lunes, 9 de junio de 2008

el peletero judío



20 de mayo de 2006

Sobrevivieron sólo cuatro hijos de toda una numerosa y extensa familia. Uno se fue a vivir a Seattle, otra a Tel Aviv y dos a Londres.

Estos dos últimos fundaron en la capital inglesa una empresa peletera llamada I&M Ltd. Hermanos y solteros vivieron siempre juntos, compartiendo dinero, casa, coche y amantes. Las propinas que daban eran pequeñas y el afecto que proporcionaban a los demás era generoso y desinteresado.

Vivían de comprar y vender pieles y a veces dinero. Los consejos eran gratuitos y su compañía también. Interesante, amena, entretenida y extraordinariamente sabia, como su hermoso apellido de filósofo alemán. Buenos conversadores como eran, en cambio, de su infancia en Leipzig y de su huída nunca hablaban.

Su despacho era espartano, el chico de los recados era griego y tenían una secretaria nueva cada cinco o seis años; inglesas, sudafricanas, incluso una pakistaní, todas ellas simpáticas, eficientes y con sentido del humor. El café era americano, las cookies británicas y el inglés con el que ellos hablaban tenía un fuerte y terrible acento alemán. En cambio, su hermoso español sonaba a música caribeña, aprendido de jóvenes en aquellas islas después de la guerra.

Eran menudos, vivo uno y sosegado el otro, sus enormes batas blancas que casi arrastraban por los suelos los empequeñecían aun más. Parecían gnomos sin barbas, siempre sonrientes y alegres, trajinando arriba y abajo visones escandinavos o de los Grandes Lagos americanos, y astracanes de Namibia o de Afganistán. Marrones, perlas, arenas, negros o blancos.

Cada año venían al Mediterráneo a tomar el sol, a beber y a divertirse. Año tras año, no faltaban a la cita. Mar, whisky y chicas. Hasta que una vez tuve que ir a rescatar a uno de ellos con un amago de infarto, llevármelo del hotel desde donde me había llamado la chica de compañía que se había buscado para que le hiciese eso, “compañía”, ingresarlo en un hospital y cruzar los dedos. Era ya muy mayor y estaba ya solo, su hermano había muerto hacía pocos meses. Una vez medio repuesto regresó a Londres, quise hacerle prometer que se portaría bien, pero me lo pensé mejor y me callé.
Siguió trabajando unos cuantos años más, pero ya sin la sonrisa en la boca y con el vaso de whisky siempre en la mano. Sus secretarias procuraban hacerle la vida fácil y agradable, pero él se lo ponía cada vez más difícil, casi siempre malhumorado.
La última vez que le vi fue muy de noche, echado en su cama, vestido y muy borracho. Le quité los zapatos y así le dejé, lo mejor que pude, y una vez que se durmió me fui. No le volví a ver nunca más. Al cabo de un mes me llamaron para comunicarme su fallecimiento.

La familia en Seattle y Tel Aviv había crecido, hijos, nietos, cuñados y cuñadas. La saga había renacido floreciente y otra vez numerosa. Entre todos ellos se repartieron el dinero que se consiguió en la subasta que realizaron para vender la magnífica herencia de I&M Ltd. Todo se vendió, todos aquellos tesoros de belleza inaudita que pocos ojos tienen el don y la oportunidad de ver.