viernes, 18 de julio de 2008

El peletero cazador



4 de septiembre de 2006

La colonización de nuevas tierras siempre tuvo un interés mercantil para los países colonizadores, como no podía ser de otra manera, El comercio de bienes y productos nativos a cambio de algo o de casi nada, espoleó a el interés, la necesidad, la ambición de muchos y la codicia de otros. No podía ser de otra manera. En muchas ocasiones incluso, ha habido gentes de todas las civilizaciones, que han considerado el robo como una honesta manera de comercio a coste cero. Donde hay comercio por desgracia siempre hay piratería en sus múltiples variantes, sea marítima o terrestre, sea de Estado o de particulares. Sin embargo, si algo es el comercio es intercambio, conocimiento y descubrimiento y no un eufemismo de expolio y robo.

La historia del Canadá es también la historia de una empresa comercial, donde un Estado, en este caso la Corona británica cede su soberanía a una empresa privada, que domina un territorio, llegando incluso a tener ejército propio.

Company” se fundó en 1670 bajo el reinado de Carlos II que le otorgó la posesión de dicha bahía y de todos los territorios que se hallasen al Este de ella. Su historia llega hasta nuestros días convertida y reciclada en una importante empresa de distribución, incolora, inodora e insípida y con numerosas tiendas por todo el Canadá, país al que sólo le falta haber inventado el reloj de cuco para ser perfecto.
El primer objetivo de la Compañía era el de regular y desarrollar el comercio de pieles. Para ello llegó a establecer más de cien “fuertes” a lo largo del país que servían de oficinas y de almacenes de aprovisionamiento y de recogida de las pieles que los numerosos tramperos y cazadores a sueldo les traían. En estas postas también se realizaba una preselección antes de poner las partidas de pieles en pública subasta. La primera de ellas tuvo lugar en Londres en el año 1671. La compañía de la bahía de Hudson hubo de competir con otras compañías rivales, con aquellas que crearon los franceses y también con los numerosos comerciantes independientes que traficaban directamente con los mismos nativos, comprándoles las pieles a cambio de…, un peine, por ejemplo.

El rey de este mercado fue el castor, “genus castor”. Inteligente y laborioso roedor que aparte de ser interesante para el peletero, también lo era para fabricar fieltro para sombreros. Su glándula sexual “castoreum”, contiene ácido acetilsalicílico. En la antigüedad era usado contra la epilepsia, la fiebre y la histeria y mucho más tarde en la homeopatía. También fue muy buscado para satisfacer la demanda de la industria perfumera. Si hace doscientos años se encontraba en toda Europa y ahora sólo en algún país nórdico, en Norteamérica también se vio obligado a retroceder inexorablemente hacia el Norte. Su caza fue exhaustiva y extensiva, sin contemplaciones y sin reparos de ninguna clase. La demanda era insaciable y la oferta estaba satisfecha de poderla servir.

Hoy en día el comercio del castor y de algunos otros animales se sigue realizando bajo el amparo de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestres (CITES). Los actuales nativos siguen siendo los protagonistas principales de esta actividad que ya ahora es sostenible y que en ningún caso desean que se acabe.

El castor, sin embargo, ha dejado de ser el rey. La lana de su piel, de una sedosidad extraordinaria, ha cedido el lugar preeminente al visón, magnífico mustélido que tolera perfectamente ser criado en cautividad. La industria perfumera y de cosméticos, así como la de alimentos para mascotas, como, por supuesto, también la peletera, no han desaprovechado esta oportunidad. El consumidor tampoco, ni los perros y gatos de nuestras casas que tan bien alimentados están.

Esta es la historia.