lunes, 19 de enero de 2009

El peletero/El ojo y el negro (3)



30 Agosto 2007

La Virtud es siempre
más cara que el Vicio,
pero más barata
que la Locura.


(W. H. Auden)

Querida Silvia, cuando pinto y dibujo creo hallar alguna verdad escondida, algo importante que ha de saberse para poder vivir y morir con dignidad.

Tú sabes entresacar siempre el secreto oculto entre los sucesos y las aventuras que narran mis pinceles, sabes ponerle orden, y alumbrar así, con tu juicio sereno y delicado, la verdad.

La verdad, la más exótica de las mercancías, tan difícil de hallar e imposible de comprar.

Querida Silvia, tú me demuestras con tu ejemplo y con la manera que tus ojos miran el mundo desde ese rincón pequeño que es tu casa, que la verdad es oro en polvo, que baja por entre las aguas rápidas de ríos fríos y de alta montaña; que hay que subir muy arriba y baldear mucho barro para conseguir entresacar unos pocos gramos.

Una vez más ha venido Marta, de la que ya te hablé. Me rompe el corazón verla tan desnutrida, pero yo no puedo tenerla en casa. Me dice que soy su padre, pero ya tiene dieciséis años y yo no quiero ser el padre de una mujer, quizás sí de una niña, pero no de una mujer. Lo malo es que siempre consigue que le dé de comer. No debería hacerlo, no debería darle nada, así conseguiría que no regresase. Ya lleva dos abortos y tarde o temprano parirá de nuevo y me traerá en brazos también al niño medio muerto de hambre. Al menos no podrá decir que es mío, no podrá, pero es lo que quiere y lo que busca. Esa es la única manera que sabe de buscar refugio.

Contigo mirándome sé que no vivo en vano.

Contigo esperándome sé que no camino solo.

Tu hermano que te quiere Teodoro.


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La pintura “Sansón y los filisteos” fue encargada por el mismo Obispo, y cuando la vio terminada se llevó una buena sorpresa, aunque se recuperó enseguida cambiándole el nombre.

¿La pintura es realmente desconcertante y ofensiva para un católico? Teodoro utiliza el recurso común de representar escenas bíblicas en un ambiente contemporáneo y no se le ocurre nada que sea más provocador que convertir el palacio de los filisteos en una enorme y fantástica catedral gótica, resplandeciente de luz acristalada en plena liturgia. Los bancos y sus pasillos se encuentran llenos de fieles. El Obispo se dispone a encabezar una procesión que llevará una imagen de la Virgen por las calles de la ciudad.

La atmósfera es espesa, casi podemos oler el incienso y tocar la luz de las velas. En un rincón, un mendigo andrajoso, ciego y de cabellos largos y rubios es guiado por su lazarillo, una niña. Las manos del mendigo se posan en una de las enormes columnas del templo y su rostro inexpresivo se yergue hacia las alturas, como queriendo sospesar la enormidad de la mole o como suplicando la ayuda del cielo para su propósito destructor.

Es en este momento cuando nosotros miramos también hacia arriba y vemos que allí todo es oscuridad.

El tercio superior del lienzo se encuentra en una semipenumbra. Paredes como manchas oscuras, cubiertas y arbotantes como pinceladas gruesas, toscas, indefinidas, pura abstracción, fin del límite y de la perspectiva. De cualquier perfil.

¿Es eso lo que hay o lo que Sansón ve?, ¿por qué toda la luz está en el suelo? Toda la luz y todos los personajes, todo lo que sucede está en el suelo. Multitud abigarrada y absoluta confusión, tanta, que casi el mismo Sansón y su lazarillo nos pasan desapercibidos, como así les sucede también a los soldados que deberían custodiarlo, distraídos como están contemplando la imagen de la Virgen. Pero nosotros lo descubrimos porque primero nuestros ojos se han fijado y posado en la figura que Van Babel ha iluminado de manera más intensa y que sobresale del resto, la de una mujer de cabellos negros y vestido blanco que en su mano derecha sostiene un paño en el que hay representado un rostro ensangrentado, ¿la Verónica?

Lo sea o no, es el único personaje que mira al mendigo ciego de cabellos largos y rubios. Ella nos lo muestra con una expresión de profunda tristeza.

A Teodoro no le gustaban las multitudes, pensaba que no eran dignas de ser pintadas, como el mar o el cielo, cosas informes, abstractas por definición. En su “Sansón y los Filisteos” resolvió bien el problema centrándose solamente en tres personajes, el mismo Sansón que mira al cielo y no ve nada, la Verónica que lo mira a él como una prefiguración de Cristo, y que lleva en sus manos el primer Icono de la historia, y la Virgen, imagen de madera que es sacada a hombros por los fieles y que nos mira a nosotros.

Mientras nosotros los miramos a todos.

El Obispo se enfadó al ver su catedral convertida en cueva de paganos y sólo le pagó una parte de lo pactado.

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Querido Teodoro, me preocupas, siempre estás solo o mal acompañado. Aléjate de esa Marta. Estas empezando a crearte una buena reputación, no la malgastes ahora con esas compañías. ¿Qué sucedió con aquella otra Marta, la hija de tu casero? De pronto dejaste de hablarme de ella, ¿qué sucedió?

Si necesitas ir al burdel, ves, pero procura no crearte ningún hábito.

Me has enviado unos apuntes de una muchacha de uno de ellos, es africana y muy bella. Son perturbadores esos cuerpos negros. ¿Te gusta ella?, no te encariñes Teodoro, no lo hagas.

Me preocupa mucho tu soledad y que nadie se ocupe de ti.

Dentro de tres meses daré a luz. No para de moverse y yo espero que él o ella oiga mis canciones, las que nuestra madre nos cantaba y que oíamos con una oreja pegada a su corazón.

Christian está feliz, siempre lo está cuando estoy embarazada. Dice que le gusta mi barriga y a mi me gusta oírlo. Aunque por las noches está cansado, y siempre se duerme en mis brazos como si fuera él el hijo que espero.

Por las mañanas vuelve a ser de nuevo el esposo que necesito. Me gusta esta hora temprana del día, cuando la luz es tenue, los caminos todavía están vacíos, el cielo nos muestra su plata y nuestros cuerpos se juntan.

Tú hermana que te quiere, Silvia