viernes, 18 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Hoy (4 de 5)


27 Noviembre 2008

La rosa se hundía cada vez más y yo quería robársela a la cueva y al río que ella buscaba y que nunca fui yo.

Alguien gritó algún insulto y después de él alguien se rió a lo lejos. Empezaron a gritar sin dejar de disparar y sin evitar que los troncos se partieran y las ramas emprendieran el vuelo con sus hojas verde oscuras teñidas de agua de lluvia y de un amor lejano, una ternura nebular, una añoranza infantil con el miedo de nuestra madre incrustado en sus manos que nos acariciaron cuando todavía no habíamos nacido.

Unos amenazaban con matarnos a todos después de cortarnos los pies y las manos. Otros querían arrancarnos la lengua y las orejas. Y luego había quien también quería cortarnos los párpados y dar el resto a los cerdos o a los jabalíes y a los perros salvajes que liberados había por allí. Nosotros respondíamos con otros insultos y terminábamos todos matando a la familia antes de habernos matado entre nosotros.

Yo me reía mientras lloraba al verla muerta a mis pies.

…una añoranza infantil con el miedo de nuestra madre incrustado en sus manos que nos acariciaron cuando todavía no habíamos nacido.

Aquellos ocho que quedaban de los doce de la mañana seguían inmóviles, y echados en el suelo, esperando que llegara la noche para huir. Allí estaban enfangados y sin pestañear y a diez metros de ellos su tanque agujereado. A uno de los nuestros se le ocurrió que había un ángulo ciego desde algún punto y que podía llegar hasta el tanque, parapetarse y lanzarles alguna granada a esos que estaban allí, quietos. Así lo hizo, ése y un par más que le acompañaron. Estaban locos o borrachos, no sé, ¿para qué los querían matar si se estaban quietos? Lanzaron cuatro ganadas, nada más que cuatro, las conté y no sé si consiguieron matar a alguien, pero un obús les cayó cerca y huyeron. Al huir uno tropezó, y al caer se rompió la muñeca al poner las manos en el suelo. Al levantarse le hirieron en la cara, pero logró regresar con media boca rota y los dientes colgando.

La idea era cercarnos, llevaban ocho meses así y todavía no lo habían conseguido. Los teníamos encelados dando la sensación de debilidad, evitando evacuar definitivamente el pueblo. Eso producía muchas muertes, era un desgaste atroz, pero servía de algo, creo. Podían estar dos o tres semanas sin disparar una sola bala, para luego pasarse mes y medio dándonos a entender que se había desatado el apocalipsis encima de nuestras cabezas. No sé por qué hacían eso, quizás nos querían poner nerviosos, pero yo creo que esa era la señal de que estaban más locos que nosotros. Era casi como una relación amorosa, tan cansada como ilusoria. La mejor trampa siempre es uno mismo, cuando te juegas la vida el otro cree que eres sincero. Nos querían envolver, y nosotros, en su debido momento, los cercaríamos a ellos. Debíamos llevarlo acabo antes de los próximos seis meses, no aguantaríamos mucho más de un año dando a entender que estábamos a punto de sucumbir, pero sin llegar nunca a rendirnos, cada día a punto de huir como ovejas asustadas, para continuar, en cambio, clavados impertérritos en el suelo como estacas de palo alto, lengüetas sonoras de palo santo. Casi parecía amor. Nos estábamos acostumbrando a eso, el uno al otro, buscando al mismo tiempo la manera de deshacernos el uno del otro, sin conseguir nunca del todo dejarnos sin oxígeno para respirar. Haciéndonos todo el daño posible sin matarnos nunca del todo. El amor es casi como la guerra y la guerra es casi como el amor. Eso es casi como todo.