Miguel de Unamuno vist per Casas
Diari d’estiu (15)
Contra los bárbaros
Des de ja fa un temps, el National cat publica
articles d’intel·lectuals espanyols sobre Catalunya. El d’avui n’és un de 1907 de
Miguel de Unamuno titulat Contra
los bárbaros, en forma de carta dirigida al seu amic Joan Maragall i
que val la pena reproduir sencer sense fer cap comentari.
Contra los bárbaros
Miguel de Unamuno
España Nueva, maig de 1907
España Nueva, maig de 1907
Mi
querido Maragall:
¡Qué
tristeza, qué enorme tristeza me causó leer traducido al castellano, después de
haberlo leído en catalán, su hermosísimo y nobilísimo artículo “¡Visca
Espanya!”. Me causó tristeza, porque me dije: ¡Trabajo perdido; no lo
entenderán!
Hace
pocos días leí en el Heraldo de Madrid un telegrama en que se
decía que en la estación de San Sebastián hubo un tumulto porque un sujeto
gritó ¡Gora Euzkadi! (muera España).
Así decía
el telegrama. Y, en efecto, gora Euzkadi, en vascuence muy dudoso,
en vascuence de gabinete, porque en el vivo y tradicional se llama al país
vasco Euskalerría, y no Euzkadi, ¡Gora Euzkadi! significa ¡Arriba Vasconia! Un
bárbaro que no sabía vascuence lo tradujo a su antojo, y de ahí el tumulto.
Y así de
continuo, porque los bárbaros abundan. No saben traducir, ni quieren saberlo.
Cuando van a oír a alguien, no van a oír lo que les diga, sino lo que se
figuran que les iba a decir. Y son inútiles sus esfuerzos. Estoy harto de oír
tachar a tal o cual escritor u orador de latero, y de que quienes así lo tachan
no le han leído ni oído jamás.
Cuenta
Mr. Borrow en aquel precioso libro The Bible in Spain, que escribió
en 1842 —y que es uno de los más preciosos tesoros de psicología española—, que
unos sacerdotes emprendieron la tarea de convertir a un griego. Dijéronle cómo
un hombre culto, como el griego era, no podía permanecer adherido a una
religión absurda, y esto después de haber residido tantos años en un país
civilizado como España; contestoles el griego que estaba siempre dispuesto a
dejarse convencer y que le mostrasen lo absurdo de su religión, a lo que le
replicaron: “No conocemos nada de su religión, señor Donato, salvo que es
absurda y que usted, como hombre instruido y sin prejuicios, debe abandonarla”.
¡Y cuántos hay como estos eclesiásticos sevillanos de que míster Borrow nos
habla, que sólo saben de una doctrina que es absurda, sin conocerla!
Pero ¿qué
quieren esos catalanistas? ¿Qué quieren esos bizkaitarras? ¿Qué quiere la
Solidaridad? Estas preguntas las he oído mil veces Y no basta decirles que lo
está predicando a diario. Tienen los bárbaros hecha su composición de lugar, y
si se les habla no oyen. Ellos están al cabo de la cosa; a ellos no se les
engaña.
Es
imposible, querido Maragall, es imposible. Se puede esculpir en granito, pero
no se puede esculpir en arena. Y este pueblo está pulverizado.
Es
cuestión de estructura mental. Usted sabe de dónde les salen a los bárbaros las
voliciones enérgicas; usted sabe que, cuando se niegan a hacer algo, exclaman:
“No me sale de los c...”. Pues bien; tienen en la mollera, dentro del cráneo,
en vez de seso, criadillas. ¡Su cerebro es un cerebro c...nudo! Y que serían
los bárbaros, creyendo que hay ironía o humorismo en estas cosas que manan
sangre, y que los imbéciles, cuyo número es infinito, hablen otra vez de
paradoja.
Estoy
leyendo en capilla la obra Vida y secretos del Dr. Rizal, que en
breve dará a luz mi amigo don W. E. Retrana, y a que la pondré, de epílogo, un
estudio. Es una lectura que infunde pavor. Allí, en la historia de aquel alma noble
y grande, de aquel romántico purísimo, de aquel gran español y gran filipino
que se llamó Rizal, en la historia de aquel gran espíritu gigante, de aquel
indio inmensamente superior en cerebro y corazón a todos los frailes blancos de
cara que le despreciaron y le persiguieron, allí se lee lo que nos puede volver
a pasar.
¿Le
despreciaron? No lo sé; no lo creo. En los bárbaros, la envía toma forma de
desdén.
Hay en
griego una palabra preciosa, y es: authadia. La palabra authadia
significa la complacencia en sí mismo, el recrearse en sí, el estar satisfecho
de ser quien es. Y luego, en el lenguaje común, vino a significar: insolencia,
arrogancia.
¡Ay,
querido Maragall, su “¡Visca Espanya!” rebotará contra la authadia,
contra la insolente arrogancia de los bárbaros! Querrán que lo grite usted en
castellano “¡viva España!”, y sin contenido, sin reflexión, como un grito
brotado, no del cerebro, sino de lo otro, de donde les salen a los bárbaros las
voliciones enérgicas.
Y esto,
¿qué remedio tiene? Ustedes, los catalanes solidarios, lo buscan por un camino.
De la bondad del camino, de lo que la Solidaridad puede hacer, de mis recelos y
temores respecto a ella hemos hablado muchas veces. Me temo que les falte
arrojo y abnegación necesaria para decir: “¡Aquí mandamos nosotros!”. Me temo
que les falte fe en sí mismos, fe en su misión. Me temo que se contenten con lo
teatral, y deseo equivocarme. Me temo que les falte tenacidad.
Usted
sabe que soy vasco, vasco por todos costados, y usted sabe que la fuerza de mi
pueblo es la tenacidad. Loyola fue un hombre tenaz, insistente. El puerto de
Bilbao no se ha hecho por una inteligencia genial, sino por un carácter de
roca, que ha sabido resistir año tras año los embates del mar. Don Evaristo
Churruca, en cuyas venas corre sangre del otro Churruca, el almirante, es
nuestro último héroe. Ha podido más que el mar.
¿Se podrá
algo contra el embate continuo de las olas ciegas y sordas de los bárbaros?
¿Llegarán a ver, oír y entender?
Hablan
otra vez más de la tranca, de palo y tente tieso, de eso que tienen en vez de
sesos.
Me
hablaba en una ocasión un bárbaro de cierta reunión a la que acudieron
interesados de toda España. Me contaba las razones que exponían paisanos de
usted y míos, y añadió: “Si nos ponemos a discutir, nos envuelven, así es que,
como éramos más, los arrollamos”. Las alas del corazón se me cayeron al oírle.
¡Qué tristeza, querido Maragall, qué enorme tristeza me causó el leer
traducido, después de haberlo leído en ese hermoso catalán en que usted siente,
quiere y magnifica a España, su “¡Vísca Espanya!” Y me acordé de aquel su otro:
“¡Adéu, Espanya!”.
Y aquí,
mi buen amigo, aquí, en esta pobre y desgraciada Castilla, el espíritu sufre y
suspira bajo el dominio de los bárbaros. Pasando a la vista de Fontiveros, en la
estepa polvorienta, me decía: ¿Y cómo pudo ser que hubiera nacido aquí, siglos
hace, San Juan de la Cruz? Y vine a concluir, para consolarme, que el espíritu
no está muerto, sino dormido. De cuando en cuando se queja en sueños.
Ya sabe
usted cuál es nuestro deber.
Le abraza
su amigo.