miércoles, 25 de agosto de 2010

El peletero/La aguja del pajar (35)


Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

35. De lo que nunca se escribirá.

Heinrich Luitpold Himmler, en su famoso “Discurso de Posen” del 4 de octubre de 1943 dirigido a altos cargos civiles, militares y de las SS, y refiriéndose a la “Solución Final”, afirmó: “La mayoría de vosotros sabéis lo que significa cuando hay tendidos 100 cadáveres, o 500, o 1.000. Haber pasado por eso y –salvo las excepciones producidas por la debilidad humana- haber seguido siendo decentes, es lo que nos ha endurecido. Ésa es una página de gloria en nuestra historia que nunca se ha escrito y que nunca se escribirá…”

“La solución final” no podían perpetuarla personas que supieran que los pecados tienen perdón, aunque sea un cura medio sordo el que te lo dé. En “La solución final” está encerrado el pecado de soberbia que significa la voluntad de la pureza y el asesinato de Dios que ella conlleva. No se puede ser puro sin matar a Dios, ni, esto es lo peor, matarnos a nosotros mismos. Da igual ser religioso o ateo, a Dios se lo mata desde cualquier trinchera. La vanidad, luego la envidia, y más tarde la soberbia de querer ser virgen, inocente, santo y puro han inundado el mundo de sangre. Una civilización que destierra el perdón de su arsenal moral está abocada a tapar con tierra la tierra y los pecados con más pecados. Si no hay perdón aparece el rencor y la ponzoña.

Todos lo sabemos, padres violentos nacen de hijos violentados, el resentimiento se redime con más dolor, la injusticia con otra iniquidad, el orgullo herido con la soberbia en una espiral de locura y sin sentido que se transmite en cada generación. ¿Miedo? 

¿A qué?, ¿al mal? No, al mal no.

¿Qué hacer con el bien cuando se nos presenta?, ¿cómo hay que tratarlo?, ¿podremos soportar su visión?, nadie lo sabe pues siempre nos advierten del mal y cómo debemos salvaguardarnos de él, del daño, del agravio, del perjuicio y del menoscabo, nunca del beneficio y de la gracia. Todo el mundo conoce el mal, nadie sabe qué es el bien.

¿Por qué crecen las plantas y el trigo?, ¿qué alimenta a los árboles y a la hierba que comen nuestros ganados?, ¿es el agua que mana del cielo con la lluvia?, sin duda no, es otra cosa aquello que riega los campos de la mítica Arcadia que un día abandonamos expulsados, agua no es.
¿Qué mana de los pechos de las madres?, no lo sé, pero parece que leche tampoco.

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35M
-“Querido Víctor, en una ocasión me hablaste de una isla rocosa en la que las rocas, altas como murallas, parecían proteger o envidiar a unos cipreses que subían desde su centro. Era un cayo pequeño, la muralla de piedras formaba un semicírculo y en su interior crecían los árboles orgullosos. En sus paredes parecía haber unos nichos, unas sepulturas. A la isla se acercaba una barca, en ella se encontraba un hombre que transportaba un féretro. 

Era una pintura de Arnold Böcklin y una de sus cinco versiones de "La isla de la muerte"
La mole de piedras parecía cercar a los árboles para ahogarlos, agostarlos y matarlos, eso temí yo, pero me respondiste que no hay ninguna roca que pueda matar a un ciprés, lo sé bien, sé de lo que hablo, dijiste, porque yo también soy un ciprés y conmigo las rocas olvidan que lo son, pierden su dureza y sólo enseñan su debilidad y sus oquedades, en ellas guardo mis secretos que nadie conocerá jamás. 

Pero me engañaste, a ti te abatió un pájaro o algo parecido y todos tus misterios pintaron sus plumas y su pico de colores.” (La madeja. Cartas a un amigo.)

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35H

-“Ya sabes que mis primeras palabras sobre pintura te iban dirigidas.Para ti las escribí, y así lo entendiste, mi Verónica. 

En aquel entonces éramos demasiado jóvenes, tú tenías 22 y yo apenas 17. Me pediste que fuera el padre del hijo que deseabas tener, pero yo no podía ser el responsable de algo que no hubiera llegado a controlar jamás, por eso hablaba de pintura, es una manera elegante de huir. Decías que me querías, que te gustaba estar conmigo en la cama, pero siempre te ibas al salir el sol. Me alababas y me llenabas de besos y caricias, siempre avaras, cortas, pero sólo buscabas mis palabras, mis pinturas, mis fantasías, un compañero de cama y un padre para el hijo que, al final, otros muchos te dieron, yo no.

“¿Qué hacen pues dos hombres jóvenes, perfectamente vestidos, hablando entre sí, acompañados de dos mujeres, desnuda una y medio vestida la otra?”, me preguntabas.
“Jamás lo sabremos, pero todos parecen satisfechos.”, te respondía.” (El hilo. Cartas a una amiga.)