sábado, 24 de abril de 2010

El peletero/La filosofía corta (5)


20 Enero 2010

Los ojos o la verdad, la raya, el gato y un perfume barato.

“Cuando se escribe, se pinta o se dibuja, cuando se fotografía, interpreta o construye, debe tratarse de decir lo importante, arrancarlo de la oscuridad y sacarlo fuera de ese terreno de penumbra y niebla en el que vive”.

Hice una pausa y la miré. Allí estaba, junto con todos los demás, la mayoría mujeres, y la mayoría mujeres mayores como ella. Viudas y divorciadas. Solamente recuerdo a un par de casadas, o al menos eso decía la ficha de inscripción que habían rellenado para poder asistir a mi seminario, “Introducción al Arte”, que una vieja escuela con dificultades económicas me había solicitado para tratar de obtener más ingresos intentando organizar cursos para adultos ociosos. He de reconocer que estaba teniendo éxito, la clase estaba casi llena.

“La esencia de lo fundamental es la oscuridad tamizada. La clave de las cosas, esa llave que abre las puertas, eso a lo que llamamos verdad, rechaza la luz, huye del iris”.

No movía ni un músculo ni tomaba notas como las demás. Vestía un traje chaqueta de cuero negro, recién comprado, de auténtica manufactura y marca Chanel, como a mí me gustaba. Tenía cuerpo para ello. Y lo sabía llevar. Era un animal.

“La verdad es inquieta, nerviosa, apenas conseguimos, con no pocos esfuerzos, que permanezca escasos segundos frente a nuestros ojos”.

Su hermoso pelo blanco se lo había cortado a cepillo, muy corto y teñido con tenues iridiscencias azules. Sus labios finos los llevaba explícitamente rojos por delante de su pálida piel. Los pendientes y el collar eran de perlas auténticas, lucía los que le había regalado su marido, fallecido dos años antes, al celebrar el 30 aniversario de su matrimonio.

“Cuando la contemplamos siempre terminamos embargados por un extraño sentimiento de revelación, de entusiasmo y de frustración también. La verdad es más poderosa que nosotros.”

Debajo de su chaqueta de cuero lucía una simple camiseta negra de algodón de Calvin Klein, sin mangas y muy ceñida. No llevaba sujetador y sus pechos, algo caídos, ni grandes ni pequeños, se marcaban perfectamente gracias a sus pezones bien formados.

“Más tarde, aparece siempre la tristeza y esa alegría inteligente que gusta, al igual que la misma verdad que la ha provocado, de permanecer escondida por entre los rincones olvidados de una estancia demasiado llena de muebles”.

Debajo de la falda de cuero enseñaba unas medias de color carne con ligueros azules. Estaba sentada con las piernas cruzadas y no llevaba bragas. Lo sabía porque yo mismo me las había guardado en mi bolsillo aquella mañana temprano, antes de vestirnos y después de la ducha que habíamos tomado juntos.

“La verdad vive entre el polvo y su fauna salvaje, esos insectos microscópicos, ácaros y toda clase de arácnidos y gusanos de medio milímetro y de medio pelo. La verdad es corta como la misma poesía, como la buena filosofía. Es escueta y simple”.

Era quince años mayor que yo, y era como a mí me gustaría que fuera una mujer, alta y bella, extraordinariamente bella, la más hermosa de todas, como lo es un reptil, como lo eran sus zapatos italianos, de caimán salvaje, como lo era su perla oscura, y su tacón alto de aguja con la punta redondeada y la suela de marfil, de colmillo de loba. Su lengua era de plata, sus ojos negros y sus uñas estaban pintadas de rojo. El color de su piel revelaba que había hecho eso que dicen que se hace cuando se hace eso que dicen.

“La poesía es la verdad del arte, en ella solamente se da aunque sea dándose a la manera de un teorema matemático o de un sexo depilado o peinado con el peine adecuado”.

La clase había terminado y el aula se había quedado vacía.

“La verdad es siempre despiadada, si no, no es verdad y sólo complacencia”.

Anillo navajo de plata con una turquesa en uno de sus dedos y un perfume barato de Killian en su piel.