martes, 21 de febrero de 2012

El peletero/Teodoro Van Babel (13)


Teodoro Van Babel

13.
La Naturaleza.

La verdad nos incumbe, nos interpela y nos configura, y nos demuestra siempre que el asesino de nuestro padre somos nosotros mismos y que la amante que yace a nuestro lado es la que nos dio a luz.

El Santo afirmaba con rotundidad que el Edén era el reino de la verdadera abundancia suficiente que otorga la libertad creadora porque no podemos ser justos sabiendo que vamos a morir.

Nosotros sospechamos que se equivocaba al creer que el razonamiento debe ser formulado a la inversa: saber que vamos a morir es el requisito básico para ser libres y acertar.

Sin embargo, Agustiniano atina cuando considera que la lascivia es intrínsicamente mala porque es ajena a la voluntad del ser humano al mismo tiempo que está cautiva de la necesidad del mal vivir, pues mal vivir es no ser dueño de uno mismo.

En el mismo sentido, Anna de la Rochefoucauld afirmó, unos siglos después, que no se puede ser libre siendo libre como Dios, alguien del que dicen que a nada ni a nadie necesita, ni siquiera a nosotros ni a sus querubines que le cantan y le adoran.

¿Qué vieron Adán y Eva el uno en el otro? Vieron que iban a morir. Esa circunstancia trágica, esa verdad es la que Dios les había ocultado, y ese destino, paradójicamente inexorable, los hizo libres. La muerte estaba escrita en la desnudez de sus cuerpos.

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El movimiento del aire puede ser visto por gracias del movimiento del polvo que en su carrera levanta el caballo, movimiento éste tan raudo en ocupar el vacío que de sí deja en el aire ese caballo, pues de sí lo vestía, cuanto raudo es el tal caballo en huir del aire.
Creerás quizá poderme reprochar que haya yo representado los caminos que traza el aire en movimiento, puesto que por sí no ha de ser en el aire visto el viento. A lo que te respondo que no el movimiento del viento, sino tan sólo el movimiento de las cosas que con él arrastra, vemos en el aire.

(Tratado de la pintura. Del diluvio y su representación en pintura. "Imágenes del diluvio", Leonardo Da Vinci, 1498)