viernes, 20 de marzo de 2009

El peletero/El ojo y el negro (9)



21 Diciembre 2007

Querido Teodoro,

Espero que todos estéis bien, tú y el resto de tu familia británica, tus sobrinos, Marta y especialmente, Silvia, tu hermana.

Ella ya te debe de haber contado mi visita.

Te escribo desde Toledo, donde he podido saludar a mi amiga Amparo. Al llegar a Burgos mi agente me entregó varias cartas y entre ellas había una de ella.

Amparo me decía que pensaba ir a visitar a una amiga suya, salmantina y monja, que trabaja en un hospital para pobres en Toledo, y que quizás me sería mucho más fácil acercarme a esa ciudad que no llegar hasta Sevilla. Y así lo he hecho. He visto a mi querida amiga Amparo y he conocido a Sor Dolores.

Adjunto a la carta te cuento los detalles, que ya conocerás por Silvia, de mi visita a Londres, pero antes de seguir quiero confirmarte mi confianza en ellos y en su bondad. He llegado a un acuerdo satisfactorio con unos mayoristas de pieles americanas, dos hermanos judíos y solteros que ya me habían recomendado desde Génova, Iván y Milton. El segundo parece un pedazo de madera seca, pero Iván es alegre y simpático y tiene un trato encantador. Y he nombrado a Christian mi apoderado allí.

Al el hospital de Sor Dolores van a parar gente de todas las edades, pero especialmente muchos niños, la mayoría huérfanos que encuentran por las calles enfermos y desnutridos. Las monjas, los recogen y procuran curarlos y alimentarlos. Un par de veces al año las visita Amparo y se lleva a unos cuantos a su escuela.

Ya te he hablado de mi amiga, es un pozo de virtudes y entre ellas está la de matrimoniar, lo que mal dicho se llama casamentera. Yo siempre la he llamado conseguidora o facilitadora, es una gran diplomática pero con un estilo muy particular, y su sentido común se impone a los miedos y prejuicios que los demás, que no somos como ella, tenemos.

A mí ya me ha dado por inútil, y ya puedes imaginarte también cómo le sentó y las cosas que me dijo cuando le conté mi amor por esa esclava. Yo ya tenía fama de tonto, pero con eso he subido unos cuantos peldaños más en el escalafón. Por suerte Amparo me quiere y todos sus enfados y regaños son hechos con la mejor buena fe y la más santa de las intenciones. Yo por mi parte procuré conocer pronto a su esposo, un hombre magnífico, y por suerte muy paciente, no de otra manera podría vivir con una mujer con ese talante de General de los Ejércitos o de Almirante de la Armada de su Majestad.

Yo he de reconocer que también tengo debilidad por las mujeres que saben mandar, que tienen las cosas claras y que saben desarrollar una buena conversación, ya conoces mi afición a la plática. Como te digo, procuré conocer a su esposo para que no hubieran malos entendidos, ni equivocaciones innecesarias, pero si te he de decir la verdad, la imaginación se me va más allá de donde no debería salir y luego ella se enfada porque no la escucho. ¡Saverio, niño!, que no me escuchas, me riñe. Y tiene razón, no la escucho. Ya debes de estar pensando en tu esclava, me dice con dulzura. Yo le respondo que sí, pero no es verdad, no pienso en la india, pienso en ella. Cuando la tengo delante, no puedo evitarlo. Si estoy viajando y lejos, tengo domesticado el recuerdo, y el día a día se impone inexorable. Pero si se me planta a medio metro, pues…

Tú me comprendes, ¿verdad, Teodoro?, eres un hombre como yo y sabes de qué pie cojeamos, más o menos todos los hombres.

El caso es que me alegré mucho de verla, y la muy mala, va y me entrega una “custodia”, una cajita dorada con un mechón de cabellos de mi india, por poco no me caigo de la silla. Sor Dolores, que estaba presente, me miraba con cara de malas pulgas. Seguro que sabe algo de mí, lo que no sabe es que yo también sé algo de ella. Y lo que sé es que acabó monja por lo mismo que muchas, por un desengaño amoroso. La peor razón para hacerse monja.

El caso es que también me gusta cuando las mujeres me miran mal, tampoco lo puedo evitar y esa monjita me miraba muy mal, pero que mucho. ¿Qué le habré hecho yo?, me preguntaba, ¿por qué me mira así?, como siga mirándome con esos ojos perversos, de monja mala, me voy a enamorar perdidamente de ella.

Yo creo que Amparo me conoce más de la cuenta y mucho más de lo que yo puedo suponer. Y que Sor Dolores estuviera a su lado, presenciando nuestra entrevista privada, debía de tener algún propósito escondido, sin duda que sí. Además, Sor Dolores resulta que es muy guapa, guapa de verdad y aquella mañana se debía haber vestido deprisa porque le asomaba por entre el hábito de la frente, la puntita de un mechón castaño. Entre la custodia con el mechón de pelos negros carbón de mi india, el cabello rubio de Amparo y esa puntita castaña, me estaba volviendo estrábico de no saber dónde mirar.

¡Saverio, niño!, que no me escuchas, ¡estate atento!

¿Qué?

Que te digo que necesito unas veinte capas de piel para este invierno, que te des prisa, que en Sevilla no hace frío, pero aquí en Toledo sí, ¿verdad, Sor Dolores? Y mantas, muchas mantas.

¿Eh?

¡Caramba!, por Dios, estáis los dos atontados. De ti, Saverio, ya lo sabía y no me sorprende, pero de vos no. Sor Dolores, niña, que le estoy pidiendo a ese caballero extranjero capas y mantas para sus enfermos, ¿se ha enterado, mi niña? ¡Y gratis!, y eso que los genoveses son unos tacaños, como todo el mundo sabe.

Eh… sí, sí, claro,

Bueno, entonces les dejo solos y vos, Sor Dolores, le enseñáis el Hospital a Saverio que seguro tiene muchas ganas de conocer cómo es un hospital para pobres.

¿Qué?, ¿que yo tengo ganas de conocer un hospital para pobres? Pero…

Sí, hombre sí.

…de dónde habéis sacado que los genoveses somos tacaños, Amparo?

Cállate.

Ah, bueno.

¿Me deja sola con ese hombre, Doña Amparo?

Que no es un hombre, Sor Dolores, que sólo es Saverio. Bueno sí, sí es un hombre, lo que quiero decir es que es un caballero. Eso, es todo un caballero, no seáis mal pensada, carajo. Bueno sí, también sería conveniente que lo fuerais un poco.

¿De qué habláis las dos?, no os entiendo

¿Mal pensada?, ¿por qué debo serlo?

¡Sor Dolores, por Dios!, que hay momentos en que una debe levantarse las faldas si es que no se las levantan a una. ¿Me entendéis?

No.

Yo tampoco las entendía. Me las miraba sorprendido sin entender nada.

Un par de bofetadas os daría a los dos. ¡Hala! me voy, nos vemos para cenar en el convento.

Y se fue, querido Teodoro, así es mi amiga Amparo. Y nos quedamos a solas Sor Dolores, una preciosidad de monja salmantina y yo un… ¿tonto?

No tanto, siempre llevo encima un libro de oraciones ilustrado por Alberto. Tiene unas miniaturas preciosas. Lo saqué de la bolsa y lo deposité con cuidado encima de la mesa, como si fuera más importante de lo que realmente es. Y le dije.

Es para vos. ¿Os gusta?

¿Para mí?, sí, mucho. Pero…

¿Pero?

Yo soy una monja, no debo aceptar regalos de un hombre,

De eso, que es una monja, ya me he dado cuenta, pero no se lo regalo a la monja.

¿No?, entonces, ¿a quién se lo regaláis?

A la mujer. Al decirlo vi cómo enrojecía igual que un tomate murciano.

Mujer y monja es un nudo que no se puede desatar, me respondió.

¿Queréis que lo haga como Alejandro?

¿A golpe de espada?, me sonrió.

Bueno, (tosí), tanto no, es únicamente una metáfora.

Muy drástica, ¿no creéis?

(Tosí más) Contundente y clara, respondí.

Sí, eso sí, muy clara. Las espadas cortan y pinchan y hacen sangrar, ¿verdad?

Si no están romas sí. Enseñadme el hospital, cambié de tercio. (Volví a toser)

¿De verdad queréis verlo?

¿Lo dudáis?

Sí.

Enseñádmelo de todas maneras. El que estaba ahora rojo como un tomate era yo.

Bueno. Venid, acompañadme, me dijo mientras recogía el libro de oraciones y se lo quedaba.

Querido Teodoro, dirás que estoy loco de remate. Tengo el tiempo justo si quiero hacer todo lo que me he propuesto en este viaje anual. No pude quedarme demasiados días en Toledo, apenas dos. Le pregunté a Sor Dolores si le molestaría recibir cartas mías. Y me respondió que no. Pero yo quise precisar y le pregunté también si aparte de no molestarle le agradaría recibirlas. Se calló, estuvo un buen minuto en silencio, mirando al suelo, para luego decirme, “me gustará mucho recibirlas”. Le besé una mano y me fui.

Amparo me entregó una carta de nuestra amiga común Magdalena, en ella me cuenta mil cosas maravillosas de la isla de Cuba. Aquello es un paraíso. Te lo explicaré en la próxima misiva.

También he de hablarte de tu hermana Silvia, la verdad es que me impresionó y quedé gratamente afectado por ella. Es una mujer excelente, que necesita una atención particular.

Igual que Amparo.

¿Y que demonios piensas hacer con esos pelos negros de bruja que te he traído en una cajita dorada?, ¿eh?, niño, dime, ¿entretenerte quitándole las pulgas? Me espetó Amparo en la cara.

¿Pelos de bruja?, no sé, ¿olerlos cuando me pongo melancólico?

No seas bobo, así que has conocido un pintor flamenco, ¿no?

Bueno…, pues sí, se llama Teodoro.

¿Y?

Eso, que se llama Teodoro.

Eso ya lo has dicho.

Y tiene una hermana que se llama Silvia.

Muchos hombres tienen hermanas que se llaman Silvia.

¿Qué te sucede Amparo?, ¿estás enfadada?

¿Le has levantado las faldas a la monjita?

¡¡No!!

Por eso estoy enfadada.

Querido Teodoro, he de decirte que Amparo es una mujer que le gusta el buen vino, el bueno y de calidad, no cualquier cosa y eso lo digo sin mala intención, tú ya sabes a qué me refiero.

Amparo y yo habíamos terminado de cenar, se me quedó mirando con una cara rara, en silencio. No era una cara exactamente de enfadada. Incluso esbozaba una media sonrisa, que poco a poco se fue convirtiendo en una verdadera y abierta risita. Nos mirábamos y se puso a reír delante de mis narices.

Quizás te las tenía que haber levantado a ti las faldas, le dije riéndome a medias con ella.

Yo soy una mujer casada, me respondió simulando estar ofendida y entre seria y divertida.

La monjita también está casada, le recordé.

¡Bah!, tonterías, me respondió.

Y…, eso es todo Teodoro.

Ya ves, con una mano me enseña un brillante, la monjita, yo la miro obnubilado, mientras con la otra, sin yo darme cuenta, me vacía el bolsillo y me saca el compromiso de no sé cuantos abrigos y mantas de piel para los pobres. Si todos los negocios fueran como ése, terminaría arruinado en dos días. Tal vez por eso me conviene más enamorarme de una india imposible, que nunca tendré, pero que no me cuesta un ducado.

Ya le he dado la orden a mi agente de Burgos para que prepare las capas y las mantas, y los envíe lo más rápido posible. Eso sí, de la calidad más barata, con taras y agujeros. Como son pobres no se quejarán.

Te escribo desde Burgos y mañana me voy a Poblet camino de Barcelona para ver a mi amigo Alberto, el monje miniaturista del que ya te hablé y procurar descansar.

Para decirlo finamente necesito un poco de ambiente masculino.

Tu amigo que te quiere.

Saverio Cuchiaio di Tommasso.