Teodoro Van Babel
5.
El Asquenazí
A la muerte de su hermano, Silvia, enferma y sin dinero, no se acobardó, pidió un préstamo a un banquero asquenazí para poder realizar el viaje.
Con su hijo mayor, Pablo, se embarcó dispuesta a recoger y a llevarse los restos de Teodoro y a enterrarlo en su patria inglesa, al lado de sus hijos muertos, con fosa y lápida, cruz y nombre propio. Con el cadáver transportó también sus papeles y alguna de sus telas, vació la casa cargando con lo que pudo en sus ya débiles hombros.
Pero no consiguió devolver la deuda y el usurero se quedó con aquello que había pertenecido a Teodoro. Al cabo de poco, y al marchar también su hijo mayor al Nuevo Mundo americano, murió de tristeza.
Afortunadamente el prestamista judío sabía lo que tenía entre manos y lo valoró adecuadamente. Y así fue pasando a sus descendientes que heredaron y vendieron todo ese patrimonio según sus necesidades y chifladuras. En la actualidad su obra se halla en diferentes museos y sólo mantienen y custodian las cartas, y este peletero que escribe ha podido tenerlas en sus manos.
Yo no sé hablar ni leer flamenco, pero sí puedo mirar y ver la caligrafía de los dos, y eso casi... es casi suficiente.
Las estirpes judías son amplias, extensas y dispersas. Y mis amigos I. & M. K. LTD, peleteros, judíos, asquenazíes y alemanes, afincados en Londres durante una de las guerras civiles europeas, tuvieron la gentileza de introducirme y presentarme a la persona adecuada de su familia que, con la ceremonia debida, me mostró y abrió, con una pequeña llave de oro, el joyero donde guardaban toda la correspondencia de Silvia y Teodoro.
Dos vidas enteras en pergamino viejo, que por no ser no son ni siquiera un recuerdo, no lo son, pero lo fueron.
Según parece, una vez muerto Teodoro, ella continuó escribiéndole. Le hablaba sin fecha como si estuviera viviendo un momento que hacía mucho que había terminado por abandonar el tiempo.
La última de sus cartas es la simple noticia de la marcha de su hijo Pablo a América.
-Pablo se ha ido-, decía en ella, y después de decirlo se ve que se calló para no decir nada más.
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(...)
Y sellado a su requisición con el sello real establecido para los contratos legales de Amboise, y ello, en signo de verdad.
Dado al 23 día de abril de 1518 (antes de Pascua) 1519.
Y en el mismo 23 del mes de abril de 1518, en presencia de Al. Guillermo Borcau, notario real, en la corte de la alcaldía de Amboise, el susodicho M. Leonardo de Vinci ha dado y concedido por su testamento y expresión de última voluntad, como más abajo se dice, al dicho Bautista de Villanis, presente y aceptante, el derecho de agua que el rey, de buena memoria, Luis XII, último difunto, dio antaño al dicho de Vinci, sobre el curso del canal de San Cristóbal, en el ducado de Milán, para gozar de ello el dicho Villanis, pero de tal manera y forma como el dicho señor le ha hecho don de él en presencia de Al. Francisco Melzi y la mía.
Y en el mismo día del dicho mes de abril, en el dicho año de 1518, el mismo Leonardo de Vinci, por su mismo testamento y expresión de última voluntad, ha dado al susodicho Francisco de Villanis, presente y aceptante, todos los muebles y utensilios que le pertenezcan en el dicho lugar de Cloux. Siempre en el caso de que el dicho de Villanis sobreviva al susodicho M. Leonardo de Vinci.
En presencia del dicho M. Francisco de Melzi y de mí, notario.
Firmado: Boreau
Testamento de Leonardo Da Vinci
José de España, Breviarios (Preparado por Patricio Barrios), Capítulo XIX
(“Ignoria”, el 31 de octubre de 2010, publicado por Patricia Damiano)