miércoles, 30 de marzo de 2011

El peletero/La pipa


Textos vírgenes, el arte de no decir nada. (5)

La pipa.

“Les pipes romanes devien caracteritzar-se per tenir el broc de canya, puix que el terme pipa és derivat del mot llatí “pipum”, que el seu significat més primitiu equival a canya. En baix llatí va formar-se el terme “pipare” aplicat ja concretament a la pipa, o sia a l’instrument caracteritzat per portar una canyeta. En baix llatí també el verb “suctiare” significava absorbir o xuclar, del qual les llengües neollatines han fet la forma “pipar”, amb el mateix significat i d’arrel comuna a la nova familia llatina. L’agermanament dels conceptes de pipa i de xuclar fa pensar que en poc o en molt la pipa devia servir de xuclador i que, per tant, fos quina fos la substància que omplís la pipa, encara que el seu motiu principal o qui sap si originari fos el d’incensar i perfumar, en més o menys també es devia absorbir xuclant o fumant i per tant el costum també tenia quelcom del sentit que avui li donem.”

“La pipa”, Joan Amades.

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L’altre dia vaig obrir en canal un colom, vaig extraure les seves vísceres y se las vaig donar als corbs, estaven sanes i mostraven un bon aspecte i color.

Acudiren sis, quatre femelles i dos mascles, un d’ells era vell, tenia les plomes deslluïdes i sense miraments els altres el van foragitar, no el van deixar menjar. Em vaig fumar una pipa mentre els veia, a una certa distància, lluitar entre ells, massa poc menjà per tanta ploma negra, em digué.

Al meu costat guardava la resta del colom embolicat en papers de diari, el gossos bordaven a l’olor de les entranyes i a la voracitat dels corbs rivals. Els tenia lligats a una estaca que havia clavat a terra, el cel estava ennuvolat, el olor era infame, pudien ells i els ocells, encara que l’aroma del tabac de pipa americà dissimulava l’ambient, havia nevat i no bufava el vent.

El corb vell observava des de la branca d’un roure com els altres devoraven les restes del colom, estava nerviós i afamat, les femelles agafaren alguna cosa y se’n anaren, el mascle jove es va quedar per acabar el seu àpat com un rei.

Em vaig alçar, vaig arreplegar la meva escopeta i li vaig etzibar un tret al bell mig de la testa que va explotar, els gossos s’espantaren al sentit l’esclat i bordaren més encara, el mascle vell del roure no es va immutar, descendí planejant i començà a endrapar el que quedava i al seu quasi parent decapitat, em vaig apropar i li vaig llançar la resta del colom que guardava embolicat, vaig fer unes quantes fotografies i vaig acabar la meva pipa tot observant-lo menjar.

El diari que embolicava les restes era d’abans d’ahir.

(“Abans d’ahir”, Introducció a l’ornitologia, 1955. Tom IX. pàgina 358, Demóstenes Vilanova del Bell Puig, Au per la Universitat de la Jungfrau.)

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El otro día abrí en canal a una paloma, extraje sus vísceras y se las di a los cuervos, estaban sanas y mostraban un buen aspecto y color.

Acudieron seis, cuatro hembras y dos machos, uno era viejo, tenía las plumas deslucidas y lo echaron sin miramientos los demás, no le dejaron comer. Me fumé una pipa mientras los veía, a una cierta distancia, luchar entre ellos, demasiada poca comida para tanta pluma negra, pensé.

A mi lado guardaba el resto de la paloma envuelto en papeles de periódico, los perros ladraban al olor de las entrañas y a la voracidad de los cuervos rivales. Los tenía atados a una estaca que había clavado en el suelo, el cielo estaba nublado, el olor era infame, apestaban ellos y los pájaros, aunque el aroma del tabaco de pipa americano disimulaba un poco el ambiente, había nevado y no soplaba el aire.

El cuervo viejo se quedó observando desde la rama de un roble como los demás devoraban los restos de la paloma, estaba nervioso y hambriento, las hembras cogieron algo y se fueron, el macho joven se quedó para terminar su festín como un rey.

Me levanté, agarré mi carabina y le disparé un tiro en plena cabeza que explotó, los perros se asustaron al oír el estallido y ladraron más, el macho viejo del roble ni se inmutó, descendió planeando y empezó a zamparse lo que quedaba y a su casi pariente decapitado, me acerqué y le eché el resto de la paloma que guardaba envuelto, hice unas cuantas fotografías y terminé mi pipa observándole comer.

El periódico que envolvía los restos del ave era de anteayer.

(“Anteayer”, Introducción a la Ornitología, 1955. Tomo IX, página 358, Demóstenes Vilanova del Bell Puig, Ave por la Universidad de la Jungfrau.)

lunes, 28 de marzo de 2011

El peletero/Cinematografía amateur, Una guía para aficionados.


Textos vírgenes, el arte de no decir nada. (4)

Cinematografía amateur, Una guía para aficionados.

“Una de las desventajas de las cámaras cinematográficas convencionales con respecto a las fotográficas de perfección equivalente es que, en general, no pueden trabajar con niveles bajos de iluminación, sin el auxilio de lámparas sobrevoltadas o de antorchas. Esta limitación proviene del obturador de la cámara cinematográfica que debe girar a una velocidad mínima para captar el movimiento”.

“Cinematografía amateur, Una guía para aficionados”, de Paul Petzold.

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“Hay que manejar slowly para que te watchen”, afirman unos que viven en la frontera entre los USA y México, en su coctel de idiomas proclaman que el movimiento debe de ser lento para ser captado.

¿Se puede parar un fotón? ¿Existe la luz lenta?

Según parece el obturador de la cámara cinematográfica debe girar a una velocidad mínima para atrapar el movimiento cuando la iluminación es baja. Esto es lo que acontece en una alcoba cuando se la ilumina con velas, todo sucede despacio y los amantes deben congeniar la pasión con la lentitud para que ese movimiento se haga patente porque sin él no hay eso que llaman amor, cópula, coíto, ni tampoco todo lo contrario.

Eso dicen esos que manejan slowly, pero... ¿es realmente así?, otros opinan que no, que hay que moverse deprisa para que parezca que no estamos quietos.

(“Entre el cenit y el nadir”, bitácora celeste, Demóstenes Vilanova del Bell Puig, Astronauta, libro de próxima publicación)

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viernes, 25 de marzo de 2011

El peletero/Tratado general de ajedrez


Textos vírgenes, el arte de no decir nada. (3)

Tratado General de Ajedrez.

Hemos visto de qué manera se logra triunfar en ajedrez mediante la sabia transformación de material en tiempo. El misterio del sacrificio está encerrado en ese principio, que es simplemente la ciencia de entregar piezas para retardar el desarrollo enemigo, y vencerlo, antes de que éste pueda hacer valer la teórica superioridad material.

El ajedrecista bisoño debe compenetrarse de un principio que ya esbozamos, y es el de que las piezas de ajedrez tienen un valor relativo. La simple existencia de ellas en el tablero nada significa, como no significa en una batalla la posesión de mayor número de efectivos si no hay posibilidad de hacerlos actuar. Las piezas valen por lo que hacen y por la facilidad que pueden tener para entrar en el combate, y el sacrificio de material es uno de los procedimientos más eficaces para retrasar el desenvolvimiento del adversario.
“Tratado General de Ajedrez”, Roberto G. Grau.

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Pocos consideran, excepto los más lúcidos o los menos menguados, que los demás son adversarios a los que hay que retrasar en su desenvolvimiento como lo hacen entre sí la mayoría de plantas, hierbas y árboles, pues el desarrollo de cada una impide o frena el propio.

Somos cipreses o abedules, pinos o alcornoques, torres o peones, algunos trepan como hiedras y otros lloran como sauces.

Quizás en el bosque humano de las buenas intenciones abunde la colaboración, el apoyo mutuo, o crezca la piedad para con los otros a los que no les llega ni el agua ni el sol suficientes, pero en el tablero es mejor ser lagarto que oveja y perder la cola si con ello logramos durar, permanecer, resistir al rival y a sus envites depredadores; sobrevivir, al fin y al cabo, no es otra cosa que ganar tiempo y ganar la partida, pues en el juego, como en la propia vida, siempre somos el rey, y al rey no hay que dejarlo morir.

Para evitar su caída deberemos soltar lastre, desprendernos de un caballo, de una torre, o incluso de una dama, no importa su color, sea blanca, sea negra o parda, todas tienen el mismo valor.

(“El arte de la poda”, tratado de jardinería salvaje del siglo VI d. C. por Demóstenes Vilanova del 
Bell Puig, monje agustino ilerdense. Traducción libre peletera.)

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jueves, 24 de marzo de 2011

El peletero/La ópera flotante



Textos vírgenes, el arte de no decir nada. (2)

La ópera flotante.

“De mi padre heredé la costumbre de hacer tareas manuales vestido con ropa buena. Papá tenía ese hábito, como los cirujanos del siglo XIX que aparecían con ropa de gala en la sala de operaciones y se enorgullecían de hacer una operación difícil sin ensangrentar sus pecheras almidonadas y tachonadas.

-Enseña a ser cuidadoso –declaraba papá- y a trabajar con facilidad. El trabajo duro no siempre es un buen trabajo.

Con el mismo atuendo que se había puesto esa tarde en el juzgado, flor en el ojal y todo, papa cavaba el huerto antes de la cena, rociaba de insecticida contra las orugas a los catalpas (mezclando él mismo el líquido con cal apagada), a veces encalaba las pilastras de la casa o lavaba el coche con la manguera. Jamás se ensució o mojó o ni siquiera arrugó la ropa. Cuando un día de 1930 llegué a casa y encontré a papá en el sótano, una punta del cinturón atada a una viga y la otra alrededor de su cuello, no había ni una pizca de suciedad en su persona aunque el sótano estaba bastante sucio. Su ropa estaba perfectamente planchada y sin arrugas de ninguna clase, y aunque tenía la cara negra y los ojos saltados, su cabello estaba meticulosa y correctamente peinado.

Concuerdo con papá que hacer tareas manuales con la ropa de oficina enseña a ser cuidadoso y meticuloso y realizo esa práctica casi siempre. Pero sospecho que él le atribuía un valor definitivo; pienso que estaba relacionado con alguna vaga filosofía suya. Conmigo ese no es el caso y le advierto que no deduzca ningún matiz filosófico en esta práctica mía. En mi rutina cotidiana, hay muchísimos elementos que implican legítimamente mis ideas acerca de las cosas, pero usted no debe elaborar nada a partir de equivocaciones, de otra manera, se verá perdido. Quizá ni siquiera debía haber mencionado que trabajaba en mi barca con ropa de oficina”.

“La ópera flotante”, John Barth.

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La luz sólo deberá iluminar las manos que trabajan, y un par de metros escasos a su alrededor.
Al finalizar la jornada el tablero habrá de quedar limpio y despejado, los instrumentos y los útiles guardados en sus respectivos cajones, las pieles recogidas en su hierro o depositadas, extendidas planas, en una mesa y cubiertas, todas ellas, con un papel poroso que las proteja del polvo y que les permita, al mismo tiempo, respirar.

El suelo tendrá que estar barrido y fregado, y la bata blanca, impoluta, la colgaremos de su percha dentro del armario de la ropa de trabajo.

Al llegar a casa la familia nos recibirá con alegría y nosotros nos mostraremos contentos de estar con ellos.

Cocinaremos algo ligero, beberemos un buen vino y mantendremos una conversación simpática y amena sobre los sucesos del día.

La iluminación de las habitaciones será tamizada y la música suave.

Mientras charlamos de cosas intrascendentes reflexionaremos en silencio, con disimulo, irónica y someramente, que la vida es extraña a la propia vida que la ensucia de forma indebida.

Nos acostaremos temprano, pero nos dormiremos tarde, sin sonreír.

La luz sólo deberá iluminar las manos que trabajan, y ese par de metros escasos a nuestro alrededor, pues más allá no hay nada, ni la luna ni el sol, ni las estrellas del cielo ni las olas del mar.

(“Manual de psicología trágica en una sola lección”, por Demóstenes Vilanova del Bell Puig, eminente psiquiatra griego del siglo XXXVI d. C., famoso por su célebre aforismo: “El enigma no está debajo de la cama, está encima”.)

lunes, 21 de marzo de 2011

El peletero/E. Blomberg & Sons Ltd.


Textos vírgenes, el arte de no decir nada. (1)

E. Blomberg & Sons Ltd.

8 de enero de 1994

Estimados clientes:

Con la presente tenemos el placer de comunicarles las fechas de la subasta de la Sojuzpushnina que tendrá lugar en San Petersburgo, durante el presente mes de enero.

La mercancía estará disponible para la inspección desde el día 16 y la venta empezará el 22 para terminar el día 24 de enero.

Adjuntamos la lista de las cantidades ofrecidas a la venta.

Quedamos a la espera de sus órdenes y de asistirles personalmente en San Petersburgo desde el día 16 de enero.

Esperando recibir noticias suyas próximamente, les agradecemos la atención brindada a esta carta.

E. Blomberg & Sons Ltd. London. (Exporters)
G. Blomberg
Director.

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En las subastas de pieles se producía, en ocasiones, una borrachera, a veces de compra y casi siempre de cerveza, de vino malo o de licores fuertes; los hombres, la mayoría lo eran, estaban solos y las secretarias y las azafatas eran guapas, o lo parecían, y se mostraban, algunas de ellas, predispuestas a entablar conversaciones con aquellos compradores que acudían de todo el mundo.

“La mercancía estará disponible para la inspección desde el día 16 y la venta empezará el 22 para terminar el día 24 de enero. Adjuntamos la lista de las cantidades ofrecidas a la venta”.

Todas eran pieles sin curtir, secas o grasientas, acartonadas o húmedas, como si fueran meros despojos. Pieles que había que revisar en lotes numerados que correspondían a series iguales, perfectamente seleccionadas y clasificadas, por manos muy expertas, en sus calidades, medidas y colores.

Pieles sin curtir o ya maduras, llenas de rimel, pintalabios, perfume barato y restos de sangre, sudor y lágrimas.

(“Tratado sentimental sobre el antiguo arte de la curtición y el adobo de pieles y carnes vivas”, por Demóstenes Vilanova del Bell Puig, Peletero, 1975-1995)

viernes, 18 de marzo de 2011

El peletero/El valle del silencio (y 6)



El Valle del Silencio (y 6)

Uno.

A los seis que huyeron por el río les esperaba una patrulla emboscada que acabó ametrallándolos, todos los demás se salvaron, incluido él.” (Bienvenida)

Dos.

Al pasar delante de mí se detuvieron y se me acercaron. Empezó a llover.

No sucedió nada de importancia, sólo un intercambio simpático de palabras. Me desearon buena suerte y se fueron.” (La sonrisa más bonita del mundo)

Tres.

Era un pequeño cementerio rural, coqueto y bonito. Le hice un par de fotografías.
Más pasmados que antes seguimos caminando en silencio cuando Silvia volvió a señalar, “mirad, una calavera”, dijo de nuevo. Era un castaño retorcido, en su tronco se esculpía una forma que recordaba un cráneo humano, o eso pensamos todos. Ahora quiero creer que sólo vimos un árbol viejo.

Llegamos a Peñalva de donde habíamos partido, nos fuimos a la fuente y luego a la cantina, a abrevar como caballos sedientos.
En la entrada de la taberna nos encontramos con las dos muchachas cantoras, su acordeón diatónico y el niño, una de ellas miró a Marià y él le correspondió con la mirada, ambos se miraron de una manera que no describiré, la otra chica se agachó para acariciar al chiquillo en un plié en la quinta perfecto.

Nos subimos al automóvil y regresamos a casa.

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“El hombre conoce lo invisible a través de lo visible. Por el presente conoce el futuro”. Hipócrates (De regimen I, 12)

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jueves, 17 de marzo de 2011

El peletero/El valle del silencio (5)


El Valle del Silencio (5)

Uno.

Espontáneamente se dividieron en dos grupos, media docena siguió río abajo por el cauce seco, todos los demás emprendieron la pesada subida de la montaña. Mi padre, al ver a esos últimos, pensó ¿qué hacen?, ¡por la vaguada es más fácil! Estuvo tentado de seguir a los seis que huían por la cañada, pero un instinto superior lo retuvo y decidió continuar con la mayoría que, pesada y fatigosamente, subían la loma. (Bienvenida)

Dos.

Una era eslava, muy delgada, poco atractiva y de un rubio descolorido. La otra era espectacular, latina, alta y guapa. Había una tercera invisible y distinta a las otras dos. (La sonrisa más bonita del mundo)

Tres.

Seguimos el camino, ahora ya más descansados, que habíamos acabado de encontrar tras subir la empinada montaña, era el camino principal, llano y ancho, que nos llevaba en dirección a Peñalva para regresar a casa; quedaban unos dos kilómetros y la senda ya era cómoda y plana.

Tras la primera curva vimos venir a dos mujeres del pueblo, unas paisanas de mediana edad tirando a mayores, enjutas y alegres. Al cruzarnos con ellas se detuvieron, nos saludaron y les contamos que nos habíamos equivocado y que habíamos subido por la montaña y seguido por un atajo, sonrieron, pero no respondieron ni tampoco hicieron ningún comentario, vi que una llevaba una hoz en su mano izquierda, le pregunté qué iba a cortar con ella, y sonriendo de nuevo y medio riendo me respondió escueta que: “lo que salga”. Nos despedimos y seguimos el camino. Yo me quedé perplejo y algo aturdido.

Víctor y Mercè se adelantaron, Silvia después, y Marià y yo al final. Comenté en alto, mientras caminábamos, que a esas dos mujeres ya las había visto en otra ocasión, Marià y Silvia me miraron extrañados y me preguntaron cuándo, les respondí que fue hace tres años justos, en agosto del 2007, una madrugada calurosa delante del Hospital Clínico de Barcelona donde estaba ingresado Pere, mi padre y el de Marià. Ya sabían a qué me refería cuando Silvia señaló algo delante de nosotros, “mirad”, dijo.

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“Callábamos y en nuestro silencio otro silencio enmudecía: un maravilloso silencio que en el silencio se escondía” (José Bergamín)

martes, 15 de marzo de 2011

El peletero/El valle del silencio (4)


El Valle del Silencio (4)

Uno.

Al llegar al fondo de la pequeña vaguada se dio cuenta de que iba descalzo y que le sangraban los pies. Desde allí tenían dos posibilidades, seguir el cauce del río seco o subir la siguiente loma. Estaban todos exhaustos y los morteros enemigos pronto empezarían a disparar, no podían quedarse en aquel lugar. (Bienvenida)

Dos.

Venían andando de lejos, despacio, con un taconeo rítmico que las anunciaba. Por mi izquierda y bajando la calle.

Yo, cruzado de brazos y apoyado en la barandilla, mirando la puerta del Hospital, la calle completamente abandonada.

Caminando lenta y lánguidamente se acercaron dos mujeres. (La sonrisa más bonita del mundo)

Tres.

Al cabo de un rato, el sendero, que bajo nuestros pies se iba difuminando y se convertía en más pedregoso, desapareció de nuestra vista por completo al llegar de nuevo al río, se había escondido por entre los árboles y matorrales. Una pareja con otro niño estaban reposando y jugando en el agua, el hombre y el pequeño en bañador, sentados, descuidados y tranquilos, la mujer, con los pantalones arremangados, de pie y vigilante, en el centro, y un cochecito último modelo de bebé de tres ruedas aparcado en una orilla. Nos preguntaron si el camino para llegar a la cueva del anacoreta era bueno y si lo podían seguir fácilmente con el triciclo y el niño. Los saludamos, les respondimos que sí y atravesamos de nuevo el arroyo andando por encima de las piedras que sobresalían del agua.

El camino, que se había borrado ya, tal vez debía de seguir al río por alguno de sus dos lados, paralelo a él, pero nosotros no lo vimos. En cambio, y en lugar de eso, observamos un sendero estrecho y medio escondido que subía perpendicular y empinado la montaña que se nos presentaba delante como una muralla y al otro lado de la corriente que habíamos acabado de vadear. Trepamos por aquella elevada loma casi haciendo de escaladores, resoplando, dándonos las manos y ayudándonos los cinco para coronarla. Después de un buen rato, agotados, llegamos arriba donde encontramos el camino de suave pendiente que habíamos perdido y que no vimos al llegar al río y atravesarlo por ultima vez saltando y medio cayendo por las rocas que asomaban por encima del agua. Sin saberlo habíamos tomado un atajo.

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“Era una virtud no detenerse, seguir mi obstinado y heroico camino, buscando en el cráter del volcán, entre los témpanos de hielo, o donde se borraba la huella, más allá de la caverna de los siete durmientes, a aquella cuya frente ancha y alta era blanca como la de un leproso, y sus ojos azules, y sus labios como bayas de fresno, y su cabello rizado del color de la miel hasta las blancas caderas”. (“La diosa blanca”, Robert Graves)

viernes, 11 de marzo de 2011

El peletero/El valle del silencio (3)


El Valle del Silencio (3)

Uno.

Nada más despuntar la mañana los oyeron venir. Eran media docena de tanques, y detrás unos cien hombres. Ellos apenas llegarían a treinta. Nadie tuvo ninguna duda. Todos huyeron a la carrera bajando la loma aterrorizados, abandonando en la retirada armas, mochilas y equipajes, todo. Mi padre llegó a perder incluso las alpargatas que calzaba. (Bienvenida)

Dos.

Las tonadas tristes me reconfortan y estoy seguro de que son capaces de cambiar el devenir. A veces producen el efecto contrario, desalientan, pero sin duda son uno de los mejores consuelos. Mientras…

Mientras, ensimismado, las oí llegar. (La sonrisa más bonita del mundo)

Tres.

Después de escuchar la canción emprendimos el regreso por otro camino que supuestamente bajaba, era el que había tomado la otra chica con el niño, daba un rodeo y reseguía el río que había en el fondo del valle. Al llegar a él nos encontramos con un puente de madera que lo atravesaba, pasamos al otro lado y la vimos estirada junto al río, parecía dormir; el crío, desnudo, iba y venía jugando. Nos sentamos en la otra orilla para descansar, nos descalzamos y nos refrescamos los pies en el agua que estaba tan fría que dolía. Al vernos, y al oírnos charlar, la chica se levantó y se fue con el niño, suponemos que hacia la cueva, donde estaba su compañera cantando. Después de unos minutos nos calzamos y seguimos la marcha de nuevo, bordeando el río que quedaba a nuestra izquierda, el camino era plano.

Silvia recogió del suelo un diente de león, me lo ofreció y me dijo, “sopla y pide un deseo”, así lo hice, soplé y lo pedí. Luego pensé que todo eso eran tonterías, que tenía muchos deseos en mi corazón que pedir y que quería y amaba a demasiadas personas como para que una sola de ellas fuera la protagonista y la destinataria exclusiva de mi deseo. Tuve remordimientos por haberla elegido a ella y desechado a las demás pues todas eran importantes para mi, cada una aguantaba el puente que era mi vida, piedras que juntas me sostenían y que me llevaban de una orilla a la otra del río, y que cuando se pide algo, algo hay que pagar también, así que mentalmente deshice el deseo y seguí caminando. Vimos un árbol muerto.

Parecía un esqueleto desnudo.

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“...la omnipresente idea de inanidad del mundo. Su profunda reacción contra la materia les llevaba a predicar la desnudez, la renunciación, la pobreza; y la atmósfera de semejante invención arrebataba implacable a las mentes del desierto”. (“Los siete pilares de la Sabiduría”, T. E. Lawrence)

miércoles, 9 de marzo de 2011

El peletero/El valle del silencio (2)


El Valle del Silencio (2)

Uno.

Todo un día para desalojar a cuatro soldados franquistas y matar a otros tantos.

Pasaron la noche sin dormir. (Bienvenida)

Dos.

Las ciudades vacías son una negación, representan una carencia, un fracaso, y la oscuridad de sus noches también lo es. Ni un automóvil ni una bicicleta. Nadie venía y nadie se iba. Miraba la puerta verde y recordaba una antigua melodía. (La sonrisa más bonita del mundo)

Tres.

Después del almuerzo, y con la barriga llena, Marià, Silvia, Víctor, Mercè y yo, emprendimos la vía santa. Caminamos por un sendero montañoso resiguiendo un valle que a veces era plano y otras escarpado, en ocasiones un poco difícil, pero casi siempre llevadero, hacía mucho calor y la comida, con la ayuda del orujo y aquella caminata que nos estábamos dando, terminó rápidamente digerida.

Llegamos por fin a la cueva y entramos, estaba fresca y silenciosa, limpia y cuidada, había un altar y una bicicleta falsa de hierro colado, llena de flores. Al salir nos encontramos con dos muchachas jóvenes, bonitas y espigadas de largas melenas castañas, y un niño rubio pequeño y desnudo que las acompañaba; no respondieron a mi saludo y sí al de los demás. Al salir nosotros una entró en la cueva con un acordeón diatónico y se puso a tocar y a interpretar algo parecido a un canto gregoriano, una melodía religiosa y antigua, la otra se fue con el chiquillo camino abajo. La música y la canción eran cautivadoras, salían de dentro de la montaña como si ella misma fuera la que cantara y la cueva su boca.

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“Las sirenas tienen un arma más terrible aún que el canto: su silencio. Aunque no ha sucedido, es quizás imaginable la posibilidad de que alguien se haya salvado de su canto, pero de su silencio ciertamente no” (Kafka)

lunes, 7 de marzo de 2011

El peletero/El valle del silencio (1)


El Valle del Silencio (1)

“El silencio suele elegir lugares recónditos para asentarse: unas veces es un riachuelo de Costa Rica (río Silencio), otras una costa de Oriente (la Costa del Silencio) Cuando alguien descubre uno de estos lugares lo bautiza con el nombre de este extraño envoltorio que se rompe al menor descuido. En la provincia de León hay una comarca que se llama… 

(Fernando Palacios, “El Silencio”)

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Uno.

“Habían estado todo el día anterior combatiendo para conquistar una triste loma a base de disparos de fusil y lanzamientos de piedra, que era casi lo único que tenían los soldados republicanos para hacer la guerra. (Bienvenida)

Dos.

“Yo me quedé con él la primera noche que estuvo ingresado en el hospital. Cansado y muerto de sueño le abandoné por un instante y salí a la calle. Quizás eran las cuatro o las cinco de la madrugada. Apoyado en una barandilla y mirando a la puerta principal me dediqué a saborear la soledad de una noche de primeros de agosto. La ciudad vacía y de vacaciones. No hacía calor. (La sonrisa más bonita del mundo)

Tres.

Este mes de agosto, el día que fuimos al Valle del Silencio, un hermoso paraje de la comarca leonesa del Bierzo, visitamos la cueva de San Genadio, un ermitaño que la habitó solitario en la Edad Media, y en el ya lejano siglo IX.

Por la mañana habíamos estado en el Monasterio, abandonado y un poco restaurado, de San Pedro de Montes del siglo VII. En su Iglesia vimos el arcobaleno reflejado en sus paredes que penetraba por una vidriera. Luego comimos en Peñalva, un pueblo pequeño, precioso y apartado. Nos atendieron en una cantina que regentaba una catalana, Anna, que, aunque casada y con hijos, rememoraba al anacoreta que se había apartado del mundo, quizás para pagar menos impuestos o tal vez para regresar al útero materno.

El cuerpo es una casa, la ciudad es una casa, el cosmos es una casa, ¿la anachoresis representa un ideal de autarquía con el que perseguimos la independencia?, ¿para habitar nuestra casa debemos abandonar las otras?

En los postres, y junto con el café, la hostelera nos invitó a un exquisito y medieval orujo de 

saúco, sabroso, digestivo y sedante.

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Los fenómenos son lo visible de las cosas desconocidas, Anaxágoras.

viernes, 4 de marzo de 2011

El peletero/La aguja del pajar (y 101)


Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

Y 101. El saco.

“Este es un mundo que ya no es más que posible, se queda en estado naciente. Aunque se empeñara en ello, la imaginación no conseguiría acabarlo. (…) Lo que se nos aparece es una aurora: el aparecer de una aparición que nunca franquea el umbral de la realidad”
“La pintura celebra el enigma de la visión, concentra en sí misma todo el enigma del aparecer, que la poesía o la música celebran…”

“el deseo de ver solamente se cumple más allá del ver” (…) El logro del deseo a veces imita la muerte, pero es para experimentar la vida. Esta es la paradoja del ser en el mundo, que la infancia nunca deserta oscilando entre el día del que se separa y la noche en la que se hunde; pero la noche alumbra los sueños y el día a veces los oscurece” (Mikel Dufrenne, “Pintar siempre”, Revue d’Esthetique del año 1976)

El misterio del arte, si lo tiene, es el misterio de estar vivo, su razón y su secreto se nos desvelarán al recorrer y traspasar esa línea débil que, como un hilo con su aguja, cose el saco que con nosotros dentro echarán al mar.

“Afuera, está todo muy triste, los campos son una verdadera marga de bloques de tierra negra con un poco de nieve, y a menudo jornadas en las que no hay nada más que bruma y lodo; en la tarde el sol rojo, y en la mañana los cuervos, la hierba desecada y la verdura marchita que se pudren, bosquecillos negros y las ramas de los álamos y de los sauces erizadas, contra un cielo triste, como una masa de alambre de púas. Esto no lo veo más que de pasada, pero está completamente en armonía con los interiores muy sombríos en estas oscuras jornadas de 
invierno”. ("Cartas a Théo", V.V.G.)

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101M
-“Dime tu nombre y te haré reina, me decías debajo de una sombra arbolada, pero en mi bosque nunca me hallaste, siempre hubo demasiada gente, todos regaban mis rosas, los sultanes bostezaban, y yo, pobre de mí, no sabía ni cómo me llamaba.

 Entre un ciprés y un abedul te crió tu Bienvenida, con ella, y con sus dos capitanes que la protegían, fuiste un niño, fuiste un caballo, fuiste un apache y un valiente guerrero zulú.” (La madeja. Cartas a un amigo.)

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101H
-“Ponte tu vestido blanco como si fueras la aurora”, te pedía al despertar, ven, niña, la sombra y la música te esperan.

No seré yo quién te vista ni tampoco quién te desnude, ni mucho menos el que te acoja, no te lavaré ni te peinaré, no me tocarás ni me besarás pues los míos no llegaron a ser nunca tus labios, pero piensa que cuidé de ti toda tu vida, fuiste mi esposa y fuiste mi hija, no hubo otra, y así lo recuerdo cada mañana de cada día.” (El hilo. Cartas a una amiga.)

miércoles, 2 de marzo de 2011

El peletero/La aguja del pajar (100)


Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

100. Einai Megalos O Kaímos.

“Las espigadoras” siempre me han producido una tristeza profunda, una “Einai Megalos O Kaímos” como decía mi Verónica que le decía su padre después de la guerra civil griega. Es una pintura extraña que muestra la pobreza de las personas y la riqueza de la vida, que logra engañar al que la mira con la luz que empieza a descender, que se contrae y se concentra y que llena el fondo de tarde y el horizonte de brillo seco y espeso, esplendor y esperanza también.

Pero con ella, con esa maldita esperanza y con el crepúsculo que se avecina, el pintor encubre la sombra, que empezando por nuestros propios pies de espectadores lejanos termina en los suyos, y atrapa a las tres muchachas al otro lado, las apresa en la poesía de su postrada y quieta figura y en su pobre fortuna de óleos y colores que Millet les permite espigar o graciosamente les da.

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100M
-“Parecíamos agua en una cesta.” (La madeja. Cartas a un amigo.)

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100H
-“¿Quién era el agua y quién la cesta?” (El hilo. Cartas a una amiga.)