Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
94. El desnudo.
“Si  desnudar a alguien no ha sido nunca una actividad baladí, vestirla  tampoco lo es y mucho menos cuando la materia prima es algo tan sublime  como la piel.” (El peletero)
Así pues vestimos al desnudar y viceversa, en el desnudo se encuentran el adentro y el afuera, el interior y el exterior. 
Pintar un desnudo es pintar ambas cosas, la forma y el significado.
El desnudo, vestido o no, es el sentido.
La piel es el corazón, el estómago y el pulmón, la piel es un ojo, es un dedo, es la mano entera, es un falo y una boca, es la lengua y son los senos, es la hiel,  es la aureola y es su pezón, es la miel.
La piel es una cabellera, es un campo de trigo maduro, es el viento, es el mar. 
La  piel y todo el cuerpo son un altar, un sagrario y un relicario. La piel  es una tela, un papel, es un muro, una cueva pintada, iluminada y  velada. 
La piel es la luz, es el amanecer.
La piel es el ser y el cuerpo es un estar, es un quedar, es un residir, es un posar.
El cuerpo es el centro y el desnudo es su fondo, es un pozo.
El desnudo es el paisaje y es el pilar.
El cuerpo es una casa, es un palacio, es un saco.
El desnudo es una caracola,  una cornucopia.
El desnudo eres tú. 
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94M
-“¿Todavía  tienes el tatuaje que te hiciste aquel verano del 76 en Volos, antes de  embarcarme para Esmirna con mi griego guapo que se llamaba Aquiles? Me  gustaba el dibujo, yo me hice también otro sin decirte dónde y tú te  volvías loco buscándolo. Cada día lo cambiaba de lugar, ¿cómo podía?, el  tatuaje era verdadero, pero mi cuerpo no, era falso y desaparecía por  las mañanas como aquellas lagartijas verdes de Agra, ¿recuerdas?, las  que vivían de la fauna de la alfombra. El dibujo siempre era el mismo,  pero mi piel cambiaba. Te asustabas y yo me burlaba de ti.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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94H
-“Ahora  tengo otro tatuaje que me hice yo mismo, por algo soy pintor y no hay  nada mejor que usar la propia piel como tela. Los míos no cambian como  los tuyos, Verónica, pero la piel se cuartea y el papel amarillea.  Recuerdo que dibujabas con un bolígrafo barato carreteras por mi cuerpo  que luego reseguías con tu boca, “te vas a intoxicar con la tinta”, te  advertía, pero no me hacías caso y tu lengua siempre limpiaba el polvo  de aquellos caminos...” (El hilo. Cartas a una amiga.)



