lunes, 23 de junio de 2008

El peletero cristiano



19 de junio de 2006

A los peleteros nadie nos puede quitar la condición de víctimas, o al menos eso creemos nosotros cuando percibimos miradas ladeadas con los ojos a medio cerrar o abiertos tan de par en par que parece que les hayan arrancado los párpados, sorprendidos y alarmados justo en el instante precario de acabar de pelar una gamba a la plancha.

A los peleteros tampoco nadie nos puede quitar la condición de victimas propiciatorias o chivos expiatorios, o al menos eso creemos nosotros también cuando intentamos mirar el mundo, mirarlo de frente y ver como está. Lo que vemos es lo que vemos y el mundo está como está y en él nosotros, convertidos a veces en la excusa de almas tan perversas o tan simples y torpes como también hipócritas y puritanas.

El peletero que es cristiano es peletero porque le gusta, y es lo segundo, cristiano, porque cree que en Jesús no sólo hay todas las víctimas, si no que, además, resucita al tercer día.

El concepto cristiano de víctima es un paradigma antropológico y moral radicalmente nuevo comparado con el mundo antiguo (con algún que otro pseudo antecedente) al convertirse en el centro alrededor del cual gira toda la nueva arquitectura religiosa que es el cristianismo frente al anterior universo pagano. Pero eso sólo sería una anécdota si en el cristianismo prevaleciera únicamente la sangre y la muerte y en él sólo viéramos al Cristo del madero agonizando y sufriendo.

La vuelta de la clave tiene lugar al tercer día de haber sacrificado al chivo llamado Jesús. Este simple crucificado al que llamamos Cristo, alrededor del cual toda la comunidad realiza la catarsis de limpiarse las culpas, va y no se le ocurre otra cosa que resucitar. Es la victoria sobre la muerte. Quien entiende y cree esto es cristiano, quien no lo entiende o no lo cree, no.

El lugar de Jesús puede entonces quedar vacío o llenarse con cualquier otra cosa. Normalmente lo llenamos con ideologías políticas redentoras o nos convertimos en ateos de conveniencia o también en paganos a la moda. Santificamos a la nación, al proletariado, a la madre naturaleza o a los diversos nirvanas orientales. En todos los casos el yo se diluye, se funde, se fusiona, desaparece en algo superior, mayor, mejor, el no va más, que a fin de cuentas y a la hora de la verdad no es nada más que la nada. Pobre y barato resultado para tanta y tan ardua filosofía.

Cuando el yo desaparece, desaparece la responsabilidad, y si desaparece la responsabilidad también lo hace la víctima y por supuesto su verdugo. En oriente no existe el sentimiento de culpa, pero tienen el peso del honor, que es peor porque es un lastre que hay que compartir con la tiranía de la comunidad.

El peletero, sea cristiano o no, sea peletero o no, está sujeto a la misma realidad de víctima propiciatoria. La tempestad nos zarandea a todos por igual, cada uno puede creer lo que quiera, a la realidad le da lo mismo. Para ella, como para el Dios de los creyentes o el de los ateos todos somos iguales, o por lo menos deberíamos serlo, circunstancia que tampoco es muy segura. ¿El perdón o el castigo es el mismo para diferentes pecados? ¿Hay elegidos?

Los peleteros, mediante materiales de seres muertos sólo sabemos crear belleza y utilidad para ojo humano, algo muy pobre y efímero comparado con la gran victoria de Jesús frente a la muerte.

La comparación es tan obscena que no debería ser hecha ni dicha.