sábado, 28 de junio de 2008

El peletero agradecido/Bilal



23 de junio de 2006

Para hablar con toda propiedad de Enki Bilal y de muchos otros, tendríamos que adentrarnos en la historia de las artes visuales en el mundo moderno. Este es un debate antiguo, largo y aún no resuelto. En realidad es ya una falsa polémica porque el canon establecido por las vanguardias está tan arraigado que cualquier intento de rebatirlo se hace poco menos que estéril.

Enki Bilal es un artista que recrea un mundo temporalmente cercano al nuestro, pero nada cotidiano y anímicamente lejano y ajeno, seres alienados en un universo hostil. Ha creado un estilo hierático, contundente y sobrado de matices iconográficos casi inabarcables.

Su hieratismo lo remite a un estilo formal primitivo que lo lleva a una visión posmoderna. Su rigidez anatómica, paradójicamente, está perfectamente al servicio del resultado final. Toma el camino opuesto al de un Burne Hogarth, por poner un ejemplo clásico también del mundo del cómic, donde todo es movimiento, donde nunca nada está quieto, ni el más pequeño de los pelos de la cabeza, ni la más minúscula de las hojas de la selva.

Los personajes de Bilal parecen unos invitados de piedra posando para las fotografías de rigor de una boda. Pero esta inmovilidad no es una mácula ni un error, ni siquiera una falta.

Toda su fuerza expresiva y todo su repertorio de soluciones gráficas se muestran en todo su esplendor en esas estatuas dibujadas que son sus personajes.

Enki Bilal es otro gran visionario. Sus figuras, paisajes y escenarios son tan posibles como posible es hoy en día cualquier futuro.

Su obra forma parte de esta gran tradición iconográfica popular que representan las lecturas gráficas. Pero la lógica de sus imágenes es tan propia, independiente y sui géneris que su calibre es comparable a la tradición generada alrededor de la gran pintura.

Bilal nos persuade de que existe el futuro y que el pasado aun está presente. Tanto sus ilustraciones, como también sus viñetas tienen la fuerza de lo extraño y lo conocido. Ellas sostienen toda la ventana y lo que se ve a través de ella. Son imágenes oníricas, crueles y desoladas, con una contundencia visual que no está reñida con la sutileza.

Sólo hace falta tener el valor para atravesarlas y mirar que hay al otro lado. La vida. Y la muerte. O tal vez otra cosa.