martes, 8 de noviembre de 2011

El peletero/Marco (2 de 5)

2.
Desde entonces vivo solo, prefiero que sea así, no depender de nadie aunque no tenga qué comer; el recuerdo de Esther me continúa acompañando y con él tengo más que suficiente para seguir hablando conmigo mismo. Con todo, y de manera sorprendente, he conseguido, más bien que mal, mantenerme junto a un par de esclavos que limpian mi propia casa, cocinan y elaboran los pigmentos y los aglutinantes que utilizo para pintar y satisfacer a mis clientes que quieren ver pintados, en las paredes de sus mansiones austeras de patricios sobrios y justos, los palacios que tendrían si fueran reyes etruscos o sátrapas babilonios.

Mi reputación es buena, si bien me conocen pocos, no soy un pintor popular, solamente un mero artesano que ha de usar sus manos para trabajar. Procuro ser honrado en lo que ofrezco por las monedas que pido; vivo de una manera aceptable en mi pequeña y barata casa que poseo, pero no habría podido comprármela en las subastas públicas de deudores si no hubiera tenido algo parecido a una actividad paralela, medio secreta, y discreta, que me proporciona un suplemento económico, regular y muy importante; realizo pequeñas tablas eróticas y pornográficas para disfrute de aquellos que necesitan ver a otros fornicar para levantar su propio ánimo y miembro como si al mirarlas les proveyeran de las alas que ya no tienen y que seguramente nunca tendrán.

Reparto mis tabletas obscenas por los burdeles y prostíbulos de la Suburra, al lado de casa; son las mismas putas las que me las venden a cambio de una pequeña comisión y alguna que otra historia que me cuentan de voluptuosidades inconfesables, orgasmos desorbitados y posturas imposibles. Sus relatos, verdaderos o falsos, están llenos de mujeres perdidas y de hombres depravados, o bien de todo lo contrario, de honestas matronas y honrados varones que necesitan dejar de serlo para encontrarse a sí mismos transitando por calzadas peligrosas y desconocidas. La muerte siempre acecha y en la lascivia queremos creer que hallamos una manera de engañarla, ese juego bien explicado de entradas y salidas da lugar a mil anécdotas y enredos entre listos y tontos y en los que nadie, ni los unos ni los otros, consigue sobrevivir indemne y sin heridas.

Sus historias parecen ser también una escuela de la vida, una señal fidedigna y fiel del alma que se expresa a través del cuerpo, una manera de enfrentar y vencer el miedo, pero... Cuentan que comemos de la misma manera que besamos, que hablamos, cantamos y bailamos, que reímos y lloramos igual que copulamos, que nuestros gestos nos revelan como libros desenrollados, pero no es verdad, nada de todo ello es cierto fuera de la perspicacia y la sagacidad del ojo de la Medusa que con su astucia y clarividencia ve más allá de lo que se puede mirar y que no es nada que los pobres humanos podamos ver.

Dicen igualmente que las palabras y los silencios cuentan cuentos y patrañas que no están en ellos, son la música de las manos y los gestos, si quisiéramos verdaderamente conocerlas deberíamos arrancarles la piel a las mismas lenguas y a los labios que las pronuncian, desnudar las palabras porque el verbo calla cuando Venus danza y mis rameras saben de lo que hablan, ellas contemplan el mundo desde una atalaya que se eleva por encima de las nubes al encontrarse más abajo de los ombligos. Todo el mundo miente aunque diga la verdad y mucho más en los asuntos de Eros que en los de Plutón, el sexo es barroco como un capitel corintio o estoico a veces como uno dórico, nuestro mundo se adorna con palabras del segundo y con gestos del primero según le vaya, es un intento de revestir de buen gusto lo que de por sí nunca lo tendrá.

Pero nadie escucha, las voces entran por una oreja y salen por la otra, nadie presta atención y otros callan y no dicen nada porque hay cosas difíciles de entender porque no son fáciles de explicar.

Algunas prostitutas quieren pagarme con sus servicios, pero yo siempre he pensado que su carne no es comestible en el estricto sentido de la palabra y más prefiero un besugo al horno, un pollo de corral asado y un par de coles hervidas para mí, y mis dos esclavos, que su marisco que no se pesca en ningún mar ni río, ni llena mi olla ni alimenta tampoco nuestros estómagos.

Yo también sé de lo que hablo, si bien parezca uno de esos estoicos o impasibles cristianos que se enorgullecen de su celibato. He pintado muchos de los lupanares de la ciudad, sus habitaciones, sus paredes interiores y los muros que dan a la calle para anunciarlos, las cuevas de las famosas lobas romanas que han alimentado a todos sus ejércitos; en su día, de niño, bebí de esas ubres y percibo su olor a distancia, esa humedad extraña y ese olor dulce a despensa cerrada que como una trompeta muda reclama hombres para sí, y reconozco, sin lugar a dudas, el acorde de sus voces, ese timbre y esa manera curiosa de doblar la lengua hacia dentro cuando no pretenden contar todo lo que saben o no quieren confesar que se creen por conveniencia, o por ignorancia, todo lo que les cuentan.

La mayoría de los destinatarios de estas tabletas son hombres, jóvenes y mayores, muchos adolescentes y bastantes ancianos, aunque también hay alguna que otra mujer solitaria a la que le gusta verse pensando que es ella la reina de la orgía. Sea como sea mi mejor cliente es realmente una que se llama Gala que dice que compra mis dibujos para su esposo al que parece le faltan las fuerzas para alzar su propio vuelo y su propia espada.

Mis dibujos estimulan el deseo azorado y vergonzante de los clientes que así se deciden y pagan más de lo que habían pensado en gastar al salir de casa. Anudo, en una sola imagen, pasado, presente y futuro, en ellas, en el deseo que alimentan mis dibujos pornográficos, ven posible vivir ahora de un recuerdo, propio o ajeno.

Porque los recuerdos no son sólo nuestros, algunos los regalan y otros los roban.