sábado, 4 de abril de 2009

El peletero/Mi coño



24 Enero 2008

El cuerpo del hombre es perfecto, y el cuerpo de la mujer es perfecto.

(Walt Whitman)


El presente relato es una fantasía en la que no se cuenta ninguna mentira, aunque nada en ella sea verdad.

Y si alguna vez lo fue, ya no lo es.

Es mucho más limitada que el famoso libro de relatos titulado “Coños”, “opera prima” de Juan Manuel de Prada. Y al mismo tiempo mucho más humilde, pues si el señor de Prada hace un alarde de coños, yo me conformo con uno solo, aunque muy bello. Tampoco pretende emular al famoso “Diccionario secreto” de Camilo José Cela.

El presente texto fue redactado en un primer momento como un canto a ese coño, un himno, para alabarlo, elogiarlo y honrarlo. Pero el triste paso del tiempo, lo ha convertido en una ensoñación irreal. Por eso, antes que se desvanezca del todo en la nada del olvido, reescribo el poema y lo introduzco en una botella, y al igual que se hace ahora con las cenizas de los muertos, la lanzaré al mar un día de verano, cuando las playas estén llenas de muchachas hermosas ocupadas con los suyos, preocupadas en cuidarlos, atenderlos y alimentarlos, como si la arena fuese un jardín pintado por O’Keefe.

La Real Academia Española de la Lengua define de la siguiente manera a:

coño.

(Del lat. cŭnnus).
1. m. malson. Parte externa del aparato genital de la hembra.
2. m. despect. Chile. español (‖ natural de España).
3. m. vulg. Ven. tipo (‖ individuo).
4. adj. Chile y Ec. tacaño (‖ miserable).

coño.

1.interj. U. para expresar diversos estados de ánimo, especialmente extrañeza o enfado.

Nosotros usaremos aquí la primera acepción que nos señala la R. A. E., como la parte externa del aparato genital de la hembra. Hemos de especificar que estamos hablando de las hembras mamíferas placentarias y no de otras. En las demás, la denominación correcta es la de cloaca. La especie animal a la que nos referimos es la humana.

También usaremos la palabra coño como metáfora del alma. Tal vez asimismo sobre decirlo, pero nunca está de más repetirlo y mucho más cuando se canta.

Para empezar correctamente es conveniente manifestar que mi coño no era mi coño. Mi coño era el coño de ella, y aunque ella decía que era mío, no lo era, era de ella y de nadie más que de ella.

Como debe ser.

Su coño me gustaba. Me gustaba su aspecto, su olor y su sabor. Cuando lo conocí estaba depilado. Le pedí que se dejara crecer el vello, me hubiera gustado verlo selvático y bárbaro. Ella me decía que era muy velluda, que los pelos le sobresaldrían por los lados de las bragas y que cuando tuviera que ir al ginecólogo le iba a dar vergüenza mostrarse así. Igualmente me hizo ver que si fuera a la piscina no quedaría muy bonita con ese aspecto, que debería entonces recortárselo por los lados y que además es mucho más higiénico depilarse. Yo creo que es una moda, pero también recuerdo el comentario que en su país la costumbre es ésa, la depilación, y esto significa que los hombres de allí eso es lo que demandan y a lo que deben de estar habituados. Le respondí que hiciera lo que creyera conveniente, aunque me pareció que la idea de que se lo afeitara yo mismo, improvisándome en barbero íntimo y que fueran mis propias manos las que dejasen su coño más parecido al de una niña que al de una mujer, le gustó y le entusiasmó. Hice mención que las buenas brochas llevan pelos de marta cibelina, de una extrema suavidad. La imagen de verse abierta y rendida de piernas ante mí, y enjabonada por la fineza de ese pincel exquisito le pareció deliciosa y muy excitante. Pero claro, para llegar a eso debía dejarse crecer el vello.

El coño que ella decía que era mío lo tuve prestado apenas una semana, una semana que pasó rápida y veloz. En mis manos lo depositó, generosa y desprendida, junto con el resto de su cuerpo. Yo me entregué a su admiración y mimo, a su canto, atención y cuidado. Y procuré también, con mis escasas habilidades, darle lo que supuse demandaba y necesitaba, sin mostrarme reacio a oír y seguir como buen alumno sus indicaciones y señales. Yo no sé si hice lo correcto, si me apliqué lo suficiente, ella afirmaba que sí, pero eso nunca se sabe con certeza.

Mientras esperaba el reencuentro prometido, le decía y aconsejaba a su propietaria que no lo mantuviera inactivo, el buen ejercicio siempre es saludable. Le recomendaba encarecidamente las necesarias masturbaciones, las que a ella le apeteciera darse o hacerse. Le recordaba que el masaje, manual o vibratorio, y la lubricación que conlleva, siempre son una excelente gimnasia y profilaxis. Naturalmente, están también los orgasmos, indispensables por supuesto. El placer y la descarga emocional y eléctrica que producen atemperan el carácter, suavizan el ánimo y aumentan el optimismo y la perspectiva de las cosas. Un buen orgasmo mejora incluso el futuro. El mundo no se ve igual después de una buena y gozosa paja, gallarda o gayola, da igual el nombre.

Yo insistía en que no debía avergonzarse de ello, el onanismo es una palabra fea sin duda, pero es también una disciplina sana y jubilosa. Ella me decía que sí, pero claro, aquí también hizo lo que le dio la gana. Eso por supuesto no estaba en mis manos, valga la paradoja cruel, pero por algo mi coño no era mío, y sí era suyo, y por eso ella hizo con él lo que le vino en gana hacer, pues por algo era y es suyo y de nadie más, y al mismo tiempo es bueno que sea así y que siga siéndolo por los siglos de los siglos.

Todas esas consideraciones y consejos implicaban, claro está, el respeto, la fidelidad y la lealtad a unos compromisos asumidos por ambos, con ilusión y alegría. Y la esperanza puesta en nuestro reencuentro. Que creímos, mejor dicho, creí, sería pronto. Pero…

Lo que siguió forma parte de la tragedia, y cuando la desdicha no es griega es muy fácil caer en el ridículo de la tragicomedia o el melodrama televisivo. Por eso me abstendré de hacer comentarios y me comportaré con la valentía y la fortaleza con la que seguro se hubiera comportado Walt Whitman, poderoso, exuberante, triste y alegre. Melancólico, vigoroso y siempre feliz. Agradecido por vivir.

A veces con aquel a quien amo, me lleno de ira al pensar que acaso prodigo un amor que no es correspondido.
Pero creo que no hay amor que no sea correspondido, la retribución es cierta de una manera u otra.
(Amé ardientemente a cierta persona y mi amor no fue correspondido. Y no obstante, ese amor ha inspirado estos cantos).

(Walt Whitman)


Así pues, agradecido, afirmo que:

Me gustó su coño, sí, he de reconocerlo y no me caen prendas en afirmarlo alto y claro. Él y su amigo y vecino, el ano, tan cerca y tan distinto, buen compañero de juegos, perfecta desembocadura y mejor entrada. El ano, siempre hospitalario y marrano, cálido y afectuoso, cueva de los vientos y de musicales truenos.

Me gustó su coño, me gustó su aspecto de pasa arrugada y su interior de higa madura. Me gustó su sabor a sima oceánica, a remolino abisal, a sudor de entraña, a tiburón. Me gustó su olor almizclero, a venera, a mañana caribeña o a víspera mediterránea.

A fruta futura.

Madura.

Me gustó su coño y la perla que guarda embozada, secreta, tímida y alborotadora.

Me gustó su coño y me gustó cantarlo.

Aunque la verdad, yo creía que su coño oía mi canto y que se alborozaba con él.

Pero resultó que no.