lunes, 30 de junio de 2008
El peletero recto
28 de junio de 2006
Scarlett O’Hara exclamaba enrabiada y sin un ápice de ironía, que los hombres, en lugar de hablar y preocuparse tanto por la guerra, deberían dedicarse a cosas que fueran realmente importantes. Nuestro peletero recto siempre había sonreído ante tal afirmación, era ingeniosa y absolutamente femenina. Un magnífico y brillante punto de partida para una controversia tal vez eterna.
A nuestro peletero, sin embargo, no le hubiera interesado hablar con Scarlett, salvo para recriminarle que por su culpa la conversación entre Butler y Ashley no se llegase nunca a realizar. En su lugar, los espectadores obtenemos una escena de acoso amoroso, donde Scarlett confiesa a Ashley su amor por él. Éste, aturdido y vulnerable frente a la sincera y obscena desnudez sentimental de ella, consigue resistirse con razones, argumentos y conveniencias. La reacción airada de niña consentida que le produce su fracaso nos ofrece un final cómico al ver aparecer a un Butler escondido y que sin quererlo ha escuchado toda la conversación. Caballero y canalla, le promete a ella una total discreción al mismo tiempo que le ofrece sus servicios y le confiesa su predisposición hacia ella. Scarlett lo desprecia hipócritamente ofendida, mientras él sonríe satisfecho.
¿De qué habrían hablado Butler y Ashley si no se hubiera entrometido Scarlett?, dos hombres tan distintos en sus propósitos y sus actos como iguales en la mirada con la que veían el mundo, no en balde los dos se enamoraron de la misma mujer. Uno, Butler, era un superviviente nato. El otro, Ashley, era un moribundo sano, dos maneras diferentes de responder a la única cosa importante que hay en la vida, la muerte. Los dos lo sabían y tal vez por eso ambos querían a alguien como Scarlett O’Hara que no sabía que iba a morir.
No saber que vas a morir es distinto que saber que no vas a morir, si una es producto de la inconsciencia, la otra lo es de una ignorancia insolente. Sin embargo, ambas son el resultado de una falta absoluta de percepción del tiempo. Nada digno de existir merece ser construido fuera de este pestilente aroma a muerte que es el tiempo, ni el amor, ni el arte, incluso nuestro peletero sospecha que ni tan siquiera la fantasía si pretende no acabar siendo un mero delirio.
Tal vez por eso J.R.R. Tolkien da vida a sus inmortales elfos a condición de que también puedan morir si su cuerpo eternamente sano es destruido con violencia. Paradoja sublime al otorgarles la posibilidad de ser absolutamente generosos. Los humanos en el fondo arriesgamos poco pues tarde o temprano morimos. En cambio para estos seres fantásticos, la vida es una pura elección, tanto, que al final deciden abandonar nuestro mundo. Todos aquellos elfos que han conseguido sobrevivir a mil batallas, terminan por tomar con sus mágicas naves “el camino recto” y partir con ellas hacia las “tierras imperecederas”, situadas más allá de la comprensión humana.
La denominación poética de “camino recto” siempre le había parecido a nuestro peletero perfecta, al ser ésta la única manera moral y físicamente correcta de describir el sendero para salir del universo: la línea recta. Precisamente por que nada hay en el cosmos que sea recto, ni cosas, ni caminos. La línea recta, además de ser un hermoso artificio matemático, es también un magnífico instrumento para marcharse o perderse. Como acertada y brillantemente afirma Borges, es el laberinto perfecto.
Nuestro peletero sabe que estas afirmaciones están urdidas con un hilo muy fino y frágil, tan fino y tan frágil como la casi imperceptible línea que separa la vida de la muerte. Oasis que ningún mapa señala y que sólo una rara determinación o una extraña casualidad te permitirán recorrerla. Si esta es tu voluntad o tu suerte, descubrirás maravillado, con el paso inseguro del funambulista, su absoluta belleza y extraña penumbra. En ella también conocerás el terror ante la inminente e inevitable caída que inexorablemente te conducirá hasta el fondo del abismo, donde el tiempo y tú seréis definitivamente derrotados.
La imperceptible línea que separa la vida de la muerte es el ojo de la aguja que ni Dios, ni el diablo pueden atravesar.
domingo, 29 de junio de 2008
El peletero arquitecto
26 de junio de 2006
Decir que la peletería no tiene nada que ver con la arquitectura es un mal comienzo porque parece obvio. Manifestar lo contrario también porque no lo parece en absoluto.
El comienzo correcto es descubrir el nombre y los apellidos del peletero arquitecto.
Esa es la buena manera de iniciar el relato, con un nombre, un lugar y una fecha.
El 1 de junio de 1950 Albert Cardigan terminó con excelentes notas su licenciatura en arquitectura. Originario de la costera ciudad de Ostende donde su padre tenía un pequeño taller de peletería en el que se pasaba media vida ayudándole en todo lo que podía, mientras, al mismo tiempo, estudiaba para ser arquitecto. Iba y venía constantemente de Bruselas a Ostende y viceversa.
Bélgica es un país pequeño, y estar, lo que se dice estar, no está en ninguna parte, circunstancia que no deja de ser una ventaja para desplazarse por él. En realidad Bélgica, y que me perdonen los belgas, es un No lugar muy bien situado en el mapa.
El padre de Albert no era un peletero reputado, aunque sí extraordinariamente valorado. Trabajaba para otros. Eran estos otros y no él los que se llevaban los honores. Alquilaba sus manos a un precio razonable y realizaba a la perfección lo que los otros le pedían. A él no le importaba no tener renombre aparte de su propio nombre. Era un hombre humilde, trabajador infatigable y ganaba el suficiente dinero para permitirle a su hijo estudiar arquitectura.
Una vez obtenido el título, Albert también tuvo que empezar a trabajar en su nueva profesión aportando soluciones técnicas a brillantes ideas estéticas de otros y de difícil solución práctica. Eso le pedían, soluciones inverosímiles a deseos impensables. Los trabajos los firmaban otros y el aplauso era para ellos.
La ley de la gravedad, naturalmente, no admite componendas, y aunque su pericia, talento técnico y los nuevos materiales eran ya una ayuda importante, no siempre le solucionaban retos casi imposibles.
Ahora es el momento de volver al principio del relato y tratar de empezar otra vez, pero sin nombres, lugares, ni fechas.
Las prendas de vestir en general están pensadas para ser transportadas. Se sostienen en algo que es móvil y que además camina, las personas. Y todas y cada una de las piezas de un vestido cuelgan. Incluso los sombreros se cuelgan de nosotros, al igual también que los mismísimos zapatos. A veces hasta pueden llegar ser rémoras y lastres pesados e incómodos.
La arquitectura también es un arte colgante y a veces incluso móvil, como los molinos, plataformas o atalayas giratorias, y las cubiertas corredizas, así como también las humildes persianas, ventanas y puertas. Incluso hay casas con ruedas que se trasladan a voluntad de sus habitantes. También hay tiendas que caben en un saquito para los que transportan poco peso y se echan a dormir en cualquier sitio.
Tanto la arquitectura como la vestimenta necesitan de planos para ser realizados y construidos y ambos están pensados para albergar personas en su interior. Cubrirlas, envolverlas, protegerlas, adornarlas.
La arquitectura como el vestido pueden ser también un emblema, como las catedrales y los uniformes, como los rascacielos y también como la técnica del desnudo, sea strip tease o nudismo.
Albert, siempre que podía llevaba a sus hijos al circo donde se maravillaba con la aparente inestabilidad de la carpa, de sus inclinados postes y de sus cuerdas tensadas, pero donde su corazón latía con más fuerza era con la doma de fieras y, como no, en el momento cumbre del funambulista.
sábado, 28 de junio de 2008
El peletero agradecido/Bilal
23 de junio de 2006
Para hablar con toda propiedad de Enki Bilal y de muchos otros, tendríamos que adentrarnos en la historia de las artes visuales en el mundo moderno. Este es un debate antiguo, largo y aún no resuelto. En realidad es ya una falsa polémica porque el canon establecido por las vanguardias está tan arraigado que cualquier intento de rebatirlo se hace poco menos que estéril.
Enki Bilal es un artista que recrea un mundo temporalmente cercano al nuestro, pero nada cotidiano y anímicamente lejano y ajeno, seres alienados en un universo hostil. Ha creado un estilo hierático, contundente y sobrado de matices iconográficos casi inabarcables.
Su hieratismo lo remite a un estilo formal primitivo que lo lleva a una visión posmoderna. Su rigidez anatómica, paradójicamente, está perfectamente al servicio del resultado final. Toma el camino opuesto al de un Burne Hogarth, por poner un ejemplo clásico también del mundo del cómic, donde todo es movimiento, donde nunca nada está quieto, ni el más pequeño de los pelos de la cabeza, ni la más minúscula de las hojas de la selva.
Los personajes de Bilal parecen unos invitados de piedra posando para las fotografías de rigor de una boda. Pero esta inmovilidad no es una mácula ni un error, ni siquiera una falta.
Toda su fuerza expresiva y todo su repertorio de soluciones gráficas se muestran en todo su esplendor en esas estatuas dibujadas que son sus personajes.
Enki Bilal es otro gran visionario. Sus figuras, paisajes y escenarios son tan posibles como posible es hoy en día cualquier futuro.
Su obra forma parte de esta gran tradición iconográfica popular que representan las lecturas gráficas. Pero la lógica de sus imágenes es tan propia, independiente y sui géneris que su calibre es comparable a la tradición generada alrededor de la gran pintura.
Bilal nos persuade de que existe el futuro y que el pasado aun está presente. Tanto sus ilustraciones, como también sus viñetas tienen la fuerza de lo extraño y lo conocido. Ellas sostienen toda la ventana y lo que se ve a través de ella. Son imágenes oníricas, crueles y desoladas, con una contundencia visual que no está reñida con la sutileza.
Sólo hace falta tener el valor para atravesarlas y mirar que hay al otro lado. La vida. Y la muerte. O tal vez otra cosa.
martes, 24 de junio de 2008
El peletero realista
21 de junio de 2006
En tiempos antiguos había que escoger entre racionalidad y realismo. La realidad siempre tenía todas las de perder, la experiencia no era nunca un motivo que pudiera contradecir un buen argumento racional o un deslumbrante artilugio mental. En tiempos muy antiguos era así y desgraciadamente también lo ha sido en tiempos modernos, millones de muertos en todo el planeta lo atestiguan hasta el día de hoy. Las utopías son hijas de esta racionalidad asesina. Los muertos no cesan de aumentar y la sangre no deja de fertilizar la tierra, el rencor y el odio.
En tiempos antiguos la razón prevalecía a la realidad, y además se sometía al dogma. Así ha sido hasta que el ser humano inventó la ciencia, desterró al dogma a su propio infierno y armonizó razón y realidad sin violentar ninguna de las dos.
¿Qué tiene todo esto que ver con los peleteros? Los peleteros, como todo el mundo, no hacemos nada partiendo de la nada, construimos objetos -en este caso físicos y no mentales- a partir de una materia preexistente, la piel y la persona que ha de llevarla. Podemos diseñar lo que nos venga en gana, pero siempre habremos de utilizar la realidad y saber que lo que hacemos no está pensado para ser mostrado, en principio, en ningún museo. Una manga bien planteada habrá de ser retocada en una prueba. Un largo muy estudiado de un abrigo tendrá que ser cambiado, o no, al ver a la persona vestida con él.
El peletero, como muchos otros, es por necesidad realista, parte de hechos. La construcción de artefactos y la necesidad de sobrevivir obligan a convivir con la realidad y no a huir de ella. Incluso aunque el peletero se vuelva loco y crea que unos extraterrestres lo han abducido, a pesar de ello, si su locura le permite trabajar tendrá que vérselas con la realidad.
En tiempos muy antiguos Zenón de Elea demostró que el movimiento era ilusorio, que el atleta no sólo no llegaba a la meta sino que ni siquiera corría. Sus ojos le decían lo contrario, pero sus argumentos en aquel entonces eran demasiado buenos como para despreciarlos por la realidad. La famosa paradoja de Zenón ya ha sido demostrada y resuelta, y lo ha sido de la siguiente forma: la suma de una serie infinita de término general uno partido por dos elevado a n, (1/2)n, no es igual a infinito como creían los griegos, sino igual a la unidad. Gracias a esta solución el atleta deja de ser un paralítico y empieza a correr desesperadamente para ganar la prueba. Y el peletero puede cortar y coser sus pieles y el carpintero hacer sus mesas.
Eso es así aunque el mundo siga empeñado muchas veces en no creérselo. Mientras tanto, entre los dogmáticos y los racionalistas utópicos los muertos van aumentando.
lunes, 23 de junio de 2008
El peletero cristiano
19 de junio de 2006
A los peleteros nadie nos puede quitar la condición de víctimas, o al menos eso creemos nosotros cuando percibimos miradas ladeadas con los ojos a medio cerrar o abiertos tan de par en par que parece que les hayan arrancado los párpados, sorprendidos y alarmados justo en el instante precario de acabar de pelar una gamba a la plancha.
A los peleteros tampoco nadie nos puede quitar la condición de victimas propiciatorias o chivos expiatorios, o al menos eso creemos nosotros también cuando intentamos mirar el mundo, mirarlo de frente y ver como está. Lo que vemos es lo que vemos y el mundo está como está y en él nosotros, convertidos a veces en la excusa de almas tan perversas o tan simples y torpes como también hipócritas y puritanas.
El peletero que es cristiano es peletero porque le gusta, y es lo segundo, cristiano, porque cree que en Jesús no sólo hay todas las víctimas, si no que, además, resucita al tercer día.
El concepto cristiano de víctima es un paradigma antropológico y moral radicalmente nuevo comparado con el mundo antiguo (con algún que otro pseudo antecedente) al convertirse en el centro alrededor del cual gira toda la nueva arquitectura religiosa que es el cristianismo frente al anterior universo pagano. Pero eso sólo sería una anécdota si en el cristianismo prevaleciera únicamente la sangre y la muerte y en él sólo viéramos al Cristo del madero agonizando y sufriendo.
La vuelta de la clave tiene lugar al tercer día de haber sacrificado al chivo llamado Jesús. Este simple crucificado al que llamamos Cristo, alrededor del cual toda la comunidad realiza la catarsis de limpiarse las culpas, va y no se le ocurre otra cosa que resucitar. Es la victoria sobre la muerte. Quien entiende y cree esto es cristiano, quien no lo entiende o no lo cree, no.
El lugar de Jesús puede entonces quedar vacío o llenarse con cualquier otra cosa. Normalmente lo llenamos con ideologías políticas redentoras o nos convertimos en ateos de conveniencia o también en paganos a la moda. Santificamos a la nación, al proletariado, a la madre naturaleza o a los diversos nirvanas orientales. En todos los casos el yo se diluye, se funde, se fusiona, desaparece en algo superior, mayor, mejor, el no va más, que a fin de cuentas y a la hora de la verdad no es nada más que la nada. Pobre y barato resultado para tanta y tan ardua filosofía.
Cuando el yo desaparece, desaparece la responsabilidad, y si desaparece la responsabilidad también lo hace la víctima y por supuesto su verdugo. En oriente no existe el sentimiento de culpa, pero tienen el peso del honor, que es peor porque es un lastre que hay que compartir con la tiranía de la comunidad.
El peletero, sea cristiano o no, sea peletero o no, está sujeto a la misma realidad de víctima propiciatoria. La tempestad nos zarandea a todos por igual, cada uno puede creer lo que quiera, a la realidad le da lo mismo. Para ella, como para el Dios de los creyentes o el de los ateos todos somos iguales, o por lo menos deberíamos serlo, circunstancia que tampoco es muy segura. ¿El perdón o el castigo es el mismo para diferentes pecados? ¿Hay elegidos?
Los peleteros, mediante materiales de seres muertos sólo sabemos crear belleza y utilidad para ojo humano, algo muy pobre y efímero comparado con la gran victoria de Jesús frente a la muerte.
La comparación es tan obscena que no debería ser hecha ni dicha.
domingo, 22 de junio de 2008
El peletero perdido
16 de junio de 2006
Aquella noche no dormí bien, soñé que tenía un perro y un espejo. El perro comía de mi mano y sus ojos siempre me miraban ansiosos. Al espejo lo miraba yo fascinado por lo que veía a mi espalda, eso sí que es tener un tercer ojo pensaba. Al perro lo maté cuando tuve hambre y al espejo lo olvidé al morirme.
Ahora que estoy despierto oigo un ladrido que me corta los ojos. Ciego, veo las calles llenas de gente, y mi casa, sucia por el tiempo, está abandonada. Asustado, recuerdo que todos a los que amé han muerto. El espejo se ha estropeado, pero aun sé que puedo matar al perro.
Muerto y ensangrentado me alzo, y desde la cima me despeño desesperado, ladrando como un perro loco.
Querida hermana, hace una semana que he regresado a casa y tú aun no estabas. Tu ausencia me ha entristecido tanto como ver a nuestros padres tan ancianos y enfermos. Te confieso que no los he reconocido y ellos a mi tampoco. No recuerdan haber tenido dos hijos pero no me miran como a un extraño.
Aun sé contar y sé los años que han pasado desde que nos fuimos, son muchos y me da miedo. Hermana, me prometiste que regresarías pero todavía no has vuelto. He tenido que poner la casa patas arriba para encontrar las fotografías, no recordaba dónde estaban. Llevo días mirándolas, una y otra vez, y me maldigo a mi mismo por mi débil memoria, no tenía que haberme ido sin ellas.
No debimos marcharnos, ¿quién ha cuidado de nosotros durante todos estos años? Nuestros padres pronto morirán si es que no están ya muertos como estas viejas fotografías.
Está tan lejos y tan oscuro todo, querida hermana, que aun no sé porqué espero impaciente que entreabras los ojos y me digas qué has visto y qué camino debo seguir. Pero tú siempre callas, callas como una muerta o como alguien que no está. El único sonido que puedo oír es el mío, se me escapa de entre los dedos, se esparce, rebota, vuelve y se vuelve a ir, sordo y moribundo. Hace ya mucho tiempo que todo está oscuro y mudo como si me hubiese muerto o como si yo mismo ya no estuviera.
Regresé a casa bien entrada la noche, una vez hube terminado el maldito abrigo. Al llegar, la escalera estaba completamente a oscuras y los vanos intentos que hice para que el interruptor iluminara el vestíbulo, rápidamente me confirmaron que me quedaban cinco pisos de fatigosa subida a pie y a oscuras. El mechero de gas enseguida me quemó los dedos y apenas podía avanzar, cada vez, tres o cuatro escalones con cierta seguridad. El olor a humedad cocinada con los vapores de los últimos refritos, rellenaban el interior del edificio como un agobiante y espeso colchón nauseabundo, siempre había relacionado aquella escalera con el útero de una mujer vieja y enferma. Los desagües y cortocircuitos se sucedían con tanta frecuencia que más que una casa parecía un buque a la deriva. Los inquilinos desaparecían poco a poco, como náufragos sin salvación.
Súbitamente y desde lo alto, un mortecino foco de luz me sobresaltó. Inquieto y desconfiado me pregunté de quién sería ese ojo furtivo que me espiaba y que también me iluminaba y me guiaba en mi tambaleante escalada. La luz de aquella linterna envuelta en oscuridad ocultaba el rostro de mi guía como si fuera el mismísimo Dios.
Pero sólo era el vecino del piso superior, que seguramente estaba esperando ansioso la llegada de su hija trasnochadora. Cuando llegué a mi rellano le agradecí sinceramente su ayuda. No estoy muy seguro, pero creo que no me respondió.
sábado, 21 de junio de 2008
El peletero quántico
14 de junio de 2006
Un quantum es una realidad sui géneris, con propiedades propias, exclusivas, y ajenas a la cotidiana experiencia humana.
No vamos aquí a relacionar todas y cada una de estas propiedades pues este no es ningún texto de física cuántica divulgativa. Únicamente diremos que una de las características fundamentales de un quantum es la de estar en dos estados incompatibles al mismo tiempo, tanto en el pasado como en el futuro, y que sólo en el presente se nos presenta únicamente en uno solo de ellos.
Un peletero también es una realidad sui géneris y tampoco vamos aquí a relacionar cada una de sus propiedades puesto que este texto tampoco es un manual de peletería. Únicamente diremos que un peletero es una realidad con muchos estados, ninguno de los cuales es incompatible con los demás, ni en el pasado, ni en el presente. Respecto al futuro nadie se atreve a responder. Eso si, no tenemos el don de la ubicuidad, aunque sí podemos hacer dos cosas al mismo tiempo.
Las propiedades de un quantum son cuantificadas por los físicos con lo que ellos llaman “amplitud de probabilidad” que a pesar de ser algo extraordinariamente complejo también es algo bellamente poético.
Las propiedades de un peletero también son valoradas con varios raseros, uno de ellos es el dinero, que a pesar de ser algo extraordinariamente práctico y común también puede estar lleno de encanto.
En ambos casos, ambas cosas son únicas aunque una de ellas es exclusiva. Un quantum de tal clase es igual a otro de la misma clase, los dos son transmutables, transferibles y transponibles, igual sirven para un fregado que para un barrido. Un peletero no, él es único y exclusivo, tiene nombre y apellidos, y si ya no la tiene, tuvo una familia.
En la sopa primigenia, justo después del enorme estallido del BIG BANG, todo era indistinguible, todo era igual. Que de algo igual salgan cosas tan diferentes como las galaxias o los peleteros, tiene su gracia. Si existe el Diseñador decididamente hay que aplaudirle, trabajo le debe haber costado diseñar un cordero astracán de los desiertos del Kalahari.
jueves, 19 de junio de 2008
El peletero agradecido/Moebius
12 de junio de 2006
El peletero que escribe estas líneas quiere dar las gracias a los artistas, dibujantes y fotógrafos con los que se siente identificado para ilustrar y presentar sus palabras con imágenes.
Jean Giraud (Gir) cedió la portada de su primera obra a su propio maestro Jijé. Hoy en día sigue publicando los álbumes de “El teniente Blueberry” -una de las series más famosas del mundo del cómic- como coautor junto a su guionista Charlier, a pesar de que éste hace muchos años que murió y ahora es el mismo Giraud quien escribe las historias.
Jean Giraud es también Moebius, la otra cara de la moneda de un artista que tiene el difícil mérito de haber creado la mejor obra del cómic universal, así, tal como suena. Hay que repetirlo, sin pasión, pero con todas las letras, la mejor obra del cómic universal: “El garaje hermético”.
Jean Giraud es un artista de formación clásica, pura y dura. Su saber se fundamenta en un conocimiento profundo y exhaustivo de la figura humana y animal, del dibujo y del trazo, tanto a lápiz como a pincel. Es directo en la línea, como en la mancha. Sus blancos y negros son blancos y negros. Su gama cromática es completa y adecuada. El tratamiento de la luz y de la sombra es pulcramente efectiva. Es un artista limpio y claro.
Su temática se basa tanto en la reinterpretación de los grandes mitos y viejas historias del Western, como también en la más pura fantasía pseudocientífica, irónica y surrealista. En Jean Giraud la poesía y el absurdo trazan una línea continua precisa y amable. Sus viñetas, tal como él pretende, son de otro mundo. Los seres que en ellas aparecen y las historias que en ellas se narran son, al mismo tiempo, extrañas y próximas. Tan raras como cotidianas. Tan normales y cercanas que, a veces, los que parecemos extraterrestres somos nosotros los lectores.
La galaxia Moebius inaugura la fantaciencia moderna. Bebe de fuentes como el famoso “Dune” de Brian Herbert. O las obras de Stanislaw Lem, como “Los diarios de las estrellas”. Uno de sus referentes es también la obra gráfica de Philippe Druillet. O los grandes clásicos como Alex Raymond o Milton Canniff.
Pero más importantes que sus orígenes son sus consecuencias y sus secuelas; sus aportaciones iconográficas han influido no sólo en su propio mundo del cómic, sino también en el cinematográfico y mucho más allá. Toda la ciencia ficción y muy buena parte de la iconografía moderna a partir de los setenta es hija de su mirada visionaria.
Gracias a él seguiremos leyendo al final de cada capítulo el mágico y humilde conjuro esperanzado: “continuará”. Esta es una de las muchas razones por las que “el-peletero” encabeza algunos de sus textos con ilustraciones de Jean Giraud. Nada mejor que ellas para empezar. Todos somos el Mayor Grubert. Y al igual que el ingeniero Barnier cometeremos también el error fatal de hacer entrar en resonancia el proyector de partículas con el calibra-niveles y destruir así una bonita nave cablera. Las consecuencias serán terribles, los tres niveles del asteroide Ciguri se descompensarán inevitablemente, al igual que nuestros escritos.
El ingeniero Barnier es una chica y lleva un abrigo de piel. El enmascarado arquero del destino efectúa un disparo certero y atinado. Madame Kowalsky, Jerry Cornelius y el Mayor Grubert lo saben. Nosotros también.
¿Qué podemos hacer?
Continuará…
miércoles, 18 de junio de 2008
El peletero propenso
10 de junio de 2006
El peletero propenso a ser peletero y la propensión humana a usar pieles para vestir son dos hechos interesantes que formulados como preguntas no sabemos si sabremos responder.
Históricamente han existido tres clases de interpretaciones de la probabilidad. Una, la probabilidad como medida de la certidumbre o incertidumbre. Dos, la probabilidad como medida de la frecuencia. Y tres, la probabilidad basada en las teorías estocásticas como medida de la propensión o tendencia.
Nosotros adoptaremos la última. “Conforme a ésta, las probabilidades son medidas de la intensidad de una propensión, tendencia o inclinación que tienen ciertos estados o sucesos a presentarse. Esta interpretación objetivista puede encontrarse en Poincaré, Smoluchowski, Frechet, Bunge, y popularizada por Popper”. (Bunge 1985).
Debemos puntualizar dos cosas, primera, que el concepto de probabilidad certifica la realidad del concepto de azar. Segunda, que gracias a Kolmogoroff, “el cálculo de probabilidades es una rama de la matemática pura, motivo por el cual puede aplicarse en tantos campos de investigación diferentes, (los constructos, cuanto más abstractos, tanto más portátiles)” (Bunge 1985).
Nosotros no somos matemáticos y mucho menos puros. Pero siguiendo a Mario Bunge afirmaremos con él que: “la interpretación propensiva supone que ciertos sucesos son realmente posibles: que la actualidad está preñada de posibilidades, que el azar es real. Si una cosa concreta, p. ej., un átomo o una persona, tienen la propensión Pr(x) de estar en el estado x, o de experimentar el cambio x, entonces ésta es una propiedad que la cosa posee independientemente de nuestras creencias y que a veces puede comprobarse, observando frecuencias relativas” (Bunge 1985).
Observando la frecuencia relativa de los dos hechos mencionados en el primer párrafo de este escrito y teniendo en cuenta que: x=piel/peletero, y que “las frecuencias a la larga (a largo plazo) son condiciones de verdad” (Bunge 1985), dicha frecuencia es, como mínimo, no sólo no nula, si no que x se observa bastante comúnmente, lo cual significa que x tienen una propensión apreciable. Esto es el resultado de una observación intuitiva y aleatoria.
La prueba de cargo definitiva sólo puede venir de las técnicas estadísticas que alguien debería emprender si le place y si es que no tiene nada mejor que hacer.
Dicho todo lo anterior nos hemos quedado a gusto, hemos descargado y aliviado el intestino grueso y el recto cerebral. Hemos necesitado un instrumento matemático filosófico para afirmar algo obvio. Existimos comúnmente. Y algo no tan obvio, nuestro padre o nuestra madre es el azar.
La vida es a veces así de bonita, como un globo de colores lleno sólo de aire que flota y flota y va a la deriva donde el viento lo lleva, y con el que podemos jugar a lo que nos dé la gana, si así nos apetece.
martes, 17 de junio de 2008
El peletero muerto
8 de junio de 2006
Desde que estoy muerto sé que aunque el cuerpo es poca cosa, menos es nada, Cuando estás vivo sabes poco de algo, pero muerto lo sabes todo de nada. Eso no es sabiduría, es el olor del tiempo y de la terrible belleza de su umbral desvanecida definitivamente. Estar muerto es una mutilación absoluta e irreversible. La nada es transparente, ansiosa y depredadora y nosotros, invisibles y muertos, somos su presa que huye desesperada.
Hay más peleteros muertos que vivos. Muchos más. Esta es una simple obviedad y constatación demográfica. No tiene ningún otro significado que el de llevar con más o menos precisión una contabilidad absurda y fiable. Un recuento de entradas y salidas. Los vivos son el saldo resultante, más menguante que creciente, pero positivo, aun no estamos en números rojos. Por otra parte, en demografía son imposibles los números rojos a no ser que creamos en fantasmas.
Estas consideraciones se refieren a nuestro mundo, al oeste del Volga. No nos atrevemos a incluir a la República Popular China, si lo hiciésemos la curva descendente se convertiría claramente en ascendente, se levantaría erecta en una casi vertical obscena. China, con su enormidad, trastoca todas las estadísticas y hace imposibles análisis rigurosos y predicciones verosímiles. Allí todo es demasiado y todo es demasiado rápido. China es inabarcable, es un recipiente excesivamente colmado de humanidad.
El último peletero muerto que conocí tuvo la virtud de ser un señor, un caballero y un maestro para los que pudimos conocerle vivo. Aprendió el oficio de un judío rumano que como todos ellos en aquellos años tan peligrosos había salvado la piel por los pelos. Mucho tiempo después este judío rumano se reventó el cráneo de un disparo por culpa de las deudas de juego. De millonario, a la ruina total y al féretro de madera barata, pero ésta es una historia que ahora no viene a cuento.
Mi último peletero muerto se emancipó pronto de su jefe rumano y abrió casa propia por su cuenta y riesgo. Su habilidad y el don natural que demostraba en este viejo oficio resultaban extraordinarios. Su gusto ordenado y sencillo, pronto le convirtieron en un referente muy admirado, a pesar de su juventud, al igual que sus cabellos blancos a la pronta edad de veinticinco años hicieron de él un clásico reputado.
Sus colecciones siempre fueron de una elegancia sencilla y su técnica era tan magistral que las líneas rectas se curvaban y las curvas se enderezaban de una manera imposible y prodigiosa. Su fundamento siempre fue su buen trabajo, su buen gusto y una mirada clara. Con estos instrumentos construyó obras bellísimas, de una sencillez y complejidad sin igual.
A esta claridad su hijo le puso una sombra, un descanso, un error. Tan inteligente y hábil como su padre, entendió, en cambio, que no existe ninguna vertical, ni, como dicen los persas, ninguna alfombra perfecta. Sus horizontales eran las olas del mar y sus verticales la lluvia que cae. Sus hermosas piezas tenían y aun tienen un estigma, una herida que jamás puede dejar de sangrar al igual que las olas no pueden dejar de danzar.
Ese fue el fundamento y penitencia de su hijo y heredero, también un joven de cabellos prematuramente blancos, el error premeditado que altera la mirada y la secuestra.
La nada no tiene lados ni esquinas, ni algo que merezca ser aguantado ni sostenido, pero aunque no tenga horizonte ni suelo no esta vacía, está abandonada. Los muertos caemos sin cesar y nuestro tormento es saber que no hay fondo.
lunes, 16 de junio de 2008
El peletero transexual
6 de junio de 2006
La peletería es un asunto especialmente de y para mujeres. No sólo la mayoría de clientas son hembras, también hay muchas de ellas que son excelentes profesionales, artesanas, diseñadoras, patronistas, comerciantes, granjeras, directoras, consejeras delegadas o curtidoras.
Todos los talleres y tiendas de peletería están siempre llenos de mujeres. Desde buenas cortadoras o costureras -lo que nosotros llamamos “maquinistas”- hasta forradoras y las mejores dependientas. Desde la dueña hasta la más humilde empleada o aprendiza.
La peletería es un universo de mujeres, con sus hábitos, estilos, cadencias y perfumes. La mujer es un ser sobrado y duramente especial, y la peletería es un mundo delicado y morbosamente extraordinario. La suma de ambos deja una marca indeleble, permanente y suave, ni dolorosa, ni tampoco incolora ni insípida. Esa unión es cálida y confortable como lo son las mujeres, o resulta esquinada y con un filo peligrosamente cortante como también lo son las mujeres. En cualquier caso, el resultado nunca es invisible ni deja a nadie indiferente.
En este soñado y magnífico harén a los hombres sólo nos queda la posibilidad de ser los amos o los eunucos. Naturalmente, cada cual se las arregla como puede, incluso algunos son capaces de llegar a la categoría de compañeros.
J.C.N. no supo si podía estar contento o triste. Su amor era correspondido (¿correspondido?), y después de la lógica estupefacción inicial logó superar el prejuicio físico. Era un hombre ya mayor al que no podía serle fácil sobreponerse a la mezcla de extraño deseo con la aversión irracional.. No le fue fácil, pero lo consiguió para gran sorpresa y satisfacción suya.
Lo que sí le costó fue superar el prejuicio social que había franqueado. El moral fue el más fácil de dejar tras de sí.
Todos sabían que su amante era medio mujer y medio hombre. O digámoslo correctamente, era un hombre hormonado que no pensaba hacerse la operación definitiva de cambio de sexo. Le gustaba ese medio estar. Decía que desde “su” centro veía las cosas más claras y más equidistantes. Afirmaba que vivía en una atalaya. Bien, hay que ser eso que ella era para saberlo. Lo que sí era, es una magnífica patronista. De cualquier dibujo o diseño sacaba el patrón perfecto. Los abrigos caían de acuerdo con la ley de la gravedad y se movían según la brisa que hacía en cada momento. Esta mujer era una pieza insustituible, fundamental y valiosa en el taller de J.C.N., y además ahora lo era en su propia vida.
El secreto a voces de su amor, naturalmente no pasó jamás desapercibido. No era posible esconderlo. De él se burlaron los que le tenían envidia. Unos pocos le respetaron y así también se respetó J.C.N. a sí mismo.
La peletería es un asunto de mujeres, a veces también de hombres y en ocasiones muy especiales de seres peculiares, extraordinariamente bellos y misteriosos.
viernes, 13 de junio de 2008
El peletero ensimismado
3 de junio de 2006
Hay dos maneras de conocer al león, desde fuera y desde dentro. La primera significa permanecer en el Jeep, a una prudente distancia, con tus prismáticos, tu cámara fotográfica y tus pantalones cortos color caqui. También significa anestesiarlo, llevarlo a una mesa de operaciones, abrirlo en canal y mirar en su interior.
La otra manera de conocer al león significa convertirte en él. Con una buena droga de por medio o un buen ritual de magia uno puede llegar a ser un león bastante presentable. Rugir como él, oler como él y cazar como él.
Estas dos, y no otras, son las únicas maneras que existen de conocer el mundo y las cosas que lo habitan, desde fuera o desde dentro. Los científicos han optado por la primera. Los místicos, alucinados y algún que otro artista han optado por la segunda manera.
Y gracias a la ciencia hemos ido descubriendo y aceptando poco a poco que ni somos, ni estamos en el centro de nada.
Con Galileo perdimos el centro geográfico. Gracias a él ahora sabemos que habitamos un suburbio del universo. Con Darwin perdimos el centro temporal. Y gracias a él sabemos que nunca ha existido el paraíso ni un pasado perfecto al que volver. Freud, la psiquiatría y la neurología modernas nos han hecho perder el centro moral. Gracias a ellos ahora sabemos que los asesinos más despiadados también pueden ser unas pobres víctimas. Nada gira a nuestro alrededor, no estamos en la cúspide de ninguna pirámide y la única moral posible tiene encefalograma plano.
Los peleteros aunque no seamos ninguna élite social o intelectual, hemos sido especialmente sensibles a este trasiego y a estas mudanzas extraordinarias. Hemos visto el león siempre desde fuera, siempre hemos construido artilugios bellos y útiles y ahora con estos cambios ni la quimera es una meta. Volamos sin paracaídas y mucho nos tememos que si la gasolina llega a acabarse no será suficiente con batir los brazos o tirarnos de los pelos hacia arriba.
¿Y los otros? Las calles, los pueblos y las ciudades están llenas de gente. Rebosan de humanidad, cada vez más y más. Pero estamos solos. El nihilismo parece haber sido la filosofía de nuestra época, aunque no debemos despreciar el poder de la soledad frente al poder de la nada.
Los artistas de la “vanguardia” se avergonzaron de pintar rostros, manos y árboles y se inventaron para salir del paso la iconoclasia laica, que no otra cosa es la abstracción y, con el paso del tiempo, ganar mucho dinero. Si antes sus ojos miraban lo que había fuera, pasaron a mirar lo que había dentro. Cerraron los ojos, nos dijeron. Abrieron la mente proclamándolo a gritos, y se ensimismaron. En este pozo sin fondo que es uno mismo encontraron todo un universo, tan majestuoso como absurdo, demente y aburrido. Y así seguimos, con los museos llenos de obras de arte moderno que sólo sirven para estar encima de la chimenea, aunque lo mejor sería que estuvieran dentro de ella.
Los artesanos peleteros también corremos este peligro de ensimismamiento, sin brújula ni reloj no podemos precisar nuestra situación y navegamos a la deriva. Bien, no nos alejemos de la costa, tengámosla siempre a la vista que no otra cosa es el sentido común. Y si hemos de alejarnos sigamos las corrientes marinas. Los vikingos y Colón descubrieron América así. Casi nada.
jueves, 12 de junio de 2008
El peletero enano
29 de mayo de 2006
El peletero enano aprendió el oficio de cortar y coser en la guerra como ayudante del sastre militar recortando las mangas y las perneras de los mutilados. Acabada la contienda, la habilidad que pronto demostró en vestir las malformaciones y en conseguir que los trajes y las pieles cayeran impecables a pesar de las jorobas, le convirtieron en un maestro cotizado. Especialista en vestir enanos como él, deformes, tullidos y minusválidos en general, era un artesano apreciado entre toda su clientela de freaks, pero también lo alejaba definitivamente del supremo ideal que para él representaba Balenciaga, la cima definitiva en el arte del vestir.
El enano estaba enamorado de Marita Antonescu, rumana y enana también como él. Ambos se habían conocido en París, donde ella regentaba un prostíbulo. Y hasta este mismísimo burdel había ido él a entregarle su vestido de novia el día de su boda. Ella se había empeñado en que la cola estuviera toda ella ribeteada de visón blanco. El enano no estaba muy conforme. Querida Marita, le decía, la piel es ostentosa y tú eres pequeña y tan escueta que se te puede ver con un solo ojo, hazme caso, el barroco no te sienta bien. Querido, le respondía ella, tienes alma de sacerdote, tú ponme el visón, el resto es asunto mío.
No sabemos cual de los dos fue primero cliente de quien, pero fuera como fuese su amistad permaneció fiel y sólida el resto de sus vidas a pesar del amor no correspondido que él sentía por ella.
Marita de quien estaba enamorada era de Rafael Santa María, gitano de tan larga cabellera negra que aparte de convertirle en un guerrero apache también hacía de él el gitano más elegante de todo París. Rafael, apodado “El Virgencita”, era un gitano originario de la calle de la Cera de Barcelona.
El guapo Virgencita no era enano, pero su pierna izquierda medía cinco centímetros menos que la derecha, obstáculo definitivo que le impidió convertirse siquiera en un mal bailaor, relegándole a su pesar al difícil aunque menos valorado arte de palmero. Alto, guapo y hermoso, vestido siempre de negro, con chaleco y camisa blanca desabrochada, nunca llevaba corbata, en su lugar, pañuelos de seda de colores chillones anudados siempre con un descuido perfectamente cuidado. En invierno, sus abrigos negros de cachemir llevaban todos cuellos de piel que el enano le confeccionaba, astracanes varoniles, rusos o afganos, visones americanos, negros o pasteles. Su estampa era magnífica siempre y cuando no miraras su pie izquierdo, pero aun así, su ligero andar cojo le confería un atractivo especial de héroe herido. Naturalmente las mujeres nunca le dijeron que no a nada.
Los niños se extrañan que una persona mayor no sea más alta que ellos. Para los niños los enanos son seres fantásticos, y tal vez para los adultos también. El peletero enano siempre ponía nerviosos a los demás, incluso sus amigos le miraban con precaución y a veces con excesivo respeto. Excepto Marita, que lo veía exclusivamente como a un igual.
Ser una prostituta enana, guapa, relativamente bien proporcionada y con unos pechos generosos incluso para una mujer de estatura normal, era alguien que debía despertar los resortes más profundos de muchísimos hombres. Al menos así lo confirmaba el éxito de Marita y la magnífica situación económica que disfrutaba. Experta en hombres y también en mujeres, conocía la gran diferencia que existe entre lo que la gente cree, lo que la gente sabe, lo que la gente dice y lo que la gente hace, y lo sabía porque ella formaba parte de lo que la gente quiere, estaba en el centro, encima o debajo, pero en el centro.
Desde este privilegiado lugar miraba el mundo y aunque era muy bajita también era muy orgullosa, nunca levantaba la vista, su horizonte eran más las entrepiernas que las caras.
Y eso fue así hasta que conoció a Rafael Santa María, a él sí le miró a los ojos y casi se desnuca al levantar la cabeza. Así se pasó el resto de su vida, mirando el cielo y a su oscuro y tullido arcángel Rafael.
Se casaron en la Catedral de Notre-Damme, más como homenaje al jorobado Quasimodo que por el bello templo. Ella, con su cola ribeteada de visón blanco. Él, con un traje de seda negro y un pañuelo color sangre al cuello.
Desde la última fila el enano peletero los miraba con lágrimas en los ojos.
miércoles, 11 de junio de 2008
El peletero esotérico
26 de mayo de 2006
No fue ninguna casualidad que Teodoro Van Babel imitara a Rembrand y a su “Lección de anatomía” cuando pintó al gremio de modistos y peleteros de Rotterdam situando a todos sus miembros alrededor de un maniquí de sastre, de pie y desnudo de cualquier clase de vestido. No, no fue ninguna casualidad, por que tanto los unos como los otros cortaban y cosían, hurgaban, desmenuzaban y reconstruían. Y tampoco fue un capricho, como ya veremos, que Van Babel escribiera debajo de cada uno de ellos el nombre popular de una libélula, emblema fundamental de las costureras. Tan es así que, a pesar de ser varones todos los retratados por Van Babel, éste los bautiza con los nombres de Francisca, Leonora, Silvia, Carolina, Julia, Ulrica, Luisa, Cristina, Amelia y muchas más. Extraños hermafroditas con barbas, bigotes y dedales.
Hemos dicho que no fue un capricho por que en su correspondencia, Van Babel nos habla de una cofradía secreta similar a la masonería, que en lugar de tener como símbolos el compás y la escuadra, tendría la aguja, el dedal y el hilo como instrumentos místicos de su arte, y a la libélula como su tótem ancestral.
Los masones tenían como misión conocer la arquitectura del universo, dibujar sus planos y construir de acuerdo con ese orden fundamental representado en el templo de Salomón, útero materno primordial.
En cambio, los seguidores de la aguja, el dedal y el hilo, tenían el deber de hurgar en las entrañas del mismísimo Arquitecto, descubrir su anatomía interior y exterior e intentar reproducirla con la mayor fidelidad posible. Su modelo, naturalmente, no era otro que la síntesis de Adán y Cristo, el Gólem perfecto.
A diferencia de los escultores y los pintores, a veces tan distantes con la realidad, estos artesanos del corte, el hilo y la costura, establecían con ella una relación promiscua. Sus pinceles no representaban la carne, la vestían realmente y sus tijeras y agujas la transformaban con aquella segunda piel de telas, plumas y pieles. Pronto, muchos fueron perseguidos, encarcelados y ajusticiados por idólatras y herejes. Los maniquís de sastre, sin cabeza, brazos, ni piernas, como esculturas mutiladas, parecen oscuros y secretos ídolos inmortales.
Por desgracia, algunos de sus seguidores psicópatas todavía aparecen de vez en cuando tratando de fabricarse un vestido con piel humana. Los cirujanos, arreglan narices y ojos, rebajan barrigas y aumentan pechos, estiran, tensan, y alisan pieles, inventan vaginas y cortan penes sin el menor problema; se han hecho ricos y son aplaudidos por una multitud de seguidores fervientes y entusiastas.
Delirio y misterio.
martes, 10 de junio de 2008
El peletero griego
22 de mayo de 2006
Llegó a montar una fábrica de ladrillos en Kenia, pero antes había sido guerrillero comunista en la guerra que hubo después de la guerra. Se llamaba Dimitris y su esposa era una griega de Constantinopla que de pequeña y con su familia tuvo que huir de su casa después de la guerra con los turcos que hubo después de la primera guerra mundial a la que llamaron la Gran Guerra.
Su socio era un camionero macedónico llamado Vanguelis, con unas cejas más pobladas que su bigote. Socialista convencido era capaz de conducir un automóvil con un solo pie y coger una pelota de baloncesto con una sola mano. Jamás he visto manejar tan despacio y al mismo tiempo llegar tan deprisa a los sitios.
Dimitris dejó de fabricar ladrillos y Vanguelis dejó de llevar camiones para convertirse ambos en agentes comerciales en el pujante mercado peletero del norte de Grecia.
Socios al cincuenta por ciento, Dimitris hacía el papel de señor y Vanguelis el de trabajador. Trato perfecto para aquellas dos personalidades diferentes y complementarias. Socios al cincuenta cobraban el tres por sus servicios, gastos aparte. Aprendieron rápido y bien, sin dar lecciones a nadie sabían más que la mayoría.
El mercado peletero griego estaba fundamentado en la tradición, la inteligencia, la pericia mental y manual y la mano de obra barata, en la que se incluía el trabajo infantil. Evidentemente nadie tenía la sensación de ser explotado por trabajar y tener doce años. Por la tarde al salir de la escuela, o por la mañana a primera hora antes de ir a ella.
También era importante la extraordinaria diáspora griega que cubría medio mundo y que proporcionaba cobertura y facilitaba un sin fin de transacciones y comunicaciones.
Dimitris i Vanguelis, como buenos agentes vendían información, contactos, confianza y amistad. Y en eso eran los mejores, los más informados, los más eficientes y los más honrados. Su consejo era toda una garantía. Su escaso tres por ciento les permitió pasar de casi una barraca con una mesa y una silla a una casa de cinco pisos construida por y para ellos, con secretarias y empleados. La prosperidad les llegó en abundancia y cuando el Muro cayó abrieron también una sucursal en Moscú, desde donde querían aprovechar la fiebre consumista que se apoderó de todo el bloque comunista. Tuvieron naturalmente que pactar con la mafia si querían asegurar el transporte de mercancías o siquiera la simple existencia de su propia actividad. Al final desistieron, las reglas de juego eran demasiado peligrosas. Abandonaron la capital rusa y se replegaron a su torre de cinco pisos.
Ahora ellos están jubilados, y son los hijos de ambos los que continúan la empresa, de otra manera y con otro estilo, excepto una hija que se casó con un poeta y dramaturgo. Todos son universitarios, ingenieros, abogados, economistas, tienen casas con piscina, sobrepeso, varios coches y numerosos hijos. Y deben viajar con frecuencia a China y alguna que otra vez a las subastas de San Petersburgo, Copenhague y Frankfurt.
Dimitris aún recuerda su fábrica de ladrillos en Kenia y Vanguelis las interminables y bien construidas autopistas europeas.
lunes, 9 de junio de 2008
el peletero judío
20 de mayo de 2006
Sobrevivieron sólo cuatro hijos de toda una numerosa y extensa familia. Uno se fue a vivir a Seattle, otra a Tel Aviv y dos a Londres.
Estos dos últimos fundaron en la capital inglesa una empresa peletera llamada I&M Ltd. Hermanos y solteros vivieron siempre juntos, compartiendo dinero, casa, coche y amantes. Las propinas que daban eran pequeñas y el afecto que proporcionaban a los demás era generoso y desinteresado.
Vivían de comprar y vender pieles y a veces dinero. Los consejos eran gratuitos y su compañía también. Interesante, amena, entretenida y extraordinariamente sabia, como su hermoso apellido de filósofo alemán. Buenos conversadores como eran, en cambio, de su infancia en Leipzig y de su huída nunca hablaban.
Su despacho era espartano, el chico de los recados era griego y tenían una secretaria nueva cada cinco o seis años; inglesas, sudafricanas, incluso una pakistaní, todas ellas simpáticas, eficientes y con sentido del humor. El café era americano, las cookies británicas y el inglés con el que ellos hablaban tenía un fuerte y terrible acento alemán. En cambio, su hermoso español sonaba a música caribeña, aprendido de jóvenes en aquellas islas después de la guerra.
Eran menudos, vivo uno y sosegado el otro, sus enormes batas blancas que casi arrastraban por los suelos los empequeñecían aun más. Parecían gnomos sin barbas, siempre sonrientes y alegres, trajinando arriba y abajo visones escandinavos o de los Grandes Lagos americanos, y astracanes de Namibia o de Afganistán. Marrones, perlas, arenas, negros o blancos.
Cada año venían al Mediterráneo a tomar el sol, a beber y a divertirse. Año tras año, no faltaban a la cita. Mar, whisky y chicas. Hasta que una vez tuve que ir a rescatar a uno de ellos con un amago de infarto, llevármelo del hotel desde donde me había llamado la chica de compañía que se había buscado para que le hiciese eso, “compañía”, ingresarlo en un hospital y cruzar los dedos. Era ya muy mayor y estaba ya solo, su hermano había muerto hacía pocos meses. Una vez medio repuesto regresó a Londres, quise hacerle prometer que se portaría bien, pero me lo pensé mejor y me callé.
Siguió trabajando unos cuantos años más, pero ya sin la sonrisa en la boca y con el vaso de whisky siempre en la mano. Sus secretarias procuraban hacerle la vida fácil y agradable, pero él se lo ponía cada vez más difícil, casi siempre malhumorado.
La última vez que le vi fue muy de noche, echado en su cama, vestido y muy borracho. Le quité los zapatos y así le dejé, lo mejor que pude, y una vez que se durmió me fui. No le volví a ver nunca más. Al cabo de un mes me llamaron para comunicarme su fallecimiento.
La familia en Seattle y Tel Aviv había crecido, hijos, nietos, cuñados y cuñadas. La saga había renacido floreciente y otra vez numerosa. Entre todos ellos se repartieron el dinero que se consiguió en la subasta que realizaron para vender la magnífica herencia de I&M Ltd. Todo se vendió, todos aquellos tesoros de belleza inaudita que pocos ojos tienen el don y la oportunidad de ver.
domingo, 8 de junio de 2008
El peletero técnico
18 de mayo de 2006
Hay dos clases de vestidos, los que no están cortados ni cosidos y los que sí lo están. Los primeros son las túnicas, capas, pañuelos, turbantes y sus innumerables variedades y combinaciones. Los segundos pretenden ser una segunda piel, se abrochan, tienen cuellos, sisas y llevan mangas para los brazos y perneras para las piernas. Son un rompecabezas que hay que cortar y coser.
Los peleteros siempre estamos cortando y cosiendo, hagamos los unos o los otros, pero esta es una historia que ahora no viene al caso.
El universo de las túnicas o drapeados viste al mundo antiguo. El de las mangas y las sisas viste al moderno. En líneas generales es así, aunque los dos universos pueden mezclarse y convivir juntos. Las faldas, los chales y las sotanas son una pequeña muestra de una perfecta fusión entre ambas concepciones.
También podemos clasificar los vestidos como si pelásemos una cebolla aunque sin llorar. De fuera a dentro o de dentro a fuera. En cualquier caso los vestidos hechos en piel casi siempre han estado fuera, son la última capa, lo que llamamos sobretodos. Su nombre lo dice todo: encima de todo. El final o el principio del recorrido dependiendo si uno se viste o se desnuda.
La piel o el telar también son dos maneras distintas de elaborar la materia prima base que servirá para confeccionar un vestido. A pesar de su antigüedad la confección en piel ha sobrevivido hasta nuestros días. Sea con pelo o sin él seguimos usando pieles para vestirnos y calzarnos. Esto es así a pesar de que muchos se puedan rasgar las vestiduras que suponemos estarán hechas de tela animal, vegetal o plástica. Esto es así a pesar de que muchos y muchas se nos desnudan para protestar por el uso de esta materia prima que, habiendo sido un recurso natural, ya no lo es, como tampoco lo son ni su carne ni sus grasas muy bien aprovechadas en la industria de la cosmética y en la de alimentos para personas y sus mascotas. Son, eso si, una manufactura como lo es la carne de ternera, los muebles de madera o los ferrocarriles. Las pieles, además de biodegradables, su materia prima es sostenible e inagotable mientras haya granjas o rebaños.
Muchas mujeres y hombres, sean ricos o no, consumen pieles de animales para vestirse y la industria de la moda se las proporciona con creatividad, descartando cualquier prejuicio al respecto sea éste estético o inevitablemente moral. El sujeto y objeto de la moral sólo puede y debe ser el ser humano, cualquier otra cosa es antihumanismo y nihilismo.
Ahora sólo nos queda clasificar los vestidos de arriba abajo, o de abajo a arriba, pero esta es otra historia.
sábado, 7 de junio de 2008
El peletero enamorado
17 de mayo de 2006
Su piel y sus ojos tenían el color de la aceituna y sus cabellos también. Era alto, de espaldas parecía un inglés y de frente un berebere. Pero era un andalusí con un nombre de flor.
Andaba sin pisar el suelo y hablaba sin levantar nunca la voz. Suave, dulce y también invisible según como le caía la luz.
Sus clientas se enamoraban perdidamente de él, y él de ellas. El abrigo te lo regalo querida, les decía, sólo te cobro lo que valen mis manos. Entonces se las mostraba, abiertas de par en par, como si ellas fueran unas gitanas adivinas, del derecho y del revés, largas y esbeltas, y con la manicura perfectamente hecha. Ellas no podían evitar soñar con las caricias de aquellas manos, ni él acariciarlas disimuladamente cuando hacía las pruebas de sus confecciones. Una pinza aquí, una costura suelta allá. Una sisa muy apretada o un vuelo demasiado ancho. Sus dedos se desplazaban por el cuerpo de ellas quitando y poniendo agujas; cosiendo y descosiendo. Les apretaba descuidadamente la cintura o sin querer les rozaba el cuello o el pecho.
Y todo ello frente a uno o varios espejos, como en el mejor de los burdeles. Él delante de ellas o a sus espaldas, de pie o de rodillas. Con su inmaculada bata blanca no paraba de dar vueltas a su alrededor con las agujas y las tijeras. Su perfume masculino las envolvía mientras él tampoco paraba de olerlas.
¿Bien?, ¿qué te parece?, la semana que viene hacemos una prueba más y ya estará casi listo.
Naturalmente pagaban por aquellas manos, aquellos ojos y aquel olor todo lo que él les pedía, que era mucho. ¿Y el abrigo? El abrigo nunca importaba. Nunca fue la razón por la que ellas iban a su tienda. Ni tampoco la razón por la que él la abrió en su día.
¿Qué mejor razón podía haber que el amor?, sin duda ninguna otra. A él lo hacía ser un magnífico peletero y a ellas unas clientas satisfechas y contentas.
viernes, 6 de junio de 2008
El peletero viejo
16 de mayo de 2006
Adán y Eva después de pecar se vieron desnudos y se avergonzaron.
Al peletero no le sucede como al diablo, que por viejo sepa más que por peletero. Lo cual tampoco quiere decir que lo contrario sea verdad. Los peleteros jóvenes son tan sabios o tan ignorantes como los viejos. Menos escépticos, más irreflexivos, pero no menos inteligentes. Se equivocan más por que se mueven más y más rápido y sus tropiezos son sólo más numerosos, no peores.
Los logros y los estropicios se reparten a partes iguales. La edad, en este caso no es un baremo de la sabiduría, pero sí lo es, en cambio, de la velocidad.
Zeppelín Freeman afirma con ironía desde su rancho de Arizona, desde sus muchos años, y tal como dicen muchos de sus amigos hispanos, que “hay que manejar slowly para que te watchen”, y eso los ancianos lo hacen muy bien. Es una manera elegante y divertidamente poética de decir que la velocidad y la existencia son inversamente proporcionales.
Lo único que va muy rápido y al mismo tiempo se ve es la propia luz, todo lo demás necesita pararse o casi para hacerse notar. Los peleteros no sé si vamos rápidos o lentos pero seguro que muchos nos ven o nos miran demasiado, si no, no nos odiarían o admirarían tanto. En todo caso somos el segundo oficio más viejo del mundo y eso es mucho tiempo. El arte de vestirse fue la segunda cosa que hicieron Adán y Eva después de comerse la manzana, y eso quieras que no confiere prestigio y produce envidias insanas.
También es cierto que en ocasiones el tiempo transcurrido corroe las entrañas y las neuronas y en lugar de producir buen vino lo avinagra y lo echa a perder. La ternura del recién nacido se desvanece y en su lugar aparecen callosidades, llagas y tumoraciones malignas y repugnantes. La finura y la elegancia desaparecen y dan paso al polvo y a las arnas que se comen hasta el forro de los viejos abrigos. Las ruinas son hermosas, los despojos ni siquiera dan lástima.
Zeppelín Freeman recuerda que una de las primeras cosas que hacían los nazis con ellos era desnudarlos.
jueves, 5 de junio de 2008
El peletero penitente
10 de mayo de 2006
Tanto San Agustín como Albert Camus creían que todos somos culpables, yo también así lo creo, pero San Agustín a pesar de ser un hombre de su época debía de estar loco o por ser santo de una imaginación tan perversa como alucinada, si no a que mente en su sano juicio se le ocurre creer que la bondad es consecuencia de la Gracia arbitraria de Dios (somos buenos porque hemos sido elegidos, y no, hemos sido elegidos porque somos buenos).
Albert Camus que no tenía nada de santo, en cambio, nunca estuvo loco, un poco raro si que era y tal vez lo era porque nunca fue un hombre de su época a pesar de escribir constantemente sobre ella, criticándola, diseccionándola y destripando sus prejuicios. Sea como fuere la cuestión es: ¿cuál es la culpa de los peleteros? y también, ¿somos los peleteros hombres y mujeres de nuestro tiempo?. En relación con esta segunda cuestión, la respuesta es si y no. Sí porque aún seguimos vivos, y no, porque no importamos a nadie excepto a nosotros mismos y a nuestras familias, en los amigos es mejor no confiar demasiado, nos podríamos llevar sorpresas muy desagradables. Respecto a la culpa, somos culpables de no ser hermanitas de la caridad, en serio, no es broma, lo primero es lo primero y lo segundo todo lo demás y los peleteros, hemos de reconocer, nos dedicamos a lo segundo. Somos pues culpables de construir sólo cosas bellas, tan bellas que sólo se pueden conseguir a cambio de mucho o bastante dinero, ¿porqué no las regalamos?, en serio, no es broma, el voto de castidad o el de obediencia pueden provocar risa hoy en día, pero el voto de pobreza continúa siendo emocionante, toda una aventura y que sólo unos pocos valientes están dispuestos a afrontar. Somos pues malos samaritanos, codiciosos y cobardes y por ello debemos ser castigados. ¿Cómo?, muy fácil, en el propio pecado está la penitencia, así pues no hagamos nada, no cambiemos, seamos fieles a nosotros mismos, ¿a qué otra cosa podríamos ser fieles? Eso si, hemos de saber que ese será nuestro infierno, nada de llamas y tormentos sin fin, si no tableros, cuchillas, máquinas de coser, patrones, clientes y clientas exigentes y quisquillosos, y montones de pieles, no, montones no, montañas de pieles, las mejores y las más bellas. Toda una eternidad, ¿os lo imagináis?
martes, 3 de junio de 2008
El peletero colérico
8 de mayo de 2006
La cólera es sin duda una virtud heróica, aunque muy a menudo es confundida con la ira que nada tiene que ver con ella. La ira, es junto con los otros seis, uno de los más terribles pecados, tal vez por que no depende de la voluntad y si en cambio de este cerebro de reptil que todos llevamos dentro. Tampoco debemos confundirla con el rencor que nace de la envidia.
La cólera, sin embargo, nace de la ofensa, del amor herido, del sentido de la justicia y la moral, circunstancias todas ellas sociales y por ello humanas. Y no es por casualidad que el tiempo de los humanos sea el resultado de la cólera de Dios, ni tampoco que Homero titulase el primer libro de su Iliada como la “Cólera de Aquiles”. Hemos de reconocer sin embargo que ambas dieron lugar a una venganza que terminó en una masacre, la de Dios aún continua. Pero eran otros tiempos, donde el castigo era tan justo como el perdón.
Ahora, en este siglo XXI que acabamos de estrenar, los peleteros, naturalmente, ni nos vamos a vengar, ni tampoco vamos a matar a nadie, por lo menos nada que tenga dos patas. Perdón por el sarcasmo, pero creo sinceramente que no debemos avergonzarnos de ello aunque algunos consideren la palabra “sacrificio” como un eufemismo de asesinato. ¿Para que algo viva algo ha de morir?, Lázaro lo supo cuando Le vio en la cruz. Pero como ya nadie resucita tampoco nadie cree que deba morir. ¿Y qué es eso que tiene que vivir, entonces? ¿Belleza?, ¿lujo?, ¿arte?, ¿tradición?, ¿buen gusto?, nosotros, nada más y nada menos, los propios peleteros, y no porque pensemos que el mundo será peor si no estamos en él, si no porque no nos da la gana representar el papel de condenados. Tanto llorar por las ballenas y nadie nunca ha llorado por los balleneros.
No nos lloremos pues a nosotros mismos, ofendámonos, escandalicémonos, pero no nos lamentemos, pues al fin y al cabo tampoco somos ni una casta, ni formamos ninguna estirpe que merezca ningún privilegio especial, ni siquiera el de existir. Ellos se lo pierden. O no.
lunes, 2 de junio de 2008
El peletero moderno
4 de mayo de 2006
El peletero moderno no existe. Peletero y moderno es una contradicción en los términos, no puede ser y además es imposible.
La modernidad es una manera de definir, entre otras cosas, aquello que jamás es pecado. Lo moderno es una de las cualidades que definen a un habitante del paraíso, a alguien libre de responsabilidad para el bien y para el mal. Este habitante es igual a otro como él, puede ser un inconsciente o un enfermo, un lerdo o un sabio, pero siempre un semejante, un igual, y jamás, jamás, alguien único y libre. ¿Existe un ser así?, naturalmente, la naturaleza está llena de ellos. La misma naturaleza es el modelo perfecto de bien y de belleza para alguien moderno, en ella no habita ni el pecado, ni el diablo. Su armonía es tanta que en ella no caben ni la melancolía ni la memoria.
Los peleteros pues, sabemos que no somos iguales ni a nosotros mismos y lo sabemos de la misma forma que sabemos que una piel no es igual nunca a ninguna otra. Somos entonces diferentes y somos también culpables al buscar esta diferencia en lo sublime y lo único. No nos contentamos con poco y para conseguirlo no nos importa acumular deshechos, retales, desperdicios, inmundicias y pecados, ¿qué otra cosa es si no la belleza que aquello que se esconde dentro de la piedra sin tallar? No nos da miedo hablarle de tu a tu al diablo mientras cortamos y cosemos. No nos da miedo contemplar la obra terminada cubriendo un cuerpo humano que hace un instante estaba desnudo, habiendo antes desnudado hasta la muerte a otro ser vivo.
No, no nos da miedo hacer esas cosas tan terribles, por eso no somos ni seremos jamás modernos. Seremos dandis y aristocráticos aunque nos corte la cabeza cualquier revolución de tres al cuarto.
O tal vez sí, nos da miedo, pero nos aguantamos.
domingo, 1 de junio de 2008
El peletero filósofo
27 de abril de 2006
Si tiene las plumas como un pato, las patas, el pico y el resto del cuerpo también, y además vuela como un pato, lo más probable es que sea un pato. Esto que parece una tontería en realidad no lo es, toda la historia de la filosofía ha consistido en afirmar o negar que este hermoso animal que hace ¡cuac! sea un pato o siquiera sea algo. Y aunque es triste reconocerlo siempre han predominado los que han negado que aquello que se estaban comiendo fuera un sabroso paté de foie. ¿Por qué?, porque la inmensa mayoría de los humanos detestan la realidad a pesar de hacer todo lo posible y más para alimentarse y reproducirse.
La realidad no nos necesita para nada, es cierto, en cambio nosotros le estamos absolutamente sometidos, la relación es tan desproporcionada, que incluso después de muertos todo aquello que dejamos atrás tiene la desfachatez de seguir existiendo sin nosotros. La realidad no sólo no nos necesita si no que incluso nos es hostil hasta el extremo de expulsarnos de su seno sin sentir el más mínimo remordimiento.
Hay pues dos clases de filosofía, la que nos habla de cosas que no existen y la que intenta averiguar qué puñetas es lo que hay. ¿Tiene todo esto algo que ver con los peleteros?, tiene que ver con todas aquellas actividades humanas que usan como materia prima a otros seres vivos o a sus despojos, desde verdugos a maestros de escuela, desde médicos a bailarinas de streeptease. Cuando la realidad es el otro y si aún no nos hemos convertido en suicidas o locos, si continuamos estando cuerdos entonces nos daremos de bruces con el otro eje fundamental en la historia de la filosofía: que el infierno está empedrado de buenas intenciones, o dicho de otra manera, ¿es el bien una consecuencia de la bondad? Tanto los señores feudales como los ilustrados que les arrebataron su poder creían que sí, hoy en día después del holocausto y del gulag sabemos que no ¿En que consiste lo uno y lo otro? ¿A un magnífico pato a la naranja, se le puede llamar bien? ¿El largo y laborioso proceso que va de la granja a los fogones del cocinero, se le puede llamar bondad? ¿Es la peletería una actividad malvada?
El bien sea lo que sea seguro que no es de este mundo, en cambio la bondad es una de las características fundamentales del ser humano y así nos va. Al menos los peleteros hemos escogido el camino de en medio que no es otro que la belleza que es la mejor manera de relacionarse con la realidad. Pero sobre gustos no hay nada escrito, aunque alguien puede argumentar todo lo contrario: sobre el gusto y la belleza es de lo que más se ha escrito.
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