martes, 27 de diciembre de 2011

El peletero/El artista


Lecciones desordenadas y fugaces de anatomía barroca.

18. El artista.

Es indudable que a los seres humanos les gusta acompañarse de cosas bellas, incluso cuando sólo son cosas y no personas. Se suponía que la belleza de la forma emana de la del espíritu o que ésta otorga a la materia su propio aspecto. Lo bello enaltece, exalta y tranquiliza como si al adornar creáramos de la nada, como si recordáramos el Edén, como si la belleza también fuera de obligado cumplimiento al ser, sin lugar a dudas, la mejor manera que tienen de expresarse la verdad y la mentira.

¿Las estatuas de Fidias (490 a. C.-431 a. C.) o Donatello (1386-1466) nos muestran lo que deberíamos ser, o bien nos recuerdan aquello que fuimos?, quizás sólo nos dicen lo que nunca seremos. ¿A qué hay que dar forma?, ¿al cuerpo humano, al del león, a la nada? El Partenón no fue más que un suelo y un techo soportado el uno en el otro entre pilares y postes que llamamos columnas. Demasiada piedra para tanta corriente de aire.

Se empezó a firmar la obra artística en la Grecia clásica buscando parte de la dignidad que no supieron reclamar los gremios y los talleres, el comercio dio lugar a los coleccionistas y a las colecciones que no son más que una variante extraña de la memoria y de la ruina al ser una lista interminable de pérdidas, un inventario de olvidos. La notoriedad del artista, sin embargo, siempre ha debido de pagar un precio elevado al tener que buscar a un señor al que servir, un bienhechor, un tutor, un dueño, porque el artista libre no existe, es imposible y no puede ser, es un contrasentido lógico como pensar que hay cortesanas y rameras sin clientes.

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Tanto Petrarca como Boccaccio emplean términos como “belleza”, “arte” y “poesía”, es decir, los mismos que la estética posterior; ello no obstante, tras de los mismos términos hay conceptos diferentes.

Así el concepto de belleza, conforme a la tradición antiguo-medieval, era mucho más amplio  y a la vez mucho más restringido que el actual: más restringido porque en general designaba sólo la belleza humana, y no solía aplicarse respecto a la naturaleza ni al arte. Y más amplio porque en el hombre designaba no sólo la belleza de su cuerpo, sino también las virtudes del alma.

También el arte lo entendían ambos de modo antiguo y medieval, o sea, más ampliamente que en su uso presente. El arte para ellos consistía en la capacidad de producir cosas, no sólo cuadros o poemas, sino toda creación basada en reglas y principios. Pero Boccaccio, sirviéndose  de distinciones escolásticas, tenía ya un concepto más claro del arte (ars) y lo distinguía de la sabiduría (sapientia), de la ciencia (scientia) y de las habilidades puramente prácticas (facultas).

(...)

Poesía y verdad. Para los poetas del siglo XIV lo más problemático de la poesía era su relación con la realidad, ya que la poesía trataba –a su modo de ver- cosas reales y cosas inauditas. Más aún la poesía “revela la verdad”; es decir, cuando representa la realidad lo hace conforme a la verdad.

(...)

“El quehacer del poeta es imaginar, esto es, componer, embellecer y recrear con tintes artísticos la verdad de las cosas humanas, naturales o cualesquiera otras, y alterarla con el velo de la encantadora ficción, una vez desvanecido el cual comenzará a resaltar la verdad, tanto más agradable cuanto más difícil sea de indagar”. (“Epístolas seniles”, XII, 2. F. Petrarca)

(Historia de la estética: La estética moderna, 1400-1700, Wladyslaw Tatarkiewicz, 1991)