lunes, 30 de enero de 2012

jueves, 26 de enero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (6)


Teodoro Van Babel

6.
Sus obras.


Teodoro Van Babel fue un pintor mediano al que adornaron dos dispares habilidades: el retrato y la composición simbólica.

La primera queda bien probada en la variedad que empezó a lo largo de su vida, pocos de ellos terminados. La mayoría son rostros a lápiz, algunos coloreados, y esbozos someros de cuerpos y vestidos. De entre todos ellos es obligado resaltar los que realizó a su propia hermana Silvia y también a su familia inglesa, esposo y sobrinos.

A pesar de emigrar a Londres para casarse allí con Christian, Teodoro logró retratarlos a todos desde la distancia sin verlos siquiera, utilizando para tal fin únicamente la memoria, la intuición y las descripciones de ella que parece que dibujaba también algo aunque fuera poco. Todos inacabados, pues nunca llegó a finalizar ninguno de esos retratos familiares en los que a veces él se incluía al lado o al fondo, en ese centro raro que nunca está en medio.

Los años pasaban, los niños crecían y se morían, las personas cambiaban y las pinturas nunca se concluían. El resultado que nos ha quedado, después de capas y capas de carbón y de colores amontonados es el de unos bocetos donde los personajes y los modelos parecen no tener ni edad ni peso. Son fantasmas provisionales que no consiguen traspasar el espejo.

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“Cuando entraron vieron, colgado de la pared, un magnífico retrato de su señor, tal como le habían conocido siempre, en todo su esplendor de su exquisita juventud y de su belleza. Tendido sobre el suelo había un hombre muerto en traje de etiqueta, atravesado el corazón con un puñal. ¡Su cara estaba llena de arrugas, ajada, repugnante! Sólo por sus sortijas pudieron reconocer quién era”.

(El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde, 1890)

martes, 24 de enero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (5)

Teodoro Van Babel

5.
El Asquenazí


A la muerte de su hermano, Silvia, enferma y sin dinero, no se acobardó, pidió un préstamo a un banquero asquenazí para poder realizar el viaje.

Con su hijo mayor, Pablo, se embarcó dispuesta a recoger y a llevarse los restos de Teodoro y a enterrarlo en su patria inglesa, al lado de sus hijos muertos, con fosa y lápida, cruz y nombre propio. Con el cadáver transportó también sus papeles y alguna de sus telas, vació la casa cargando con lo que pudo en sus ya débiles hombros.

Pero no consiguió devolver la deuda y el usurero se quedó con aquello que había pertenecido a Teodoro. Al cabo de poco, y al marchar también su hijo mayor al Nuevo Mundo americano, murió de tristeza.

Afortunadamente el prestamista judío sabía lo que tenía entre manos y lo valoró adecuadamente. Y así fue pasando a sus descendientes que heredaron y vendieron todo ese patrimonio según sus necesidades y chifladuras. En la actualidad su obra se halla en diferentes museos y sólo mantienen y custodian las cartas, y este peletero que escribe ha podido tenerlas en sus manos.

Yo no sé hablar ni leer flamenco, pero sí puedo mirar y ver la caligrafía de los dos, y eso casi... es casi suficiente.
                                                                        
Las estirpes judías son amplias, extensas y dispersas. Y mis amigos I. & M. K. LTD, peleteros, judíos, asquenazíes y alemanes, afincados en Londres durante una de las guerras civiles europeas, tuvieron la gentileza de introducirme y presentarme a la persona adecuada de su familia que, con la ceremonia debida, me mostró y abrió, con una pequeña llave de oro, el joyero donde guardaban toda la correspondencia de Silvia y Teodoro.

Dos vidas enteras en pergamino viejo, que por no ser no son ni siquiera un recuerdo, no lo son, pero lo fueron.

Según parece, una vez muerto Teodoro, ella continuó escribiéndole. Le hablaba sin fecha como si estuviera viviendo un momento que hacía mucho que había terminado por abandonar el tiempo.

La última de sus cartas es la simple noticia de la marcha de su hijo Pablo a América.

-Pablo se ha ido-, decía en ella, y después de decirlo se ve que se calló para no decir nada más.

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(...)

Y sellado a su requisición con el sello real establecido para los contratos legales de Amboise, y ello, en signo de verdad.

Dado al 23 día de abril de 1518 (antes de Pascua) 1519.

Y en el mismo 23 del mes de abril de 1518, en presencia de Al. Guillermo Borcau, notario real, en la corte de la alcaldía de Amboise, el susodicho M. Leonardo de Vinci ha dado y concedido por su testamento y expresión de última voluntad, como más abajo se dice, al dicho Bautista de Villanis, presente y aceptante, el derecho de agua que el rey, de buena memoria, Luis XII, último difunto, dio antaño al dicho de Vinci, sobre el curso del canal de San Cristóbal, en el ducado de Milán, para gozar de ello el dicho Villanis, pero de tal manera y forma como el dicho señor le ha hecho don de él en presencia de Al. Francisco Melzi y la mía.

Y en el mismo día del dicho mes de abril, en el dicho año de 1518, el mismo Leonardo de Vinci, por su mismo testamento y expresión de última voluntad, ha dado al susodicho Francisco de Villanis, presente y aceptante, todos los muebles y utensilios que le pertenezcan en el dicho lugar de Cloux. Siempre en el caso de que el dicho de Villanis sobreviva al susodicho M. Leonardo de Vinci.

En presencia del dicho M. Francisco de Melzi y de mí, notario.
Firmado: Boreau

Testamento de Leonardo Da Vinci

José de España, Breviarios (Preparado por Patricio Barrios), Capítulo XIX

(“Ignoria”, el 31 de octubre de 2010, publicado por Patricia Damiano)

jueves, 19 de enero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (4)

Teodoro Van Babel

4.
El basurero.


Teodoro era delgado y flaco como uno de sus pinceles de pelos de marta cibelina.

Silvia, su hermana, aunque a veces parecía no tener otro cuerpo que el de sus dibujos, era fuerte sin ser robusta, más un lápiz afilado y puntiagudo que un pedazo de papel. Un junco con una nariz grande y bonita.

Morena suave y clara de piel, tenía ese color de flamenca y de sajona que le proporcionaba el paisaje de su tierra, de arena y de lodo un poco oxidado, de ceniza con unas gotas de miel.

Ella nunca fue invisible, pero su hermano sí, por eso pintaba Teodoro, hombre albino y translúcido como el semen de un anciano, corto de vista, alguien que sabía parar la luz.

Porque la luz y el tiempo se pueden detener al pintar y también al morir, al no ser ambas cosas más que inmovilidad y pasmo, piedra y espanto.

Teodoro dibujó mucho y escribió algo, pero pintó poco, tuvo escasa producción terminada, lo empezaba todo y no acababa casi nada. Cientos de esbozos y páginas escritas se acumulaban en su casa que repleta y llena de papeles rebosaba como un basurero.

Encima de las mesas, debajo de las camas y en cofres repletos guardaba Teodoro sus apuntes y sus notas que no eran más que recuerdos y montones de proyectos destinados a convertirse, más pronto que tarde, en leña o simple paja para quemar en algún invierno crudo y despiadado. Pero no fue así, y el mal tiempo, aunque llegó, conservó el tesoro de Teodoro.

Los inviernos se tuvieron que pasar como se pudieron, tiritando y sufriendo más de lo debido ya que el frío, quiérase que no, siempre es más miserable y mezquino con los vivos que el sol lo llega a ser con los muertos, tan tiesos y rígidos que ya no los revive ni el verano ni tampoco ningún entusiasmo ni calor humano ni animal.

Sin embargo, gracias a Silvia y a pesar o gracias también al frío, como ya hemos dicho, se conserva casi todo eso que no se quemó para no morirse helado, que guardó, que medio pintó y escribió y que casi también lo sacó de su hogar porque de tan lleno que lo tenía de recuerdos y cachivaches no cabía en él.

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“A ningún pintor inscrito en la tradición occidental le resulta en exceso difícil imaginar que el acto de modelar equivale a representar algo. Lo que ya es distinto, y supone ampliar dicha concepción, es percibir el mundo de igual modo. O quizás no sea una ampliación del concepto sino más bien una contracción: del mundo a las proporciones del propio taller”.

(...)

“Pero, a diferencia de Rubens, el viajero impenitente y diplomático oficial, el confidente de reyes, e incluso a diferencia de Bloemaert, Honthorst y Lastman, maestros algo más humildes de los talleres que proliferaban en la parte norte de los Países Bajos, Rembrandt permaneció en casa. Su taller era su mundo. Y en buena parte de su existencia no fue un genio solitario sino el creador de un estilo peculiar, pero era un estilo que, por su propia naturaleza, surgió en el taller. Aunque sus ambiciones igualan a las de cualquier pintor de su época, ellas se manifestaron casi con exclusividad en este terreno, esforzándose su inspirador por percibir, o cuando menos representar, la vida en el universo circundante como un fenómeno de taller”.

(El Taller de Rembrandt. La libertad, la pintura y el dinero. Svetlana Alpers) Mondadori 1992

martes, 17 de enero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (3)

Teodoro Van Babel

3.
El collar.


Teodoro no quiso nunca ir a vivir con su hermana al otro lado del canal, de esa manga estrecha que separa, como ya hemos dicho, el Continente de la Gran Bretaña. Ella se lo pidió, se lo suplicó y ofreció en numerosas ocasiones, pero él continuamente se negaba, acostumbrado como se acostumbró a llevar una vida solitaria, desordenada y sin amos que no fueran la pobreza y el hambre que casi siempre lo mal acompañaban. Decía Teodoro de sí mismo que era un árbol, un ciprés o un alcornoque, fino y tozudo, y que el viaje lo debían realizar sus dibujos y no sus pies que, más que patas, eran raíces con suelas y calzas llenas de parches, pegotes y descosidos, agujeros por donde se colaban el viento, el frío y la lluvia. Y a veces, sin duda, también la soledad.

Entre ambos, Silvia y Teodoro, se estableció así una relación epistolar singular, dos seres que siendo hermanos, hombre y mujer, fueron más que menos, y que nosotros no diremos ni a qué llegaron ni qué pudieron ser, entre otras cosas porque tanto da y tanto tampoco sabemos ni mucho menos nos incumbe opinar sobre lo que ignoramos.

Como perlas de un collar, y al final del presente preámbulo, expondremos a la vista sus cartas como si fueran sus dibujos para el que lo quiera, y sea capaz, pueda en ellas encontrar las palabras, esos árboles raros también, que nacen, crecen y sueñan bajo nuestro sol inclemente y efímero, mucho menos caliente y más indiferente que la luz de la medianoche o de la luna nueva.  

Fantasmas, troncos, simple madera que humilde celebra alguna Navidad y sus muertos, aquellos que ya apenas casi nadie recuerda y que alguno, medio loco, se atrevió a pintar.

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“La primera obra de este tipo (plástica) la hizo en arcilla el alfarero Butades de Sición, en Corinto, sobre una idea de su hija; enamorada de un joven que iba a dejar la ciudad: la muchacha fijó con líneas los contornos del perfil de su amante sobre la pared a la luz de una vela. Su padre aplicó después arcilla sobre el dibujo al que dotó de relieve, e hizo endurecer al fuego esta arcilla con otras piezas de alfarería. [...]". (Plinio El Viejo (Cayo Plinio Cecilio Segundo). Naturalis Historiae, Liber XXXV. Libro XXXV. En: Lacus Curtius.)

jueves, 12 de enero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (2)

Teodoro Van Babel

2.
El taller


Un taller de orfebres y artesanos lo aceptó de pequeño para barrer, baldear, limpiar y servir, al mismo tiempo, de criado a sus obreros. Ellos, que no poseían nada más que su oficio, creían tener en el pobre muchacho el derecho y el poder que sus propias manos les negaban con un escaso don y una insuficiente pericia.

Cuentan, los que lo trataron, que fue un mal aprendiz que no se dejaba domesticar más por pereza que por rebeldía, así que no sabemos muy bien cómo, pero Teodoro aprendió allí a pintar mirando y escuchando lo que podía como si pescara peces con un arpón o se encontrara, por casualidad, mariposas atrapadas en una de las numerosas telas de araña del polvoriento taller. Miseria y dificultad, casualidades, encuentros y despedidas porque dicen también, los que lo saben, que sólo se pinta a los muertos, o a los vivos en el trance de morir, que lo que se ve no es más que el rostro de lo desconocido, así que Teodoro parecía ver en cada ventana un pozo, en cada hoja una raíz y en la oscuridad de la vida la luz del día.

Pero la noche no lleva a la mañana.

Gracias a las escasas lecciones que algunos buenos samaritanos le dieron desarrolló a tientas su arte; en los talleres muchos esconden sus habilidades para protegerse de futuros competidores que no dudarían ni un instante en sustituirlos echándolos a la calle en plena nevada invernal. El temor a ser peores que los aprendices, a los que deben enseñar, los transforma en viles y avaros de sus haberes y deberes aunque sean lerdos y se equivoquen al contar y no sepan escribir, ni casi dibujar, una o con un canuto ni el punto de la i con la punta del dedo.

Sin embargo, otros son generosos y no ven en sus semejantes enemigos ni rivales, ni tampoco bienes como si fueran meros muebles, objetos o propiedades para comprar o vender, sino hijos de Dios como ellos, prójimos sin más, amigos y compañeros, ya que ser maestro no es impartir ninguna lección y sí dar el ejemplo que sólo se da sin darlo, si bien eso que parece tan fácil, y no cuesta dinero, al no necesitar esfuerzo aparente, no lo es en realidad y casi todos lo ignoran, y mucho menos todavía lo recuerdan si es que alguna vez lo llegaron a saber. Pocos son fieles a sí mismos y casi nadie lo es a los demás.

Fuera como fuese así quiso Dios que nuestro pintor viera las cosas, a pedazos y a la luz de las velas, y con ellas temblorosas vestir al mundo con un color entre oscuro y opaco como lo son las figuras que las sombras, llamadas chinas, dibujan en la pared.

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“1 de febrero de 1620
 
Sepan quantos esta carta vieren, como yo Alonso de Melgar, escribiente, vezino desta ciudad en la collación de Santa María, como padre legítimo administrador que soy de Diego de Melgar, mi hijo lijitimo que está constituído debaxo de mi dominio peternal de hedad que al presente será de treze a catorze años poco más o menos otorgo e conosco que pongo a serbir por aprendiz a el dicho mi hijo con bos Diego Velasques pintor de ymagincría vezino de esta dicha ciudad en la collación de San Miguel por tiempo de seis años cumplidos primeros siguientes que corren y se quentan desde oy día de la ffecha de esta carta en adelante hasta ser cumplidos para que en este dicho ticnpo el dicho mi hijo os sirba en el dicho buestro arte y en todo lo a él tocante y perteneciente y bos aveis de ser obligado a le dar durante el dicho tiempo de comer y beber, bestir y calzar, casa y cama en que esté y duerma sano y enfermo y curallo de todas las enfermedades que en el dicho tiempo tubiese con que cada una dellas no passe de quinse dias por que si más estubiere yo le tengo de curar a mi costa, y le enseñéis el dicho buestro arte de pintor bien y cumplidamente, según y como bos lo saveis e sin le encubrir dél cosa alguna, pudiéndole el dicho mi hijo deprender y no quedando por bos de se lo enseñar y no aveis de ser obligado a le dar otra cosa alguna más de lo referido porque ansi es concierto y donde en este tiempo el dicho mi hijo uviere y supiera vuestro pro que os lo llegue y buestro daño que os lo aparte y si apartar no pudiera que os lo diga o haga saber para que lo remedieis y las cosas que os hizierr menos de buestra casa o hazienda me obligo de os pagar e restituir por mi persona e vienes según quel derecho manda y si de vuestro poder e casa se fuere o ausentara me obligo de os lo traer de donde quiera questubiere e para ello quelquier juez os pueda dar e dé su mandamento requisitoria de apremio para lo sacar e traer de donde quiera questubiere con solo vuestro juramento e declarazión o de quien buestra causa uviere sin otra prueva alguna aunque de derecho se requiera, de que vos relievo, e le compeler e apremiar a que haga e cumpla el dicho consierto y las fallas qué os hiziere por enfermedad o ausencia me obligo e le obligo que os la sirva adelante cumplido el dicho tiempo dias por dias, tiempo por tiempo, y en esta manera y según dicho es me obligo a quel dicho mi hijo no se apartará de todo lo contenido en esta escritura aunque diga y alegue que quiere deprender otro oficio, porque durante el dicho tiempo no lo a de poder hacer e vos que no lo podais dejar por ninguna causa que sea so pena de cinco mill maravedís que la parte de nos que contra lo aquí contenido fuere o biniere dé y pague a la obediente que por ello estuviera y lo u'oiere por firme con más las costas daños y menoscabos... flecha la carta en Sevilla de otorgamiento del dicho Alonso de Melgar a primero día del mes de febrero de mill y seiscientos y veinte años y el otorgante que yo ei presente escribano público doy fe que conosco lo firmó de su nombre en el registro. Testigos Francisco del Carpio v Francisco de Puga, escribanos de Sevilla.-Alonso de Melgar (rubricado). Francisco del Carpio, escribano de Sevilla (rubricado). Francisco de Puga escribano de Sevilla. (rubricado). Pedro del Carpio escribano pública (signado y rubricado).-Y de otorgamento del dicho Diego Velasquez a tres días del mes de Febrero de mill y seiscientos y veinte años y el otorgante que yo el presente escribano público doy fé que conozco lo firmó de su nombre en el registro. Testigos Francisco del Carpio y Miguel de Burgos escribanos de Sevilla.-Diego Velázquez (rubricado).-Francisco del Carpio escribano de Sevilla (rubricado). Pedro del Carpio, escribano Dúblico. (Signado y rubricado).
 
Archivo de Protocolos de Sevilla. Oficio 4°. Pedro del Carpio. 1620. Libro I, fols. 474 y 474 vto).”

(Carta de aprendizaje de Diego Melgar con Velázquez)

Varia Velazqueña. Tomo II. Pág. 219.

Folio 474
Folio 474 vt°

martes, 10 de enero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (1)

Teodoro Van Babel

1.
Su vida.


Teodoro Van Babel nació cerca de Amberes a finales del siglo XVI.

Él y su hermana Silvia fueron los dos únicos hijos que sobrevivieron a sus numerosos hermanos, todos fallecidos a temprana edad.

Silvia se casó a los 24 con Christian, un comerciante inglés de pieles y cueros, y con él fundó una familia al otro lado del Canal, ese trozo de agua al que todos llaman Manga como si fuera el brazo de Neptuno que aflorara del mar.

A los ocho meses de irse a Inglaterra sus padres, tristes por la marcha de su hija, fallecieron de achaques, de fiebres y de melancolía, dejando a Teodoro, que entonces contaba con 20 años de edad, solo y cargado de deudas familiares que mal pagó gracias a la inagotable y continua subvención y socorro -en mayor medida que la que le correspondía por deber y herencia- de Silvia y de su esposo.

Con el auxilio de ambos logró salvarse de la cárcel, de la ira y de la violencia de los acreedores, procuradores y alguaciles que lo acosaban para saldar las cuentas que con él tenían pendientes, porque ya se sabe que la justicia del Rey sirve más al noble que al plebeyo, al rico que al pobre al que sólo le cabe esperar la de Dios en el Otro Mundo, tierra ignota para los vivos y que nunca será, desgraciadamente, la que descubrió el famoso almirante genovés.

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“Yo, Alberto Durero el joven, he sabido por los papeles que he encontrado en casa de mi padre, dónde nació, cómo llegó a Nuremberg y cómo murió santamente.

(...)

Del matrimonio de mi querido padre y de mi querida madre han nacido los niños cuyos nombres siguen:

Todo lo que vamos a leer a continuación, lo he copiado, palabra por palabra del libro, de mi padre.

I.- El año 1468 después del nacimiento de Jesucristo, el día de Santa Margarita, mi esposa Bárbara dio a luz a mi hija mayor. La vieja Margarita de Weissenburg fue su madrina; ella dio a la niña el nombre de su madre.

Siguen:

II- 1470 Juan, III- 1471 Albert, IV- 1472 Sebald, V- 1473 Jerome, VI- 1474 Antoine, VII- 1476 Agnes y VIII- Margarita, IX - 1477 Úrsula, X- 1478 Juan, XI- 1479 Agnes, XII- 1481 Pierre, XIII- 1482 Catherine, XIV- 1484 Andrés, XV- 1486 Sebald, XVI- 1488 Cristina, XVII- 1490 Juan, y...

XVIII- En 1492, el día de San Ciriaco, dos horas antes de la noche, Bárbara me dio mi decimoctavo y último hijo. M. charles d’Oehsenfurt, su padrino, lo llamó Carlos.

A día de hoy, casi todos mis hermanos y hermanas, hijos de mi querido padre, han fallecido, unos muy jóvenes, los otros un poco más tarde. Tres de entre nosotros han sobrevivido y vivirán lo que Dios quiera. Son mi hermano Andrés, mi hermano Juan, y yo, Alberto.”

(“Notas de Familia”, Alberto Durero)

Fuente: Gazette des Beaux Arts (1859). Tomo 18.

miércoles, 4 de enero de 2012

El peletero/La casa


Lecciones desordenadas y fugaces de anatomía barroca.

Y 21. La casa.

Estamos condenados continuamente a vivir en casas ajenas en una anachoresis que nunca termina.

Posesiones personales, una silla, una mesa: un lugar donde escribir. En más de 400 años no es mucho lo que ha cambiado. ¿O sí? Durero pintaba a un eremita, de forma que resultaba natural mostrarlo trabajando solo, pero en el siglo XVI era raro que alguien tuviera una habitación sólo para él. Pasaron más de cien años hasta que las habitaciones a las cuales se podía retirar uno de la visión del público empezaron a aparecer, y se las llamaba “habitaciones privadas”. Así aunque el título del grabado dice que se trata de un “escritorio”, en realidad era una habitación con múltiples usos, todos ellos públicos. Pese a la calma presente en esa obra maestra, el tipo de tranquilidad y de intimidad que solemos relacionar  con el lugar donde trabaja un escritor habría sido imposible. Las casas estaban llenas de gente, mucho más que hoy día, y la intimidad era algo desconocido. Además, las habitaciones no tenían funciones especializadas; al mediodía se sacaba el atril y los residentes de la casa se sentaban a la mesa a comer. Al atardecer se desmontaba la mesa y el banco largo se convertía en diván. Por la noche, lo que ahora funcionaba como cuarto de estar se convertía en dormitorio. En este grabado concreto no se ve una cama, pero en otras versiones Durero mostró el sabio escribiendo en un pequeño podio y utilizando la cama como asiento. Si pudiéramos sentarnos en uno de los taburetes con respaldo, al cabo de poco tiempo empezaríamos a cambiar de postura. El cojín que hay en el asiento protege algo contra la dureza de la madera, pero no se trata de un sillón en el que relajarse.

La habitación de Durero contiene algunos instrumentos: un reloj de arena, un par de tijeras y una pluma de ave, pero no hay máquinas ni artefactos mecánicos. Aunque la fabricación del vidrio había progresado tanto que durante el día las ventanas grandes eran una fuente útil de luz, a partir del crepúsculo se bajaban las velas del estante. Resultaba imposible o incómodo escribir. La calefacción era primitiva. En el siglo XVI las casas tenían sólo una chimenea o una cocina en la habitación principal, y el resto de la casa estaba sin calentar. En el invierno, esa habitación, con sus grandes muros de cantería y su piso de piedra, era frígida. El llevar un ropaje voluminoso, como el de Jerónimo, no era cuestión de moda sino de térmica, y si el viejo sabio está encorvado, ello no indica piedad, sino también que tiene frío.  (La casa, historia de una idea, Witold Rybczynski, 1999)

El mundo contemporáneo es la consecuencia de ese fracaso que continuamos viviendo. La filosofía escolástica medieval lo puso en evidencia al expresar su propósito, la unión de la fe con la razón. El barroco dio por terminada tal ingenuidad.

La esperanza casa mal con la libertad, la verdad con la fe, la experiencia con la razón y la caridad, que quiere ser fraterna y solidaria, no llega más que a cómplice.

Lutero (1483-1546) tal vez lo sabía, y por ello quería vérselas con Dios a solas, deseaba hablar con Él sin intermediarios, ser su amigo y su cliente, pero si Su faz nos mataría si la viéramos, Su palabra nos enloquecería si la escucháramos. ¿Qué más da entonces si un sacerdote confesor oye nuestros pecados?, su labor no es la de perdonar en nombre del Altísimo como comúnmente se cree, sino la de obligarnos a recordar nuestras faltas por los siglos de los siglos, amén.

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Escudillas de estaño repletas y pesadas de metal.
Gruesas ventanas hinchadas por la luz.
Materialidad de plomizas nubes.
Vestidos como colchas. Ostras húmedas.
Objetos inmortales, pero que no nos sirven.
Andan solos los zuecos de madera.
Las baldosas nunca se aburren,
y juegan al ajedrez con la luna.
Una chica fea estudia una carta
escrita con tinta simpática.
¿Se trata de amor o de dinero?
El mantel huele a moral y a almidón.
La superficie no conecta con la profundidad.
¿Misterio? No hay misterio alguno
sólo el azul del cielo, hospitalario
e intranquilo como gritos de gaviotas.
Absorta, una mujer pela una manzana roja.
Los niños sueñan con la vejez.
Alguien lee un libro (el libro es leído),
alguien duerme y se vuelve un objeto
cálido, que respira (como un acordeón).
Les gustaba habitar. Y lo habitaban todo,
el respaldo de madera de una silla
y en en hilos finos de leche como el estrecho de Bering.
Puertas de par en par, el viento era afable,
las escobas descansaban tras el trabajo a conciencia.
Descubiertas las casas. Pintura de un país
donde la policía secreta no existía.
Sólo una sombra prematura entró
en el rostro del joven Rembrandt. ¿Por qué?
Pintores holandeses, decid, ¿qué pasará
al pelar la manzana, cuando falte la seda,
cuando todos los colores sean fríos?
Decidnos, ¿qué es la oscuridad?

“Pintores holandeses” Adam Zagajewski, Lvov, Ucrania 1945)

(Del poemario "Tierra de fuego" Ed: El acantilado, 2004)

Traducción X. Farré

lunes, 2 de enero de 2012

El peletero/La vanidad


Lecciones desordenadas y fugaces de anatomía barroca.

20. La vanidad.

El mundo clásico fue toda una era y un vasto continente que cambió dentro de sí mismo. La Atenas de Pericles (495 a.C.-429 a.C.) no tuvo nada que ver con el Bajo Imperio Romano, pero a ambos los unieron los mismos caminos y uno llevaba al otro. Según parece Hades todavía sigue vivo, pero Apolo ya castró y mató a Zeus y Plutón lo hizo también con Poseidón, la nueva tríada que ha ocupado su lugar continúa luchando con Venus y Dioniso que no quieren seguir siendo unos segundones, algún día lo conseguirán si es que no lo han logrado ya. Marte va a su aire y nosotros todavía somos barrocos en espera de lo que diga el Imperio del Centro.

“Hace muchos años vivía un rey que era comedido en todo excepto en una cosa: se preocupaba mucho por su vestuario. Un día escuchó a dos charlatanes llamados Guido y Luigi Farabutto decir que podían fabricar la tela más suave y delicada que pudiera imaginar. Esta prenda, añadieron, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o incapaz para su cargo. Por supuesto, no había prenda alguna sino que los pícaros hacían lucir que trabajaban en la ropa, pero estos se quedaban con los ricos materiales que solicitaban para tal fin.

Sintiéndose algo nervioso acerca de si él mismo sería capaz de ver la prenda o no, el emperador envió primero a dos de sus hombres de confianza a verlo. Evidentemente, ninguno de los dos admitieron que eran incapaces de ver la prenda y comenzaron a alabar a la misma. Toda la ciudad había oído hablar del fabuloso traje y estaba deseando comprobar cuán estúpido era su vecino.

Los estafadores hicieron como que le ayudaban a ponerse la inexistente prenda y el emperador salió con ella en un desfile sin admitir que era demasiado inepto o estúpido como para poder verla.

Toda la gente del pueblo alabó enfáticamente el traje temerosos de que sus vecinos se dieran cuenta de que no podían verlo, hasta que un niño dijo:

«¡Pero si va desnudo!»

La gente empezó a cuchichear la frase hasta que toda la multitud gritó que el emperador iba desnudo. El emperador lo escuchó y supo que tenían razón, pero levantó la cabeza y terminó el desfile”. (“El traje nuevo del emperador”, Hans Christian Andersen, 1837. Argumento extraído de Wikipedia)

No llegó nunca a romperse con el mundo antiguo, el cristianismo siempre supo que en las viejas orillas del Mediterráneo se hallaba su origen. La Edad Media no fue exactamente una tierra de bárbaros ni una etapa entre otras; godos, francos y lombardos buscaron lo mismo que persiguen ahora nuestros modernos vándalos, ser romanos y ciudadanos del Imperio.

En la mirada lejana que ve más allá se encuentra una de las quiebras básicas de la civilización occidental barroca y contemporánea: el fracaso, una vez más, de Prometeo al querer ayudarnos y empujarnos, como Sísifo, a una meta que quizás no fue ni será nunca la nuestra, la independencia y la emancipación del ser humano lejos del Paraíso.

El genio es lo que es, sea eso lo que sea que deba ser, y la vanidad el peor pecado porque da lugar a todos los que vienen después, uno detrás de otro, como si desfilaran en Bendita Procesión un Viernes Santo.

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Las artes y los oficios

Además de la agricultura, que, como acabo de decir, es una actividad común a todos, cada uno es iniciado en un oficio o profesión como algo personal. Los oficios más comunes son el tratamiento de la lana, la manipulación del lino, la albañilería, los trabajos de herrería y carpintería. Aparte estos oficios, no hay otros que merezca la
pena mencionar, ya que los practican pocos. Los vestidos tienen la misma forma para todos los habitantes de la isla. Están cortados sobre un mismo patrón, que no cambia nunca. Las únicas diferencias son las que distinguen al hombre de la mujer, al célibe del casado. El corte no deja de ser elegante y facilita los movimientos del cuerpo, al mismo tiempo que inmuniza contra el frío y contra el calor. Cada familia confecciona sus propios vestidos.

(...)

De este mismo privilegio de exención gozan los destinados al estudio de las ciencias y de las letras. El pueblo, asesorado por la recomendación de los sacerdotes y por los votos secretos de los sifograntes les otorga vacación perpetua.

Si alguno de los elegidos defrauda las esperanzas del pueblo, es devuelto a la clase trabajadora. Pero, sucede con frecuencia, que si un obrero en sus horas libres llega a adquirir por su constancia y diligencia un dominio notable de las letras, se le libera del trabajo mecánico y se le admite en la clase intelectual. (Utopía, Tomás Moro, 1516)