Hemeroteca peletera.
La alta velocidad.
"Con el antecedente japonés
entre Tokio y Osaka, los trenes de alta velocidad llegaron a Europa durante la
década pasada gracias a una apuesta clara de Francia que disfruta en estos
momentos de la mayor red mundial de este tipo de infraestructuras. Pero el
elevado coste de su instalación, al exigir nuevas construcciones, se ha
convertido en un importante freno para su desarrollo, sobre todo en momentos de
restricciones presupuestarias como los actuales. Las exigencias de Maastrich
respecto al déficit público en los países miembros de la UE están condicionando
claramente su futuro en Europa. Pero los aplazamientos sine die o las
anulaciones afectan también a proyectos en otros continentes, que en algunos
casos están siendo sustituidos por trenes con tecnología pendular, con la que
pueden alcanzarse velocidades medias superiores a 200 kilómetros por
hora remodelando las instalaciones convencionales. (...)"
(“Freno a los proyectos
de alta velocidad”, El País, 5 de mayo de 1996)
Siempre he pensado que la
velocidad no tiene nada que ver con el tocino y que nadie podría confundir
nunca mi tienda con una charcutería, pero el otro día, mientras barría la
entrada como cada mañana, un hombre, que ya llevaba unos cuantos minutos
observándome desde la otra acera, se me acercó, después de cruzar la calle,
para preguntarme si vendía papel para envolver jamones.
A unos cien metros tengo como
vecinos dos tiendas de artículos eróticos finos, son unos comercios pensados,
dicen, para mujeres modernas y desinhibidas, y, a un par de calles más allá, un
sexshop convencional para hombres supuestamente convencionales también. Todos ellos
tienen un surtido amplio para el gusto más exigente y rebuscado, pero ninguno ofrece
papel para envolver jamones.
Muy cerca hay dos casas de
masajes, una heterosexual y otra gay. En frente, a diez metros escasos, un bar
donde bailan muchachos en calzoncillos alrededor de una barra. Y a mi derecha,
a unos treinta, se encuentra otro bar de chicos que tiene su correspondiente
cuarto oscuro. Y a mi izquierda otro sexshop de artículos de cuero y látex para
homosexuales con unos escaparates explícitos y muy evidentes y con una propaganda abundante sobre las diferentes variantes de sexo para hombres que buscan hombres.
En estos últimos años me han
preguntado de todo, incluso lo más inverosímil; han querido saber direcciones y
han pedido información y detalles de servicios que desconozco, pero que
imagino, cualquier cosa posible e imposible también, aunque nunca me habían
preguntado si vendía papel para envolver jamones.
No hace mucho, yo mismo
confeccionaba artículos de cuero para otro sexshop gay que había a la vuelta de
la esquina, arneses, calzoncillos con cremallera, chalecos, pantaloncitos
cortos y chaps, esa especie de pantalones abiertos por delante y por detrás
igual que vaqueros en un western. A mi cliente le ofrecía varias calidades de
pieles españolas, castellanas, las mejores del mundo, las más finas, elásticas
y turgentes, con variados detalles, flecos, remaches o ribetes en el centro de
la pernera de diferentes colores y formas.
En bastantes casos debía de
tomar medidas cuando los muchachos estaban un poco subidos de peso o eran muy
altos o bajitos, o tenían algún problema muy específico o enfermedad grave,
parálisis o colostomía que había que disimular modificando el patrón. Los
viernes por la noche organizaban fiestas de promoción en los que trataban de
vender los productos expuestos mientras dejaban que los clientes retozaran en
grupo. El lunes me pasaban los pedidos, a veces había solicitudes extrañas,
pero nunca nadie me pidió papel para envolver jamones.
Era un sexhop catalán que
llevaba una pareja de chicos muy agradable y simpática que vendía también por
Internet, desgraciadamente se arruinaron porque no pudieron competir con las
multinacionales del sector, fuertes y poderosas.
Por suerte me guardé unos de
esos calzoncillos de cuero negro con una cremallera en el centro, a mi novia le
gusta que lo use cuando le doy masajes que invariablemente terminan con un
final feliz.
Sabe abrir la cremallera despacio
y con el cuidado necesario, es un detalle importante que ha hecho que me
enamore de ella más todavía.