miércoles, 29 de junio de 2011

El peletero/El techo de cañas


Textos vírgenes o el arte de no decir nada.


El techo de cañas. (24)



“Al hacer una confección con pieles de visón se elegirán bien para que todas sean del mismo color y tengan la misma elevación de pelo, se humedecerán, dejándolas lo más llanas posible, y se procederá a marcar cuidadosamente el centro de la arista de la piel. Después de reparar todos los defectos, se podrán efectuar los alargamientos en forma de W tal como indica la figura 152. En la 153 puede verse el resultado.



Al contrario de la mayoría de animales, el astracán tiene el bucle retorcido en dirección hacía la cabeza; por dicha razón estas pieles se confeccionan en sentido inverso. De no hacerlo así, el roce natural de los bucles con la piel haría que se desrizaran. La figura 146 nos enseña la forma de unir las pieles de astracán. Generalmente éstas tienen el bucle mayor en la parte del cuello, y al juntar una piel con otra se procurará poner encima la piel de bucle más pequeño, aprovechando todo lo posible su pequeño rabo, por ser en esta parte donde el rizo es más bonito y apretado”.



“Tratado de Peletería”, José Tapbioles.



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Querida Paulina,

Siempre me repetías que cualquier animal tiene una arista, una joroba colocada en el centro de su espalda. Según parece, allí se alza el penacho que toma aire para refrescarse como si fueran las orejas de un elefante que quisiera volar.

Cuando se desolla a una bestia se debe procurar no arrancarle la carne que irremediablemente se pudrirá; vuelta como un calcetín, con el pelo hacia dentro, la deberemos extender bajo un techo de cañas y dejar que la sombra y la brisa las salvaguarden del sol. Al cabo de unos días se podrá llevar a un curtidor, con un poco de cromo y de ácido le dará el aspecto elástico que tanto imaginamos y deseamos.

Todavía recuerdo mi referencia cursi a tu “astracán”, te reías al oírla y al escuchar mis tonterías sobre maridos y esposas. Tumbada al sol y a la sombra en aquella desconchada terraza del Hotel Patras, cubierta igualmente por un techo de cañas, me decías que yo también terminaría siendo uno de ellos, un vulgar hombre casado. Pero te equivocaste de lleno, seguí en mi taller marcando con la tiza el centro de las espaldas, ese punto que indica el sentido del viento y de la corriente como si fuera una ola que se cabalga asimisma, el ombligo, el rizo, el remolino aquél que todos buscan y que pocos saben hallar.

Cualquier animal tiene esa línea, me contabas profesoral y sentenciosa, afectada, una cresta centrada que a veces termina en giba y otras en cola, ninguna de las dos se puede arrancar, nacemos con ella, diminuta y fina, luego, despacio, a medida que van pasando los años, va creciendo hasta convertirse en nimbo o en cirro, en ojo de buey o de mirlo, en las velas o en la quilla de un navío.

En otras es un Zeppelin en el cielo o un leve tartamudeo.

¿Es el pasado?, te preguntaba yo, no, cielo, me respondías tú, es el futuro y todo lo que no ha sucedido ni sucederá.

“Al contrario de la mayoría de animales, el astracán tiene el bucle retorcido en dirección hacía la cabeza...”, tal vez por ello no dejabas de advertirme que la vida aún sería más rara que todo eso. Tuviste razón, la vida lo fue, todavía más inaudita que todo lo que yo podía haber imaginado.

“Generalmente éstas tienen el bucle mayor en la parte del cuello, y al juntar una piel con otra se procurará poner encima la piel de bucle más pequeño, aprovechando todo lo posible su pequeño rabo, por ser en esta parte donde el rizo es más bonito y apretado”.

(Demóstenes Vilanova del Bell Puig, aprendiz de peletero)