lunes, 31 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (12 de 23)


26 Marzo 2010

Día doce.

He de confesar que ella no era ninguna muchacha, no era esa mujer que he descrito mucho más joven que yo, casi una niña.

He mentido.

Veinticinco años son muchos, demasiados, he exagerado, nunca sé contar el tiempo que pasa y me confundo, tal vez nos separaban solamente quince semanas.

Quizás fueron quince instantes, todos los que no compartimos.

Es posible que fuera ella la mayor y yo el alumno adolescente que asustado aprendió en su cuerpo un par de cosas.

Dos nada más.

Una que no hay nada que aprender y la otra que no hay que revelar ese conocimiento jamás.

- Respóndame, ¿a qué se refiere cuando habla de trampas?- me ha pedido de nuevo mi enfermera con tono autoritario.

Entonces me he puesto a llorar.

Al verme, la pobre muchacha se ha turbado y no ha sabido qué debía hacer ni cómo comportarse.

Después de un buen rato sollozando se ha sentado a mi lado, en el borde de la cama, y me ha tomado una mano. “¿Por qué llora?”, me ha preguntado.

- Creo que Vincent murió hace tiempo- le he respondido- y la habitación de Arlés debe de estar vacía, ya nadie pinta girasoles ni sillas de madera clara en ella.

Cuentan que todo aquello que no se puede pintar de memoria no se puede pintar y yo dudo entre recuerdo y reconocimiento, no consigo saber si de verdad logro pasar del segundo al primero.

“¿Se puede vivir sin pintar?”, le pregunté un día a Van Gogh. “Por supuesto que no”, me respondió, “al menos no con dignidad. Hablamos de vivir, no de sobrevivir, ¿verdad?”, me preguntó a su vez.

- ¿En qué consiste la pintura?, Vincent.

- En elegir.

- ¿El qué?

- El color.

viernes, 28 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (11 de 23)


24 Marzo 2010

Día once.

Hoy la enfermera me ha lavado como si fuera un bebé.

Mientras me enjabonaba le he hablado de las mentiras que contaba Stendhal y que tan dulcemente nos narró Stefan Zweig en la biografía que escribió de él.

Me ha sorprendido alegremente descubrir que había leído el libro y que sabía de memoria la obra de ambos.

Hemos tenido una ligera aunque muy interesante conversación literaria que me ha permitido ahuyentar la vergüenza que ya no me queda, pero que deseo pensar que aún conservo.

Le he confesado a mi enfermera que me gustaba encontrar su sexo tan húmedo como su boca en aquella escalera que no subía ni bajaba, y al oírme me ha sonreído.

“Estése quieto”, me ha reñido, hablándome de usted, “que se va a caer de la cama”.

Le he contado también las mentiras de mi joven amante. Todas las que he podido inventar, incluso las ciertas.

Se me ha quedado mirando, escuchando atenta la narración de cada una de ellas.

- ¿Cuándo se dio cuenta de que mentía?- me ha preguntado.

- Siempre lo supe, desde el primer día- le he respondido con firmeza y muy seguro de mí.

- ¿Cómo se sabe cuando alguien miente?

- La respuesta a esa pregunta tiene un precio que tú todavía no puedes pagar- le he soltado como si tal cosa.

Al oírme ha abierto los ojos, sorprendida y algo ofendida.

- ¿Por qué no?

Me he callado y he ladeado la cabeza hacia la ventana por la que entraba la luz de un día radiante. Ha sido como una bofetada.

- Dígame- ha insistido- ¿Por qué no puedo pagar ese precio?

- ¿Sabes preparar trampas?- le he preguntado sin mirarla.

- ¿Qué?, ¿trampas?, ¿de qué está hablando?

miércoles, 26 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (10 de 23)


22 Marzo 2010

Día diez.

El caso es que debería ir a Arlés para recuperarla y traerla al Hospital, de paso aprovecharía y visitaría a Vincent, hace tiempo que no nos vemos, él no es un hombre que use de teléfonos móviles ni de Internet, en realidad no utiliza ni siquiera una simple y antigua máquina de escribir que le regalé. Escribe y pinta a mano.

Nos tomaríamos unas cuantas cervezas, hablaríamos de pintura, y por la noche nos iríamos al burdel.

A la mañana siguiente, antes de salir el sol, me acercaría al mar, me bañaría desnudo viendo amanecer, y me sentiría lejos de todo que es una manera curiosa de tenerlo y verlo todo al mismo tiempo, como cuando te mueres y llegas a ser Dios.

Pero creo que no podré ir, no me han dado permiso para levantarme.

“Te advierto”, aseguró señalándome con su dedo índice, “que durante estos quince días no vamos a salir de tu maldita cama excepto para lo imprescindible, te ataré a ella y no me despegaré de ti”.

Cuentan que es mejor morirse en una cama, y creo que lo dicen porque no saben qué es morirse en el suelo.

Todos lo temen, pero siempre son preferibles las baldosas frías que los colchones mullidos, su dureza y frialdad te empujan a la vida.

No hay nada peor que la comodidad para vivir y morir.

“Cuando veas que agonizo sácame de la cama y tiéndeme en el suelo quiero empezar a sentir la frialdad del otro lado, del otro lado vacío de la cama”.

Supongo que afirman eso porque casi todo el mundo tiene la comodona y burguesa costumbre de hacer el amor acostado en una de ellas.

Con mi amante joven lo hacíamos de pie. Yo le levantaba las faldas y le bajaba las bragas y ella a mí los pantalones y los calzoncillos, y así, apoyados en una esquina, nos amábamos. Hacíamos más cosas, pero a mí me gustaba ésa, de pie y vestidos, con la ropa bajada y en un rincón los dos, en una esquina cualquiera del pasillo o de la habitación.

No había penetración, solamente una dulce y apasionada masturbación mutua.

Luego, sentados en una escalera, le abría las piernas y la besaba.

martes, 25 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (9 de 23)


19 Marzo 2010

Día nueve.

Todo lo anterior tampoco es cierto, la única verdad es que fui vanidoso. Pensé presuntuoso que ella era un saco vacío y que estaba por llenar, pero me equivoqué, como en otras muchas ocasiones también confundí ignorancia con soledad.

Y la soledad no se llena ni se cura.

Aunque la ignorancia tampoco.

De la misma manera que no se puede engañar a un hombre honesto no se puede enseñar al verdadero ignorante.

El caso es que ahora, que me estoy muriendo, pienso que la soledad era la mía y no la de ella, igual que la ignorancia, el tonto y el inculto era yo y no mi joven amante.

Esa conclusión no es el resultado de una elaboración ardua o compleja, no lo es. Simplemente me doy cuenta que me estoy muriendo solo, en una habitación de hospital vacía si no fuera porque la ocupo yo.

La realidad es que nadie viene a visitarme, ya no ejerzo de anfitrión.

Aquí, en el hospital, la cama es algo más ancha, pero el suelo es también mucho más duro, igual que el colchón.

Le he pedido a la enfermera que me deje colgar un pequeño cuadro que pinté hace tiempo, son las copas de unos árboles llenos de sol que titulé “El sol del platanero”, en recuerdo de “El sol del membrillo” de Víctor Erice, película en la que retrataba a Antonio López en la misión imposible de atrapar el tiempo usando el color.

La mía era una pintura que adornaba una de las paredes de la habitación que durante unos meses ocupó Van Gogh en Arlés, Francia.

La enfermera me ha mirado de una manera extraña, pero me ha dado permiso para colgarla.

lunes, 24 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (8 de 23)


17 Marzo 2010

Día ocho.

En realidad fuimos amantes a intervalos cortos durante todo el resto de mi vida a partir del día que la conocí. A plazos, como si pagáramos una hipoteca. A veces la confundía con otras, me equivocaba de nombre cuando estábamos juntos.

Ella siempre afirmaba que supe seducirla, que fui hábil, incluso aseguraba que me amaba.

Me lo creí, pero después llegué a una convicción extraña, falsa, egoísta y perversa, malvada, y que no puedo confesar en público: yo era lo mejor que ella conocería jamás sin llegar a darse cuenta nunca de ello.

Parece una presunción vanidosa, pero era cierto.

¿Qué le gustaba de mí? Lo ignoro, ¿quizás mi cama estrecha y mi suelo forrado con una falsa alfombra persa?

Tal vez lo que le agradaba es que yo no era nadie y al no serlo cumplía perfectamente con mi función de padre, amigo y amante imaginarios, pero aseguraría, apostaría por ello, que solamente llegué a hermano o a primo incestuoso, y, como máximo, a compañía de conveniencia. Siempre he sabido dar consejos.

Repetía muy segura que le gustaba mi actitud y la buena predisposición que le demostraba cuando hacíamos el amor.

Me gustaba oírlo, parecía una frase halagadora, pero a mí se me quedaba el cuerpo raro y el corazón descolocado, más descentrado de lo que siempre lo he tenido, ¿qué otra cosa podía demostrarle de forma sincera, apasionada y amorosa? Parecía tan natural y espontánea al expresarlo que al oírla me avergonzaba yo de ella y de mí, y me ruborizaba como un chiquillo inexperto e ignorante.

No logré enseñarle nunca nada. Esa fue también una paradoja dolorosa, me desconcertaba que no aprendiera de mí y sí de otros a los que solamente conocí de oídas y mal. En ocasiones jugaba a ser una niña-mujer y había días que veía en ella a una anciana, rendida y agostada.

sábado, 22 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (7 de 23)


15 Marzo 2010

Día siete.

Era una muchacha prudente y educada, nunca hacía mención a la diferencia de edad que nos separaba, pero tenía razón en afirmar que mis visitas jamás regresaban, ella misma era una buena prueba de ello.

Me costaba reconocerlo, no quería admitir mi fracaso reiterado como anfitrión. Siempre sucedía algo que las hacía partir como gatos escaldados.

Es posible que fuera mi cama demasiado estrecha, la gente se cansa de caerse de ella, a nadie le gusta darse de bruces, cada dos por tres, con el suelo por más alfombrado y tapizado que esté.

Mi joven amiga siempre tuvo todos los amantes que deseó, los conseguía con facilidad al estar predispuesta a ello. A una mujer le es fácil encamarse con quien desee si no le importa la convención burguesa de la reputación. Esa es una de las cosas que pocos hombres aceptan como señal inequívoca de una clase muy especial de superioridad respecto a ellos, es un rencor de género, la envidia del débil y del que sabe que, en el fondo, nunca manda ni elige. ¿No hay hombres que eligen? No, los hombres no eligen, hay mujeres que siguen a algunos hombres, que es muy distinto. Y ésa es también una clase de superioridad muy especial y diferente de la de ellas, muy diferente.

En todo caso y, aunque luego le quedara un regusto chocante, disfrutaba de sus amantes, o eso afirmaba con una simpleza un tanto infantil. La amargura y el vacío que seguían a continuación también formaban parte del guión y de la lógica de las cosas, las lágrimas que derramaba y algún que otro desconcierto psicológico iban en el mismo paquete, parecían un adorno necesario, una especie de colofón. Pero todo eso no tiene ninguna clase de importancia, ya no.

- El próximo día, uno de noviembre, cuando se hayan ido esas visitas que esperas, me encontrarás tal y como Dios me trajo al mundo dentro de la bañera de tu casa- me dijo con su típica resolución de mujer decidida y mostrándome la mejor de sus caras. Solamente tienes que desnudarte y meterte dentro tú también- añadió- pero si te da pereza despojarte de la ropa entra vestido, me da igual, aunque te agradecería que al menos te quitases los zapatos.

- Siempre lo hago, nunca me baño calzado, acostumbro a lustrarme las botas con betún y los pies con jabón, no al revés, querida mía- le respondí esforzándome en parecer simpático y en lucir la sonrisa de mi padre, que era sin duda mejor mucho que la mía.

viernes, 21 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (6 de 23)


12 Marzo 2010

Día seis.

Aunque terminamos siendo amantes de nuevo, como en alguna que otra ocasión, la conversación anterior no existió ni tuvo nunca lugar, es un puro invento mío para imaginar que ella me amaba y fantasear con su deseo de mí. Quería pensar que seguía buscando la rosa que un día le entregué cuando se acostó en mi cama por primera vez.

En cambio, el final sí fue el que mordazmente anticipó mi joven amiga, y que describo a mi manera en ese diálogo tan teatral y melodramático.

Me quedaba ya poco tiempo de vida, mi rosa había muerto.

También era cierto que nos llevábamos veinticinco años, que ella todavía no había cumplido los treinta y tres y que yo me acercaba peligrosamente a los sesenta.

Estaba casada y a su marido le contaba pocas cosas de su vida.

Otro hecho verdadero es que me pidió prestado el libro de la Duras y que nos habíamos conocido quince años atrás, en Grecia, cuando ella solamente tenía dieciocho, en uno de mis viajes y en una cama estrecha.

- ¿Qué no entiendes del poema de Yeats?- me preguntó un día.

- No comprendo qué pretende decir la mujer cuando exclama que: “Mas cuando esta alma del cuerpo se despoje, y desnuda vaya a lo desnudo, aquél a quien halló encontrará allí dentro lo que ningún otro conoce, y dará lo suyo y tomará lo suyo y regirá por derecho propio; y aunque amó en el dolor, tanto se aferra y se cierra, que ningún ave diurna osará extinguir tal deleite”. ¿Qué entiendes tú?

- Que su joven amante la reconocerá de entre los muertos, y que esta vez no la dejará partir ni nadie se atreverá a interrumpir la unión.

No es excusa para ninguno de los dos afirmar que parecía mayor de lo que era y que a mí todos me hacían más joven, quince días más joven para ser exactos. De todas maneras tampoco hay que pedir disculpas, nadie cometió ningún crimen, los dos nos comportamos como las personas adultas que en realidad éramos aunque ella tuviera dieciocho años y yo solamente cuarenta y tres.

Que ambos nos cayéramos de la cama repetidas veces fue debido solamente a su estrechez y a eso que llaman pasión erótica, fogosidad que no presta la atención debida al tamaño de los lechos y que rebosa como un vaso cuando se derrama.

jueves, 20 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (5 de 23)


10 Marzo 2010

Día cinco.


Muchos opinan que es mejor ser dueño de nuestros silencios que esclavo de nuestras palabras, sin embargo, siempre he pensado que ellas están para ser dichas, sean las que sean, si hay algo que deba decirse ha de ser dicho.


Mientras se calla el tiempo pasa y mientras se habla el tiempo para, esa es la disyuntiva, las palabras no tienen vuelta atrás, por eso hay que ser muy cuidadoso al pronunciarlas.


- Sólo te busco a ti- insistió.


- ¿A qué esperarás?


- Te esperaré a ti, ya sabes que yo soy la rosa salvaje que te busca. (1)


- Deja la poesía para otra ocasión.


- Quizás debamos callarnos los dos.


- Te lo pregunto de nuevo, ¿a qué esperarás tú?


- A que se vayan estas visitas que dices que vendrán en octubre, siempre acaban por irse, ya lo sabes, todas se marchan, ninguna se queda. Ésas también terminarán por zarpar, de una forma u otra lo harán, lo sabes, ¿no?


- Sí, lo sé.


- ¿Quince días?


- Ni uno más, amor mío.


- Trato hecho.


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miércoles, 19 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (4 de 23)


8 Marzo 2010


Día cuatro.


- ¿Dos semanas?, ¿por qué tan poco?, ¿son las que te quedan de vida?, ¿te lo ha dicho tu médico?, ¿te estás muriendo?


- Sabes ser sarcástica, ¿te lo ha enseñado tu marido?


La Duras no habla de vejez y deterioro, él es todavía un hombre joven y sano, pero Colette sí lo hace.


Su protagonista femenina, Léa, es consciente, aunque todavía no llega a los cincuenta, del fin de su tiempo en el quebranto de su propio cuerpo.


Con descaro afirma que no desea flores marchitas, elogiando sin pudor la juventud y la belleza de su amante, Chérie, al que debe dejar marchar por una convención rara, el matrimonio. Hasta donde pueda seguirá buscando esa fragancia y la vana esperanza que la juventud proporciona.


En ella, en la juventud, coexisten mezcladas de una manera desordenada la voluptuosidad y una sublime sobriedad que muy pocos saben percibir, conocer y soportar, yo no lo he conseguido jamás, el placer, como el dolor, me vence y me derrota, y aunque no logro comprender, como hace Léa, la pasión amorosa fuera del sin sentido que toda pasión tiene, quiero pensar de mí mismo que no temo a la exaltación, ni al arrebato del sexo, ni tampoco a la locura del corazón. Tal vez recele del amor que necesita de tantos apoyos frágiles y fugaces.


Me recuerda un viejo poema de Yeats del que no logro nunca extraer su significado más profundo, es el poema nº IX titulado “Una última confesión” de “Una joven y vieja mujer” (1).


- No tienes ni idea de lo que me ha enseñado mi marido.


- Es verdad, yo no sé nada de ti, desconozco lo que los demás te han dado y has guardado de ellos, solamente sé lo que no has aprendido de mí, por eso te pregunto con qué pagas y qué compras.


- ¿Qué quiero comprar con mi cuerpo?, ¿insistes?, tiempo, palabras que lo paren, no hay nada más en el mundo que merezca ser comprado, así que esperaré.


- ¿Palabras?, deberías seguir buscando afecto, cariño o compañía, como hacías entonces, ¿no? Todos necesitamos, yo también, ahuyentar la soledad, y el sexo es un buen sucedáneo de lo contrario. Igual que el miedo, la soledad siempre regresa.


¿Por qué llorabas después?

martes, 18 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (3 de 23)


5 Marzo 2010


Día tres.


- ¿En la cama o en la alfombra? Nunca recuerdo nada, nada que supere la cantidad de quince, quince monedas, quince dedos, quince apóstoles, quince años, así que pronto te olvidaré, tal vez por eso te pido de nuevo tu cuerpo a cambio del mío.


- Es un mal negocio, el cuerpo siempre es la moneda equivocada y lo sabes bien. ¿Qué quieres comprar con ella?, ¿nuevos recuerdos o viejas esperanzas?


- Eres un poeta.


- Y tú eres una musa, no me hagas reír.


- No seas arisco, lo que yo compro es todo de segunda mano, ya deberías saberlo.


- ¿Por eso me elegiste a mí?


- No quería decir eso, yo aún no he cumplido los treinta y tres, debería gustarte.


- Eso es lo malo, me gusta, y a mí me restan pocos para llegar a los sesenta, pronto no me quedarán más que minutos y fotografías amarillentas.


- De primera mano.


- Sí.


- Soy bella.


- Lo eres, y mucho.


- Estuvimos poco tiempo juntos y ahora solamente quieres darme quince días, no seas mezquino, al menos no lo seas conmigo.


- ¿Quieres más?, ¿para qué?


- No lo sé y no necesito saberlo, para mí es suficiente con pedírtelos como lo estoy haciendo, sin pudor ni vergüenza, recuerda que soy una mujer, contigo jamás he sido ninguna niña.


- Recuerda tú que yo pronto seré un anciano, y que contigo jamás lo he sido.

lunes, 17 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (2 de 23)


3 Marzo 2010


Día dos.


- ¿Y tu marido?- te pregunté nada más que para disimular mi sorpresa y por dar un poco de consistencia a la conversación.


- No te preocupes por él, por el respeto que le profeso nunca le cuento nada que no deba saber.


- ¿Qué deberías contarle que no haces?


- Mi vida, ¿qué si no? Ya es suficiente con que sepa el nombre que consta en mi pasaporte, ¿no te parece?, el otro, el verdadero, el que tú me pusiste, no lo saben ni mis padres que me bautizaron.


- ¿Por qué no se la cuentas?, dos personas que se quieren deberían compartir sus vidas, ¿no?


- Todo lo contrario, ésa es una convención romántica que nunca conduce a nada bueno, la realidad de la vida es muy diferente.


- ¿Cuál es, según tú, esa realidad de la vida?


- ¿Cuál?, ya lo sabes, incluso mejor que yo. Para dormir es preferible hacerlo en camas separadas, para vivir también. La vida es como la cama y la cara, cada uno debe de tener la suya propia.


Antes de casarte me regalaste “Chérie”, de Colette. Es una historia amorosa entre una cortesana madura, una mujer de una edad cercana a la mía actual, con un joven muchacho, bello y vigoroso. También es casualidad que ahora se haya realizado una versión filmada de la novela.


La escritora francesa siempre consiguió retratar y describir con la precisión necesaria, sin sensiblerías y a través del sexo, una historia sentimental, llena de verdad, amor y dolor asumido con la ironía que solamente los seres libres son capaces de expresar.


La relación entre ambos termina cuando él, veinticinco años más joven que ella, se dispone a contraer matrimonio.


“Igual que hiciste tú, al casarte me dejaste”, te recordé. “Ninguna historia de amor finaliza cuando los amantes se separan”, me replicaste entonces. “Algún día regresaré a por ti”, creí que intentabas decirme al irte.

O quizás lo imaginé.


- Recuerda que todavía nos llevamos veinticinco años, el tiempo transcurrido no ha recortado la diferencia que nos separa, no lo hará hasta que yo me muera, entonces me alcanzarás- le dije procurando no parecer ridículo.


- A ti y a mí nunca nos han separado los años vividos, solamente los que no hemos estado juntos, todo lo que no hemos compartido.


- Siempre te ha gustado ser melodramática, dime, ¿por qué me pides de nuevo ser mi amante?, ¿es una broma? Somos buenos amigos, no lo estropees ahora con sexo.


- No es ninguna broma. El porqué es asunto mío, tú solamente debes responder sí o no.


- ¿Qué harás después de estos quince días que digo que te daré?


- No lo sé, quizás aguarde a que se vayan esas visitas que esperas y que según parece son incompatibles conmigo dentro de tu cama. ¿Realmente lo son?, ¿no cabemos todos en ella?


- No, no cabéis, tengo una cama pequeña, ya lo sabes, es la misma que tenía hace quince años y que todavía conservo. Es tan estrecha que todo el mundo termina cayéndose de ella, por eso he colocado una alfombra en el suelo, para amortiguar el golpe. En ella nos conocimos, ¿recuerdas?

sábado, 15 de mayo de 2010

El peletero/Quince días (1 de 23)


1 Marzo 2010

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Para V. con todo mi amor.

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Día uno.

Hace mucho tiempo que somos buenos amigos, nos vemos cada cuatro o seis meses, y aunque no es muy a menudo debería ser bastante y quizás también suficiente.


A mediados de septiembre pasado viniste y me solicitaste que te prestara “El amante”, de Marguerite Duras, querías leerlo de nuevo. Yo mismo te lo regalé cuando nos conocimos, quince años atrás, y ahora, según me confiesas, lo debes de haber extraviado en algún rincón olvidado.


Al pedírmelo me recordaste mi elogio de entonces que calificaste de “encendido”. Te respondí que aunque exagerado, y seguramente equivocado, era también adecuado para una historia esencialmente sexual entre una colegiala y un hombre maduro. Te reíste.


“A nosotros nos separaban veinticinco años”, me escuché a mí mismo evocar en voz alta delante de ti.


Lo dije sin pensar, observando el cielo inmaculado en tu frente y el arcobaleno dibujado en medio de tu ceño.


Recuerdo que hoy, igual que ayer, los colores saltaban de un iris al otro adornando el gesto de tus ojos.


Al oírme sonreíste y me miraste sin dejar de sonreír ni de mirarme.


- Es cierto, solamente veinticinco, acababa de cumplir los dieciocho, y aunque ya era toda una mujer fuiste mi primer hombre- me respondiste resplandeciente y serena.


- Sí, lo eras- reconocí.


- Me gustaría ser de nuevo tu amante- añadiste de repente, escueta, manteniendo la mirada, cabalgando mis palabras y sin más preámbulo que el de pedirme ese libro.


- Únicamente dispongo de quince días- te respondí tan lacónico como tú. Fue lo primero que se me ocurrió balbucear aparte de ser verdad. A primeros de octubre espero visitas y deberé ser un buen anfitrión y también…


- … Aunque solamente fueran quince minutos los aceptaría igual, aunque fueran quince pobres segundos los quiero enteros y todos para mí, dijiste sin dejarme finalizar.


Igual que entonces, pensé, siempre terminabas quince veces o más antes que yo acabara.

viernes, 14 de mayo de 2010

El peletero/Peret (26-02-10)


26 Febrero 2010

Peret, ves, ves-te’n i vola, espera a la Veni i amb ella ves-te’n i vola.

Busca a la Carme, al Ramon, al Marià i a la Herminia, busca també a tots els altres i amb ells ves-te’n i vola.

Però no te’n vagis gaire lluny que l’Albert i jo no coneixem el camí i encara no sabem volar.

(26-02-10)

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Peret, ve, vete y vuela, espera a Veni y con ella vete y vuela.

Busca a Carme, a Ramón, a Marià y a Herminia, busca también a todos los demás y con ellos vete y vuela.

Pero no te vayas muy lejos que Albert y yo no conocemos el camino y todavía no sabemos volar.

(26-02-10)

jueves, 13 de mayo de 2010

miércoles, 12 de mayo de 2010

lunes, 10 de mayo de 2010

El peletero/Ficha nº 3



12 Febrero 2010

Nombre: Engracia Fuentalta Leiva

Edad: No sé.

Estado: Normalmente sólida y compacta, aunque tenía momentos líquidos cuando tomaba sus baños con el agua muy caliente, casi quemando y llena de jabones, aceites y perfumes que no servían de nada fuera de enjabonarla, engrasarla y perfumarla. Lo malo, o lo bueno, según como se mire, era que después de pasar rápida y sonoramente por el estado gaseoso, regresaba de inmediato a la solidez de la carne, a su olor natural y verdadero, al sudor del sexo, y al fuego de las hembras sin dueño. Y eso era, precisamente, lo que yo buscaba y necesitaba. Sí, es verdad, yo quería su carne quemada y algo de su humedad en esa fuente alta que tanto me embriagaba.

Cuando orinaba parecía una niña mala haciendo travesuras. Me decía, “mira”, y yo miraba.

Estudios: Bastantes. Arqueología por entre los polvos de Oriente que son muchos, los Orientes y los polvos que allí hay. Pincel en mano barrió medio desierto y dio de comer a muchos hambrientos y sedientos no precisamente de justicia. Sabía de lenguas raras y muertas aunque las usaba como si fueran de uso cotidiano, le hablaba a su jardinero en hitita, a su mayordomo en acadio, a su cocinero en babilónico o caldeo, a su masajista en arameo, y a los demás en asirio o, para poner unas guindas en su boca de babel, sumerio y filisteo. A mí también me mandaba en ellas.

En esas hablas orientales y polvorosas me enamoraba. Me decía “escucha”, y yo escuchaba.

Profesión: Descubridora de civilizaciones desaparecidas, de tumbas y palacios derruidos, de ruinas y tesoros escondidos debajo de las piedras. En más de una ocasión encontró alimañas y fieras, serpientes y escorpiones. Incluso un día, tras unas fornicaciones ciclópeas, halló a un marido con el que se casó que no fui yo.

Yo era su chofer y el que limpiaba la plata, el que pulía y daba brillo al bronce y a la hojalata. Pule, me decía, y yo pulía.

Chismes y tonterías: Cuentan que montaba camellas y beduinos y que bailaba desnuda en la tienda de los jeques en oasis de mentira. Era rubia pálida y eso a los hijos del desierto les gusta y los emborracha como si ya estuvieran muertos, rodeados de sus huríes en su harén celestial. En él yo desempeñaba el papel de Gran Eunuco, vigilaba quién entraba y quién salía.

En alguna rara ocasión era yo el que penetraba y me quedaba, en su cueva, entre pinturas rupestres, estalactitas y estalagmitas, ríos, lagos negros y gambas blancas y ciegas. Ven, me decía, y yo iba.

Realidades: Era verdad, montaba camellas como si fueran camellos y beduinos a pelo, desnudos como gacelas salvajes. Los encabritaba y los sometía, látigo en mano o a base de bofetadas.

Era la Reina de Saba y yo su esclavo. Salomón, me llamaba, y yo a veces me lo creía.