12 Marzo 2010
Día seis.
Aunque terminamos siendo amantes de nuevo, como en alguna que otra ocasión, la conversación anterior no existió ni tuvo nunca lugar, es un puro invento mío para imaginar que ella me amaba y fantasear con su deseo de mí. Quería pensar que seguía buscando la rosa que un día le entregué cuando se acostó en mi cama por primera vez.
En cambio, el final sí fue el que mordazmente anticipó mi joven amiga, y que describo a mi manera en ese diálogo tan teatral y melodramático.
Me quedaba ya poco tiempo de vida, mi rosa había muerto.
También era cierto que nos llevábamos veinticinco años, que ella todavía no había cumplido los treinta y tres y que yo me acercaba peligrosamente a los sesenta.
Estaba casada y a su marido le contaba pocas cosas de su vida.
Otro hecho verdadero es que me pidió prestado el libro de la Duras y que nos habíamos conocido quince años atrás, en Grecia, cuando ella solamente tenía dieciocho, en uno de mis viajes y en una cama estrecha.
- ¿Qué no entiendes del poema de Yeats?- me preguntó un día.
- No comprendo qué pretende decir la mujer cuando exclama que: “Mas cuando esta alma del cuerpo se despoje, y desnuda vaya a lo desnudo, aquél a quien halló encontrará allí dentro lo que ningún otro conoce, y dará lo suyo y tomará lo suyo y regirá por derecho propio; y aunque amó en el dolor, tanto se aferra y se cierra, que ningún ave diurna osará extinguir tal deleite”. ¿Qué entiendes tú?
- Que su joven amante la reconocerá de entre los muertos, y que esta vez no la dejará partir ni nadie se atreverá a interrumpir la unión.
No es excusa para ninguno de los dos afirmar que parecía mayor de lo que era y que a mí todos me hacían más joven, quince días más joven para ser exactos. De todas maneras tampoco hay que pedir disculpas, nadie cometió ningún crimen, los dos nos comportamos como las personas adultas que en realidad éramos aunque ella tuviera dieciocho años y yo solamente cuarenta y tres.
Que ambos nos cayéramos de la cama repetidas veces fue debido solamente a su estrechez y a eso que llaman pasión erótica, fogosidad que no presta la atención debida al tamaño de los lechos y que rebosa como un vaso cuando se derrama.