lunes, 14 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Ayer (y 4)


20 Noviembre 2008

Exceptuando las ideas -ella no tenía demasiadas- su caso parecía que era un buen cóctel de todo eso, una mezcla confusa. Pero no era exactamente así.

Una vez me dijo: “has robado mi nombre, no sé quién soy”

“¿Y cómo crees que he hecho tal cosa?”, le pregunté.

“Hablando por mí, enmudeciéndome”, me respondió con su extraña capacidad de sonreír sin iluminarse.

Yo nunca he hecho tal cosa, te confundes, le dije, simulando una caricia con mi mano, intentando una que nunca iniciaba y que siempre le prometía, pero que nunca terminaba porque nunca empezaba. Era uno más de mis gestos, una manera de hacer sombra, de tapar la luz, la luz de la lámpara del salón, de la mesita de noche de la alcoba, las luces esas que viven de la oscuridad de las habitaciones, esas luces que habitan en las casas donde vive la gente.

Mi mano la tapaba. Tapaba la luz, o alguna clase de luz, esa que rebota en las paredes, esa que brilla como luciérnagas o cerillas que se apagan. Chispas y destellos. Mi mano tapaba el fulgor, que no la claridad, y ella no sabía refulgir, apenas pestañear, y pensaba que yo era su noche.

Mi asesino barato cumplió con su obligación profesional y me mató. Lo hizo al salir de uno de los ascensores del hotel, al llegar al rellano de mi habitación, al abrirse las puertas automáticas, al mirar al frente, al ver la pintura aquella de la pared del otro lado, del otro lado que había en la pared de enfrente, la que había tras su espalda ancha, un desnudo amarillo recostado entre sábanas rojas y oscuras por la falta de luz, y porque todavía no era de noche. Todavía no aunque casi sí.

Acertó. Era fácil hacerlo a medio metro de distancia.

Usó un revólver como yo le había pedido, no me gustan las pistolas, tienen un ruido de saco terrero cayendo, en cambio el estampido de los revólveres es más metálico, algo más gutural. Si la bala no acierta contigo parece un grito asustado. Si te hiere no lo oyes, como si te hubieras quedado sordo, pero si te mata es el estruendo de un sol hinchado de helio. Un globo de nada explotando en algo. Creo que explotando ayer.

Ayer.

Todo sucedió ayer.

Soy bueno preparando trampas, mi asesino fue una de ellas, no sé si la mejor pero sí la última. Hube de esmerarme, mi vida era lo que colgaba del anzuelo.

Mi vida fue un billete que ella compró, un pasaje que ella tomó. Fue su decisión, era su viaje.

Yo escribo de una manera rara, pueden parecer extrañas las cosas que digo y que relato. De ellas alguien puede llegar a conclusiones equivocadas. Es su responsabilidad y es consecuencia de su capacidad para interpretar lo que se cuenta, y lo que se cuenta lo cuento yo. Yo cuento lo que quiero y lo que quiero es contar lo que yo quiero.

Hubo un juicio un tiempo después. Ella fue sospechosa de ser la inductora de mi muerte, pero la absolvieron por falta de pruebas. Con ello consiguió algo que no puedo explicar pero que sospecho. Creo que sé qué es, pero es algo que no tiene nombre, no porque no lo tenga y sí porque no se puede nombrar, no hay boca que sea capaz ni tampoco ningún cerebro competente que la pueda imaginar, edificar y erigir. Nadie puede decir tal palabra en voz alta para que todos la oigan, no es posible, no puede ser, hay que morir ocho veces y media, creo, para tener tal potestad, y ni siquiera Dios ha muerto tantas.