miércoles, 30 de julio de 2008

El peletero/La nevera



11 Octubre 2006

Las ventanas estaban cerradas y después de las ventanas habían las cortinas, gruesas, opacas y cerradas también. Fuera era de noche, la única farola de la calle tenía la bombilla rota, la luna era nueva y el cielo estaba nublado. Ni la boca de un lobo hubiese sido más oscura, más apestosa sí, pero no más negra.

Dentro de casa sólo había la luz de la nevera cuando la abría. Mientras tanto, únicamente oía su ronroneo y mi respirar tranquilo y paciente.

Había arrastrado el sofá hasta la cocina y lo había dejado frente a la nevera, pensé que era una solución mejor que arrastrar la nevera hasta el salón. Bien sentado, cómodo y reposado, abría y cerraba la puerta de la nevera con los pies. Abría y cerraba, abría y cerraba. Aquello parecía un faro en medio del océano lanzando sus señales de precaución para navegantes. Cuidado con los escollos y los islotes, no os acerquéis tanto, podríais naufragar, iros a pique, perder la carga y lo que es peor, la vida. Abría y cerraba, abría y cerraba. Si sigo así se me estropeará mi tan querida despensa, esta preciosa pierna, aquel magnífico brazo, lo que quedaba del hígado. El cerebro aun lo mantenía todo entero, no lo había ni tocado, esperaba una ocasión especial. Las costillas, sin embargo, me las había comido todas. Será mejor que deje de jugar con la puertecita, no quiero perder mi carga, me dije. Cerré la puerta de la nevera y se hizo la oscuridad. Cerré también lo ojos y abrí las orejas. Al poco tiempo oí el timbre de la puerta, mira, pensé, alguien que ha encallado en mi islita, tendré que hacer sitio en la nevera para alojar debidamente a mi huésped. Bienvenido.