miércoles, 18 de febrero de 2009
El peletero/Poesía Fría-Prólogo
2 Noviembre 2007
PRÓLOGO
Papá nunca me ocultó que había asesinado a mi madre.
Apenas tuve uso de razón lo supe.
Solamente se había casado con ella para tenerme a mí.
Cumplido el objetivo, ella sobraba.
Había que matarla.
Ése no fue ni su primer ni su último asesinato, sin embargo sí que fue la única verdad que no escondió. El resto mentira, no una, todas, ni el mismo diablo hubiera podido competir jamás con él.
Ni siquiera pude saber nunca su verdadero nombre.
Y sin saber el suyo tampoco pude conocer el mío.
Ése fue su mejor y su único regalo.
Deberé ser yo misma quien lo halle,
mi propia mano será mi pila bautismal,
la concha que me bendiga,
y que me dé a luz.
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El pañuelo estaba arrugado y manchado, había que plancharlo. Pero antes sería mejor lavarlo.
Lavado y planchado luciría mejor, incluso parecería un buen y bonito pañuelo, suave al tacto y de bellos colores.
Pero estaba demasiado cansada para lavar y planchar, aunque fuera un solo y pequeño pañuelo. La pereza y el agotamiento me vencían.
Sentada en aquel cómodo y desvencijado sofá me adormecía oyendo los ruidos de la calle, con el pañuelo en la mano, apretándolo, estrujándolo casi, entre mis dedos sucios y manchados de sangre.
El cuchillo en el suelo, cerca de mis pies, también sucio y manchado. Un poco más allá, el cadáver, mi primera muerte, tirado o caído de cualquier modo, ridículo, casi cómico.
Me adormecía con el pañuelo entre los dedos. Casi soñaba ya, cansada y agotada.
Estaba exhausta, aunque no había habido lucha, sólo un golpe seco con el cuchillo en el hígado, y luego otro en el corazón, nada más, pero el cansancio no me permitía levantar ni un párpado.
Con lo ojos cerrados oía el ruido de la calle, los motores, los pitos, los gritos.
Con los ojos cerrados la calle ronroneaba, y yo casi soñaba como mi gata, medio dormida en un rincón.
Con peces muertos y putrefactos.
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Papá no fue ningún ángel de la muerte.
No alteró el orden natural de las cosas, pues muertos lo estaremos todos.
Sí fue un usurpador de ese orden, decidiendo por él, resolviendo el cómo y el cuándo.
Sabía que no tenía ningún derecho a disponer tal cosa, y tampoco pensaba que fuera su misión o deber.
Para él solo fueron una oportunidad y su elección, porque cada muerte podía haberse evitado.
Siempre me decía que el bien no es consecuencia de la bondad y el mal tampoco lo es de la maldad.
El amor y el odio siempre han sido causa de colosales catástrofes, y entre ambos existe una tierra de nadie, afirmaba.
Una zona libre, yerma, vacía, decía.
Él atravesó la línea que la separa del mundo y todavía no ha regresado.
Llevo años esperándole y creo que ya es hora de partir en su búsqueda.
No tengo nombre y mi único bien es un pañuelo ensangrentado con sangre ajena.
No es necesario nada más para el camino.
Con un solo pañuelo se pueden cortar orejas y rabos.
Soy una mujer valiente que antes de comenzar a parir deberé empezar a sepultar. A vaciar mi vientre de cadáveres. Primero el suyo.
Y decir adiós a mi gata, porque ése no es un viaje para ella.
Aunque tampoco habría venido si se lo hubiera pedido.
Es una gata rara que lee y recita poesía:
Demasiado sobre la muerte,
sobre las sombras.
Escribe sobre la vida,
sobre un día normal,
sobre el deseo de orden.
La campana de la escuela
puede ser un modelo
de templanza,
hasta de erudición.
Demasiada muerte,
un exceso
de negro deslumbramiento.
Mira,
naciones amontonadas
en estadios apretujados
cantan himnos de odio.
Demasiada música,
falta armonía,
tranquilidad, cordura.
Escribe sobre los momentos
cuando los puentes de la amistad
parecen ser más duraderos
que la desesperación.
Escribe sobre el amor,
sobre los largos atardeceres,
sobre el amanecer,
los árboles
sobre la infinita paciencia
de la luz.
(Carta de un lector, Adam Zagajewski)
Sí, yo creo que sí, es una gata rara. Pero sospecho que tiene razón.
Adiós y buena suerte, querida gata, cuídate de perros, ratas y demás gatos y no te fíes tampoco de ésas que son como tú, de esas gatas que leen y recitan poesía, de esas que se dicen independientes.
A mí me queda un camino largo, amiga felina, procuraré hacerte caso y hablar de la vida y de la amistad, me ensimismaré contemplando atardeceres y amaneceres. Honraré a los árboles y besaré el musgo que cubre la roca, pero no creo que pueda hablar del amor. Ya no, me resulta casi vulgar.
Sí que hablaré, en cambio, del deseo de orden, y aunque papá siempre decía que eso no es lo importante, sé que hay que cumplir el correspondiente protocolo, y pasar, quieras que no, por las siguientes estaciones:
El primer canto.
El primer vuelo.
El primer sueño.
El primer paso.
Esa es la vía de ese tren llamado, “Poesía Fría”, que algunos llaman venganza y otros todo lo contrario, remisión.
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