22 Junio 2009
13. Un recuerdo huido que regresa.
Hay cosas que vives o te cuentan y que rápidamente huyen de ti como lo haría un preso de la cárcel, parecen tenerte miedo cuando en realidad se van porque no las necesitas para vivir.
Así es hasta que observas asombrado que el presente en el que te hallas está lleno de agujeros como un prado habitado por topos o por esos animales tan simpáticos que llaman “perros de las llanuras” norteamericanas.
Ahora, sin proponérmelo, he recordado a Daniel en una habitación de hospital, recién operado de apendicitis. En aquella época ambos superábamos los 25, quizás ya teníamos 27 años.
Era una tarde de domingo de principios de otoño y la habitación estaba llena de amigos y de algún que otro familiar. Las enfermeras no hacían más que reprendernos por el bullicio que armábamos. Entre ellos estaba yo, y también Cristina, su eterna novia y la que terminaría siendo su esposa. Casi todos éramos jóvenes.
Las visitas se fueron marchando y nos quedamos los tres solos medio cansados y medio dormidos y Daniel pidiéndonos un cigarrillo que no le dimos. Alguien llamó a la puerta y vimos entrar a una mujer, era Ángela, yo la conocía de haberla visto en casa de Daniel, acompañada de una joven, pequeña, guapa y morena y a la que no pude ver bien, su larga caballera ocultaba su rostro. Apenas se asomaron por la puerta Cristina se levantó y salió asiéndome de la mano y tirando de ella. No llegué casi a saludarlas, apenas balbuceé un “hola”. Cristina estaba incómoda y molesta y no sé qué me dijo que durante los dos últimos veranos Daniel había pasado unos días en casa de la hermana de Ángela, con ella y en el pueblo de donde era hija. Me contó que había ido a primeros de setiembre, durante las fiestas y que había regresado raro. Le pregunté a qué se refería con eso de raro. No recuerdo muy bien cuál fue su respuesta, cuando alguien califica a algo de raro es que normalmente no sabe encontrar una palabra mejor.
Había vuelto cambiado, me repitió Cristina. Durante unos días se había quedado ensimismado, sin prestar atención a las cosas. Aquellas visitas en casa de su ama Ángela no le habían sentado muy bien, allí había habido algo que lo había agitado por dentro.
¿Qué crees que es?, le pregunté.
No lo sé con seguridad, pero el hecho en sí de tener un ama no es muy normal. A mí no me gusta Ángela, decía Cristina. Incluso afirmaba también que aquella no era su gente.
¿Por qué no te gusta esa mujer?, ¿tienes celos de ella o de otra?
Cree que es la madre de Daniel, cuando casi no se ha preocupado por su propia hija. ¿Te has fijado que nunca habla?, me preguntó.
¿Ella, Ángela?
No, la hija, esa niña que la acompaña es su hija, esa que tuvo no se sabe con quién.
Esa joven tenía que ser la hija de Ángela, eso afirmaba Cristina. Una niña de 16 ó 17 años. Podía ser otra, pero lo más probable es que estuviera en lo cierto y fuera ella. No la recuerdo bien, casi no vi su cara. Esos hechos los había olvidado, nunca habían tenido un significado especial para mí hasta ahora. Pero era evidente que Daniel conocía a la hija de Ángela, la conocía y se conocían de antiguo, había ido algunos veranos a pasar unos días con su ama, allí debió de conocerla. Nunca me había contado nada de eso. Según como se mire eran también hermanos.