siempre creen que son mujeres, y no paran de afirmarlo donde convenga. Los hombres sabemos en cambio, que jamás dejamos de ser unos niños, pero nunca lo decimos muy alto, preferimos callarnos y aparentar otra cosa. Aparentar eso que las mujeres esperan de nosotros, que seamos capaces de matar por ellas. Aunque hay ocasiones, demasiadas ocasiones, en que las muertas son ellas mismas. Produce escalofríos ver su mirada sorprendida y asustada mientras la sangre mancha el suelo.

Es una manera muy dramática y tardía de saber eso que Freud afirma.