martes, 28 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (16)


Teodoro Van Babel

16.
Marta.

Dicho lo dicho, y habiendo concluido los anteriores comentarios edénicos, debemos ahora seguir hablando de Teodoro y destacar a Marta Belang.

Mención aparte merece la hija de su casero, Marta Belang, con la que se amancebó, no consta en los archivos de ninguna parroquia el certificado de matrimonio ni el propio pintor nos insinúa nunca algo parecido a un casamiento o boda. Teodoro hablaba de ella con cariño y devoción, con amistad incluso y con algo que se parece al amor, pero que no era amor. A ella le comentaba también, igual que a Silvia, los pormenores de sus obras y el dinero que pensaba ganar retratando a ricas burguesas, esas Venus con dinero fresco, contante y sonante, todas ellas diosas inventadas, delgadas o gordas, a todas ellas las pintaba Teodoro con ubres gigantescas que pagaban por verse convertidas en diosas lecheras.

Marta estaba celosa de tanta mujer que se desnudaba delante de su amado, pero no hizo ascos a las monedas que ello les reportaba, habían sido demasiados años de penalidades y de pobreza que no producen más que tristeza como los jardines que se abandonan por falta de cuidado, esos edenes convertidos en bosques naturales en los que las bestias y los diablos juegan con las ninfas y los ángeles. Marta y Teodoro no eran ningún ser infernal ni celestial, solamente dos seres humanos que miraban, cada uno, una cosa diferente. 

Hay, sin embargo, otra Marta anterior de la que sabemos muy poco, una mendiga, casi una niña, que no llegaba a ser una ramera, pero que limosneaba comida a cambio de lo único que tenía.

Silvia, su hermana, ve el peligro en esa pobre desgraciada y aconseja a su hermano que se aparte de ese saco vacío y que deje que sea otro el que lo llene y lo cargue, no él. Silvia fue en realidad la celestina que propició la unión de Marta Belang y Teodoro Van Babel en una escena en la que se demuestra, una vez más, el poder de Eva. Él lo narra con candor pues fue sencillo lo que Marta le pidió, que la pintara desnuda, nada más, y él, claro está, la pintó.

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“...animales entre luces y sombras, bebiendo agua, junto al agua, yaciendo sobre la hierba; a un lado, una crucifixión pintada por un artista que no reconoce a Cristo; flores, personas sentadas, caminando, paradas, a veces sin ropas, desnudas, innumerables mujeres desnudas (algunas dibujadas en escorzo desde sus espaldas); manzanas y bandejas de plata, un retrato del Consejero N; un crepúsculo; una damisela vestida de rosa; patos en vuelo; un retrato de la baronesa X; gansos en vuelo; una damisela vestida de blanco; terneros en la sombra; con manchas amarillas de sol; un retrato de su excelencia el Sr.; una damisela vestida de verde. Y todo se encuentra detallado en un libro: los nombres de los artistas, los nombres de las pinturas. Los visitantes tienen estos folletos entre sus manos, y van de una pintura a la otra, buscando y leyendo los nombres. Luego se marchan, tan pobres o ricos como vinieron, y rápidamente sus preocupaciones individuales, totalmente disociadas del arte, los absorben. ¿Para qué han venido? Cada pintura encierra misteriosamente toda una vida, una vida llena de sufrimientos, incertezas, momentos de fervor y de luz. ¿Hacia dónde se dirige esta vida? ¿Hacia dónde indaga el espíritu del artista, si también se entregó en la creación? ¿Qué revela?

La misión del artista es echar luz sobre las tinieblas del corazón humano, dice Schumann. El artista es un hombre que sabe trazar y pintarlo todo, dice Tolstoi. “

("Sobre lo espiritual en el arte. Parte I" Vassily Kandinsky, 1911)

domingo, 26 de febrero de 2012

El peletero/Peret (26-02-08)


A HORA FOSCANT

És tard, els camins ja no em tempten.
I us sé, del verger dins el clos,

caiguts, trepitjats en la boira,
oh dies, oh fulles, oh flors!

Mes passes es tornen furtives
com d’un indecís estranger.
Sospiren espectres de dàlies
enmig del foscam ploraner.

Al lluny neda un so de campanes
que uneix els vivents als caiguts.
S’escampa la nit invencible,
mar d’illes que són solituds.

I em criden el llum a la taula
i algun voleiant pensament,
la vella cadira malmesa
i un full de paper malcontent.


Josep Carner

jueves, 23 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (15)


Teodoro Van Babel

15.
Los celos.

Al mismo tiempo que Anna de la Rochefoucauld reconstruía la causa de la libertad estableciendo el precio que hay que pagar por ella, otra escritora francesa, Marie de la Fayette, argumentaba también que la razón del pecado de nuestros primeros padres no debíamos buscarlo en sus negocios con Dios ni con la serpiente y sí con los que mantuvieron entre ambos. De una manera perspicaz reelabora igualmente el motivo de la soberbia y de la envidia. Para ella son los celos que siente Eva por causa de la relación de Adán con Dios la razón del tropiezo, Madame de la Fayette afirma que Eva no desea ser Dios exactamente ni emular su poder o sabiduría, ni tampoco pretende saber lo que sabrá del árbol cuando coma la manzana porque en realidad, dice, como mujer ya lo sabe, ni le importan tampoco demasiado todas esas disquisiciones sobre la libertad y la muerte, pero sí quiere algo parecido, ocupar su lugar frente a Adán, ser su único anhelo, la sola ventana de su casa, la única pintura colgada en la pared.

Lo logró, hay que reconocerlo, no llegó a ser Dios ni mucho menos, pero lo sacó de escena y se convirtió para Adán en el único centro de sus ojos, en ese punto de fuga en el que todos nos perdemos.

En realidad, según ella, aunque le desobedecieron, nadie traicionó realmente a Dios, se traicionaron ellos dos entre sí. ¿Cómo?

El sexo tiene dos consecuencias importantes, nos cuenta la francesa, una de ellas no hace al caso ahora, y la otra son los celos que ocasiona porque en los lechos siempre hay alguien que mira hacia otro lado al no perder de vista algo, o a alguien, que está ausente y presente al mismo tiempo como un fantasma, esa sombra que se halla fuera del cuadro, y que Isaac mira en la pintura de Teodoro Van Babel, una necesidad o una amenaza, en ocasiones una simple esperanza y en otras una mera decepción.

Según parece nunca se está dónde se está y sí en un lugar del que partimos hace mucho tiempo atrás y que esperamos, sin esperarlo demasiado, regresar.

No ser visto es un insulto del que mira y no te ve o no recuerda haberte visto, una afrenta terrible porque el peor dolor es no ser nadie para los demás.

Dos ojos, aunque no lo parezca, no nos permiten mirar dos cosas a la vez ni cuatro ver por cuadriplicado lo mismo. Dicen los grandes pintores que sólo se puede dibujar a los muertos o a los vivos nacidos para la muerte. ¿Quiso Eva substituir a la muerte?

Isaac miraba a lo lejos, más allá de los horizontes que sus barcos surcaban, y Rebeca, que no tenía nada más que hacer, miraba a Isaac que se perdía entre la espuma del mar. Él veía llegar los vientos y sabía cómo debía tripular las naves y proteger a sus barcos del temporal, en cambio, era un mal caballero y su cabalgadura no le obedecía, no vio el milagro que se gestaba en el vientre de su amada, no supo tomar su timón ni fijar el rumbo ni el derrotero, ni tampoco ver su derrota que inexorable se avecinaba.

Adán recibió una manzana, pero Isaac una hija que no era suya ni de nadie excepto de Rebeca y de alguien más que ni ella misma sabía, la noche la poseyó.

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Llegué a Arlés a altas horas de la noche, y esperé el alba en un pequeño café que permanecía abierto. El dueño me miró y exclamó: "¡Usted es el compañero, lo reconozco!”

Un autorretrato, que había enviado yo a Vincent, explica la exclamación del propietario. Al mostrarle mi retrato Vincent le había dicho que era un compañero suyo que vendría pronto. Fui a despertar a Vincent, ni demasiado temprano ni demasiado tarde. El día fue dedicado a establecerme, a mucha conversación y a pasear de manera que pudiera admirar la belleza de Arlés y las mujeres arlesianas, acerca de las cuales, dicho sea de paso, no cobré gran entusiasmo.

Al día siguiente pusimos manos a la obra, él, continuando lo que ya había comenzado, y yo, comenzando algo nuevo. Debo confesaros que nunca he tenido la facilidad mental que otros encuentran, sin dificultad alguna, en la punta de sus pinceles. Estos individuos descienden del tren, recogen su paleta y os despachan en seguida un efecto de luz. Cuando está seco, va al Luxemburgo y es firmado Carolus-Duran.

No admiro la pintura, pero admiro al hombre. Es tan seguro, tan tranquilo. Yo, tan inseguro, tan intranquilo.

A donde quiera que voy necesito un cierto período de incubación, a fin de poder aprender cada vez la esencia de las plantas y de los árboles, de toda la naturaleza, que nunca desea ser comprendida o entregarse a sí misma.

Pasaron, pues, varias semanas antes de que yo estuviera en condiciones de captar indistintamente el agudo sabor de Arlés y de sus alrededores. Pero ello no impidió que trabajáramos duro, especialmente Vincent. Entre dos seres tales como él y yo, uno un perfecto volcán, el otro hirviendo también, interiormente, se estaba preparando una especie de lucha. En primer lugar, por todas partes y en todo encontré un desorden que me chocaba. Su caja de colores apenas contenía todos esos tubos, amontonados y nunca cerrados. A pesar de ese desorden, de ese revoltijo, algo brillaba en sus telas y también en su conversación. Daudet, Goncourt, la Biblia inflamaban su cerebro holandés. Los muelles, los puentes, los barcos de Arlés, todo el Midi, ocuparon el lugar de Holanda para él. Incluso olvidó cómo escribir el holandés, y, según puede verse en las cartas a su hermano, nunca escribió sino en francés, admirable francés, con un sinfín de "puesto que" y "por cuanto".

(“Diario íntimo”, Paul Gauguin – Acerca de Van Gogh. Les Alyscamps, Arles, 1903. Ignoria, 13 de agosto de 2009 por Isaías Garde)

miércoles, 22 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (14)


Teodoro Van Babel

14.
El paraíso.

¿Si el Paraíso no es ninguna quimera la Naturaleza lo es? Muchos sabios aseveran que es una invención, un acto artificial, filosófico y mental, justo por necesario, y el más arriesgado pues sin ella no somos nada, no somos libres.

Madame de la Rochefoucauld afirmaba que el sexo es un hecho moral porque se practica acompañado aunque se viva en solitario. Su mayor o menor grado de virtud dependerá de lo que se obtiene a cambio de lo que se da, aunque a veces no se logre nada habiéndolo entregado todo, o todo se quiera no dando nada. ¿Dios nos otorgó su libertad y nosotros le ofrecimos nuestra necesidad?, ¿mal trato?, ¿para quién? El sexo es una forma rara de vislumbrar ese paraíso más narcótico que revelador, un no lugar en el que no se puede vivir fuera del corto instante de placer.

Eva transformó el Edén en Naturaleza al descubrir su muerte cierta en los ojos y la carne de Adán y exigió a Dios la verdadera libertad de elección, para ello inventó el sexo y asumió su derivada más importante, el amor con sus consecuencias que no son otras que saber, como saben todos los verdaderos amantes, que morirán y que lo harán juntos.

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“En el faldón triangular del muro que acabo de mencionar, por encima del hondero y del bote, vemos pintada una de las frecuentes escenas etruscas del banquete de los difuntos. El muerto, lastimosamente borrado, se halla reclinado en su canapé, apoyado sobre un codo, con el chato cuenco de vino en la mano; junto a él, también semirrescostada, se encuentra una hermosa y enjoyada dama lujosamente ataviada, que posa aparentemente la mano izquierda sobre el pecho descubierto del hombre y le ofrece con la distra la guirnalda, como una festiva ofrenda femenina. Detrás del hombre hay un joven esclavo desnudo, de pie, tal vez un músico, mientras otro siervo llena una jarra con vino que extrae de una ánfora que está a su lado. Junto a la dama vemos una doncella que, al parecer, ejecuta la flauta, porque era costumbre que una mujer tocara dicho instrumento en los funerales clásicos. Más allá están sentadas otras dos jóvenes con guirnaldas, una mirando a la pareja central del banquete, la otra de espaldas a todo. al otro lado de las doncellas, en el rincón, hay más guirnaldas y dos pájaros, quizás palomos. Sobre la pared, detrás de la cabeza de la dama, hay un objeto incierto que podría ser una jaula.

La escena es tan natural como la vida misma, pero, no obstante, posee una pesada y arcaica plenitud de significado. Es el banquete de la muerte y, al mismo tiempo, constituye el banquete del difunto en el otro mundo, pues para los etruscos ése era un lugar alegre. Mientras los vivos se recreaban al aire libre, junto a la tumba del muerto, éste, a su vez, se deleitaba de igual modo junto a una dama que le ofrecía guirnaldas y esclavos que le servían vino, en la otra vida. Porque siendo la vida sobre la tierra tan agradable, la existencia debajo de ella no podía ser más que una continuación de aquélla.

(“Paseos Etruscos”. D. H. Lawrence, 1927)

martes, 21 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (13)


Teodoro Van Babel

13.
La Naturaleza.

La verdad nos incumbe, nos interpela y nos configura, y nos demuestra siempre que el asesino de nuestro padre somos nosotros mismos y que la amante que yace a nuestro lado es la que nos dio a luz.

El Santo afirmaba con rotundidad que el Edén era el reino de la verdadera abundancia suficiente que otorga la libertad creadora porque no podemos ser justos sabiendo que vamos a morir.

Nosotros sospechamos que se equivocaba al creer que el razonamiento debe ser formulado a la inversa: saber que vamos a morir es el requisito básico para ser libres y acertar.

Sin embargo, Agustiniano atina cuando considera que la lascivia es intrínsicamente mala porque es ajena a la voluntad del ser humano al mismo tiempo que está cautiva de la necesidad del mal vivir, pues mal vivir es no ser dueño de uno mismo.

En el mismo sentido, Anna de la Rochefoucauld afirmó, unos siglos después, que no se puede ser libre siendo libre como Dios, alguien del que dicen que a nada ni a nadie necesita, ni siquiera a nosotros ni a sus querubines que le cantan y le adoran.

¿Qué vieron Adán y Eva el uno en el otro? Vieron que iban a morir. Esa circunstancia trágica, esa verdad es la que Dios les había ocultado, y ese destino, paradójicamente inexorable, los hizo libres. La muerte estaba escrita en la desnudez de sus cuerpos.

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El movimiento del aire puede ser visto por gracias del movimiento del polvo que en su carrera levanta el caballo, movimiento éste tan raudo en ocupar el vacío que de sí deja en el aire ese caballo, pues de sí lo vestía, cuanto raudo es el tal caballo en huir del aire.
Creerás quizá poderme reprochar que haya yo representado los caminos que traza el aire en movimiento, puesto que por sí no ha de ser en el aire visto el viento. A lo que te respondo que no el movimiento del viento, sino tan sólo el movimiento de las cosas que con él arrastra, vemos en el aire.

(Tratado de la pintura. Del diluvio y su representación en pintura. "Imágenes del diluvio", Leonardo Da Vinci, 1498)

jueves, 16 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (12)


Teodoro Van Babel

12.
El fruto.

En la tierra que pisamos y morimos, sólo hay ruina y hambre, la justicia es tan escasa como la salud en la vejez, no hay destino y sólo deber, y aunque el azar manda está siempre sometido a la necesidad y a la escasez. La secuela más evidente del primer pecado, según el Santo, romano puritano, es el sexo que perpetúa la miseria que nos envuelve y de la que somos consecuencia al parir hijos uno detrás de otro como si estuviéramos condenados a comer la misma manzana una y otra vez. La oscuridad de la piel de la hija de Rebeca, para un hombre de su tiempo, es el símbolo de un fruto más podrido que prohibido, es la prueba de nuestra tropiezo.

Pero... ¿fue la invención del sexo la consecuencia de la falta de juicio y discernimiento o al revés, la causa de los hechos que más tarde acontecieron? ¿El sexo se inventó antes o después de la caída? Según la Biblia después, pero...

Nosotros pensamos que el sexo es un espejo y que en él se vieron.

¿Qué vieron al verse desnudos por primera vez?, ¿descubrieron a un extraño o se vieron a sí mismos en el otro? ¿Se vieron igual que Narciso en el estanque o tal vez contemplaron a la horrenda Medusa?

¿Qué vio Adán en Eva?, ¿una fuente o un desagüe? ¿Qué vio Eva en él?, ¿un soldado o un alfarero? ¿En ellos anidaba la cólera de los héroes o la ambición de los siervos?

Quizá Eva y Adán son Edipo desdoblados a los que la verdad revelada les muestra que no somos la víctima que pensábamos y sí el asesino y, sin duda, ambas cosas juntas y al mismo tiempo.

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“El negro fue la expresión de mis primeras colecciones. Grandes líneas negras que simbolizaban el trazo del lápiz sobre la página en blanco: la silueta en el cénit de su pureza. De ese modo trabajaba en toda la gama de los tintes sombríos, salvo el rojo, ese color noble y peligroso, base del maquillaje, de la pintura de labios y de uñas, color de la sangre y de lo religioso. Evitaba los colores claros, refugiándome en la tinta negra cada vez que me ponía a trabajar –y fracasaba- en un vestido blanco.”

(...)

“En la escuela de Dior y de Chanel aprendí a liberarme de la presión del dibujo, haciéndome disponible para la llamada materia, del color, de la música o del cuerpo de un maniquí. Recuerdo que de la ópera de Gershwin Porgy and Bess y del encuentro con una maniquí negra, salió a la luz una colección. Me gustaba el equilibrio, la armonía, el misterio del cuerpo de esa mujer. Sobre su piel negra el color cambia, dando a la ropa una fuerza y una dignidad insospechadas. Llevaba un traje sastre de pantalón rosa pálido, una blusa de un rosa más vivo, mientras que una cinta que salía de la blusa le ceñía el pantalón.”

(Yves Saint-Laurent - Introducción a “Historia técnica y moral del vestido” de Maguelonne Toussaint-Samat. Alianza Editorial 1990.)

martes, 14 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (11)


Teodoro Van Babel

11.
El sentido.

Según afirma Agustiniano la semilla de Adán está arruinada, enferma, picada y dañada por la caída, y será la que transmitirá a toda la humanidad la culpa y la vergüenza por la primera tara del mundo que no es la simple desobediencia de Eva a su Creador, pues la mujer únicamente sabe de la prohibición divina por boca de Adán y no por la de Dios mismo, que solamente habló con él y lo hizo, según cuentan las Sagradas Escrituras, antes de crear a su compañera de una de sus costillas.

Dios conversó con Adán, pero la serpiente lo hizo con Eva, que son, sin lugar a dudas, unas maneras curiosas y rebuscadas de hablar consigo mismos. Con todo, también platicaron entre sí los dos, hombre y mujer, y lo siguen haciendo desde entonces en una charla interminable sin aparente buen resultado ni entendimiento.

¿Cuál es la verdadera naturaleza del pecado? ¿Fue verdaderamente un pecado o un grave error?, ¿eligieron mal?, ¿fue un acierto?

Nosotros lo ignoramos, pero no nos conformamos con la explicación clásica que señala a la soberbia y a la envidia como causas del acontecimiento. Ni tampoco creemos que fuera la rebeldía en sí misma, la simple indisciplina que como niños mal criados desobedecen al padre para emularlo, ni la asimetría física de él al faltarle una costilla ni el buen sabor de las manzanas maduras que llevan en su seno la estrella de Venus.

San Agustiniano, varón del siglo V cristiano, hombre docto y santo, se lamenta de la ausencia de criterio de Adán al seguir a Eva sin atreverse a expresar su disentimiento. Adán, que había hablado con Dios, hubiera podido salvarse, considera el Santo, pero prefirió, demostrando poco carácter, acompañar en la desdicha a su amada. ¿Tonto o fiel?, ¿valiente o pusilánime el hombre al acompañar a su esposa?

¿Cuáles fueron pues las razones de Eva?, ¿en qué se fundamentaba su independencia de criterio? Agustiniano no es capaz de encontrar las respuestas, solamente cree hallar las consecuencias.

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Cuál fue el primer castigo de la culpa de los primeros hombres

“Apenas quebrantaron nuestros primeros padres el precepto, cuando los desamparó luego la divina gracia y quedaron confusos y avergonzados de ver la desnudez de sus cuerpos. Y así, con las hojas de higuera, que fueron acaso las primeras que, estando turbados, hallaron a mano, cubrieron sus partes vergonzosas, que antes, aunque eran los mismos miembros, no les causaban vergüenza. Sintieron, pues, un nuevo movimiento de su carne desobediente como una pena recíproca de su desobediencia. Porque ya el alma, que se había deleitado y usado mal de su propia libertad y se había desdeñado de obedecer a Dios, la iba dejando la obediencia que le solía guardar el cuerpo, y porque con su propia voluntad y albedrío desamparó al Señor, que era superior; al criado, que era su inferior, no le tenía a su albedrío, ni del todo tenía ya sujeta la carne como siempre la pudo tener si perseverara ella guardando la obediencia y subordinación a su Dios. Entonces, pues, la carne comenzó a desear contra el espíritu, y con esta batalla y lucha nacimos, trayendo con nosotros el origen de la muerte, y trayendo en nuestros miembros y en la naturaleza viciada y corrompida la guerra continuada con ella o la victoria contra el primer pecado.”

(“La ciudad de Dios”, Libro Décimotercero. La Muerte, Pena del Pecado de Adán. CAPITULO XIII, Agustín de Hipona, 413-426)

jueves, 9 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (10)


Teodoro Van Babel

10.
Los ojos.

Este doble retrato está lleno de elementos iconográficos que pretenden dotar a la escena de un significado paralelo, cada objeto y cada gesto son como las palabras de un texto demasiado farragoso. De entre todos ellos destacan unos ojos en un plato en el centro de la escena y un guante negro en la mano derecha de él, la que empuña la espada, negro sobre blanco de nuevo: es la mancha, dicen los expertos en pintura, es Makeda, señalan los poetas. Al fondo una marina con unas naves en un mar tempestuoso. Ella mira fijamente a su enamorado y él no pierde de vista una sombra de algo que revolotea fuera del cuadro.

La pintura es interesante por su composición manifiestamente arcaica a pesar de hallarnos ya en pleno siglo XVII. Una tela fuera de época y paradójicamente también alejada del estilo del resto de su obra. Hay en ella una mezcla de modas: cabellos muy largos hasta la misma cintura, a la flamenca, y otra a la italiana en el vestido de la mujer, un traje ceñido que resalta un cuerpo esbelto de junco tierno, y unas manos que juegan con “algo”, con un jilguero tal vez, un corpiño muy atrevido y escotado que deja ver sus pechos y las fresas de su pezones hinchados, y sus hombros desnudos y blancos como las montañas nevadas que no hay, ni habrá nunca, en aquellas tierras Bajas que una vez fueron posesión de una de las dos Españas.

La estructura mantiene la de un tríptico, con el hombre a nuestra izquierda, la mujer a la derecha y en el centro una simple y sencilla mesa de madera oscura con ese plato de terriza blanca en el que se hallan el par de ojos depositados. Ambos artificialmente hieráticos tal cual esfinges. Ella lo mira y él mira algo a nuestra izquierda que no vemos y que sólo deja su rastro en una pequeña sombra voladora en el suelo.

El significado, si no simbólico, es tal vez biográfico y quizás estos ojos en el plato nos remitan directamente al padre de Isaac, Abraham, un intransigente y fanático luterano y uno de los primeros seguidores de Calvino, que en un ataque de locura iconoclasta se arrancó los suyos con una cuchara sopera después de haber recorrido media ciudad rompiendo espejos y cristales. Detenido y encarcelado al fin, prefirió  extirpárselos con la cuchara que comerse la sopa aguada que el carcelero le había llevado para cenar. A la mañana siguiente lo hallaron desangrado y ciego.

Todas las dobles figuras de hombre y de mujer son una exégesis de Adán y Eva. Pero en este caso también, al parir Rebeca a una niña negra, el argumento básico de las tesis de San Agustiniano de Cartago que nos ha transmitido uno de sus más ilustres discípulos, Félix de Barcino, que lo señalan a él, a Adán, como al verdadero culpable de nuestro primer pecado, y no a Eva. Ella es la dadora de vida, él, en cambio, siempre llevará en su simiente la mácula del tropiezo y, por ende, de la muerte.

Permítasenos, pues, hacer un alto en la narración de la vida de Teodoro para detenernos en los hechos y las circunstancias que rodearon, como una circuncisión, el comportamiento de Adán y Eva.

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“Paolo ejecutó sus primeras pinturas al fresco, en un nicho oblongo en el hospital de Lelmo. Representaban a San Antonio Abad, con San Cosme y San Damián a ambos lados. En el monasterio de monjas de Annalena pintó dos figuras y en Santa Trinità, sobre la puerta de la izquierda, dentro de la iglesia, ejecutó al fresco episodios de la vida de San Francisco: las escenas en que recibe los estigmas, en que apuntala a la Iglesia con la espalda, y en que se encuentra con Santo Domingo. Trabajó también en Santa Maria Maggiore, en una capilla al lado de la puerta lateral que conduce a San Giovanni, donde están la tabla y la predella de Masaccio: allí pintó al fresco una Anunciación en que representó una casa que merece atención, pues era tarea nueva y difícil en aquella época, siendo la primera obra en que se mostró a los artistas el buen modo de establecer la fuga de las líneas con gracia y proporción, y de representar amplio espacio y lontananza en una superficie muy pequeña. Quienes son capaces de agregar a esto las luces y las sombras en sus debidos lugares, sin duda logran engañar al ojo y dar vida y relieve a la pintura. Y no bastándole esto a Paolo, quiso superar mayor dificultad aún, representando una columnata en perspectiva, que rompe el ángulo vivo de la bóveda, allí donde están los cuatro Evangelistas. Esa realización fue considerada bella y difícil y, a la verdad, Paolo fue ingenioso y capaz en tal especialidad. Trabajó también en San Miniato, en las afueras de Florencia, en un claustro en que pintó en parte con tierra verde y en parte con color las vidas de los Santos Padres. En esas obras no observó mucho la unidad de colorido de los diversos episodios, que debiera respetar, e hizo los campos azules, las ciudades rojas y los edificios de varios colores, según su fantasía. Y en esto erró, porque las cosas de piedra que se imitan no deben llevar otras tintas que las que corresponden. Dicen que mientras Paolo estaba ocupado en el trabajo, el abad que entonces actuaba en ese lugar casi no le daba otra cosa que queso como alimento. Como esto llegó a fastidiarlo, Paolo, hombre tímido como era, resolvió no volver a trabajar. Cuando el abad lo mandó llamar, sabiendo que los frailes irían a buscarlo, Paolo nunca estaba en su casa. Y si por casualidad se encontraba en Florencia con algún grupo de miembros de esa Orden, se echaba a correr para eludirlos. Un día, dos de los más curiosos, y más ágiles por ser más jóvenes que él, lo alcanzaron y le preguntaron por qué razón no iba a concluir la obra empezada y huía cuando veía a los religiosos. Contestó Paolo: «Me habéis puesto en tal estado que no sólo huyo de vosotros sino que ni siquiera puedo trabajar donde hay carpinteros o pasar cerca de un lugar en que se encuentren. Y todo eso se debe a la poca discreción de vuestro abad, que a fuerza de tortas y sopas de queso me ha metido tanto queso en el cuerpo que me muero de miedo -siendo ya queso toda mi persona-, de que elaboren cola conmigo. Si esto siguiera así, ya no sería yo Paolo, sino queso». Los frailes se separaron de él, riendo a carcajadas, y le refirieron todo al abad, quien convenció a Paolo de que volviera a su tarea, procurándole vituallas sin queso.”

(Giorgio Vasari – Paolo Uccello, pintor florentino,1150-1568)

martes, 7 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (9)

Teodoro Van Babel

9.
Makeda.


De Makeda, la hija de Isaac, no se supo nunca nada más. Aunque hay otra versión más prosaica, plausible y diferente al destino africano que acabamos de relatar y que la sitúa en un lugar más cercano, en un convento de carmelitas como sirvienta, y del que un cierto día desapareció, se marchó o huyó despavorida.

No había año, cuentan otros charlatanes, en que alguien no la viera deambular sola por los bosques, de noche, como la sombra de una fiera, y si no se la veía se la oía aullar igual que una loba solitaria, más hiena que leona.

Otra leyenda, también probable, sitúa a la niña en un burdel de Amberes. Dan pie a ello los numerosos y memorables apuntes dibujados por Teodoro Van Babel que se conservan de negras rameras.

Pero, quién sabe, tal vez esa niña acabó siendo una verdadera diosa africana, una reina de Saba vestida con pieles de leopardo y adornada con dientes de león, dueña de hombres y de mujeres, o... todo lo contrario, un pobre ser embutido como ganado en el fondo de la bodega de un barco negrero.

Fantasías y realidades que no saben vivir fuera de la codicia y del miedo.

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“Pero luego todos los ojos se volvieron al exterior y el peligro de fuera hizo desaparecer el de dentro. A la altura de Sierra Leona descubrieron una vela que navegaba hacia el lugre y pronto largó el gallardete con la cruz de San Jorge. Pedro mandó a cerrar las escotillas y metió su gente a las maniobras, pero no les dio armas. Sería inútil. Los esclavos quedaron sueltos en la cala y se oían sus gritos sordos. el viento soplaba de nordeste y favorecía al crucero. Pero el lugre era ligero como el viento y Pedro se desvió de la ruta a todo trapo, proa a occidente. Pedro abordó entonces, uno a uno, a sus hombres. Cada mulato solo, frente a él, tenía que sentir lo que en él había de capitán. Una terrible alegría de mando lo embargaba por primera vez. Repartió ron y prometió dos esclavos a cada uno. La promesa hizo camino al corazón de la gente.
 

El buque siguió abatiendo al oeste, deslizándose como un albatros hasta entrar en la noche. Luego cargó un poco las velas y viró al sureste con la luz de la bitácora apagada. El cúter lo había acosado por el nordeste; a la puesta del sol le hizo una descarga, pero estaba demasiado lejos y perdía ventaja. El lugre huía bajo bandera portuguesa.
 

Al levantarse el día el cúter había desaparecido; pero el viento amainaba de tal modo que Pedro no tuvo duda de lo que iba a pasar. Se calló, sin embargo. Al calcular su posición se encontró a la altura de Cabo Palmas, a cien millas de la costa. Había que navegar de bolina y con poco viento. A aquella altura y a comienzos de la estación seca eran frecuentes las calmas. Estas traían a veces chubascos como heraldos, y sobre el lugre comenzó a partir una nube gorda Pedro hizo saltar la escotilla y descendió a la cala, de donde salían lamentos, látigo en mano. Pensaba sacar a los negros a cubierta a que los bañara el cielo, y se quedó frío. De los doce habían muerto tres, y dos más morían. Pedro corrió a la cabina a buscar un suero para inmunizarse, y calló. Distribuyó los mulatos, cuatro a los remos y uno al timón, y aguardó la noche. De noche se acercó a un negro sano con un tazón de aguardiente y un espejo y le habló en susú. Entonces llamó a popa a los cinco mulatos, en consejo. Al soltar los remos el lugre quedó parado. Luego se sintieron unos chapoteos, como el choque de cuerpos contra el agua. La gente creyó que eran tiburones.”

(Pedro Blanco, el negrero. Lino Novas Calvo, 1933)

viernes, 3 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (8)

Teodoro Van Babel

8.
Rebeca.


Lo importante siempre es enemigo de lo urgente y lo substancial aconteció antes de contraer matrimonio esos amigos de Teodoro de nombre Isaac y Rebeca, pues ella quedó embarazada sin la santa bendición. Pero lo trascendente, sin embargo, llegó al cabo de los nueve meses cuando dio a luz a una niña, que, paradojas de la vida, llegó a este mundo con la piel más negra que los ojos de carbón de su prometido.

Negro sobre blanco.

El prodigio fue, y sigue siendo todavía, inexplicable, aparte de pensar -y sospechar maliciosamente- que alguno de los marineros, esclavos o sirvientes negros de Isaac, hijos de Cam, debió de convertirse para Rebeca en una especie de ángel anunciador de un hijo nacido de virgen, milagro tan viejo como lo es el mundo o el mismo diablo.

Rebeca falleció en el parto.

A pesar de todo Isaac se comportó como San José y logró, sin demasiado esfuerzo, del que debía de haber sido su suegro, que le cediera la niña y que con ella se fuera para no regresar jamás. No volvieron a verle fuera de alguien que dijo que llegaban cartas suyas de ultramar.

Parece ser que su abuelo, y suegro fallido, vio en aquella nieta un estigma, una mancha que había que borrar alejándola, ocultándola, rascando con un cuchillo el tinte de la piel. Dicen que Isaac la bautizó con el estrafalario nombre de Makeda, la que fue en un tiempo imposible, reina de Saba y del sabio Salomón.

Cuentan también, curtidos marineros, mentirosos comerciantes y negreros, que Isaac murió unos años después en Dakar, todavía joven, enfermo de fiebres y de melancolía, rico, y en los brazos acogedores de un harén y de una nativa vieja, tan negra como su hija, que creía que cuidaba a un gran rey venido del cielo o del otro lado del mar donde los hombres son del color de las entrañas abiertas en canal.


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“Item perspectiva es una palabra latina; significa mirar a través.” Así es cómo Durero trató de circunscribir el concepto de perspectiva. Y aún cuando parece ser que esta “palabra latina”, que se halla ya en Boecio, no poseía originariamente un sentido tan gráfico (3), nosotros adoptaremos sustancialmente la definición dureriana. Hablaremos en sentido pleno de una intuición “perspectiva” del espacio, allí y sólo allí donde, no sólo diversos objetos como casa o muebles sean representados “en escorzo”, sino donde todo el cuadro –citando la expresión de otro teórico del Renacimiento- se halle transformado, en cierto modo, en una “ventana”, a través de la cual nos parezca estar viendo el espacio, esto es donde la superficie material pictórica o en relieve, sobre la que aparecen las formas de las diversas figuras o cosas dibujadas o plásticamente fijadas, es negada como tal y transformada en mero “plano figurativo”, sobre el cual y a través del cual se proyecta un espacio unitario que comprende todas las diversas cosas. Sin importar si esta proyección está determinada por la inmediata impresión sensible o por una construcción geométrica más o menos “correcta”.

(3). Esta palabra no parece derivar de perspectiva en su sentido de “mirar a través”, sino de perspicere en su significado de “ver claramente”, de modo que procedería de la traducción literal del término griego Οπτική. La interpretación de Durero arranca ya de la moderna definición y construcción del cuadro en cuanto intersección de la pirámide visual. (...)

(“La perspectiva como forma simbólica”, Erwin Panofsky, 1927)

miércoles, 1 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (7)


Teodoro Van Babel

7.
Isaac.


Su otra habilidad, que todos reconocen, como ya hemos afirmado, fue la composición simbólica que, junto con la de retratista, está perfectamente sintetizada en el doble retrato que realizó de su amigo y cliente Isaac Martens, un navegante y comerciante de productos de ultramar, junto a su amada, Rebeca Verhofstadt, la hija de un duque que sirvió al Rey de España.

Algunos expertos sostienen que en realidad es un autorretrato, que Isaac es Teodoro y que la mujer es Silvia, la hermana del pintor. Sustentan su afirmación en el supuesto parecido con los apuntes que guardamos de los dos, no obstante, nadie encuentra ninguna razón lógica, o fuera del sano juicio, para retratarse simulando ser otro. Teodoro estaba algo loco, en el buen sentido de la expresión, pero siempre supo quién era sin necesidad de convertirse en uno de diferente a sí mismo ni siquiera por vergüenza, para jugar o para gustar y engañar a los demás.

En cualquier caso, Van Babel escribió al pie del doble retrato los nombres de su amigo y de su prometida, Isaac y Rebeca, y si de esta forma lo hizo es que así quería que se hiciese, que constara para ser leído y así se atestigua oficialmente en todos los catálogos de su obra.

Nosotros no somos menos y también lo consideramos y decimos de igual manera aunque con boca, la verdad, más pequeña que grande, que esos que vemos son Isaac y Rebeca y no Teodoro ni Silvia.

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Mientras que el Renacimiento poseía un sentimiento total del cuerpo y guardaba sus contornos constantemente presentes vistiéndole con hábitos ceñidos, el barroco se envuelve voluptuosamente en una masa sin aberturas. Se siente más la materia que la estructura interna de la articulación.

La carne tiene una consistencia menor, es fofa y ya no ofrece la musculatura nerviosa del Renacimiento. Los miembros no son libres, todo permanece aprisionado en la masa; la forma resulta compacta.

Pero hay más: a este efecto de masa se añade en todos los sitios un movimiento con una impetuosidad y con una violencia exacerbada. El arte no se vincula más que a la representación de lo que está en movimiento, en este movimiento se puede observar una precipitación acrecentada, una aceleración de la acción.

(...)

Miguel Ángel no ha representado nunca una existencia feliz; por esta razón no pertenece ya al Renacimiento. La época que viene después del Renacimiento es fundamentalmente grave.

(E. Wölfflin – Renacimiento y Barroco. 1888)