viernes, 18 de noviembre de 2011

El peletero/La isla

Lecciones desordenadas y fugaces de anatomía barroca.

2. La isla.

Al mismo tiempo que John Donne (1572-1631) afirmaba en sus “Devociones para ocasiones emergentes” que: Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.” Porque cada uno “es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

...Descartes (1596–1650) discurría y sólo estaba seguro de que pensaba, todo el resto eran dudas, los sentidos no son, según le parecía, fiables. Para él la experiencia básica del pensar, y del ser, sobre la que no se pueden tener dudas era la misma duda. Sus reflexiones, sin embargo, lo individualizaban y lo convertían, al revés que al poeta inglés, en una isla cuyos límites, quieras que no, eran los de su propio cuerpo.

“Mientras quería pensar que todo era falso, era preciso necesariamente que yo, que lo pensaba, fuera algo, y observando que esta verdad, pienso, luego existo, era tan sólida y tan cierta que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran incapaces de derribarla, consideré que podía admitirla sin escrúpulo como primer principio de la filosofía que buscaba” (“El discurso del método”, Parte IV, (1637), René Descartes)

Cada época construye la máquina que es nuestro organismo, en el saber y en el hacer cotidianos, y en los artilugios que fabricamos, la encontramos, y también al pensarla, pintarla y vestirla la vemos, pero en la enfermedad y en la muerte, en su nacimiento y deterioro, en la necesidad de dar destino a sus inútiles despojos es como mejor se narra su historia.

Philippe Ariès nos cuenta en su “Essais sur l’histoire de la mort en Occident”, que de la familiaridad de la muerte y de los muertos que se vive en la Edad Media se pasa, al final del siglo XVIII, a considerar la muerte de la misma manera que el acto sexual. Son numerosas desde el siglo XVI en adelante las imágenes eróticas de la muerte rompiéndose el hábito y la intimidad que con ella se tenía. El Sr. Ariés cita a Rochefoucauld (1613-1680), cuando afirma que: “el hombre no puede mirar más de cara ni al sol ni a la muerte.” Y nos recuerda que: “A partir del siglo XIX, las imágenes de la muerte son cada vez más raras y ellas desaparecen completamente en el curso del siglo XX, y el silencio que se extiende ahora sobre la muerte significa que ella ha roto sus cadenas y se ha convertido en una fuerza salvaje e incomprensible.”

Es difícil estar de acuerdo con las frases anteriores teniendo en cuenta las guerras del siglo XX, pero bien podríamos soslayar nuestras discrepancias afirmando que las imágenes son de los muertos y no de la muerte misma a la que se rehúye y aparta de nuestros pensamientos.

Sin embargo, ella, la muerte, es la otra experiencia básica de nuestro ser sobre la que, paradójicamente, no dudamos aunque no la podamos pensar pues no se puede pensar estando muerto. Sólo pensamos las muertes de los demás que es una manera de hacerlo igualmente de sus vidas. Por ello John Donne afirma también en sus “Devociones…” que: “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti. "

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“Cerró con esto el testamento, y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama, y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto.

En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos, y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente, y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.”

“El Ingenioso Caballero don Quijote de la Mancha”, Capítulo LXXIV: De cómo don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo, y su muerte. (1615). Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)