martes, 16 de junio de 2009

El peletero/El Gordo/El Fin (1 de 5)


9 Junio 2008

Me llaman “El Gordo”, incluso yo me llamo a mí mismo así cuando pienso en mí que es muy a menudo.

Había salido del balneario que dirigía Natalia para ir en busca de unos papeles que pertenecieron a mi viejo profesor, en ellos creía haber leído algo que me recordaba, o se relacionaba con ella de una manera asombrosa y extraña. Quizás era yo el que establecía la relación, quizás no existía tal conexión. Quizás mi querido profesor la conoció, algo casi imposible por otra parte, o supo de alguien parecido o alguien distinto, pero con el mismo nombre ruso, el mismo rostro, el mismo cuerpo o la misma risa.

Algo recordaba vagamente y algo debía hallar, algo había guardado en unas cajas de cartón, algo que creo se llamaba “La Caja de Música” o similar. Quizás me equivocaba y en realidad era “La Cornucopia”, “El Aguador”, “La Caja de Pandora” o “El Cofre del Tesoro”. Pero lo más probable es que fuera solamente un simple cajón de sastre, lleno de agujas e hilos, tijeras y dedales.

Doscientos metros cuadrados en un recinto con el techo que se acercaba a los cuatro metros de altura, todo lleno de estanterías metálicas y todas las estanterías llenas de cajas de cartón numeradas, y todas la cajas llenas de polvo gris.

Dentro de las cajas papeles.

Antes había ido a mi banco a buscar en otra “caja” muy diferente, la de seguridad, la relación de todo lo guardado, el “índice”, el “programa”, el “menú”, escrito a mano por mí más de treinta años atrás.

¿Por qué demonios he engordado tanto? Casi no puedo ni subir a esa pequeña escalera que sirve para llegar a los estantes superiores. Maldita Natalia, borracha y extraña, desconocida y más sola que yo, por esa mujer que ríe como un hombre, por ella estoy aquí, buscando algo que no sé que es y sudando toda mi grasa. Estoy harto de esa risa que impide reírme de los chistes que me cuento a mí mismo. Yo río por dentro, nunca por fuera, los demás piensan que no río nunca, cuando la verdad es que no paro de reír.

Me muero de risa.

Nunca me ha importado estar gordo excepto para orinar, tengo tanta barriga que me cuesta llegar a “ella”, o a “él”, ya no sé si eso que me cuelga de entre las piernas es femenino o masculino, aunque es un atributo de hombres, dicen. El caso es que necesito un espejo para verla o verlo. El caso es que estoy gordo, el caso es que casi no me puedo mover y el caso es que debo de ser yo el que haga esto, no puede acompañarme nadie. Debo de hacerlo porque una mujer me ha recordado algo que leí en mi juventud, algo que ni siquiera es mío ni de ella, algo que fue de un anciano loco, mi maestro, un anciano que murió de frío en un jardín que no era un jardín.

Pasillo 16, estantería 12, piso 7, caja 601. “El Aguador”, allí estaba. ¿Qué era?

Primero pensé que era poesía, luego, al terminar de leer, pensé que era poesía. Ahora que ha pasado un tiempo, un tiempo desde no sé dónde o desde no sé cuándo, pienso que es poesía. Incluso pienso que mi gordura es poesía, que mi grasa mórbida lo es, que mi pene inapetente lo es. Que incluso algo tan terrible y temible como el futuro es también poesía.

Estoy sentado en el suelo, a mi lado hay una caja medio vacía de cervezas calientes que me he hecho traer. En esta nave hay polvo por todas partes. Empiezo a estar borracho y no me puedo levantar del suelo, pero no me preocupa, sé que es poesía. Me acurrucaré y dormiré, seguramente me orinaré encima y mañana pagaré para que me bañen y me aseen. Incluso es posible que vaya a un burdel, hace años que no tengo ninguna clase de vida sexual, pero es necesario que alguien me recuerde cuatro cosas. Es necesario, creo. No por mí, exactamente no por mí, no tengo necesidades sexuales que satisfacer, es algo distinto, es otra clase de cosa. No es sexo, es…

Me estoy volviendo loco, pienso que todo es poesía.