martes, 7 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (9)

Teodoro Van Babel

9.
Makeda.


De Makeda, la hija de Isaac, no se supo nunca nada más. Aunque hay otra versión más prosaica, plausible y diferente al destino africano que acabamos de relatar y que la sitúa en un lugar más cercano, en un convento de carmelitas como sirvienta, y del que un cierto día desapareció, se marchó o huyó despavorida.

No había año, cuentan otros charlatanes, en que alguien no la viera deambular sola por los bosques, de noche, como la sombra de una fiera, y si no se la veía se la oía aullar igual que una loba solitaria, más hiena que leona.

Otra leyenda, también probable, sitúa a la niña en un burdel de Amberes. Dan pie a ello los numerosos y memorables apuntes dibujados por Teodoro Van Babel que se conservan de negras rameras.

Pero, quién sabe, tal vez esa niña acabó siendo una verdadera diosa africana, una reina de Saba vestida con pieles de leopardo y adornada con dientes de león, dueña de hombres y de mujeres, o... todo lo contrario, un pobre ser embutido como ganado en el fondo de la bodega de un barco negrero.

Fantasías y realidades que no saben vivir fuera de la codicia y del miedo.

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“Pero luego todos los ojos se volvieron al exterior y el peligro de fuera hizo desaparecer el de dentro. A la altura de Sierra Leona descubrieron una vela que navegaba hacia el lugre y pronto largó el gallardete con la cruz de San Jorge. Pedro mandó a cerrar las escotillas y metió su gente a las maniobras, pero no les dio armas. Sería inútil. Los esclavos quedaron sueltos en la cala y se oían sus gritos sordos. el viento soplaba de nordeste y favorecía al crucero. Pero el lugre era ligero como el viento y Pedro se desvió de la ruta a todo trapo, proa a occidente. Pedro abordó entonces, uno a uno, a sus hombres. Cada mulato solo, frente a él, tenía que sentir lo que en él había de capitán. Una terrible alegría de mando lo embargaba por primera vez. Repartió ron y prometió dos esclavos a cada uno. La promesa hizo camino al corazón de la gente.
 

El buque siguió abatiendo al oeste, deslizándose como un albatros hasta entrar en la noche. Luego cargó un poco las velas y viró al sureste con la luz de la bitácora apagada. El cúter lo había acosado por el nordeste; a la puesta del sol le hizo una descarga, pero estaba demasiado lejos y perdía ventaja. El lugre huía bajo bandera portuguesa.
 

Al levantarse el día el cúter había desaparecido; pero el viento amainaba de tal modo que Pedro no tuvo duda de lo que iba a pasar. Se calló, sin embargo. Al calcular su posición se encontró a la altura de Cabo Palmas, a cien millas de la costa. Había que navegar de bolina y con poco viento. A aquella altura y a comienzos de la estación seca eran frecuentes las calmas. Estas traían a veces chubascos como heraldos, y sobre el lugre comenzó a partir una nube gorda Pedro hizo saltar la escotilla y descendió a la cala, de donde salían lamentos, látigo en mano. Pensaba sacar a los negros a cubierta a que los bañara el cielo, y se quedó frío. De los doce habían muerto tres, y dos más morían. Pedro corrió a la cabina a buscar un suero para inmunizarse, y calló. Distribuyó los mulatos, cuatro a los remos y uno al timón, y aguardó la noche. De noche se acercó a un negro sano con un tazón de aguardiente y un espejo y le habló en susú. Entonces llamó a popa a los cinco mulatos, en consejo. Al soltar los remos el lugre quedó parado. Luego se sintieron unos chapoteos, como el choque de cuerpos contra el agua. La gente creyó que eran tiburones.”

(Pedro Blanco, el negrero. Lino Novas Calvo, 1933)