martes, 30 de septiembre de 2008

El peletero/Oro



31 Enero 2007

Me llaman “El Gordo” y nunca cuento cosas de mi vida. Mis delitos y las personas a las que sirvo y a las que causo daño no son mi vida. Todo ello es extraño a mí, no forman parte del alma que no tengo ni de la memoria que tampoco poseo. Por eso escribo sobre las miserias y faltas de otros, para que consten en acta. Es necesario describir sus malas vidas y la crónica de sus desdichas que siempre son muchas, pero que nunca son las mías.

Esas memorias, esos relatos, son necesarios porque las personas merecen ser juzgadas, deben serlo aquí y ahora ya que nadie lo hará después de muertas. Nadie cree ya en el pecado y la culpa. Yo soy el pecado y el perjuicio. Por ambos las personas pagan mucho dinero. Creen que su venganza es justicia, piensan que su robo es el reembolso de alguna deuda, ven a sus muertos como enfermos terminales. Yo soy el verdugo, el banquero y el confesor, en mi hombro descargan sus penas y sus dudas, yo les doy seguridad y les hago creer que les protejo de todo mal, pero no les libro del veredicto. La condena se la imponen ellos mismos cuando enloquecen. Todos lo hacen, aunque sólo sea un segundo antes de expirar.

La gente quiere pensar que los desechos, la basura y la inmundicia moral son despreciables, pero en realidad son oro puro porque también son parte de su vida, aunque pagada a precio de latón. Esa es mi tarea, limpiar esa suciedad y cobrar oro por ello. Aquí está mi verdad, dura como las ruedas de un molino y santa como las hostias de un cáliz.

Me di cuenta cuando empecé a tener dificultades para limpiarme. Estaba tan gordo que el papel en mi mano ya no llegaba a donde debía llegar. Ensuciaba los calzoncillos y a veces hasta los pantalones. Se secaba y quedaba incrustada, apestaba lo suficiente para que los perros se me acercaran a olisquear. Malditos perros, nunca he podido soportar su dependencia y lealtad de siervos. Entonces me di cuenta. Puedo tener un aspecto desagradable por culpa de mi gordura mórbida, no importa, pero no puedo oler mal, eso no. Parece que no sea así, pero la gente se fía más de su nariz que de sus ojos y yo vendo confianza. Engaño, miento y estafo porque vendo confianza. Alguien así no puede oler a mierda.

Si con frecuencia pagaba a putas, con más razón podía pagar a alguien para que me limpiara las heces. El dinero no era un problema para mí. La vergüenza y la dignidad tampoco lo eran ya que nunca las había tenido y no sabía qué significaban. Así lo hice. Joven, fea, ignorante, medio salvaje, humilde y necesitada. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana, trescientos sesenta y cinco días al año y cuatro monedas por limpiarme, una o un par de veces al día. La muchacha conforme, y yo satisfecho.

Le dirigía la palabra sólo si era imprescindible. Si salíamos a la calle, siempre iba unos pasos detrás de mí. Si entrábamos en un restaurante, nos sentábamos en mesas distintas. Si tenía visitas, se encerraba en su cuarto. Si iba a ver a alguien, me esperaba en la calle. En su bolso llevaba un teléfono por si era necesario llamarla en una urgencia. Era como una sombra en un día nublado. Tenue, transparente y gaseosa.

Como yo no le hablaba, ella tampoco me hablaba a mí, ni buenos días, ni buenas noches. Ni conversación, ni miradas y, por supuesto, tampoco sexo, jamás. Para mí el sexo es como viajar, no tiene sentido hacerlo en casa.

Un par de veces quiso dejarme para trabajar a no sé donde. Le doblé el sueldo y se acabó el problema. La tercera vez que lo intentó la amenacé, y también se acabó el problema. No lo ha vuelto ha intentar más.

Van pasando los años y cada vez estoy más gordo, más viejo y soy más rico y también, con perdón, cago más. No sé si eso es cosa de la edad o de la riqueza. Sea lo que sea no me quedan demasiados años ya, tanta gordura han hecho polvo mi corazón y muchas otras cosas. Sé que no duraré mucho. Pero no me quiero morir, empiezo a tener miedo. Veo a mi niña sonreír, no lo había hecho nunca antes y no me gusta, me horroriza esa sonrisa suya.

Tengo miedo, maldita sea. Y cuando tengo miedo puedo matar sin pensar. Pura mierda, puro oro.