miércoles, 30 de septiembre de 2009

El peletero/Quan viatjàvem (1 de 3)


15 Diciembre 2008

Quan viatjàvem, el meu germà comprava unes targetes postals en blanc. Únicament era impresa la cara on havies d’escriure el text.

Només quatre línies fines.

Una vertical dividia la postal en dues.

En la de l’esquerra escrivies les salutacions, enviaves els petons y assenyalaves el desig d’un proper retrobament.

En la de la dreta hi havia tres línies horitzontals que subratllaven les dades del destinatari.

Un requadre a la part superior indicava on havies d’enganxar el segell.

L’altre cara, el seu dors, estava en blanc. Pacient esperava que el meu germà tragués de la seva motxilla una petita capsa d’aquarel•les, omplís amb aigua qualsevol cosa per poder-la fer servir de recipient, un got, una tassa o un plat, i comencés a pintar en ella algun paisatge, algun tram del camí i del viatge.

El meu germà pintava dempeus, assegut en una pedra, recolzat en un arbre o suportant una paret. Pintava també observant des d’un balcó, mirant per una finestra, traient el nas per una porta o des del cap d’amunt d’un gratacels.

Pintava en la terrassa d’un bar, en el vagó d’un tren, en la taula d’un restaurant o al bell mig del carrer.

Mullava els seus pinzells en qualsevol lloc i a qualsevol hora, o simplement recordava, passada la mitjanit, el que havia vist durant el dia.

Mentre ell pintava jo el mirava pintar i mirava què pintava, o ja m’adormia, o ja somiava. Recordava el que ell i jo havíem vist pel matí, per la tarda, aquella mateixa nit.

Quan tenia unes quantes postals pintades les deixava reposar tota una nit. L’endemà, ben seques, amb el colors al seu to, les afileràvem i adjudicàvem cadascuna a cada qui.

Fèiem una llista, i a un li tocava un pati, a un altre una avinguda o un monument. Als Joseps els hi donàvem un gat, i a les Maries un gos. Fins i tot havia qui li tocava una rosa, un jardí o la flor de gessamí.

Després decidíem els dos què escrivíem i a qui. Al fer-ho procuràvem ser enginyosos i dir el mateix que dèiem a tots, a tots igual encara que de forma diferent per a cadascú.

Aquelles postals eren una manera senzilla de marcar la ruta, de transferir les paraules i les imatges a uns coloms missatgers de colors i de paper, de no perdre’ns darrere una corba i saber cóm tornar.

Més tard, a l’arribar a casa i visitar als nostres amics, descobríem si aquestes postals havien acabat a la paperera, dins d’una capsa buida de sabates i guardada a l’altell, o bé el seu destinatari les havia emmarcat content i penjat d’alguna paret.

Hi havia qui les deixava descansar del seu llarg viatge en alguna prestatgeria de la llibreria o en un dels mobles de la casa, en una vitrina o en una taula del saló, al costat d’altres o bé sola en un racó.


TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

Cuando viajábamos, mi hermano compraba unas tarjetas postales en blanco. Sólo estaba impresa la cara en la que debías escribir el texto.

Apenas cuatro líneas finas.

Una vertical dividía la postal en dos.

En la de la izquierda escribías los saludos, enviabas los recuerdos y resaltabas los deseos de un pronto reencuentro.

En la de la derecha había tres líneas horizontales que subrayaban las señas del destinatario.

Un recuadro en su parte superior te indicaba dónde debías pegar el sello.

La otra cara, su dorso, estaba blanco. Paciente, esperaba a que mi hermano sacara de su mochila una pequeña caja de acuarelas, llenara con agua cualquier cosa que pudiera usar de recipiente, un vaso, una taza o un plato, y que empezase a pintar en ella algún paisaje, algún tramo del camino y del viaje.

Mi hermano pintaba de pie, sentado en una piedra, recostado en un árbol o apoyado en una pared. Pintaba también asomado a un balcón, mirando por una ventana, a través de una puerta o desde lo alto de un rascacielos o de un torreón.

Pintaba en la terraza de un bar, en el vagón de un tren, en la mesa de un restaurante, en medio de la calle, o desde el mismo andén.

Mojaba sus pinceles en cualquier parte y a cualquier hora, o simplemente recordaba, pasada la medianoche, lo que había visto durante el día.

Mientras él pintaba yo lo miraba pintar y miraba qué pintaba, o ya me dormía, o ya soñaba. Recordaba lo que él y yo habíamos visto por la mañana, por la tarde o aquella misma noche.

Cuando tenía unas cuantas postales pintadas las dejaba reposar toda una noche. Y al día siguiente, bien secas, con los colores en su tono, las alineábamos y adjudicábamos cada una a cada quién.

Hacíamos una lista, y a uno le tocaba un patio, a otro una avenida o un monumento. A los Josés les dábamos un gato y a las Marías un palacio. Incluso había a quienes les tocaba una rosa, un jardín o la flor de un jazmín.

Luego decidíamos los dos qué escribíamos. Al hacerlo procurábamos ser ingeniosos y decir lo mismo que decíamos a todos, a todos igual aunque de forma diferente para cada uno.

Aquellas postales eran una manera sencilla de marcar la ruta, de transferir las palabras y las imágenes a unas palomas mensajeras de colores y papel, de no perdernos tras una curva y saber siempre cómo regresar.

Luego, al volver a casa y visitar a nuestros amigos, descubríamos si esas postales habían terminado en la papelera, dentro de una caja vacía de zapatos y guardada en un trastero, o bien su destinatario las había enmarcado contento y colgado de alguna pared.

Había quienes la dejaban descansar de su largo viaje en alguna estantería de la librería o en uno de los muebles de su casa, en una vitrina o en una mesa del salón. Junto con otras o bien sola en un rincón.

martes, 29 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Pasado mañana (y 3)


12 Diciembre 2008

Se considera que es positivo y beneficioso planificar y objetivar nuestros deseos, colocarlos encima de la mesa, uno al lado del otro para evaluarlos, descartar las quimeras y centrarse en aquellos objetivos que nuestras capacidades puedan conseguir, dicen y cuenta de nuevo. Eso debería enseñarse en las escuelas, dicen y cuentan que se cuenta en esas escuelas modernas del saber mandar. En ellas nos explican que todos deberíamos conocer, ya a los seis años, aquello que estaremos haciendo a los treinta. Qué y con quién. Y a los veinte ya debería de estar todo escrito en nuestra agenda y libro de notas, en nuestro diario, en nuestra bitácora o blog particular, hasta el día de nuestra muerte, señalada en rojo.

Pero las cosas pueden fallar, claro. Todos sabemos que eso ocurre, y esos que dicen y cuentan esas cosas también lo saben. Entonces hemos de ser flexibles, resilientes y resistentes, abnegados y persistentes. Obstinados en nuestro afán de ser los dueños de nuestro tiempo, aunque eso signifique dañar a alguien. Nuestro bienestar es la garantía más alta que podemos ofrecer a los que nos aman, cuentan que se dice. Hemos de ser aptos y capaces, estar listos y preparados para ayudarles y servirles, no por nosotros, sino por ellos, cuentan todos esos que dicen eso que se cuenta.

Normalmente los escritores y los poetas hablan del pasado, de la memoria, de las cosas que nos evocan a otras, a otros tiempos y personas, pero aunque al mañana podamos burlarlo, el pasado mañana nos caerá encima como una losa o se elevará como un avión que perderemos inexorablemente. No hay una segunda oportunidad, el tiempo no regresa. No hay que permitirlo, nos aconsejan. Nos persuaden que no debemos dejar de decirnos a nosotros mismos qué es lo que queremos y necesitamos, mirándonos en un espejo, escribiéndolo en un papel y además, eso es lo más importante, declamándolo en público, frente a nuestros compañeros de aula, amigos y familiares, como los alcohólicos que al saludarte y presentarse con su nombre y apellidos añaden también su condición de dependencia alcohólica y su voluntad de derrotarla. Como aquellos viejos comités de los partidos comunistas y sus confesiones públicas, delante de todos se aliviaban de sus errores y faltas, y manifestaban también su deseo explícito de enmienda.

“Hola, me llamo José, tengo 40 años, trabajo en el departamento de olvidos y pérdidas de un empresa de transporte. Estoy divorciado y tengo dos hijos, Luis y Luisa, gemelos de ocho años que viven con su madre. Yo vivo solo y soy idiota, pero según parece todavía nadie se ha dado cuenta de ello”.

Al menos la Iglesia Católica siempre supo que las culpas hay que confesarlas en privado y en secreto, pero aquello eran otros tiempos.

“…me parece que no me estás escuchando, mírame, te estoy hablando, recuerda que nunca te he faltado al respeto, ¿por qué miras esa ventana?, ¿qué sucede ahí fuera que te interesa tanto?"

¿Ahí fuera?

Ahí fuera estoy yo,bailando solo una música que no suena. Unas ancianas me miran, dos sorprendidas, otras tres asustadas y cuatro más sonrientes al oír esa música silenciosa y acompañar mis pasos de baile estrafalario con un leve movimiento de pies. Pronto lloverá, agua que no maná, y yo seguiré con mi danza sorda y saltarina para ir lentamente quedándome parado, inmóvil mientras sigo bailando quieto. Pasmarote, tente tieso, bibelot, títere mustio y santo meditador. Seré tu manto, seré tu piedra, seré tu palo y tu dulce flor".

Pasado mañana me diré a mí mismo que ayer, incluso que anteayer, ya estaba tomada mi decisión de no ir, de no acompañarla a tomar ese avión. Le diré que se las arregle como pueda y que le cuente al taxista, al aviador, al piloto, al compañero de sillón o al taxidermista, sus cuentos y sus cuentas que nunca suman dos y que nunca llegan a diez.

No debe sorprenderse, ella ya sabe que siempre bordeamos el milagro al igual que la tragedia. Eso siempre es un misterio que está escondido dentro del tiempo.

Yo no sé que puede ser, no estoy muy seguro qué significa exactamente, sospecho qué es, pero sé también que es algo que no se puede nombrar, no hay boca que sea capaz ni tampoco ningún cerebro competente que lo pueda imaginar, edificar y erigir. Nadie puede decir tal palabra en voz alta para que todos la oigan, no es posible, no puede ser, hay que morir ocho veces y media, creo, para tener tal potestad, y ni siquiera Dios ha muerto tantas.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Pasado mañana (2 de 3)


10 Diciembre 2008

Tampoco nos miraremos. En cambio observaremos, sin prestarles atención, a los demás pasajeros, su ir y venir, los grandes ventanales del aeropuerto y sus puertas de cristal, las muchachas que limpian arrastrando sus cubos y palos. Media hora escasa y después me acompañarás hasta el control de policía, esperarás conmigo en la fila, cuando llegue mi turno nos daremos un seco beso en los labios, pasaré por el detector de metales y mi portafolio, que ya me habrás devuelto, y mis cosas de metal se introducirán en el tubo ése de rayos. Las recogeré, tú todavía permanecerás allí, observando los trámites desde el otro lado, recuperaré mis cosas depositadas en esa bandeja, mi reloj, mi móvil, las llaves de mi nueva casa y una policía me registrará haciéndome levantar los brazos. Al terminar, recolocaré y alisaré mi blusa y mi falda y su cinturón ancho de cuero marrón, y me giraré hacía ti para dedicarte mi última sonrisa y decirte de nuevo adiós, esta vez con mi mano derecha, o la izquierda, no sé, aquella en la que llevaba los anillos y las pulseras que me regalaste y que ya hace tiempo me quité. Serán dos escasos segundos, encararé el pasillo dándote la espalda y me iré. Tú me verás marchar hasta perderme del todo de vista detrás de alguna columna, o medio tapada y desaparecida entre un grupo de turistas desorientados. Eso será lo último que verás de mí, unas manchas de color, la de mi vestido rojo y la de mi cabello negro a lo lejos. A partir de ese momento estarás completamente solo contigo mismo y deberás enfrentarte a tu voluntad y a tu deseo. Te aconsejo que mates al segundo, te lo digo por tu bien. Debes construirte un nuevo futuro sin mí y también un nuevo pasado sin mí. No debes romper ninguna foto, ni olvidar nada, no es necesario, solamente has de… me parece que no me estás escuchando, mírame, te estoy hablando, recuerda que nunca te he faltado al respeto, ¿qué miras por esa ventana?, ¿qué sucede ahí fuera que te interesa tanto?

¿Ahí fuera?

Ahí fuera estoy yo, desnudo, bañándome con la luz de poniente y la de levante. Con el mar bajo mis pies y la tierra después. Luego el fondo, el suelo, y tras la nubes, el cielo.

Pasado mañana se irá. Quiere que la acompañe al aeropuerto, pretende con ello elaborar alguna clase de terapia, una de esas dramatizaciones que intentan ser mágicas y con eso efectivas. Ella le llama a eso la liturgia del adiós, no para de hablar de lo mismo. Parece uno de esos deportistas de élite repitiéndose sin cesar que va a ganar el próximo partido. Ella dice que lo hace por mí, yo soy el referente y el objetivo y ella la doctora. Algunos lo llaman “visualizar” el devenir, dicen que eso hacen los grandes líderes y parece ser que es eso lo que se enseña en esas disciplinas modernas de jefatura y liderazgo. Los profesores les preguntan a bocajarro a los alumnos que les cuenten qué estarán haciendo de aquí a diez años y ellos, sin tiempo de pensarlo, les responden lo primero que les sale de dentro. Deben contar algo positivo, claro, demostrar que dominan sus sueños, que son sus propios dueños. Que el futuro está para servirles. No importa que luego nada de eso se cumpla, de lo que se trata es de mostrar seguridad, decisión, coraje, valentía y capacidad para planificar el tiempo que se aproxima y desdeñar el que se aleja. Aprovechar las experiencias para seguir adelante, dicen y cuentan.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Pasado mañana (1 de 3)


8 Diciembre 2008

Pasado mañana se va y me ha pedido que la acompañe al aeropuerto, que la lleve con mi automóvil y que la ayude con las maletas.

Le he dicho que sí, naturalmente. Pero todavía queda mucho tiempo hasta pasado mañana. Todo lo que resta de hoy, mañana entero, con sus veinticuatro horas incluidas y sus más de mil minutos, y cerca de diez horas más de pasado mañana hasta que la vea desaparecer por la puerta de embarque. Su avión sale cinco minutos después del mediodía. A esta ahora, en el preciso momento en que el aparato se eleve, yo ya estaré de regreso, instalado de nuevo en mi despacho con mis cosas y mis próximos mañanas y pasado mañanas. Pero aún faltan muchas horas para eso y es posible que me desdiga de mi compromiso y ella deba irse sola, en un taxi y cargar con sus flacos brazos esos fardos de maletas que parecen estar llenas de oro, pero que no transportan nada más que chismes, ropa, cremas y algún que otro triste y apolillado recuerdo, fotografías, joyas, bisutería, libros y cosas así. Medio regalos, obsequios, objetos sin más, obtenidos en momentos llenos de alegría, tristeza y emoción, y que uno desea perpetuar y que se conviertan en símbolos que alberguen y conserven instantes que solamente vivirán hasta que otros ocupen su lugar.

Han sido cuatro años conviviendo juntos y ella afirma convencida que el último ha sobrado, que nos lo hubiéramos podido ahorrar. Seguramente tiene razón, las cosas son así, pero yo daría cuatro años más de mi vida por volver a vivir cuatro años más con ella. Se lo he dicho, tal cual, usando esa hipérbole olímpica del cuatrienio. Me ha mirado y ha sonreído condescendiente. Sí, lo sé, me ha respondido, sé que todavía me quieres y me duele. Pero tus sentimientos ya no son asunto mío, no dependen de mí, ha continuado. Ahora debes enfrentarte a tu recta, y ya sé que escasa, voluntad. Amarme o no, depende de ti, es tu responsabilidad. No me mires así, ¿por qué crees que te pido que me acompañes?, me ha preguntado al final.

Debes venir, ha dicho señalándome con el dedo, cargar con las maletas, conducir tu automóvil hasta el aeropuerto, dejarme en la puerta más cercana a los mostradores de mi compañía aérea. Luego deberás ir a estacionar el coche en uno de esos miles de cubículos que hay para aparcar. Regresar después andando a por mí, aprovechando las cintas transportadoras. Buscar una carretilla, cargar en ella el equipaje, pero sin soltar de tu mano mi portafolio donde tengo mis cosas más importantes. Ir hasta el mostrador adecuado, hacer para mí el correspondiente embarque de las maletas, y toda la facturación, pagar el sobrante de peso y cuando ya estemos listos y sin bártulos encima, me invitarás a un café. Lo tomaremos sin decir nada pues ya nada tenemos que decirnos. La conversación que liquidó nuestro compromiso fue rápida, casi telegráfica, apenas cuatro escasas palabras y un adiós seguido de nuestros nombres. Somos personas civilizadas, dijo.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Mañana (y 3)


5 Diciembre 2008

El sargento de la Confederación llamado Ethan, dice:

“El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante, abandona pronto, no puede imaginar que alguien persiga algo sin descanso”.

La cuestión es, y no es un dilema baladí, que a estas alturas de mi vida todavía no sé si soy el comanche que huye o el rostro pálido que lo persigue, de verdad que no lo sé.

Y mucho menos en estos días que me llaman desde América unas voces educadas que me reclaman una deuda.

Las deudas hay que pagarlas y mi vida de estos últimos años demuestra que así lo creo y así lo he hecho. Da igual si es mucha o poca, si es con un amigo o con una de las poderosas multinacionales que rigen medio mundo y que me dicen, con su salmodia medio caribeña y medio andina, que he de pagar mañana sin falta. Pero mañana es imposible y además no puede ser.

Los comanches fueron los primeros caballistas de las grandes llanuras de Norteamérica, ellos, junto con los pueblos campesinos del Missouri, dieron lugar al nacimiento de lo que se ha conocido como “Cultura de las llanuras”.

Los comanches, al igual que los utes y los descamisados shoshones, hablan, y casi podemos afirmar que hablaban, una lengua del tronco llamado “uto azteca”, la misma que usaban aquellos que, recién llegados, esclavizaron como lo hacen los bárbaros, los ladrones y los salvajes, a todo México central. Pero Cortés los redimió y los elevó al altar del mito al convertirlos en víctimas cuando no lo eran.

Cortés llegó con dos compañeros, cuatro armaduras, media docena de caballos, una amante nativa que le servía de traductora e intérprete y unos cuantos miles de esclavos que tenían unas ganas enormes de cortarles la cabeza a sus dueños de siempre, los afamados aztecas. Esa, como muchas, es también una historia de venganzas.

Pero pagar una deuda es todo lo contrario, no tiene nada que ver con una venganza y sí con la justicia y la rectitud. Y nunca con el resentimiento.

Esas son cuestiones muy difíciles de discernir. En México, precisamente, a “The Searchers”, se la tituló “Más corazón que odio”, dando a entender que la persistencia en perseguir a aquellos comanches secuestradores nacía de un concepto profundo de justicia y restitución, no de odio, inquina o triste y mezquino rencor.

Cuando Ethan por fin, después de muchos años, encuentra y libera a su sobrina Deborah, simbólicamente halla también a su propia familia, aquella que él perdió del mismo modo cuando era un niño. Al rescatarla de los comanches salva igualmente a los suyos, masacrados en otro tiempo y de un modo muy parecido por otros indios. Así pues no puede olvidar a esa niña, Debbie, la hija de su hermano asesinado, no puede dejar que se la lleve el tiempo y seguir viviendo sin pasado.

Ethan tiene que ser fiel a su infancia y dedicar toda su vida a salvaguardarla y a reconstruirla, y si es necesario descender a los infiernos. Debe hacerlo si cree que allí se encuentra, o bien piensa que la perdió tras alguna loma, después de una curva o en el fondo de alguna cañada seca.

Una vez la encuentre y la restituya se irá. Será entonces un hombre triste, profundamente inmerso en una pena que no tiene nombre, pero será una tristeza gloriosa y alegre.

¿Qué significa una tristeza gloriosa y alegre?

No estoy muy seguro, sospecho qué es, pero sé también que es algo que no se puede nombrar, no hay boca que sea capaz ni tampoco ningún cerebro competente que la pueda imaginar, edificar y erigir. Nadie puede decir tal palabra en voz alta para que todos la oigan, no es posible, no puede ser, hay que morir ocho veces y media, creo, para tener tal potestad, y ni siquiera Dios ha muerto tantas.

martes, 22 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Mañana (2 de 3)


3 Diciembre 2008

Hace unos años tuve que mantener en un buen estado aparente unos viejos y agujereados zapatos, los únicos que me quedaban. Ellos no impidieron ni tampoco fueron un obstáculo para que medio enamorara a una peluquera del Guinardó, con ellos también caminé kilómetros por la ciudad para ir a verla porque no tenía ni un céntimo para el autobús. Ella lo sabía y le hacía gracia ayudarme, darme de cenar y cortarme gratis las puntas de mi cabello largo. Mi aspecto era cuidado porque siempre he sabido sacar provecho de la ropa vieja, que consigo, al ponérmela, que no parezca estar pasada de moda.

Era una muchacha con problemas de fotosíntesis, casi parecía un vampiro o un ficus estropeado. En realidad tenía fotofobia, una piel tan sensible que casi no podía exponerse al sol directo. Era muy pálida, estaba llena de pecas y tenía los dientes como los conejos. Roía pasablemente los glandes, los pezones y otras cosas blandas y duras según el momento. La historia está en otro lugar contada y no es el caso repetirla aquí ni tampoco mencionar el poema “El zapato” que citaba de Palau i Fabre y que nadie entiende fuera de algunos hombres llorones.

Ahora soy alguien afortunado, tengo dos pares de zapatos sin agujeros y dos pantalones y medio, pues uno sí presenta un espléndido orificio en la parte de la rodilla, son unos jeans, y les queda bien este desgarro si cuidas el resto de la indumentaria para no presentar un aspecto desaliñado y pobre. Tengo también un reciente traje negro que compré expresamente para un viaje especial, lo he usado pocas veces y está impecable. Una buena corbata de las muchas que conservo, de seda o de cuero negro, en una simple camisa blanca dan el pego, hacen el efecto necesario para que los demás te miren con confianza y algo de respeto. Incluso, si sabes gesticular como lo hacía John Wayne, exactamente como lo hacía él, puedes sentirte algo más a gusto contigo mismo.

¿Cómo gesticulaba ese gran actor? Con amplitud, sus gestos llenaban toda la pantalla, de derecha a izquierda y normalmente de medio arriba a medio abajo, de las 10 hasta las 4 del reloj, mirándolo de frente. Caminaba recto, pero ladeaba algo el cuerpo. Siempre fue un hombre corpulento de una manera natural, sin esfuerzo, valga el falso oxímoron.

Puedes ir al gimnasio y conseguir allí fortaleza y resistencia, pero Wayne la tenía de una manera peculiar, que supongo heredó de su madre. La suya era la fuerza de una mujer en el cuerpo de un hombre. Es una fuerza diferente, normalmente radica en los huesos y en todo el aparato digestivo, ésa es la fuerza de las mujeres. En los hombres es distinto, la nuestra es muscular y se concentra en el tórax.

Pero todo esto ¿a qué viene?, ¿por qué cito a ese actor? Lo cito y viene a cuento de la famosa película que vi ayer por enésima vez. Ya no recuerdo todas las ocasiones en las que la he visto, que son muchas. “The Searchers”.

En ella, John Wayne, un sargento de la Confederación llamado Ethan, dice algo curioso de los indios que siempre me ha llamado la atención, y que creo cierto no solamente en ellos.

Lo dice en un momento que parece acercarle al fracaso en su intento reiterado por recuperar a su sobrina, que ha sido secuestrada por los comanches. En ese asalto criminal han muerto asesinados también el resto de la familia de su hermano. Vivían en una granja solitaria y demasiado expuesta al viento y a cualquiera que pasase por allí. Todos muertos y violentados, su hermano, su cuñada y los otros dos hijos. Solamente logra sobrevivir, el perro.

Ya llevan él y el muchacho medio mestizo y medio sobrino suyo que lo acompaña muchos años así, sin frutos y con escasas pistas que todavía no les han conducido por el buen sendero. Todo este tiempo deambulando sin descanso y sin ninguna clase de éxito los desgasta, no son las mismas personas que partieron; duermen al raso, viven casi al margen de la comunidad para no conseguir ningún resultado válido por el momento, persiguiendo de una manera obsesivamente enfermiza a una niña que ya será sin duda y después de todos estos años, una mujer comanche. Un fantasma de aquella Debbie que todavía jugaba con muñecas.

Cuando estoy lleno de dudas por el mañana y melancólico por el ayer, pienso que esa frase es una buena metáfora de mi vida y de las cosas y personas que todavía persisten en ella, y también de todas aquellas otras que me siguen importando. Personas y cosas que muchos dirán, seguros de sí mismos, que angustiando.

lunes, 21 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Mañana (1 de 3)



1 Diciembre 2008

Debía de haber hecho el pago el pasado día 29, hoy estamos a 8, apenas han pasado 10 días. La deuda no alcanza los 250 euros, pero aunque es una pequeña cantidad me es imposible hacerla efectiva.

Desde hace cuatro días me llaman cada tarde, y me repiten las mismas palabras exigiéndome el pago inmediato. Yo les respondo que podré hacer el correspondiente ingreso o transferencia el próximo día 20, de aquí a doce días. Ellos me indican que no pueden esperar tanto, que debo regularizar la situación mañana sin falta. Me dicen también que firmé con ellos un contrato y que debo cumplirlo. Les respondo que el primer interesado en solucionar esa desagradable situación soy yo mismo, pero que antes del día 20 me será imposible. Ellos insisten en que no pueden esperar, y que esta demora en la cancelación me va a generar intereses y comisiones. Les digo que lo comprendo, pero que hasta que no llegue el día 20 no podré pagarles; añado que esa información ya se la he comunicado a otros compañeros suyos que me han llamado los días pasados. La persona que está al otro lado del aparato me responde con el mismo tono de voz, pausado, educado, con esa dulce melodía latinoamericana, que me llamarán cada día hasta que yo realice el pago. ¿Cada día?, pregunto, sí señor, me responde tranquilo, cada día, todos los días de la semana y del año, aunque sea bisiesto, incluso en Navidad o fin de año. Me callo, no digo nada ni nada respondo. Mi interlocutor entonces rebobina la cinta y vuelve a empezar preguntándome si será posible que yo realice ese pago mañana mismo, que es lo más conveniente para mí para no generar gastos innecesarios. Le respondo una vez más que no, que no podrá ser hasta el próximo día 20, de aquí a doce días, él me contesta que no pueden esperar, que debo conseguir el dinero como sea y pagarles mañana. Les reitero que no puedo conseguir ese dinero. Por fin me dice que entonces irán llamándome hasta que yo les pague, me desea que pase y que tenga un buen día, lo hace con esa cantinela y en esa fórmula educada que usan esos países americanos. Yo le respondo que también le deseo a él que tenga un buen día.

Y colgamos.

No son unos mafiosos. Esos con los que hablo no son nada más que una variante contemporánea del esclavo, unos empleados que por poco dinero defienden los intereses de una gran corporación bancaria mundial con sede en los Estados Unidos de Norteamérica. Que sean de allí no tiene la más mínima importancia ni revela tampoco nada especial o singular. Yo soy un ferviente admirador de los USA y de su cultura política. Ya me he visto en otras épocas en circunstancias exactas a ésa que he descrito con bancos de aquí. En este caso, como en otros, debemos recurrir a la teoría del bosque y no a la del árbol. Todos son iguales. Mi experiencia acumulada me sirve para enfrentar la situación con humor y filosofía británicos, saber trocear y compartir el disco duro de mi cerebro humano para saborear los momentos escasos y dulces del día, sin tener que preocuparme o afligirme por un mañana funesto e ineludible.

Durante esos próximos doce días que faltan para poder realizar ese maldito pago tengo 16 cortos euros para sobrevivir. Yo creo que serán suficientes para comer, tengo la despensa bastante surtida y creo que excepto los yogures y el pan, nada más deberé comprar. Quizás sí alguna manzana y tal vez un poco de pollo. Poco más, creo. Podré subsistir. En último término me quedan los amigos a los que puedo pedir que me inviten a cenar algún día en sus casas a cambio de no importunarles demasiado con esa manera mía de ser, seca y destemplada, ni tampoco sacando a relucir mi pobre y lamentable situación económica. Ellos no quieren oír problemas y mucho menos de personas cercanas y queridas como sus propios amigos, en este caso yo. Es curioso, puedes escuchar lamentos o descripciones difíciles de penas y tragedias mientras los protagonistas sean desconocidos, o al menos personas con las que no te sientes vinculado y por tanto obligado a nada. Un amigo es distinto, con él nunca sabes si debes ayudarle, de qué manera, con qué y hasta qué punto.

La amistad es una relación ambigua y extraña. La familia es diferente, en ella no caben dudas. Por esa razón, cuando se es adolescente, se prefieren los amigos, se dice la tontería esa de que a ellos los eliges y que en cambio la familia te viene impuesta por el azar y la genética.

Esa es también la razón del éxito espectacular de las relaciones por Internet. En la red se crean grandes amistades resguardadas por la distancia y en muchos casos por el anonimato que te protege y preserva de los demás y te impide sentirte obligado con ellos. Es todo un mundo de palabras. Nada más.

sábado, 19 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Hoy (y 5)


28 Noviembre 2008

Al huir uno tropezó, y al caer se rompió la muñeca al poner las manos en el suelo, al levantarse le hirieron en la cara, pero logró regresar con media boca rota y los dientes colgando.

Ellos querían cortar el camino que salía del pueblo y que todavía manteníamos abierto. Por él nos llegaban los suministros. Cerca, tras una curva que protege una loma baja, nos despiojamos el otro día ella y yo. Era una manera como tantas de jugar al amor, besarnos y acariciarnos mientras nos reventábamos los piojos entre nuestras uñas sucias. Manchados el uno del otro le bañaba el cuerpo con mi semen acuoso y ella sonreía y se dejaba lavar, salpicar y manchar con eso, y mientras se dejaba y sonreía pedía más, y yo hacía lo que podía y lo que podía era todo lo que yo sabía hacer, que no sé si era mucho pero era todo lo que tenía y todo eso lo soltaba en ella como prenda de mi amor. Eso le decía que era y ella sonreía todavía más al escucharme decirlo sin dejar de mirarme y sonreír, agarrándome del pene y pidiéndome más.

Al oírla vi un mirlo quieto.

Y recordé que no recordaba pájaros volar.

Unos estábamos quietos y los demás estábamos muertos, o viceversa, en cualquier caso éramos nosotros, ese era el resultado de hoy.

Hoy nos matábamos los unos a los otros y mañana sería a la inversa. Eso fue todo y nada más. Nada más que eso que fue todo y nada.

La guerra cansa, pero más cansa la batalla. Se cansaron y empezaron a parar para descasar. Paramos todos lentamente, despacio, disparo tras disparo el cielo sucumbió como el mismo mar, para al final, ceder al silencio.

…pude ver el fogonazo con mi ojo derecho y agachar la cabeza, ella estaba de espaldas y cayó casi porque sí…

Todo eso sucedió hoy.

Como cuando tú te callaste.

Esa mudez no tiene nombre, ni una palabra que la denomine, creo que sé lo que es, pero es algo que no se puede nombrar, no hay boca que sea capaz ni tampoco ningún cerebro competente que la pueda imaginar, edificar y erigir. Nadie puede decir tal palabra en voz alta para que todos la oigan, no es posible, no puede ser, hay que morir ocho veces y media, creo, para tener tal potestad, y ni siquiera Dios ha muerto tantas.

viernes, 18 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Hoy (4 de 5)


27 Noviembre 2008

La rosa se hundía cada vez más y yo quería robársela a la cueva y al río que ella buscaba y que nunca fui yo.

Alguien gritó algún insulto y después de él alguien se rió a lo lejos. Empezaron a gritar sin dejar de disparar y sin evitar que los troncos se partieran y las ramas emprendieran el vuelo con sus hojas verde oscuras teñidas de agua de lluvia y de un amor lejano, una ternura nebular, una añoranza infantil con el miedo de nuestra madre incrustado en sus manos que nos acariciaron cuando todavía no habíamos nacido.

Unos amenazaban con matarnos a todos después de cortarnos los pies y las manos. Otros querían arrancarnos la lengua y las orejas. Y luego había quien también quería cortarnos los párpados y dar el resto a los cerdos o a los jabalíes y a los perros salvajes que liberados había por allí. Nosotros respondíamos con otros insultos y terminábamos todos matando a la familia antes de habernos matado entre nosotros.

Yo me reía mientras lloraba al verla muerta a mis pies.

…una añoranza infantil con el miedo de nuestra madre incrustado en sus manos que nos acariciaron cuando todavía no habíamos nacido.

Aquellos ocho que quedaban de los doce de la mañana seguían inmóviles, y echados en el suelo, esperando que llegara la noche para huir. Allí estaban enfangados y sin pestañear y a diez metros de ellos su tanque agujereado. A uno de los nuestros se le ocurrió que había un ángulo ciego desde algún punto y que podía llegar hasta el tanque, parapetarse y lanzarles alguna granada a esos que estaban allí, quietos. Así lo hizo, ése y un par más que le acompañaron. Estaban locos o borrachos, no sé, ¿para qué los querían matar si se estaban quietos? Lanzaron cuatro ganadas, nada más que cuatro, las conté y no sé si consiguieron matar a alguien, pero un obús les cayó cerca y huyeron. Al huir uno tropezó, y al caer se rompió la muñeca al poner las manos en el suelo. Al levantarse le hirieron en la cara, pero logró regresar con media boca rota y los dientes colgando.

La idea era cercarnos, llevaban ocho meses así y todavía no lo habían conseguido. Los teníamos encelados dando la sensación de debilidad, evitando evacuar definitivamente el pueblo. Eso producía muchas muertes, era un desgaste atroz, pero servía de algo, creo. Podían estar dos o tres semanas sin disparar una sola bala, para luego pasarse mes y medio dándonos a entender que se había desatado el apocalipsis encima de nuestras cabezas. No sé por qué hacían eso, quizás nos querían poner nerviosos, pero yo creo que esa era la señal de que estaban más locos que nosotros. Era casi como una relación amorosa, tan cansada como ilusoria. La mejor trampa siempre es uno mismo, cuando te juegas la vida el otro cree que eres sincero. Nos querían envolver, y nosotros, en su debido momento, los cercaríamos a ellos. Debíamos llevarlo acabo antes de los próximos seis meses, no aguantaríamos mucho más de un año dando a entender que estábamos a punto de sucumbir, pero sin llegar nunca a rendirnos, cada día a punto de huir como ovejas asustadas, para continuar, en cambio, clavados impertérritos en el suelo como estacas de palo alto, lengüetas sonoras de palo santo. Casi parecía amor. Nos estábamos acostumbrando a eso, el uno al otro, buscando al mismo tiempo la manera de deshacernos el uno del otro, sin conseguir nunca del todo dejarnos sin oxígeno para respirar. Haciéndonos todo el daño posible sin matarnos nunca del todo. El amor es casi como la guerra y la guerra es casi como el amor. Eso es casi como todo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Hoy (3 de 5)


26 Noviembre 2008

Uno de ellos al echarse al suelo rebotó en una piedra, debió golpearse y asomó el cuerpo con su cabeza, lo maté yo mismo desde unos sesenta metros.

Inmóvil, tenía ganas de algo que no sabía qué era pero que sabía que no era hambre. Fuera lo que fuese no me bajé los pantalones para hacer eso que me exigía el cuerpo, lo hice así, tal cual, casi porque sí, sin bajarme los pantalones ni los calzoncillos que no sé si llevaba, en ellos hice algo que quería hacer, creo que era necesario, que fue inevitable, lo hice sin dejar de disparar, también era ineludible no dejar de hacerlo, disparaba sin bajarme los pantalones. Las heces resbalaban por mis piernas y se amontonaban encima de mis zapatos con el agua y el fango, el rifle automático humeaba con el calor y la lluvia.

A mis pies empezó a formarse un río, era uno más que buscaba el mar.

El mar.

A lo lejos el mar se hundía justo en el centro de la tierra hundida en sí misma.

La rosa crecía también bajo la tierra cubierta por el manto de musgo empapado por aquella agua que no era la suya. Encima el árbol, sus ramas apuntaban al cielo, era un árbol sin ojos que no me miraba. Los árboles no miran a nadie mientras les crecen las rosas debajo ni tampoco cuando las hojas le roban la luz a Dios.

La rosa se hundía cada vez más y yo quería robársela a la cueva y al río que ella buscaba y que nunca fui yo.

La miré. Tenía los ojos cerrados como un árbol pero solamente estaba muerta de muerte, de un ansia asesina que apenas conocía todavía, era demasiado pronto para ella, aun era temprano. ¿Me amaste?, le pregunté de nuevo, y no me respondió aunque ya no esperaba ni necesitaba que lo hiciera. Al menos no en aquel momento, no cuando se mata.

Ya no podía verla. Se iba precipitadamente, sin agonía, así se murió, sorprendida por morirse y por morirse deprisa.

La rosa abre cavernas en su lecho seco.

La rosa entristece mi deriva viva mientras disparo desde lejos y no puedo ver, porque no soy capaz de mirar el rostro de los míos, ni a mis vivos ni a mis muertos pues no distingo los unos de los otros y casi tampoco distingo los míos de los ajenos excepto porque ambos me matan igual.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Hoy (2 de 5)



25 Noviembre 2008

Lo soltaban todo, y algunas cosas más que ni ellos mismos sabían qué era.

No sé todavía si me amaste, le dije. Le dije eso o algo parecido a alguien, pero cuando quise decirle eso es cuando el más anciano de todos nosotros empezó a danzar y a tocar el violín.

Era la música de las montañas que picudas se plegaron para dejar de ser estepas y llanuras interminables y planas y que en otra época habían sido incluso viejos lechos de mares desaparecidos y que ahora cimas y valles negros, pozos, vaguadas, desfiladeros, cañadas, montículos y gargantas estranguladas llenas de árboles necios.

La rosa estaba escondida tras aquella montaña presente, bajo un árbol que crecía encima altivo y solemne. De su lado disparaban recostados unos hombres sobre un manto de hiedra, sus ropas empapadas. Uno cayó cerca malherido, los míos lo apresaron todavía vivo, lo acuchillaron y lo tendieron desnudo en lo alto de una roca para que fuera visto como un saco vacío. Era una bandera. Me alegré. Y me gustó verlo muerto y castrado en una escena bella y ensoñadora. La muerte propia o ajena es una manera como otra de imaginar.

…de su lado disparaban recostados unos hombres sobre un manto de hiedra…

…susurré mientras los veía, mientras los veía susurrar.

Trataron de avanzar por la derecha parapetándose en un blindado viejo que más parecía un tractor estropeado que una mole de matar. Querían asustarnos con aquella máquina que disparaba sin demasiado tino. Si eso tienen, pensé, es que les faltan cinturones para sujetarse los pantalones y lazos o cordeles para atarse los zapatos, deben ir descalzos o con alpargatas como ése que acabamos de matar. Todavía tiene los testículos en la boca, diez metros más y lo verán crucificado en la roca. En realidad vienen a por él, quieren rescatarlo de esa piedra de la que cuelga. A nosotros nos faltan tanques pero nos cubre más barro que a ellos y tenemos mejor ojo y más modernos rifles. Con sólo dos disparos matamos a dos que iban delante. El carro siguió avanzando. Otro disparo más y cayó el tercero de aquella docena que venían a rescatar a su compañero, los nueve que quedaban se pararon en seco y se echaron al suelo, la máquina seguía imperturbable y directa hacia dónde nos encontrábamos medio escondidos y hundidos en la tierra. Uno de ellos al echarse rebotó en una piedra, debió de golpearse y asomó el cuerpo con su cabeza. A ése lo maté yo desde unos sesenta metros. El blindado se paró, chirrió y sacó humo por sus juntas, se postró medio metro en un hoyo lleno de lluvia, piedras y algo de carne de un cadáver suyo o nuestro. Le disparamos una granada antitanque que le dio en plena barriga, se abrió la escotilla por la presión desde dentro, pero no salió nadie, solamente una humareda negra y algún quejido. Los ocho que quedaban no se movieron ni nosotros nos acercamos, ni siquiera cuando la lluvia arreció, no se veía nada a dos palmos, pero nadie se movió, ellos estaban en nuestra tierra de nadie y a nosotros nos seguía cayendo encima todo el granizo de la creación.

martes, 15 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Hoy (1 de 5)


24 Noviembre 2008


Como cuando tú te callaste.

. . . . . . . .

Hoy estuvieron todo el día disparando. Lo soltaban todo. Desde fusilería y morteros hasta artillería pesada, y creo que algo más que no sé qué era.

Empezaron temprano, yo miraba al norte y pude ver el fogonazo con mi ojo derecho y agachar la cabeza, ella estaba de espaldas y cayó casi porque sí.

La bala le entró por el riñón izquierdo y le salió por el estómago, salió de ella y ella brotó de aquel agujero de bala y con ella se escapó algo más que un líquido trasparente que parecía agua.

Se dio cuenta inmediatamente que se moría rápido, casi porque sí.

Creo que porque sí empezó a llover agua y algo de fango, era agua sucia. Tronó y relampagueó de verdad mientras aquellos disparaban también de verdad. Del cielo caía de todo.

No sé todavía si me has amado, pensé, mientras la miraba morirse deprisa.

Mi mano trató de evitar la hemorragia. Dijo algo, me miró, sonrío y murió.

Lo soltaban todo, y algunas cosas más que ni ellos mismos sabían qué era.

Me arrodillé, agarré el fusil ametrallador, monté el arma, asomé la cabeza y comencé a disparar mientras ellos nos disparaban.

Mientras ellos nos disparaban…

…nosotros también les respondíamos con todo lo que teníamos que no era mucho pero era lo que había y lo que había lo lanzábamos como podíamos con todo el dolor de nuestros cuerpos abatidos y nuestros corazones abandonados en el camino que lleva al mar…

…por ese camino corríamos desesperados y huíamos y disparábamos y mientras partíamos y nos íbamos buscábamos el rumor de alguna ventana abierta en una puerta erguida o el olor de tu falda rota que rota aleteaba y volaba y con ella nos elevábamos y nos caíamos y mientras disparábamos llovía agua de verdad y tronaba fuerte desde aquellas nubes que llenaban todo el cielo que nunca más volvió a ser inmaculado…

…ella yacía a mi lado embarrada cuando me di cuenta que yacía a mi lado embarrada.

lunes, 14 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Ayer (y 4)


20 Noviembre 2008

Exceptuando las ideas -ella no tenía demasiadas- su caso parecía que era un buen cóctel de todo eso, una mezcla confusa. Pero no era exactamente así.

Una vez me dijo: “has robado mi nombre, no sé quién soy”

“¿Y cómo crees que he hecho tal cosa?”, le pregunté.

“Hablando por mí, enmudeciéndome”, me respondió con su extraña capacidad de sonreír sin iluminarse.

Yo nunca he hecho tal cosa, te confundes, le dije, simulando una caricia con mi mano, intentando una que nunca iniciaba y que siempre le prometía, pero que nunca terminaba porque nunca empezaba. Era uno más de mis gestos, una manera de hacer sombra, de tapar la luz, la luz de la lámpara del salón, de la mesita de noche de la alcoba, las luces esas que viven de la oscuridad de las habitaciones, esas luces que habitan en las casas donde vive la gente.

Mi mano la tapaba. Tapaba la luz, o alguna clase de luz, esa que rebota en las paredes, esa que brilla como luciérnagas o cerillas que se apagan. Chispas y destellos. Mi mano tapaba el fulgor, que no la claridad, y ella no sabía refulgir, apenas pestañear, y pensaba que yo era su noche.

Mi asesino barato cumplió con su obligación profesional y me mató. Lo hizo al salir de uno de los ascensores del hotel, al llegar al rellano de mi habitación, al abrirse las puertas automáticas, al mirar al frente, al ver la pintura aquella de la pared del otro lado, del otro lado que había en la pared de enfrente, la que había tras su espalda ancha, un desnudo amarillo recostado entre sábanas rojas y oscuras por la falta de luz, y porque todavía no era de noche. Todavía no aunque casi sí.

Acertó. Era fácil hacerlo a medio metro de distancia.

Usó un revólver como yo le había pedido, no me gustan las pistolas, tienen un ruido de saco terrero cayendo, en cambio el estampido de los revólveres es más metálico, algo más gutural. Si la bala no acierta contigo parece un grito asustado. Si te hiere no lo oyes, como si te hubieras quedado sordo, pero si te mata es el estruendo de un sol hinchado de helio. Un globo de nada explotando en algo. Creo que explotando ayer.

Ayer.

Todo sucedió ayer.

Soy bueno preparando trampas, mi asesino fue una de ellas, no sé si la mejor pero sí la última. Hube de esmerarme, mi vida era lo que colgaba del anzuelo.

Mi vida fue un billete que ella compró, un pasaje que ella tomó. Fue su decisión, era su viaje.

Yo escribo de una manera rara, pueden parecer extrañas las cosas que digo y que relato. De ellas alguien puede llegar a conclusiones equivocadas. Es su responsabilidad y es consecuencia de su capacidad para interpretar lo que se cuenta, y lo que se cuenta lo cuento yo. Yo cuento lo que quiero y lo que quiero es contar lo que yo quiero.

Hubo un juicio un tiempo después. Ella fue sospechosa de ser la inductora de mi muerte, pero la absolvieron por falta de pruebas. Con ello consiguió algo que no puedo explicar pero que sospecho. Creo que sé qué es, pero es algo que no tiene nombre, no porque no lo tenga y sí porque no se puede nombrar, no hay boca que sea capaz ni tampoco ningún cerebro competente que la pueda imaginar, edificar y erigir. Nadie puede decir tal palabra en voz alta para que todos la oigan, no es posible, no puede ser, hay que morir ocho veces y media, creo, para tener tal potestad, y ni siquiera Dios ha muerto tantas.

sábado, 12 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Ayer (3 de 4)


18 Noviembre 2008

Solamente quedaba firmar eso que parecía ser un divorcio de mutuo acuerdo en el Juzgado correspondiente.

Concretamos el día y la hora.

Cuando nos separamos me fui a vivir a otra ciudad. Le dije, por decirle algo, que había encontrado un trabajo mejor, que allí me pagaban más. Pero me fui porque quería volver, ir o venir, no sé. El caso es que ahora debía regresar para firmar esos papeles, parecía lógico que el divorcio lo tramitara un juzgado donde se había hallado la vivienda familiar, eso que todos llaman hogar.

Me gustó el hecho en sí de regresar. Psicológica y poéticamente daba sentido al acto.

Regresaba para irme firmando un divorcio.

Rompía un contrato y al hacerlo me iba y al irme regresaba.

Tomé un avión, me fui a un hotel y al entrar lo vi.

Sabía que estaría allí esperándome, era el hombre que ella había contratado para matarme.

Sentado y casi hundido en un enorme sofá, aquel tipo intentaba disimular su condición de asesino sin demasiado éxito.

En realidad era un asesino de pacotilla, era un viejo amigo mío de cuando estuve en el ejército. Esa clase de amistades siempre las mantengo separadas de mis otras clases de amistades. Pocos de mis amigos se conocen entre sí, no saben los unos de los otros. Mis conocidos no se encuentran con otros de mis conocidos, no hay que mezclar vidas y sensibilidades diferentes, la calle no es ninguna cocina.

Naturalmente mi esposa nunca supo de su existencia hasta que yo quise. Necesitaba matarme y sin ella saberlo le puse delante al hombre adecuado. Al menos el hombre que debía aparentar ser el adecuado.

¿Por qué mi esposa deseaba mi muerte?

Cuentan que se mata porque sí, por rencor o por codicia. Se mata también por ideas, dicen. Y se mata por miedo.

El rencor se personaliza en alguien, necesita un rostro.

La codicia es abstracta, no tiene forma, siempre termina siendo un pretexto que en algunos casos da lugar a ideas peregrinas de venganza disfrazada de justicia, de daño reparado, de compensación por el dolor sufrido.

La combinación de ambas, rencor y codicia, da lugar al miedo, que es el que en realidad siempre aprieta el gatillo. El asesino es el reptil que llevamos incrustado en el cerebro.

Él es el miedo.

El miedo es un Dimetrodon Esfenacodonto, o algo parecido.

¿Ése era su caso?

jueves, 10 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Ayer (2 de 4)



14 Noviembre 2008

No acepté, dinero aparte, se lo cedí en exclusividad.

No quiero hijos, le dije, no me gusta ser padre, aunque ya deberías saberlo, le puntualicé, señalándola esta vez con el dedo índice de mi mano derecha, remarcando el gesto como si ella fuera la culpable de algo. Esta vez no sonrió con ironía, solamente apretó sus labios para luego humedecérselos con la punta de la lengua. Cuando hacía eso se rascaba también el pómulo izquierdo en un tic nervioso, abría la boca como si fuera un pez o como si fuera a decir algo, para volver a cerrarla sin llegar a decir nada. Creo que esa era su manera de gritar en silencio, a secas, un trueno apagado, sin nubes, sin lluvia y sin luz. También podrás quedarte el perro del niño, añadí, como si fuera un regalo que le hacía. Hay gente que hace esa clase de cosas, regalarle un perro a una persona. El caso es que se creyó eso de la paternidad rechazada, en una muestra lamentable y previsible de amnesia interesada y falta de atención por las cosas que ocurrían a su alrededor.

La observé.

Era alta, delgada y esbelta.

Estaba callada y mantenía muy apretados los papeles del divorcio entre sus dedos largos y bonitos. Sus manos siempre fueron hermosas. Tenía un rostro ovalado muy bien dibujado, era una mujer proporcionada, muy hermosa y atractiva y con los ojos más tristes que he visto jamás en un ser vivo.

Miraba los papeles sin leerlos, mantenía la cabeza erguida y la vista baja para después levantarla, y con ella los párpados, y sus niñas oscuras con su punto negro en el centro de ambas y quizás también en su tercer ojo, allí donde tenía aquella pequeña cicatriz, apenas una señal, el resto de una herida, el rastro de un corte en el centro de su rostro, en uno de los dos focos de su óvalo. Tenía otra marca debajo del labio inferior, exactamente allí había otra huella igual, una señal más, la esquina de algo, alguna curva. Nunca encontré la tercera, la busqué por todo su cuerpo y no pude hallarla. Se necesitan tres mojones para triangular, para seguir el trazo. Sin ellos, sin sus coordenadas, no puedes localizar el corazón, no hay manera de saber dónde está, si en el estómago, si en el intestino grueso, si al lado del hígado, o bien dentro de alguno de los dos pulmones, si realmente es endógeno o si en cambio es una especie de prótesis exógena y lo lleva en la mano como un anillo o una ofrenda o tal vez en la mochila que le cuelga de la espalda. La joroba.

Nunca lo supe localizar, ni siquiera auscultándola con el sónar o el estetoscopio como si fuera un submarino o una mujer enferma. Después de hacer el amor recostaba mi cabeza en su pecho, le besaba los pezones, el cuello y acariciaba su esternón. Nunca oí algo más que no fuera el eco de un río subterráneo. ¿Dónde tienes el corazón, amor mío?, le preguntaba. No me respondía, me besaba de nuevo para que la amase de nuevo, pero nunca me respondía. La amaba de nuevo y de nuevo apoyaba mi cabeza en su pecho, besaba de nuevo su cuerpo y de nuevo me estremecía al oír aquel río fluir hacía no sé dónde.

Levantó los párpados sin mover la cabeza, y tras ellos sus ojos que me miraban y trataban de comprender algo. Al hacerlo se encontraba que yo también la miraba.

La miraba con amor.

Mejor dicho, la miraba para que creyera que la miraba con amor.

Eso fue todo, nada más, llegamos a un acuerdo rápido y fácil.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Ayer (1 de 4)



12 Noviembre 2008

Lo había dejado todo en sus manos, nunca me han gustado los trámites, por eso siempre prefiero que cocinen otros si soy yo el que va a comer.

Me había pedido el divorcio y yo había aceptado inmediatamente.

Con una condición, le dije, encárgate tú de todo. Confío en ti, añadí para tratar de dar solvencia a mis palabras.

Sonrió con ironía. Nunca le gustó mi manera de hacer las cosas, ella siempre decía que era una manera de no hacer las cosas.

No sonrías así, le señalé, no tienes motivo, siempre he confiado en ti, desde que te conocí, desde el mismo instante en que te vi, ¿no lo recuerdas?, no debes dudar de ello, no es justo para ninguno de los dos.

Sonrió todavía más, esta vez con amargura y vacilación. Mis palabras la trastornaban, con ellas siempre conseguía que añorara algo que nunca había tenido, que pensara que ciertas cosas habían sucedido, cuando en realidad nada había ocurrido.

Nada.

Aceptó, se encargó de todo.

Nuestros abogados realizaron el trabajo profesional y ella se dedicó a prorratear y a repartir los bienes, los enseres y los seres que habíamos ido adquiriendo y encontrando durante los años de nuestro matrimonio.

Casi lo hizo bien.

Cuando su abogada me entregó la propuesta apenas consideré necesarias un par o tres de rectificaciones.

La primera se refería a la vajilla de mi abuela, Anita, fallecida mucho tiempo atrás. No sé por qué pretendía quedársela, tal vez consideró que era la suya, no tanto la vajilla y sí mi abuela, o al menos su recuerdo, el recuerdo de una abuela a través de una porcelana fina que no le pertenecía.

Me negué, claro está, mi argumento no tuvo vuelta de hoja: es Anita y es mi abuela, le dije rotundo y afectado con un gesto del brazo y la mano izquierdas. Sabía hacer esa clase de aspavientos, siempre me resultaron fáciles.

Creo que se llevó una sorpresa y una desilusión al darse cuenta de una manera sencilla y simple que Anita no había sido nunca su abuela.

La segunda rectificación se refería a nuestro hijo. Ella quería que los dos continuáramos compartiendo la patria potestad del niño, un varón, que aceptáramos las obligaciones y que asumiéramos también las responsabilidades que conlleva educar a un hijo, tal y como habíamos hecho hasta entonces. Era un deseo lógico y natural en una madre normal, que su hijo tuviera también un padre.

martes, 8 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Anteayer (y 4)



10 Noviembre 2008

En casa no hay, no hay flores y casi no hay nada o nadie más que yo, creo, o al menos eso creo. Creo que creo que al menos yo sí estoy en algún lugar de la casa, despachando cartas y escribiendo remedios, recetas y vendiendo algún pronóstico que apenas es una apuesta. Casi siempre acierto, no sé cómo, pero adivino el futuro y bastante el pasado que es mucho más difícil, el mío y el de los demás. No sé cómo lo consigo, es extraño y perturbador cada vez que lo consigo que es siempre, o casi siempre. No casi, siempre.

Me inquieta saber que acerté también en este caso. Supe que regresaría y que lo haría por ese aciago motivo, unas flores y una muerte triste y muy lamentable.

He decidido cerrar el despacho y guardar silencio desde este mismo momento. Ni siquiera terminaré de escribir mi poemario número doce.

Haré ese viaje en silencio.

Ella nunca sabrá que habré regresado por un par de días, que volveré a pasearme por las calles de su ciudad, que casi rondaré su casa, que husmearé por las esquinas con un ramo de flores en la mano que no es para ella y sí para su hijo fallecido.

No entiendo del todo, nunca lo he comprendido, el silencio, aunque ahora sé que debo guardarlo. Me abruma y me asusta. El silencio es un espanto.

No estoy muy seguro qué significa, sospecho qué es, pero sé también que es algo que no se puede nombrar, no hay boca que sea capaz ni tampoco ningún cerebro competente que lo pueda imaginar, edificar y erigir. Nadie puede decir tal palabra en voz alta para que todos la oigan, no es posible, no puede ser, hay que morir ocho veces y media, creo, para tener tal potestad, y ni siquiera Dios ha muerto tantas.

lunes, 7 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Anteayer (3 de 4)



7 Noviembre 2008

He dicho que soy un jardinero que riega aquí y allá, las personas son floreros que adornan habitaciones decoradas con muebles, esas cosas que rellenan los espacios vacíos, mesas, armarios, camas, librerías, neveras, sillas y, si son muy regalados, hasta incluso sillones y sofás de cuatro o seis plazas como los automóviles o las limusinas. Pienso en las vitrinas de casa, de cuando éramos niños, llenas de recuerdos familiares, las cómodas, los baúles y sus secretos bien y mal guardados, recuerdo las lámparas de lágrimas, aquellas tormentas de cristal adiamantado, tallado, derramándose de la copa de algún fantasma invisible y muy llorón. Creo que al de casa le gustaba, y se divertía soplando su viento de ángel por entre sus gotas. Sonaban y soñaban solas a pesar de estar las ventanas cerradas y no haber ni una sola corriente de aire. Tintineaban avisándonos de que en el ambiente había más seres jugando y burlándose de los vivos y de sus miedos. Era un fantasma caprichoso, simpático y alegre y también maleducado como todos lo son.

Ese niño era como ese fantasma, siempre estaba en el ambiente, o en mi mente, siempre me hacía compañía, siempre estaba a mi lado. La noticia llegó hace dos días y no tardé un segundo en tomar la decisión. Debía ir a llevarle unas flores a ese con el que jugué un tiempo a ser padre e hijo.

Todavía recuerdo el primer encuentro entre los dos. Estábamos nerviosos, pero pusimos buena voluntad, no en balde ambos amábamos a la misma mujer. Nos dimos la mano como si fuéramos unos adultos, así siempre lo traté, sin esfuerzo, solo por respeto y por lógica mundana. Era un ser adulto aunque todavía fuera un niño, ambas cosas al mismo tiempo y en el mismo lugar. Él también me trató igual, con el respeto adecuado, que no debido. Creo que casi conseguí que fuera mi amigo y que sintiera afecto por ése que se acostaba con su madre.

Yo amaba a la madre y amé a su hijo, y ahora debo ir y depositar unas flores en su tumba, en la de ese hijo de otro. Ella también fue la mujer de otro en otro tiempo, aunque eso no puedo asegurarlo. Ella no fue nunca de nadie y creo que ese padre de su hijo fue un pobre diablo que no se daba cuenta de lo que ocurría a dos palmos de sus narices. Nos vimos un día y nos saludamos educadamente. Me advirtió sobre su hijo, en realidad me amenazó con matarme si algo malo le sucedía. Lo dijo con una voz tranquila y mirando no sé qué, pero no a mí. Se frotaba las manos lentamente como si tuviera frío y estábamos en verano. Traté de calmarlo, le respondí que cuidaría a su hijo como si fuera el mío. Eso parece que le molestó todavía más, se giró, me miró esta vez y levantó la voz para decirme que nunca osará pensar que su hijo fuera mío, que si hacía tal cosa me mataría sólo por eso. Le respondí que sí, que tenía razón, que era cierto, que si hacía tal cosa él me mataría. Esa respuesta le desconcertó. Cuando nos despedimos seguía teniendo las manos húmedas, igual que al entrar. Era alto y corpulento, lo era aunque tiraba a delgado, pero lo era mucho más en comparación conmigo. Me gustan los altos y fuertes, se confían demasiado y es fácil burlarlos. Ellos siempre apuntan a la cabeza o al cuello y se olvidan de la barriga, de su barriga. Una hemorragia intestinal te mata antes de sed que de miedo. Nunca llegamos a nada de eso, naturalmente, era el padre del hijo de la mujer que amaba y además era un buen hombre y un buen padre, nunca le haría daño, pero me enterneció esa dureza falsa, ese desamparo al perder a su esposa y también, por un tiempo, a su hijo. Creo que incluso su propio hijo se compadeció de él. Y hasta ella también, pienso, lamentó la escena.

sábado, 5 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Anteayer (2 de 4)



5 Noviembre 2008

Allí estaré, de pie, frente a ese mármol que ahora lo cubre. Me quedaré un par de horas o quizás un par de días, no sé. Pero sé que no usaré ninguna silla para descansar. Sea el tiempo que sea el que permanezca allí, frente a él, será de pie, como un pasmarote, como un palo tieso, inmóvil, rígido y duro como un chuzo. Severo y riguroso como pretende ser un hombre justo. Alto si puedo, inflexible porque quiero y austero porque no puedo más. Sometido y manso. No sé otra manera de rendirle homenaje que manteniéndome erguido, casi firmes, igual que un militar, pensando en él y en él conmigo, caminando juntos. Debe ser una muestra de afecto íntima y secreta, una de esas ofrendas y actos casi mágicos y tan honestos como sencillos, uno de esos en los que tu mano izquierda no sabe nunca qué hizo tu mano derecha. Algo que nadie debe conocer jamás.

Esa será mi manera de manifestarme, de decirle a mi cara de piedra que lo amé como a un hijo. De vez en cuando uno necesita decirse la verdad a sí mismo.

Emprenderé ese viaje, aunque no hay prisas, el muchacho ya ha sido enterrado y tampoco hay ninguna necesidad ni obligación de correr para nada. Nadie ansía que vaya y que arribe. No es en ningún caso un regreso. Debo preparar las cosas con tranquilidad, nadie se irá de la tumba donde reposa. Al menos puedo pensar que alguien, no creo que haya sido su madre, ha tenido el buen criterio de no incinerarlo. No soporto este mal gusto reinante, esta defensa hipócrita y mimética de la higiene funeraria, cuando en realidad es una manera más de afirmar aquello que callan o que incluso ignoran de sí mismos, los muy estúpidos. Querer deshacerse de los muertos, como si los muertos, por serlo, por pudrirse, fueran una molestia o algo desagradable, pura basura, confunden los cadáveres con despojos para reciclar. En muchos casos incluso antes de que fallezcan. “Quiero que mis cenizas las echen al mar”, dicen luego, satisfechos y fatuos en esa mediocre y ordinaria poesía mundana y popular. Cuando oigo esa vulgaridad yo mismo los arrojaría al abismo, no te preocupes, les diría, pronto te comerán los peces y podrás formar parte así del cosmos.

Debo ir, he de emprender ese viaje y eso que no me gusta moverme, siempre son los demás los que vienen a mí en busca de soluciones, a pedir consejo, dicen. Yo les digo cualquier tontería, escuchan atentamente mis palabras o las leen, asienten y se van con la cara seria pero reconstruida, el semblante esforzado y agradecido, la voluntad renovada y la esperanza reverdecida. O al menos así lo afirman esos que se van después de oírme, esos que leen mis billetes escritos en pañuelos de papel reciclado, panfletos, arengas, halagos, inventos y plagios. Se marchan satisfechos, pero no ven ni perciben que yo casi los echo sin que ellos se den cuentan que los echo. Soy un jardinero que riega plantas mustias, que da verdor al paisaje y que luego corta las flores para adornar jarrones, eso que los cursis llaman floreros. Escribo cuatro tonterías en un periódico y en un par de revistas, una de ellas es de esas que llaman “masculinas”, donde salen chicas desnudas y que leen más mujeres que hombres. Doy clases de arte en una escuela de periodismo, para que los que allí van a estudiar tengan una ligera idea de que las pirámides están terminadas en punta y hay unas en Egipto que son muy famosas. Cada semana participo en una tertulia televisiva y en otra radiofónica sobre deporte, y cada cuando publico algún libro sobre cosas diversas. Escribo también, aunque todavía no he publicado ninguno y solamente unas pocas personas los han leído, pequeños poemarios. Ya llevo escritos once y pronto estará listo el que haga la docena. Creo que en esos doce me pararé. Tengo la sensación de haber terminado las palabras.

viernes, 4 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Anteayer (1 de 4)



3 Noviembre 2008

Hace un par de días, anteayer, hube de tomar una decisión, no me gustó, pero era necesario tomarla.

Debía emprender un viaje. Había llegado una carta, una de esas que viene de lejos, dando malas noticias. Cuando digo una carta me refiero a un correo electrónico. Era de mi ex-mujer. Hubiera podido llamarme por teléfono, pero supongo que debió de temer oír mi voz y abrirme la suya con su inconfundible tono.

Había muerto mi hijo, bueno, el mío no, el suyo. Yo nunca he sido padre excepto cuando ejercí de ello, más o menos, sin serlo. El niño tenía uno de verdad, un buen padre, pero le quedaba lejos cuando compartió mi vida junto con su madre durante unos años.

En aquella época era apenas un niño, pero ahora había cumplido los 17, todo un muchacho ya cuando falleció de leucemia hace un par de meses, según me contaba ella en el correo.

Yo no había sabido nada de su enfermedad que duró tres largos años, y menos de su rápida y supongo que triste agonía. Nadie me había comunicado nada y yo tampoco había hecho el más mínimo esfuerzo por saber de sus cosas. Desde que se fueron él y su madre se terminó la comunicación.

En realidad no era mi hijo, ya lo he dicho, aunque durante algún tiempo me gustó pensar que sí lo era. Él tampoco me escribió y nunca me llamó, ni siquiera para felicitarme en mi cumpleaños. El correo solamente me comunicaba su muerte acaecida ahora hace dos meses, según ella dice. Cuenta también alguna de las circunstancias, algún detalle tangencial y penoso y el entierro en su correspondiente cementerio, nada más. Era escueto y frío como esa misma muerte de la que me hacía partícipe. Era más áspero que el comunicado de desahucio de un juzgado.

Supongo que era eso lo que pretendía con sus palabras, pero creo que en ellas había también escondido un grito ahogado, una llamada de socorro.

Le respondí en su mismo tono, lamentando lo ocurrido y añadí alguna frase más de carácter educado, y apuntando ligeramente a algún lejano recuerdo, más en el estilo que corresponde en estos casos que tratando de darle algún aire cálido, afectuoso o al menos cariñoso.

Sin embargo he decidido ir. Nadie me lo pide y nadie espera que haga tal cosa. Nadie saldrá a mi encuentro o aguardará mi llegada en el aeropuerto. Nadie. Pero he decidido que debo subirme a ese avión. Nadie me esperará. Nadie lo sabrá. Será un viaje estrictamente privado, íntimo y solitario. Casi anónimo.

Deberé encargar luego unas flores que yo mismo llevaré al cementerio, a su tumba, con un lema bordado en oro sobre un fondo morado. Dirá escuetamente algo obvio y cursi, tal vez algo que un día creí que podía durar siempre, pero que luego no fomenté ni continué por culpa de mi orgullo, que siempre se ha escudado en la pereza o en la vergüenza mal entendida. La supuesta hostilidad de mi ex-mujer, su madre, no es una excusa válida ni suficiente para explicar mi pasividad y casi diré que mi cobardía. “Tu amigo que te quiere – mi nombre de pila y mis dos apellidos-”, ésa será la corta frase que figurará en la cinta. Corta y quizás exagerada, pero necesaria para recomponer pobre y tardíamente una dignidad perdida.

jueves, 3 de septiembre de 2009

El peletero/Glosses: converses amb una sargantana (22)



30 Octubre 2008

3 de juliol de 2008

Aquesta tarda ha vingut a espetegar un colom contra el vidre de l'aparador.

M'he espantat al sentir el soroll, ha estat un veritable xoc.

La pobre bestia es deu haver quedat estabornida i és molt probable que també amb algun os trencat.

He sortit a mirar i ja se'n havia anat.

Si no ha quedat estalvi i sa, acabaran amb ell, alguna rata o alguna gavina al despullaran com un tortell, buscant la sorpresa amagada, buscant la vida en la mort.

T'has posat nerviosa, sargantana, t'he vist la gola massa fina, excitada i crec que també confusa i..., assassina.

Dius que t'hagués agradat veure-ho, però jo el que sí he vist han estat els teus dos saltirons i el teu neguit que he pensat que ben segur era d'alegria.

Crec que t'agrada veure morir quan són els altres els que es moren, qui sap si també t'agrada matar quan ets tu la que ho fa.

Quan t'has calmat, m'he calmat jo també.

Et cal una mida.

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El mar ha deposat el seu poder.

La gloria d'abans és només passat en una raconada de la vida.



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TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

3 de julio

Esta tarde ha topado una paloma contra el vidrio del escaparate.

Me he asustado al oír el ruido, ha sido un verdadero choque.

El pobre animal debe de haberse quedado traspuesto, y es muy probable que también q mal herido y con algún hueso roto.

He salido a mirar y ya se había ido.

Si la paloma no ha salido ilesa acabarán con ella, alguna rata o alguna gaviota lo desnudarán como un roscón de reyes, buscando en él la sorpresa escondida, la vida en la muerte.

Te has puesto nerviosa, lagartija, te he visto la garganta demasiado fina, excitada y creo que también confundida y... asesina.

Dices que te habría gustado verlo, pero yo lo que sí he visto han sido tus dos saltitos y tu ansia, que he pensado que seguramente era de alegría.

Creo que te gusta ver morir cuando son los demás los que se mueren, quién sabe si también te gusta matar cuando eres tú quién lo hace.

Cuando te has calmado, me he calmado yo también.

Necesitas una medida.

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El mar ha depuesto su poder.

La gloria de antaño es solamente pasado en una esquina de la vida.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

El peletero/Glosses: converses amb una sargantana (21)



28 Octubre 2008

1 de juliol de 2008

Ara a casa meva hi porto llibres d'una altra casa que també va ser la meva.

Que també és la meva.

Una encara més recordada, una on l'aigua era beneita i els nens reien a la panxa del bou. Una casa més petita, on no neva ni plou.

Una casa on també hi va néixer una nena, que no es deia ni Marina ni tampoc havia nascut a les Filipines, una que té bigues de fusta com si fos la caseta de l’arbre, la caseta del niu i de l'ou, la caseta del fons del mar. On les rajoles de terra fan cintes i dibuixen sanefes, i on la mare cantava al sol.

Estic de mudança, i no estic de dol. Tragino papers, pintures, dibuixos, màscares, i llibres de mil colors i de mil grandàries, de mil olors i de cent mil fondàries.

Mentre somio sol transporto de mil maneres moltes menes de consol, des de la cova del tresor d'Alí Babá a la d'Edmond Dantés, del segon segona a la del cinquè tercera.

En cada prestatgeria hi ha sorpreses, en cada cadira t'hi trobes el sol, rubís gegantins i maragdes, lapislàtzulis i safirs, diamants irisats, transparents i aureolats, perles naturals, òpals enormes, coralls vermellosos i ònix negres com les ànimes d'alguns mortals.

Meravelles i cofres plens de records inigualables, de vides viscudes i de miralls, de vides mortes i d'estralls.

Fotografies i pel•lícules de viatges, cartells, figures i moltes imatges, de paper, de fusta i de fang.

Petxines, closques buides i dins de les “caracoles” el so de totes les ones. L’olor de les mil i una nits i de l'un i mil neguits.

Revistes, diaris, i les fotografies d'algunes noies i els seus meravellosos pits.

Amigues o estranyes, vestides o nues, perquè tant dóna cóm es comença, sempre tots acabem de la mateixa manera.


(Bettie Page, Playmate gener 1955)


TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

1 de julio de 2008

Ahora a mi casa llevo libros de otra casa que también fue la mía.

Que también es la mía.

Todavía más recordada, donde el agua era bendita y lo niños reían dentro de la barriga del buey. Una casa más pequeña donde ni nieva ni llueve.

Una casa dónde nació también una niña, que no se llamaba Marina ni tampoco era de Filipinas. Que tiene vigas de madera como si fuera la casita del árbol, la casita del nido y el huevo, la casita del fondo del mar. Donde las baldosas del suelo dibujan cintas y cenefas, y donde mamá cantaba al sol.

Estoy de mudanza, y no estoy de duelo. Acarreo papeles, pinturas, dibujos, máscaras, y libros de mil colores y de mil tamaños, de mil olores y de cien mil honduras.

Mientras sueño solo transporto mil maneras de consuelo de la cueva del tesoro, la de Alí Babá, la de Edmond Dantés.

En cada estantería hay sorpresas, en cada silla te encuentras el sol, rubíes gigantes y esmeraldas, lapislázulis y zafiros, diamantes irisados, transparentes y aureolados, perlas naturales, ópalos enormes, corales rojizos y ónices negros como las almas de algunos mortales.

Maravillas y cofres llenos de recuerdos inigualables, de vidas vividas y de espejos, de vidas muertas y de estragos.

Fotografías y películas de viajes, carteles, figuras y muchas imágenes, de papel, de madera y de fango.

Caracolas, caparazones vacíos y el sonido de las mil y una noches, de la una y mil desazones.

Revistas, periódicos, y las fotografías de algunas muchachas y sus atractivos senos.

Amigas o extrañas, vestidas o desnudas, porque tanto da cómo se empieza, siempre todos terminamos igual.

martes, 1 de septiembre de 2009

El peletero/Glosses: converses amb una sargantana (20)



24 Octubre 2008

30 de juny de 2008

Penses que està bé, sargantana?, creus que és una carta elegant?

Jo no n'estic segur, m'agradaria que ho fos com ho és aquest poema de J.V. Foix, com ho és ell mateix.

Amb el seu barret de senyor de Barcelona em recorda a l'oncle Antoni, tot un galant, fi, alegre i dolç, un Adonis, delicat i prim, igual que la seva pastisseria de Sarrià, de barri alt, de barri elegant.

Encara que jo soc de frontera, de Ronda i de llindar, de puta gallega, eslava o llatinoamericana.

Sempre em recordes i m'esmentes, estimada sargantana, que és un dels poemes que més t'agraden, com a mi.

És ple de finor i d'alegria, de reflexos i lluminàries que mostren a la pell aquells que s'empaiten per plantar banderes entre pinedes i garrics, on els cossos fan olor a salvatgina i on les mans es vernissen de mar, d'or i d'escates de tant enfilar-se per les branques, de tant jeure per les cales i de tant banyar-se per entre les roques de la Mare de Déu de mar en dins.

El cap enlaire i el cel enllà, ocells escarlates i algues al bassal i a la font del comellar. A la ma un jaç de flors, i com si fos una dolça metzina, a la boca un rostoll de la meva veïna, la bonica Angelina.

Dius, sargantana, que t'agrada aquest poema perquè és un somni obert, com la teva ànsia de pirata, com la teva sed de rèptil i d'estiu, com l'amor que et ve del zel, embolicat en àmbar i folrat de niu, amagat darrera d'una mata de la vora del riu.

És quan dormo que hi veig clar
Foll d'una dolça metzina,
Amb perles a cada mà
Visc al cor d'una petxina,
Sóc la font del comellar
I el jaç de la salvatgina,
–O la lluna que s'afina
En morir carena enllà.
És quan dormo que hi veig clar
Foll d'una dolça metzina.

És quan plou que ballo sol
Vestit d'algues, or i escata,
Hi ha un pany de mar al revolt
I un tros de cel escarlata,
Un ocell fa un giravolt
I treu branques una mata,
El casalot del pirata
És un ample girasol.
És quan plou que ballo sol
Vestit d'algues, or i escata.

És quan ric que em veig gepic
Al bassal de sota l'era,
Em vesteixo d'home antic
I empaito la masovera,
I entre pineda i garric
Planto la meva bandera;
Amb una agulla saquera
Mato el monstre que no dic.
És quan ric que em veig gepic
Al bassal de sota l'era.

(J.V. Foix, “És quan dormo que hi veig clar”)

TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

30 de junio

¿Piensas que está bien, lagartija?, ¿crees que es una carta elegante?

Yo no estoy del todo seguro, me gustaría que lo fuera como este poema de J.V. Foix, elegante como él y muy famoso. Con su sombrero de señor de Barcelona me recuerda a mi tío Antonio, delicado y delgado, alegre y dulce también, como su pastelería de Sarriá, la Pastelería Foix.

Aunque yo soy de frontera, de Ronda y de linde. De puta gallega, eslava o latinoamericana.

Siempre me recuerdas y me señalas, querida lagartija, que es uno de los poemas que más te gustan, como a mí.

Está lleno de finura y alegría, de reflejos y luminarias que muestran en la piel aquellos que se persiguen para plantar banderas entre pinares y marañas, donde los cuerpos huelen a fierecilla y donde las manos se barnizan de mar, de oro y de escamas de tanto subirse a las ramas, de tanto yacer por las calas y de tanto bañarse por entre las rocas de la Virgen de mar adentro.

La cabeza en alto y el cielo allá, pájaros escarlatas y algas en la charca y en la fuente del barranco. En la mano un lecho de flores, y como si fuera un dulce veneno, en la boca un rastrojo de mi vecina, Angelita.

Dices, lagartija, que te gusta porque es un sueño abierto, como tu ansia de pirata, como tu sed de verano, como el amor que tienes en celo, envuelto en ámbar y forrado de nido, escondido detrás de una mata a la vera de un río.

Cuando duermo veo claro,
loco de un dulce veneno,
con perlas en cada mano
vivo dentro de una concha;
soy la fuente de un barranco
y soy cubil de una fiera,
–o la luna que se afina
al morir tras la ladera.
Cuando duermo veo claro,
loco de un dulce veneno.

Cuando llueve bailo solo,
visto algas, oro y escama,
lienzo de mar agitado
y algo de cielo escarlata,
un pájaro hace cabriolas
y echa ramas una mata,
el caserón del pirata
es un ancho girasol.
Cuando llueve bailo solo,
visto algas, oro y escama.

Cuando río estoy giboso
en la charca de la era,
me atavío de hombre antiguo
y acoso a la masovera,
y entre pinar y maraña
plantifico mi bandera;
con punzón de coser sacos
mato al monstruo que no nombro.
Cuando río estoy giboso
en la charca de la era.

(J.V. Foix, “És quan dormo que hi veig clar”)