lunes, 15 de marzo de 2010

El peletero/El tiempo pequeño/Mucho antes.


4 Noviembre 2009

Mucho antes

Desde mucho antes de morir mi jilguero, cuando dejó de cantar, la gata ya estaba triste y mustia. Se mostraba esquiva conmigo y maullaba a la jaula suplicando un trino.

Anticipaba el final buscando desde el balcón un aliento, un soplo, esperando al viento, que arrastra las nubes entre el cielo y el suelo, escuchaba un río.

Ahora, que mi pájaro ha muerto, se ha quedado abatida y doliente. Acurrucada en su rincón se mantiene quieta y hecha un ovillo. Lleva ya demasiados días sin comer y le ha bajado la temperatura. El veterinario afirma que quizás ella muera también, de pena, y sin duda de frío.

Los animales saben esa clase de cosas, pensé. Consiguen ver nada más abrir los ojos, como si fueran un mirlo disfrazado de Dios o de demonio. Cada vez que miran, el mundo se les aparece por primera vez.

Huelen el temor de los demás, su ansia, su necesidad y su sed, también su muerte, la de los otros y, sin duda, la suya propia. Olfatean los humores, las menstruaciones, los sudores, las corrientes que recorren los intestinos y las venas, las lágrimas que millones de ojos derraman cada noche de cada día. Las bestias del paraíso deben convivir también con su propio miedo, que nunca los abandona.

Todo eso lo saben desde mucho antes de nacer, me digo, una vez más, sin hablar y mientras escucho atento, con mi oreja pegada a tu abdomen y a tu ombligo, tu jadeo, el torrente subterráneo que recorre tus miembros, desde la cabeza hasta los dedos de tus pies.

Te ausculto como si fueras a parir un jilguero.

En tu vientre busco un ritmo, pero solamente oigo un tono, un rumor, un murmullo sofocado y continuo, un devenir sin compás ni cadencia, parece un derrame, una hemorragia a punto de estallar como si hubieras de darme a luz a mí mismo.

Parezco tu hijo, pero no soy ningún dios ni tampoco un mirlo, mis plumas no son negras, ni mis escamas las de un pez, y siempre que te miro es como si te viera por última vez.