viernes, 31 de agosto de 2012

El Peletero/Un sabor extraño



Hemeroteca peletera.

Un sabor extraño.

“El verano de 1974 ha sido el primer verano triste en España desde hace muchos años. Un verano con menos turistas, muchos menos que otros años, algunos menos de los que se esperaban. La postal turística y soleada del país se está quedando desierta. Se le han borrado las tintas. El mar del otoño borra en la arena la huella perdida de la última turista. ¿Y ahora qué?”. (“Adiós al turismo. Un ensueño que se acaba y una industria que languidece”. Francisco Umbral. Destino, 12 de Octubre de 1974)

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Ha cambiado el tiempo, ha llegado algo de fresco y la luna vuelve a crecer majestuosa.

Mientras la contemplo, seducido por su blancura, me sigo bañando en la piscina municipal, imperturbable. Igual que un oso adormilado y saciado escucho, de pasada y de forma disimulada, conversaciones ajenas sobre recetas culinarias tradicionales y modernas, política revolucionaria de salón, dilemas pedagógicos sobre la educación de los hijos de los demás, o, incluso, intimidades matrimoniales que auguran grandes desastres y decepciones.

Muy cerca de mi toalla, en la parcela de al lado, un hombre le confiesa a otro que su mujer, que ha de viajar mucho por razones de trabajo, siempre se depila cuando ha de irse, es entonces, dice, cuando va a la peluquería, se pone guapa y se hace la manicura, en cambio, a la vuelta está cansada, agotada, de mal humor y no quiere más que dormir... sola. Al amigo, que lo está escuchando, se le queda una cara de circunstancias y le pregunta si antes, en los primeros años de casados, hacía lo mismo o todo lo contrario. Le responde que al principio se depilaba al regresar a casa, se ponía guapa para mí y su rostro reflejaba la alegría de verme de nuevo.

Un poco más allá hay otro grupo de amigos que bromean entre sí, se lanzan puyas de manera simpática buscando siempre el ingenio de la réplica. Según parece, y oigo decir, al pollo con arroz le quedan muy bien unos cuantos garbanzos de compañía y adorno. Uno de ellos, divorciado de no hace mucho, pide información a los demás, necesita un hotelito coquetón para llevar a una amiga; la muchacha, les cuenta, vive lejos y está dispuesta a recorrer mil kilómetros para estar con él. Los demás lo felicitan por su suerte, pero alguien quiere saber si esa amiga es más joven y más guapa que su ex mujer. Otro, añade maliciosamente que es importante y conveniente que su "ex" lo sepa. ¿El qué? Que hay que poner poca cantidad de garbanzos, sólo para que el arroz no aburra, y también que te acuestas con una mujer más joven y más guapa que ella. ¿Por qué es importante? Porque es conveniente. ¿Para qué es conveniente?, lo es para que sea importante y para que el arroz no se pase tampoco. ¿Para quién? Para los tres, naturalmente: para el pollo, el arroz y los garbanzos. Hay quien comenta, además, de manera burlona, que siempre hay, desgraciadamente, alguien, más guapo y más joven que uno, que está dispuesto a recorrer miles de kilómetros para pasar una noche con tu ex pareja. El comentario ha tratado de ser cómico, gracioso, pero nadie lo toma como tal, en lugar de reírse, o de seguirle la corriente, el grupo se queda en silencio sin saber qué decir.

La conversación languidece tontamente junto con la tarde y el sol que enrojece en el horizonte envuelto en nubes amenazadoras. Algunos explican que les contaron aquello de lo que hablaron al decirles el otro día que les dijo la sobrina de la tía de la madre de la vecina que no, en cambio, a su cuñada, que pasaba por allí cuando iba a comprar una silla para subirse a la mesa de la ensalada le dijeron que sí, que estaba muy rica junto con la subida del IVA de su hijo que tenía una novia mayor que él que le decía que era un bobo que no distinguía entre pares y nones, arroz y garbanzos, abuelas o tatarabuelas hartas de serlo al salir de misa ayer con un amigo cura que sermoneaba algo que nadie entendió y que le preguntó, enfadado y de paso, a la vecina de la sobrina de la prima, por el pollo al horno del viernes, sin arroz ni garbanzos, el viernes de la otra semana, claro está, que le llevó, ya horneado, con un poco de pulpo, otro cura mucho más guapo, que no era el anterior, a su nuera al salir de mala gana del bar muy enfadada por algo que le dijeron y que ya nos contará la madrina de la hija de la tía de la otra que trabaja allí. Mal asunto, replica un paisano que no es cura, los grandes cambios siempre empiezan con las pequeñas cosas, como una cita a ciegas, una simple depilación a destiempo o un garbanzo en un lugar equivocado, las mentiras importantes se originan en las medias verdades que por conveniencia se prefieren no contar, y las traiciones sonadas en el aburrimiento, las recetas de cocina complicadas, la enología, la distancia y las nuevas amistades que prometen amor o una vida completamente nueva, concluye levantando, sabiondo y seguro de sí mismo, el dedo índice de la mano derecha.

Los tomates ya no son lo que eran.

Uno se va a bañar.

En una esquina, hay quien discute si afirmar que un árbol es un ser vivo es un hecho o una simple opinión.

Es cierto, hace siglos que los árboles ya no son lo que fueron, ahora parece que son solamente una opinión mientras los maridos se vuelven periféricos como satélites artificiales.

Entre esta confusión, empanada y ensalada de conversaciones, de palabras entrelazadas y música ambiental discotequera, el hijo de un conocido, de casi trece años de edad, se me acerca, se ha pasado la tarde en el agua jugando, nos ponemos a charlar, es un muchacho inteligente, perspicaz y curioso que escucha con atención lo que se dice a su alrededor. Me habla del colegio, de las series de televisión que le gustan, de sus padres, de sus amigos y amigas y me dice, muy seguro, que a las chicas se les endurecen los pezones cuando las besan. Yo le pregunto cómo es posible que suceda una cosa tan extraordinaria, que exista una conexión entre dos hechos tan diferentes. Me responde, sin inmutarse, que lo ha visto en un reportaje de televisión sobre la fisiología sexual humana y los variados sistemas de reproducción y seducción entre mamíferos. Parece todo un experto en esta clase de asuntos. Me doy cuenta, al oírle, de la gran labor divulgativa que hacen, hoy en día, los reportajes televisivos. Le confieso, sin embargo, que no tenía ni la más puñetera idea que las mujeres experimentaran este tipo de reacciones fisiológicas cuando las besan. Me pregunta curioso que a cuántas he besado yo a lo largo de mi vida. Le respondo que a casi ninguna, que a muy pocas o que a muchas sí añado a conocidas, vecinas, tías, primas y sobrinas segundas. El muchacho insiste, quiere saber más, sí beso en los labios o en las mejillas. No regales los besos, le respondo a mi vez con una sonrisa, ni beses nunca en vano ni a nadie igual, tampoco dejes que cualquiera te bese. No crees malos hábitos ni malos entendidos con ellos, son peligrosos, añado, ni beses ningún labio que otro haya besado en los últimos cinco minutos, hazme caso, piensa que no se pueden besar dos bocas al mismo tiempo, y que de ellas salen todas las mentiras y a nadie le gusta que le mientan. Me mira fijamente, me sonríe también y se queda callado, pensativo. Creo que lo ha entendido, pero nunca se sabe, es demasiado joven y hoy todo el mundo se besa en cualquier lugar y circunstancia.

Yo tampoco lo he entendido nunca del todo, la verdad.

La conversación con este niño me ha recordado a mí de jovencito y un libro que leí hace poco y que trata de la educación sensual de un adolescente a través del desnudo en el arte.

Aunque el rumor domine los pensamientos del ser humano a lo largo de su vida nunca su dominio es tan grande como en la primera adolescencia ante aquella fuerza violenta, extraña e imbatible a la que denominamos sexo. El sexo era un hervidero de rumores, de insinuaciones, de historias veladas, de confesiones mentirosas, de miedo y de hechizo al unísono: algo increíblemente decisivo sucedía más allá del muro de la ignorancia.”

"Quizá entonces empecé a saber que la desnudez demasiado explícita, aunque excelente para las lecciones de anatomía, era siempre inferior a la desnudez velada y que era ésta, en efecto, fuera un pigmento, en mármol o en carne, la que nos introducía al carácter celeste de la divinidad de la mujer: pues el velo o el gesto o la palabra que actúan como velos, descubriendo y ocultando, son la casi intangible frontera que separa, pero también une, el ámbito de las ilusiones terrestres y el mundo perfecto de una mujer revelándose, desnudándose, es la única guía infalible para traspasar la frontera.” (“Una educación sensorial”, Rafael Argullol, Madrid, 2002. Casa de América, Fondo de Cultura Económica)

Entre baño y baño y entre charlas con los bañistas y convecinos de piscina, encuentro en mi portátil, en uno de mis blogs preferidos, un post sobre un producto natural, hecho de hierbas, afrodisíaco, es un típico producto "magufo", milagroso, pero que, de momento y desgraciadamente, no llega a prometer que mis besos endurezcan los pezones de nadie.

http://esceptica.org/2012/08/20/fugaces-200812/

Resignado por la poca eficacia milagrosa de este complemento alimenticio, tan prometedor y mentiroso, escucho a unas mujeres comentar, mientras reparten la merienda a sus hijos, airadas y ofendidas, la reforma que el ministro de justicia quiere llevar a término en la ley del aborto. Cerca de ese grupo hay unos paisanos que hablan de un familiar fallecido recientemente después de una larga y penosa enfermedad. A pesar de la tristeza por la muerte, se alegran de su fallecimiento porque ha terminado su sufrimiento, el de él y el de ellos. Al oírlos no puedo olvidar un artículo de Antoni Puigverd cuando afirmaba, a raíz de la muerte de su mejor amigo, que no somos nosotros los que acompañamos a los enfermos, es a la inversa, son ellos los que nos acompañan.

http://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20120430/54286668582/antoni-puigverd-cuando-un-amigo-se-va.html

Hablando de Antoni Puigverd tampoco puedo dejar de citar su artículo de hoy cuando nos habla de un poeta francés del siglo XVII, Pierre de Marbeuf (1596-1645), y su comparación entre el amor y el mar, llenos ambos de sal y amargura, de pequeñas y grandes traiciones.

Entre el odio y el amor, no se levanta una muralla, ni siquiera una pared. Sólo una fina telilla transparente como la que separa las capas de la cebolla. Convertido en posesión, maltratamos el amor en mil detalles diarios. Constantemente vamos y volvemos del odio al amor rasgando y recosiendo la telilla separadora. No es que triunfe el odio: es que el amor tiene un sabor extraño."("Sapore di sale", Antoni Puigverd, La Vanguardia de Barcelona, sábado 25 de agosto de.1912)

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Es cierto, hace fresco, la piscina se vacía, los bañistas van marchando lentamente, ha cambiado el tiempo y el WhatsApp dispara ya como una ametralladora; los mensajes van llegando uno tras otro, sin piedad, voraces, exigiendo respuestas y soluciones a problemas insolubles; todo el mundo lo quiere todo, la oferta es inmensa, sea lo que sea, rápido y ahora, inmediatamente, no pueden esperar, la clave de la vida es no perder el tiempo y el tiempo del reloj se ha agotado ya, los plazos han terminado y no queda margen, nadie nos dará ninguna otra oportunidad, mañana estaremos todos definitivamente muertos y enterrados. Mensajes, correos, llamadas telefónicas, prisas y urgencias nos caen encima como una tormenta de final de verano.