viernes, 16 de marzo de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (21)


Teodoro Van Babel

21.
Las costureras.

En su correspondencia, Van Babel nos habla de una cofradía secreta, similar a la masonería que en lugar de tener como símbolos el compás y la escuadra, tendría la aguja, el dedal y el hilo, como instrumentos místicos de su arte, y a la libélula como su tótem ancestral.

Los masones cumplían la misión de conocer la arquitectura del universo, dibujar sus planos y construir de acuerdo con ese orden fundamental y primigenio representado en el templo de Salomón, el útero materno primordial.

De igual modo, los seguidores del pespunte y el dobladillo debían descubrir la forma del mismísimo Arquitecto desvelando su desnudez al vestirla. En ella encontraban su nombre, su identidad. Cualquier material, sea tejido o piel, que cubre un cuerpo es un puente entre el interior y el exterior siendo ambos al mismo tiempo uno y dos.

El vestido mínimo es el que cubre el sexo, el resto, se dice, es sólo adorno. En el ornamento del cuerpo encontraremos el desnudo básico que viste a cualquier rey.

¿Qué aspecto tiene Dios?, porque aspecto ha de tener si como Dios lo tiene todo.

A diferencia de los escultores y los pintores, a veces tan distantes y displicentes con la realidad, estos artesanos del corte, el hilo y la costura, establecían con ella una relación directa sometida a sus medidas y volúmenes, buscaban en la figura del hombre y en la de la mujer a Dios siguiendo el principio inverso de estar hechos a su imagen y semejanza. Sus pinceles no representaban la carne, la erigían realmente sin tener que esculpir estatuas de piedra, y sus tijeras y agujas la transformaban al cubrirla de nuevo con una segunda piel de telas, plumas y cueros. El rey dejaba de estar desnudo.

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(21)

Camino adrede por las calles donde hay prostitutas. La acción de pasar junto a ellas me excita; esta posibilidad remota, pero no por ello menos existente, de irme con una de ellas. ¿Es esto una bajeza? No conozco, sin embargo, otra cosa mejor, y el hecho de realizarlo me parece en el fondo inocente y casi no me produce remordimiento. Sólo deseo a las gordas de cierta edad, con vestidos anticuados, en cierto modo suntuosos gracias a algunos colgajos. Probablemente una de esas mujeres ya me conoce. La he encontrado este mediodía; no llevaba aún su traje de faena; el cabello se veía pegado a la cabeza; iba sin sombrero, con una bata de trabajo como las cocineras, y llevaba un bulto, tal vez a la lavandera. Nadie habría visto en ella el menor atractivo, sólo yo. Nos miramos fugazmente. Esa misma noche (desde el mediodía bajó la temperatura), la vi con un abrigo ajustado, de color pardo amarillento, al otro lado de la angosta calleja que sale de la Zeltnergasse, donde hace la carrera. Volví dos veces la vista hacia ella, que también captó mi mirada, pero lo que hice fue realmente escaparme.

(En Diarios (1910-1913) Franz Kafka - Una de esas mujeres - Ignoria - 24 de enero de 2011 por Isaías Garde)