martes, 15 de julio de 2008

El peletero educado



3 de agosto de 2006

El peletero educado opina que la buena educación es necesaria para ir por la vida, te abre puertas, te allana el camino y, si la acompañas con una sonrisa, mejora tu vida social y a veces incluso la sexual, aunque sólo a veces. En otras ocasiones incomoda, impone barreras y marca distancias, aleja a las personas y a los cuerpos y te acabas convirtiendo en un solitario involuntario.

El peletero educado piensa que la buena educación es también una hermosa expresión de la buena voluntad y la buena predisposición hacía los demás y hacia uno mismo. Del respeto y la estima que los otros y tú mismo os merecéis.

El peletero educado estaba convencido de todo ello, de las enormes ventajas y virtudes que la buena educación representaba, así como también de esos peligros que todo lo bueno contiene.

El peletero educado estaba convencido y lo llevaba a la práctica, arriesgándose en lo necesario y totalmente seguro de la bondad de su actitud.

No tardó en obtener beneficios y ventajas y alguna que otra mirada suspicaz también. Pero el saldo era extraordinariamente positivo. No sólo llegó a ser querido si no también necesario. En su reducido entorno se convirtió en un nexo, un camino, un puente entre dos orillas. En un facilitador, las cosas eran más fáciles si él estaba allí, ayudaba con su sonrisa y su “por favor” a la solución de problemas reales y también imaginarios.

Los imaginarios eran los más difíciles, sin duda, y también los más abundantes. A un problema imaginario había que proponer una solución no sólo imaginativa sino también imaginaria y en estos casos no siempre bastaba una sonrisa educada. Hacía falta violentar algo, el lenguaje o incluso la misma realidad. Naturalmente esto último es imposible y lo primero muchas veces insuficiente.

Aquí empezó a cosechar sus primeros fracasos y a recibir sus primeras bofetadas en forma de desprecios y desplantes. Nadie aceptaba sus derrotas, una percepción que para ellos les hacía suponer que eran promesas incumplidas, infidelidades y traiciones.

Sus éxitos disminuían y sus fracasos aumentaban tanto como la envidia que producía su bienestar y su alegría ordenada, serena y educada.

En un determinado momento pasó un ecuador invisible y a su alrededor se fue produciendo un vacío abisal. Infranqueable. Al puente se le hundió uno de los pilares y el resto se vino abajo. La fuerza de las aguas se lo llevó todo por delante y él se fue con ellas.

Y así, medio ahogado, llegó al mar. Y allí sigue, entre peces que no le dirigen la palabra, no tienen párpados, ni sonríen nunca.