viernes, 1 de septiembre de 2017

Contra los bárbaros

Miguel de Unamuno vist per Casas

Diari d’estiu (15)

Contra los bárbaros

Des de ja fa un temps, el National cat publica articles d’intel·lectuals espanyols sobre Catalunya. El d’avui n’és un de 1907 de Miguel de Unamuno titulat Contra los bárbaros, en forma de carta dirigida al seu amic Joan Maragall i que val la pena reproduir sencer sense fer cap comentari.

Contra los bárbaros
Miguel de Unamuno
España Nueva, maig de 1907
Mi querido Maragall:
¡Qué tristeza, qué enorme tristeza me causó leer traducido al castellano, después de haberlo leído en catalán, su hermosísimo y nobilísimo artículo “¡Visca Espanya!”. Me causó tristeza, porque me dije: ¡Trabajo perdido; no lo entenderán!
Hace pocos días leí en el Heraldo de Madrid un telegrama en que se decía que en la estación de San Sebastián hubo un tumulto porque un sujeto gritó ¡Gora Euzkadi! (muera España).
Así decía el telegrama. Y, en efecto, gora Euzkadi, en vascuence muy dudoso, en vascuence de gabinete, porque en el vivo y tradicional se llama al país vasco Euskalerría, y no Euzkadi, ¡Gora Euzkadi! significa ¡Arriba Vasconia! Un bárbaro que no sabía vascuence lo tradujo a su antojo, y de ahí el tumulto.
Y así de continuo, porque los bárbaros abundan. No saben traducir, ni quieren saberlo. Cuando van a oír a alguien, no van a oír lo que les diga, sino lo que se figuran que les iba a decir. Y son inútiles sus esfuerzos. Estoy harto de oír tachar a tal o cual escritor u orador de latero, y de que quienes así lo tachan no le han leído ni oído jamás.
Cuenta Mr. Borrow en aquel precioso libro The Bible in Spain, que escribió en 1842 —y que es uno de los más preciosos tesoros de psicología española—, que unos sacerdotes emprendieron la tarea de convertir a un griego. Dijéronle cómo un hombre culto, como el griego era, no podía permanecer adherido a una religión absurda, y esto después de haber residido tantos años en un país civilizado como España; contestoles el griego que estaba siempre dispuesto a dejarse convencer y que le mostrasen lo absurdo de su religión, a lo que le replicaron: “No conocemos nada de su religión, señor Donato, salvo que es absurda y que usted, como hombre instruido y sin prejuicios, debe abandonarla”. ¡Y cuántos hay como estos eclesiásticos sevillanos de que míster Borrow nos habla, que sólo saben de una doctrina que es absurda, sin conocerla!
Pero ¿qué quieren esos catalanistas? ¿Qué quieren esos bizkaitarras? ¿Qué quiere la Solidaridad? Estas preguntas las he oído mil veces Y no basta decirles que lo está predicando a diario. Tienen los bárbaros hecha su composición de lugar, y si se les habla no oyen. Ellos están al cabo de la cosa; a ellos no se les engaña.
Es imposible, querido Maragall, es imposible. Se puede esculpir en granito, pero no se puede esculpir en arena. Y este pueblo está pulverizado.
Es cuestión de estructura mental. Usted sabe de dónde les salen a los bárbaros las voliciones enérgicas; usted sabe que, cuando se niegan a hacer algo, exclaman: “No me sale de los c...”. Pues bien; tienen en la mollera, dentro del cráneo, en vez de seso, criadillas. ¡Su cerebro es un cerebro c...nudo! Y que serían los bárbaros, creyendo que hay ironía o humorismo en estas cosas que manan sangre, y que los imbéciles, cuyo número es infinito, hablen otra vez de paradoja.
Estoy leyendo en capilla la obra Vida y secretos del Dr. Rizal, que en breve dará a luz mi amigo don W. E. Retrana, y a que la pondré, de epílogo, un estudio. Es una lectura que infunde pavor. Allí, en la historia de aquel alma noble y grande, de aquel romántico purísimo, de aquel gran español y gran filipino que se llamó Rizal, en la historia de aquel gran espíritu gigante, de aquel indio inmensamente superior en cerebro y corazón a todos los frailes blancos de cara que le despreciaron y le persiguieron, allí se lee lo que nos puede volver a pasar.
¿Le despreciaron? No lo sé; no lo creo. En los bárbaros, la envía toma forma de desdén.
Hay en griego una palabra preciosa, y es: authadia. La palabra authadia significa la complacencia en sí mismo, el recrearse en sí, el estar satisfecho de ser quien es. Y luego, en el lenguaje común, vino a significar: insolencia, arrogancia.
¡Ay, querido Maragall, su “¡Visca Espanya!” rebotará contra la authadia, contra la insolente arrogancia de los bárbaros! Querrán que lo grite usted en castellano “¡viva España!”, y sin contenido, sin reflexión, como un grito brotado, no del cerebro, sino de lo otro, de donde les salen a los bárbaros las voliciones enérgicas.
Y esto, ¿qué remedio tiene? Ustedes, los catalanes solidarios, lo buscan por un camino. De la bondad del camino, de lo que la Solidaridad puede hacer, de mis recelos y temores respecto a ella hemos hablado muchas veces. Me temo que les falte arrojo y abnegación necesaria para decir: “¡Aquí mandamos nosotros!”. Me temo que les falte fe en sí mismos, fe en su misión. Me temo que se contenten con lo teatral, y deseo equivocarme. Me temo que les falte tenacidad.
Usted sabe que soy vasco, vasco por todos costados, y usted sabe que la fuerza de mi pueblo es la tenacidad. Loyola fue un hombre tenaz, insistente. El puerto de Bilbao no se ha hecho por una inteligencia genial, sino por un carácter de roca, que ha sabido resistir año tras año los embates del mar. Don Evaristo Churruca, en cuyas venas corre sangre del otro Churruca, el almirante, es nuestro último héroe. Ha podido más que el mar.
¿Se podrá algo contra el embate continuo de las olas ciegas y sordas de los bárbaros? ¿Llegarán a ver, oír y entender?
Hablan otra vez más de la tranca, de palo y tente tieso, de eso que tienen en vez de sesos.
Me hablaba en una ocasión un bárbaro de cierta reunión a la que acudieron interesados de toda España. Me contaba las razones que exponían paisanos de usted y míos, y añadió: “Si nos ponemos a discutir, nos envuelven, así es que, como éramos más, los arrollamos”. Las alas del corazón se me cayeron al oírle. ¡Qué tristeza, querido Maragall, qué enorme tristeza me causó el leer traducido, después de haberlo leído en ese hermoso catalán en que usted siente, quiere y magnifica a España, su “¡Vísca Espanya!” Y me acordé de aquel su otro: “¡Adéu, Espanya!”.
Y aquí, mi buen amigo, aquí, en esta pobre y desgraciada Castilla, el espíritu sufre y suspira bajo el dominio de los bárbaros. Pasando a la vista de Fontiveros, en la estepa polvorienta, me decía: ¿Y cómo pudo ser que hubiera nacido aquí, siglos hace, San Juan de la Cruz? Y vine a concluir, para consolarme, que el espíritu no está muerto, sino dormido. De cuando en cuando se queja en sueños.
Ya sabe usted cuál es nuestro deber.
Le abraza su amigo.