lunes, 19 de abril de 2010

El peletero/La filosofía corta (1)


11 Enero 2010

El corazón y un faisán muerto al lado de una bolsa llena de pólvora.

¿Sabes el tiempo que hace que nadie ha entrado en esta habitación?

Antes había gente, algunos se quedaban por un tiempo, otros iban y venían, la música los mantenía siempre alegres y yo era feliz con ellos, viviendo sus vidas. Aquellos fueron unos años locos, ingenuos y excéntricos.

Después tuve que hacer reformas, cambiar la distribución de los tabiques, tirar alguna pared y levantar otra unos palmos más allá. La vacié de muebles, de libros y de trastos, y la gente se marchó.

No sé cómo, pero quedó más pequeña, medio amputada y lisiada, dejó de ser útil y la clausuré. Tapié sus ventanas, sellé la puerta y perdí la llave que medio guardé y olvidé en algún cajón.

Y ahora, no sé por qué razón, tú me pides abrirla de nuevo, eres el primero que quiere entrar después de todo este tiempo. Ya sabes que en ella no hay nada, solamente polvo seco, olor a cerrado y oscuridad.

Me dices que podemos limpiarla, pintarla y adecentarla, darle una utilidad. Aseguras que en ella cabe una cama, una mesita de noche con su lámpara, un armario pequeño en el rincón y una silla en el fondo, al lado de la ventana que da a la calle y de la que podemos colgar unas cortinas de flores pintadas.

Señalas que en la otra pared cabría un espejo y un par de cuadros, aquel retrato que me hiciste antes de conocerme y el paisaje del bosque de pinos que tanto me gusta. Y en el suelo, entre la cama y la puerta, la alfombra que compraste la otra vez, antes de nacer, aquella que es gris y azul, plata y cielo nublado, después de llover.

Me miras con los ojos húmedos y me hablas también de otros colores, del amarillo limón de mi falda, del castaño de los troncos viejos y abatidos, y del blanco inmaculado de mi blusa de algodón que quieres desabrochar.

Dices que te gusta el rojo de mi sangre y el negro que hay en el fondo de mi corazón, crees que contrastan con el color de mis cabellos rubios y con la madera clara de la silla del rincón, ésa que se parece a la que pintó Van Gogh.

Mientras te miro me sigues hablando y entre palabra y palabra me besas, y me pides que te enseñe el brillo de mi dulce rubí, y afirmas seguro que en la habitación cabemos los dos, que aunque la cama sea pequeña podemos dormir juntos y abrazados, y que envueltos el uno en el otro nos podemos besar hasta que el alba se nos lleve como al faisán, ciegos o cuerdos, vivos o muertos.