jueves, 17 de marzo de 2011

El peletero/El valle del silencio (5)


El Valle del Silencio (5)

Uno.

Espontáneamente se dividieron en dos grupos, media docena siguió río abajo por el cauce seco, todos los demás emprendieron la pesada subida de la montaña. Mi padre, al ver a esos últimos, pensó ¿qué hacen?, ¡por la vaguada es más fácil! Estuvo tentado de seguir a los seis que huían por la cañada, pero un instinto superior lo retuvo y decidió continuar con la mayoría que, pesada y fatigosamente, subían la loma. (Bienvenida)

Dos.

Una era eslava, muy delgada, poco atractiva y de un rubio descolorido. La otra era espectacular, latina, alta y guapa. Había una tercera invisible y distinta a las otras dos. (La sonrisa más bonita del mundo)

Tres.

Seguimos el camino, ahora ya más descansados, que habíamos acabado de encontrar tras subir la empinada montaña, era el camino principal, llano y ancho, que nos llevaba en dirección a Peñalva para regresar a casa; quedaban unos dos kilómetros y la senda ya era cómoda y plana.

Tras la primera curva vimos venir a dos mujeres del pueblo, unas paisanas de mediana edad tirando a mayores, enjutas y alegres. Al cruzarnos con ellas se detuvieron, nos saludaron y les contamos que nos habíamos equivocado y que habíamos subido por la montaña y seguido por un atajo, sonrieron, pero no respondieron ni tampoco hicieron ningún comentario, vi que una llevaba una hoz en su mano izquierda, le pregunté qué iba a cortar con ella, y sonriendo de nuevo y medio riendo me respondió escueta que: “lo que salga”. Nos despedimos y seguimos el camino. Yo me quedé perplejo y algo aturdido.

Víctor y Mercè se adelantaron, Silvia después, y Marià y yo al final. Comenté en alto, mientras caminábamos, que a esas dos mujeres ya las había visto en otra ocasión, Marià y Silvia me miraron extrañados y me preguntaron cuándo, les respondí que fue hace tres años justos, en agosto del 2007, una madrugada calurosa delante del Hospital Clínico de Barcelona donde estaba ingresado Pere, mi padre y el de Marià. Ya sabían a qué me refería cuando Silvia señaló algo delante de nosotros, “mirad”, dijo.

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“Callábamos y en nuestro silencio otro silencio enmudecía: un maravilloso silencio que en el silencio se escondía” (José Bergamín)