viernes, 5 de septiembre de 2008
El peletero/La mayoría de mis clientes son mujeres
13 Diciembre 2006
Me llaman “El Gordo” y la mayoría de mis clientes son mujeres, es extraño, no soy ginecólogo. Mi trabajo no tiene una titulación específica ni tampoco se estudia en ninguna escuela. Incumplo buena parte del código penal y civil, eso es todo. Siempre lo hago en nombre de otros, nunca en el mío, sólo soy un intermediario. Satisfago los deseos y las necesidades de los demás. Y esos “demás”, según parece, son mujeres, la mayoría.
No llevo estadísticas, ni contabilidad alguna, los papeles los quemo todos, pero mi memoria es buena y ella me dice que la debilidad, el desamparo y la venganza fría y planificada, son características más femeninas que masculinas.
Las mujeres son víctimas de los mismos males que dañan a los hombres, la diferencia no se encuentra en el corazón, debemos buscarla en el aparato digestivo. Las mujeres comprenden las cosas antes que sucedan, pero siguen masticándolas incluso cuando hace ya tiempo que han ocurrido. Su digestión es lenta. El ácido que a veces tienen sus palabras no se corresponde con el de sus intestinos. Sus dientes son de felino, pero su estómago es de rumiante. Los hombres tardamos mucho tiempo en comprender lo que sucede a nuestro alrededor, pero una vez lo hemos conseguido, digerimos y evacuamos rápido
Los hombres planificamos más o menos bien nuestra codicia, las mujeres su lujuria. Esta diferencia tiene que ver con la distinta manera de concebir el poder y la manera de llegar a él. Cada uno sube las montañas con lo que tiene más a mano. Ya sé que las cosas, dicen, están cambiando. Sé que lo dicen y así será, sin duda. Me estoy dando cuenta que muchas mujeres empiezan a entender la lógica masculina, que consiste en lo siguiente: tu vida sexual mejorará si mejora primero tu vida económica. Pero antes de implementar esa estrategia las mujeres deben responder previamente a la siguiente pregunta: ¿el sexo me ayuda a mejorar mi economía?, una vez contestada deberán tomar una decisión.
Hay mentiras que parecen verdades y verdades que parecen mentiras, yo utilizo ambas según el momento y las personas. Las primeras forman parte del mundo de las sombras, del engaño deliberado. Las segundas son hijas de la luz, del resplandor cegador, de la sinceridad prefabricada. Las primeras buscan la emboscada, las segundas el desarme, el abandono confiado. Cada víctima y cada ocasión te demandan una u otra y lo hacen en función de la respuesta que se han dado a sí mismos respecto al sexo y la economía.
Si resulta que piensan que es la economía la que mejora su vida sexual, utilizaremos entonces las mejores mentiras de nuestro arsenal, si por el contrario creen que es el sexo el que acrecienta sus cuentas bancarias habremos de recurrir a las verdades más deslumbrantes.
El dinero se le engorda con mentiras para que muestre su auténtico rostro, este es su único alimento. El sexo en cambio necesita siempre la verdad para soportar nuestro desamparo. Se puede hacer lo contrario, sí, pero las victorias son entonces efímeras y el beneficio escaso.
Estas reflexiones serán del agrado de pocas personas y seguramente de casi ninguna mujer, ya lo sé, pero mis palabras no van dirigida a ellas, van dirigidas a mí, en mi esfuerzo por realizar mi trabajo cada vez mejor. Soy un profesional del engaño y la extorsión, no puedo tolerar ni me puedo permitir engañarme a mi mismo por falsos prejuicios, lugares comunes o deseos bien pensantes. Entre la realidad y yo no debe haber intermediarios.
A mi me piden transgredir la ley, eso quieren que haga aquellos que me contratan, no puedo fracasar, nadie me daría una segunda oportunidad, y para servirlos he de conocer bien mi oficio. Mi éxito depende del daño que pueda causar a otros, para lograrlo he de penetrar como un gusano en sus almas, no es tan difícil como muchos piensan. El secreto está en el miedo que sienten y la capacidad que tú tengas para aliviarlo, transformándolo en seguridad y certeza. Si consigues disminuirlo, aunque sea levemente, la gente te abrirá su corazón de par en par, es entonces cuando hay que arrancárselo de cuajo.
La mayoría de mis clientes son mujeres, aunque a decir verdad son los hombres los que demuestran mucho más miedo. Es una paradoja que sólo sé explicar a través de la maldición divina de la maternidad. Las mujeres siempre llevan un lastre muy pesado, sus barrigas parecen albergar más un tumor que un cachorro. El día que consigan extirpárselo, como yo arranco los corazones, no tendrán miedo a nada. Ninguna mano podrá tocarlas.
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