28 Julio 2010
Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
32. La Trinidad.
En la pintura hallamos solamente tres cosas, tres y ninguna más. Un relato o la falta de él, la realidad en la forma de un rostro o la falta de él, y el caos representado por un paisaje, un escenario, o la falta de él.
El primero constituye el tiempo ordenado, el compás, el ritmo, el latido del corazón de nuestra madre. El segundo el frío, el mundo quieto, su geografía, su geometría, su perfil y su forma cuando vemos su linde al ver al “otro” que tenemos enfrente y al verlo descubrimos que la realidad tiene frontera, el hielo negro. Y el tercero nos representa a nosotros y a nuestra desesperación informe, el ojo atormentado del cíclope.
Turner nace un 23 de abril de 1775 en Maiden Lane, cerca de Coven Garden, un barrio popular londinense. Su padre desempeñaba el oficio de peluquero en una barbería de su propiedad. En ella vendió sus primeros dibujos, grabados coloreados y acuarelas. Nunca usó la gama cromática que se deriva del espectro solar que luego utilizaron los impresionistas. “Pasea colores sobre el papel hasta que llega a expresar lo que tiene en la cabeza” (J. Farington) Eso hicieron luego los abstractos. Pinta con los ojos y con sus mismos dedos que siempre lleva manchados como si fuera un mecánico sucio por la grasa. Pero no repara ni construye máquinas, sólo pinta paisajes aunque sea sacando la cabeza por la ventanilla del tren en plena tormenta. Los pinta como si arara la tierra o pintara el infierno. Se dice de él que en el fondo siempre pintaba acuarelas aunque usara el óleo, pintaba como si tuviera el paisaje delante sin tenerlo, pero superponía capas y conseguía sombras con el simple grosor de los pigmentos, igual que otros e igual que Velázquez. La buena acuarela resalta el dibujo aunque domine la mancha que se extiende, con su agua, sobre el papel, anegándolo. Las manchas de una acuarela tienen historia, su propia vida en su pasado que recuerda siempre a una herida en su inicio, joven y roja. El óleo es diferente, es la costra, la cicatriz cerrándose o enferma de gangrena. Turner es todo eso, es el hombre de los dedos sucios de colores, en el índice el rojo para señalar, en el meñique el verde avergonzado, en el anular el azul del cielo siempre desplazado, el amarillo sin duda es para el pulgar, y en el corazón nadie sabe que color hay, nadie lo ha visto todavía. Quizás es el blanco, el ocre o el negro.
“Mi corazón también ha sido una tormenta; más de una vez he bebido mis frascos con agua de pinturas. ¿Para qué? No he estado lo suficientemente insano para tragarme mis acuarelas pero lo he pensado.” (“Cuaderno rescatado”, William Turner)
Porque el mundo es blanco, ocre y negro.
“He navegado con la triste góndola por la tarde. El silencio de los canales anunciaba algo feroz. La marcha de mi barca cedía su paso al crepúsculo. El gondolero no bajaba la vista y apenas movía su cabeza para saludar. El remo golpeaba el agua espesa. Un furioso relámpago cayó tras la cúpula de Santa María de la Salud. Sentí que algo terrible ocurriría. En mi alma ya se había desatado la tormenta que más tarde azotaría a la Serenísima.” (“Cuaderno rescatado”, William Turner)
Turner vivió un tiempo en Venecia, y es allí donde se desvanece, antes había sido agua mezclada con tierra, fango y tornasoles, ahora, en el Adriático Norte, es aire que cae y que nunca llega al suelo, la luz se lo impide en su vuelo rasante al descender de los Alpes nevados a la gran llanura como si fuera un río desbocado, el filo de un cristal.
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32M
-“No fui Blanca, pero quizás fui diosa y ahora sólo soy una mujer que te mira. La última exposición de fotografía ha ido bien, he vendido lo suficiente para pasar con normalidad el próximo año si logro eludir legalmente algunos impuestos. Mi hijo me ha llamado para decirme que el próximo fin de semana no vendrá como tenía previsto. Mi asesor financiero me invitó el mes pasado a cenar, rechacé su proposición aduciendo alguna excusa tonta. Si me hubiera invitado su socio más joven habría aceptado, él sí que me gusta y es más joven, no quiero viejos como yo a mi lado. Nos habríamos acostado aquella misma noche, me hubiera encargado de ello, todavía recuerdo cómo se hace, pero no me ha invitado y ni me mira. Son ya cinco años los que llevo siendo célibe. Todavía conservo, ya lo sabes, tus fotos desnudo, sabías posar, en realidad fuiste el mejor modelo que he tenido nunca. Hace tiempo que no puedo mirarlas, no sé si es una buena o una mala señal.” (La madeja. Cartas a un amigo.)
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32H
-“Buenas noches, querida amiga, hacía tiempo que no te escribía, hablar contigo es como visitar de nuevo tu casa, estar en ella como lo estuve entonces. Hoy lo hago gracias a una extraña coincidencia que no viene al caso, puro azar “austerino”, un hecho extraño que sucedió ayer.
Fue algo que tuvo que ver con la noche, con África, con un autocar incendiado, con una mujer y una maleta extraviadas para siempre y con una cama vacía.
En la casualidad también aparecía una montaña de caricias y una eterna soledad que me robaba mi nombre y que debí de haber perdido al lanzarlo al mar aquella noche, en la playa, cuando te llenaba de besos y de palabras.
Se hundió como una ofrenda, como una piedra que atada a mi cuello se llevara con ella mi secreto.
Era algo relacionado con una mujer sin sexo, con dos lenguas y con un ojo de cristal. Puro azar, ya te digo.
Pero yo pasaba por aquí solamente para estar un rato contigo, para decirte hola y decirte que sí, decirte que tienes y tenías razón y decirte algo más que, desgraciadamente, ya no recuerdo.
Quizás lo vi pintado en cara de perro.