30 Abril 2010
Dia zero.
Citas, adioses y últimas palabras:
(1). Poem nº IX ”A LAST CONFESSION”, Yeats.
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(2) “The mountains of Mourne”, Popular.
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(3) Entre “La chica de ayer” de Nacha Pop, las canciones de Toni Zenet y las de Sabina.
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(4) ”In the Mood for Love”, de Wong Kar Wai.
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(5) “Un beso de esos” de Toni Zenet.
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-¿En casa de quién estamos? –pregunté.
-La verdad es que no lo sé –dijo Charlotte-. Conocí este lugar a través de unos pintores. ¿Le interesa saberlo?
-No.
-Me chocaba en usted, tan… ¡Es tan agradable no saber en casa de quién esta uno!
Me sonrió con confianza. Me habría gustado que no supiese mi nombre para que estuviese aún más relajada.
-¿No estará enfermo su joven amigo, madame Charlotte?
-No, gracias a Dios. Está en casa de unos parientes, en el campo. Vuelve dentro de ocho días.
Se ensombreció un poco, perdió la mirada en el fondo rojizo y humoso del estudio.
-¡Es tan agotador alguien a quien se quiere! –suspiró-. No me gusta mucho mentir.
-¿Cómo mentir? ¿Por qué? ¿Le quiere?
-Naturalmente que le quiero.
-Entonces...
Me dirigió una magnífica mirada de superior a inferior, que luego suavizó.
-Pongamos que sea una profana en la materia –dijo afablemente.
Pero yo recordaba la novelesca recompensa que concedía al joven amante, el placer, casi público, el gemido de ruiseñor, notas llenas, reiteradas, idénticas, que se prolongaban unas a otras y se precipitaban hasta la ruptura de su tembloroso equilibrio en la cúspide de un sollozo torrencial… Sin duda, en eso residía el secreto, la melódica y piadosa mentira de Charlotte. Pensé que la dicha del joven amante era grande, si la medía por la perfección del engaño de quien trabajaba delicadamente para dar, a un muchacho débil y sombrío, la más alta idea de sí mismo que un hombre pueda concebir.
Así pues, un genio hembra, entregado a la tierna impostura, a la deferencia, a la abnegación, se alojaba en aquella tangible Charlotte, tranquilizadora amiga de los hombres… Sentada, con las piernas extendidas, esperaba ociosa, a mi lado, reemprender la tarea que corresponde al mejor amante: la superchería cotidiana. Mentira deferente, embeleco mantenido con ardor, proeza ignorada que no espera recompensa… Tan sólo el azar, el anonimato, la atmósfera que se llama disoluta liberaban a aquella heroína cuyo silencio no me incomodaba en absoluto, a aquella desconocida a cuyo lado yo callaba como si acabase de confiarme a ella. Su presencia seducía a otras efímeras presencias extraídas del fondo de mi memoria, fantasmas que acostumbro a perder y recuperar, inquietos, mal curados de haber golpeado duramente, en otros tiempos, con la frente, con el costado, contra el arrecife sordo e ininteligible: el cuerpo humano… Ellos reconocían a Charlotte. Como ella, sólo habían hablado cuando se sintieron seguros, es decir, entre desconocidos a desconocidos. Un oído tenebroso –a veces el mío- se había puesto a su alcance y habían vertido en él, en primer lugar, su nombre –nombre ficticio, pero libremente escogido-; luego, en cualquier orden, todo lo que les agobiaba: carne, más carne, misterios, traiciones de la carne, fracasos de la carne, sorpresas de la carne.
(“Lo puro y lo impuro” Colette)
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“Una vez oí un refrán que me impresionó más que un voto matrimonial. No sé de dónde viene. Como aparece un río, puede que venga de [aquí se ha corrido la tinta y el nombre es ilegible]. Si vas río arriba, dice el refrán, coge una flor para mí, y si mueres antes que yo, espérame al otro lado de la tumba”
(Fragmento de una carta de A’ida a Xavier “De A para X” de John Berger)
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- Moriré después de ti.
- Así es.
--¿Me esperarás?
- No, no te esperaré, no me busques porque no me hallarás, los quince días han terminado, han sido sólo un soplo en toda una eternidad, un beso corto, y ya no te mereces de mí ninguno más.
- Entonces adiós.
- Adiós, ¿sabes que te quise?