miércoles, 11 de marzo de 2009

El peletero/Poesía fría-El primer sueño (1 de 4)



10 Diciembre 2007

Gran Elegía a John Donne

El primer sueño es la “Gran Elegía a John Donne” de Joseph Brodsky que nosotros transcribiremos a retazos. Y lo es no únicamente para él y para nosotros, lo es también para todos.

Aunque escrita en pleno siglo XX, la pueden leer el mismísimo Adán y su compañera Eva y esa serpiente que enroscada en el árbol mantiene en su cabeza una jaula, y en ella un pájaro, y dentro del pájaro el alma de un ogro.

La pueden leer ellos y sus hijos, Caín y Abel, y sus descendientes, Matusalén y los patriarcas, Noé y los nuevos adanes, Sem, Cam y Jafet. Así hasta Abraham y Moisés, David y Salomón. Los faraones de Egipto, Herodes, Pilatos y Jesús, y mucho antes que ellos los filósofos de la Grecia antigua, el místico Pitágoras, el afable y sabio Sócrates, el ingenioso y brillante Platón y el lúcido Aristóteles. También el Gran Alejandro y su padre Filipo, y antes que ellos Pericles y los reyes Persas y todos los muertos en aquellas guerras y también en las del Peloponeso, y en las aún más terribles que vinieron después.

Incluso Nabucodonosor y sin duda el Gran Sargón de Nínive, y mucho antes, el todavía más grande Sargón de Acad.

El incomparable Julio, los Césares de Roma, los Káiseres germanos, los Zares de la Gran Rusia. Y los Basileos de Bizancio. Tácito y los sevillanos Séneca y Marcial. Los Papas de Roma y los Patriarcas de Constantinopla, Antioquia, Alejandría y Moscú.

La Reina Isabel I de Castilla, Moctezuma, Pocahontas, y los que vivieron y murieron en la batalla de Little Big Horn.

Lafayette y Robespierre.

Los 43 Presidentes de los Estados Unidos de Norteamérica y los más de cincuenta Emperadores de China, incluido Mao Tse Tung.

Todos los condes de Barcelona y los 128 Presidentes de la Generalitat de Catalunya.

El inventor de la rueda, del número cero y antes que él el que inventó las vocales y mucho antes el alfabeto. La tinta china, el papel, la pólvora, y Alfred Nóbel y su dinamita. Gutenberg, Edisson y los hermanos Lumière.

Miguel Servet y Alexander Fleming.

Demócrito, Galileo, Kepler, Newton, Einstein, Max Plank.

Velázquez y Felipe IV, que aunque no lo parezca seguro que fueron en vida buenos amigos.

Chopin y su amada Georges Sand.

Miles y millones, y más que miles, y más que millones, más que dos o tres, más que tú y que yo. Muchos más.

Hasta Napoleón y Hitler. Y todos los muertos en los campos de concentración de la llanura europea, la tundra siberiana o la selva camboyana.

La Virgen María, Magdalena, los doce apóstoles, los ángeles, los arcángeles, Lucifer y sus cohortes.

Nuestros padres, abuelos, bisabuelos y tatarabuelos.

Y por supuesto, nosotros también.

Y todos los que vengan después.

Hijos, nietos, bisnietos y tataranietos.

Marco Pagot y Gina.

Dios y Helena de Troya.

Todos ellos la pueden leer.

La Gran Elegía a John Donne ha estado siempre escrita. Cuando aún vivía el Neandertal, el poeta ya la cantaba con su letanía rusa. Durante la tormenta podías oír su voz recitándola como el latido de un corazón. Siempre ha estado ante nuestros rostros, escrita en las nubes negras que viajan de noche y que solamente algunos ojos, medio de pájaro y medio de gato pueden leer en la oscuridad de las estrellas, en esas estrellas que son azules como naranjas, en esas nubes que vaciándose llenan todavía más el mar hasta ahogarlo, remontando el cielo para ir más allá.

Más allá de Él.

Pero antes de empezar a cantarlo transcribiéndolo, intentaremos precisar que en la “Gran Elegía a John Donne” se habla de dormir y no de soñar, pero a nosotros nos gusta pensar que cuando se duerme se sueña. Así sólo diremos que necesitamos dormir para poder soñar. Eso, aunque lo parezca, no es ninguna obviedad, es la evidencia que nos indica que la vigilia no es la jaula ni el terreno de juego en el que podamos hacer volar ese raro pájaro que llamamos “El sueño”.

Ése fino pájaro siempre necesitará de esa materia gaseosa que es la atmósfera, el aire y el viento para sostenerse y no la tierra, ni la roca y tampoco el agua, aunque sean ellas las palancas, los trampolines que lo propulsen en el salto, pues quizás eso es en realidad el sueño, un salto, un paso largo. Quizás el primer paso de una baile, de una danza que todavía no sabemos si hemos de bailar solos o acompañados.

Eso es el vuelo de un pájaro, un sueño. Alguien y algo que duerme y sueña. Y al hacerlo canta, vuela, camina y baila.

En las innumerables acepciones de sueño hallamos una de las más evidentes: el sueño es también una alegoría de la muerte.

La más dulce de todas.

Pero nosotros no queremos usar ésta última.

Brodsky es mucho más poeta que eso.