sábado, 5 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Anteayer (2 de 4)



5 Noviembre 2008

Allí estaré, de pie, frente a ese mármol que ahora lo cubre. Me quedaré un par de horas o quizás un par de días, no sé. Pero sé que no usaré ninguna silla para descansar. Sea el tiempo que sea el que permanezca allí, frente a él, será de pie, como un pasmarote, como un palo tieso, inmóvil, rígido y duro como un chuzo. Severo y riguroso como pretende ser un hombre justo. Alto si puedo, inflexible porque quiero y austero porque no puedo más. Sometido y manso. No sé otra manera de rendirle homenaje que manteniéndome erguido, casi firmes, igual que un militar, pensando en él y en él conmigo, caminando juntos. Debe ser una muestra de afecto íntima y secreta, una de esas ofrendas y actos casi mágicos y tan honestos como sencillos, uno de esos en los que tu mano izquierda no sabe nunca qué hizo tu mano derecha. Algo que nadie debe conocer jamás.

Esa será mi manera de manifestarme, de decirle a mi cara de piedra que lo amé como a un hijo. De vez en cuando uno necesita decirse la verdad a sí mismo.

Emprenderé ese viaje, aunque no hay prisas, el muchacho ya ha sido enterrado y tampoco hay ninguna necesidad ni obligación de correr para nada. Nadie ansía que vaya y que arribe. No es en ningún caso un regreso. Debo preparar las cosas con tranquilidad, nadie se irá de la tumba donde reposa. Al menos puedo pensar que alguien, no creo que haya sido su madre, ha tenido el buen criterio de no incinerarlo. No soporto este mal gusto reinante, esta defensa hipócrita y mimética de la higiene funeraria, cuando en realidad es una manera más de afirmar aquello que callan o que incluso ignoran de sí mismos, los muy estúpidos. Querer deshacerse de los muertos, como si los muertos, por serlo, por pudrirse, fueran una molestia o algo desagradable, pura basura, confunden los cadáveres con despojos para reciclar. En muchos casos incluso antes de que fallezcan. “Quiero que mis cenizas las echen al mar”, dicen luego, satisfechos y fatuos en esa mediocre y ordinaria poesía mundana y popular. Cuando oigo esa vulgaridad yo mismo los arrojaría al abismo, no te preocupes, les diría, pronto te comerán los peces y podrás formar parte así del cosmos.

Debo ir, he de emprender ese viaje y eso que no me gusta moverme, siempre son los demás los que vienen a mí en busca de soluciones, a pedir consejo, dicen. Yo les digo cualquier tontería, escuchan atentamente mis palabras o las leen, asienten y se van con la cara seria pero reconstruida, el semblante esforzado y agradecido, la voluntad renovada y la esperanza reverdecida. O al menos así lo afirman esos que se van después de oírme, esos que leen mis billetes escritos en pañuelos de papel reciclado, panfletos, arengas, halagos, inventos y plagios. Se marchan satisfechos, pero no ven ni perciben que yo casi los echo sin que ellos se den cuentan que los echo. Soy un jardinero que riega plantas mustias, que da verdor al paisaje y que luego corta las flores para adornar jarrones, eso que los cursis llaman floreros. Escribo cuatro tonterías en un periódico y en un par de revistas, una de ellas es de esas que llaman “masculinas”, donde salen chicas desnudas y que leen más mujeres que hombres. Doy clases de arte en una escuela de periodismo, para que los que allí van a estudiar tengan una ligera idea de que las pirámides están terminadas en punta y hay unas en Egipto que son muy famosas. Cada semana participo en una tertulia televisiva y en otra radiofónica sobre deporte, y cada cuando publico algún libro sobre cosas diversas. Escribo también, aunque todavía no he publicado ninguno y solamente unas pocas personas los han leído, pequeños poemarios. Ya llevo escritos once y pronto estará listo el que haga la docena. Creo que en esos doce me pararé. Tengo la sensación de haber terminado las palabras.

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